El efecto riqueza: Una creencia en la paradoja del ahorro

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Precios más altos en los valores estimularán la riqueza del consumidor y ayudarán a aumentar la confianza, lo que puede animar el gasto.  – Ben Bernanke, 2010[1]

En todos los medios financieros, entre ambos partidos políticos y entre la mayoría de los economistas ortodoxos, se advierte, promueve y pregona el “efecto riqueza”. El estribillo es constante y el mensaje aparentemente sencillo: al aumentar la riqueza de la gente aumentando los precios de acciones e inmuebles, el pueblo aumentará su gasto de consumo, lo que estimulará el crecimiento económico. Su aceptación está tan extendida como importante es su justificación, pues da respaldo a la expansión monetaria sin precedentes de la Reserva Federal desde 2008. Aunque los críticos pueden discutir la magnitud del efecto riqueza, pocos han discutido su solidez conceptual.[2] Ese es el propósito de este artículo. El efecto riqueza no es sino un mantra sin justificación.

La dominante persistencia de la aceptación del efecto riqueza no es del todo sorprendente, pues es una mezcla perfecta de las escuelas monetarista y keynesiana.[3] Aunque su parentesco exacto y origen parecen inciertos, su padrino es sin duda Milton Friedman, que publicó su teoría de la renta permanente del consumo en 1957.[4] Al bifurcar la renta disponible en “transitoria” y “permanente”, Friedman argumentaba que esta última dicta nuestro gasto y consiste en nuestra renta esperada a perpetuidad. Si el gasto de consumo se genera por la renta esperada, ¿no debe también estar respaldado por la riqueza actual?

Pero esto puede ser verdad o no. Variará a lo largo del tiempo, el lugar y los diversos actores económicos, cuyas decisiones acerca del gasto en consumo están dictadas por sus preferencias temporales. Y las preferencias temporales (el grado en que un individuo favorece un bien o servicio hoy –consumo– en relación con su disfrute futuro) tienen en cuenta muchas más variables que la riqueza actual, no realizada, informada en declaraciones de correduría y tasaciones inmobiliarias.

Independientemente de si una riqueza aumentada estimulará realmente el gasto de consumo, el componente más importante del efecto riqueza es la suposición de que un incremento en el gasto de consumo estimula el crecimiento económico.[5] Es este concepto keynesiano  el que es crítico para la validez del efecto riqueza. Si un incremento en el gasto de consumo no estimula la economía, fracasa la teoría del efecto riqueza. El efecto riqueza se convierte en defecto de riqueza.

¿Mejorará la economía un incremento en el gasto de consumo? Por un lado de la discusión, tenemos las conclusiones individuales agregadas de cientos de millones de actores económicos, cada uno actuando en su propio interés. Estas personas y empresas están tratando de reducir el gasto de consumo y aumentar el ahorro.

Discrepando de sus opiniones tenemos a los siete miembros del Consejo de Gobernadores de la Reserva Federal. Todos los miembros creen en la paradoja del ahorro: la creencia en que un aumento en el ahorro, aunque beneficioso para cualquier actor económico concreto, tiene efectos deletéreos para la economía en su conjunto. La paradoja del ahorro puede describirse esencialmente así: un gasto de consumo disminuido rebaja la demanda agregada, lo que reduce los niveles de desempleo, que afectan negativamente al consumo, lo que a su vez rebaja la demanda agregada. La paradoja predice una espiral económica mortal por la disminución de la demanda. Y los economistas ortodoxos creen  que estábamos (y potencialmente estamos) atrapados en esa espiral. Como señaló el famoso econo-sadista Paul Krugman en 2009: “no siempre afrontamos la paradoja del ahorro. Pero ahora mismo es muy, muy real”.[6]

Lo contrario de esta “realidad” predice una prosperidad económica floreciente cuando una sociedad aumenta su gasto de consumo. Pero la historia sugiere lo contrario: son las altas tasas de ahorro las que llevan a la prosperidad económica. Examinemos cualquier éxito económico, como el de la China moderna, los Estados Unidos del siglo XIX o Japón y Corea tras la Segunda Guerra Mundial: ¿derivó su prosperidad económica del consumo desbocado o de la estricta frugalidad? La respuesta es evidente: son los ahorros de la renuncia al consumo, combinados con una implicación mínima del gobierno en asuntos económicos, los que generan crecimiento económico.

¿Entonces por qué tanto “preeminentes” economistas creen falsamente en la paradoja del ahorro y por tanto en el efecto riqueza? Por su comprensión errónea de la naturaleza del ahorro. El economista austriaco Mark Skousen se ocupa de esto al escribir:

Los ahorros no desaparecen de la economía: simplemente se canalizan a otra avenida. Los ahorros se gastan ahora en capital de inversión y luego se gastan en bienes de consumo.[7]

Los ahorros se gastan. No directamente por los consumidores en electrónica y expresos, sino indirectamente por negocios a través de bancos en maquinaria más eficiente y expansiones de capital. El aumento en los ahorros pueden (inicialmente) afectar negativamente a las tiendas, pero beneficia a los productores que crean los bienes demandados con las mayores existencias de ahorro. En general, la economía es más eficiente y próspera.

¿Se mantiene esta máxima económica incluso cuando la economía está en recesión?[8] Más aún. Como saben todos los economistas austriacos, los ciclos económicos derivan de la manipulación de la oferta monetaria por parte del gobierno, lo que rebaja y distorsiona artificialmente la estructura de los tipos de interés.[9] Para minimizar la duración y gravedad de una recesión, los actores económicos deberían ahorrar más, lo que reduciría la distancia entre tipos artificiales y naturales de interés.

Lamentablemente, esto no es una mera discusión académica. Debido a sus creencias económicas erróneas, la Reserva Federal ha cuadruplicado la oferta monetaria mientras llevaba los tipos de interés a mínimos históricos.[10] El resultado aparece inevitablemente: una importante inflación de precios, mercados financieros volátiles y graves recesiones económicas. En muchos aspectos, el aforismo de Sir Francis Bacon de que “conocimiento es poder” resulta verdad, Por desgracia, en el ámbito económico, el economista austriaco F.A. Hayek estaba más cerca de la verdad: los que están en el poder poseen la excuse delconocimiento.[11]


[1] Ben S. Bernanke, “Op-Ed Columnist — What the Fed Did and Why: Supporting the Recovery and Sustaining Price Stability”. Washington Post. 4 de noviembre de 2010.

[2] Hasta ahora, la mayoría de las críticas se centran en el relativamente menor aumento en el PIB real (11,2% desde el 1 de abril de 2009 hasta el 1 de octubre de 2013), en relación con los sustanciales aumentos en la oferta monetaria y la bolsa, que han aumentado, respectivamente, un 330,0% (Base monetaria ajustada desde el 1 de agosto de 2008 al 1 de enero de 2013) y un 160,9% (S&P del 1 de marzo de 2008 hasta el 19 de febrero de 2014). Las fechas se han seleccionado para medir el aumento desde los respectivos mínimos a partir del 1 de agosto de 2008 hasta los datos más recientes.

[3] La caracterización del monetarismo como una escuela económica puede discutirse. Por definición, una escuela de pensamiento debe ser sistémica, lo que significa que posturas y teoremas deben estar conectados por suposiciones subyacentes. La llamada Escuela Monetarista consiste en varias hipótesis no relacionadas que se “prueban” empíricamente. Aunque la preponderancia de las posturas de la “escuela” puede estar a favor de los mercados libres (aunque a menudo no para los mercados más críticos, por ejemplo, el dinero), muestra incoherencia en la aplicación. Esto subraya la falta de una construcción académica a partir de axiomas fundamentales.

[4] Milton Friedman, Theory of the Consumption Function. Princeton, N.J.: Princeton University Press; Homewood, Ill.: Business One Irwin. 1957. [Publicado en España como Una teoría de la función de consumo (Madrid: Alianza Editorial, 1985)].

[5] El apoyo comúnmente citado a esta afirmación de que el consumo personal equivale aproximadamente al 70% del Producto Interior Bruto, es correcto, en términos estrictos. Sin embargo solo es correcto porque el PIB sobrevalora el consumo personal como subproducto de un intento mal dirigido de evitar “doble contabilización”. Si los bienes de capital no duraderos y productos intermedios (por ejemplo, el acero) se incluyeran en el PIB (como debería hacerse si se trata de medir la actividad económica), el consumo personal caería a aproximadamente el 40% de la actividad económica basada en las últimas estadísticas de componentes del PIB y de producción bruta. Mark Skousen, “Beyond GDP: Get Ready For A New Way To Measure The Economy”. Forbes. 29 de noviembre de 2013.

[6] Paul Krugman, “The Paradox of Thrift — for Real”. The Conscience of a Liberal. The New York Times. Web. 7 de julio de 2009.

[7] Mark Skousen, Economics on Trial. Homewood, Ill.: Business One Irwin, 1991, p. 54.

[8] Sería de verdad extraño que se argumentara que los ahorros aumentan el crecimiento económico en tiempos normales, pero salir de una recesión requiere mayores niveles de consumo. Como escribe Ayn Rand: “Las contradicciones no existen. Siempre que piensas que afrontas una contradicción, revisa tus premisas. Encontrarás que una de ellas es incorrecta” (La rebelión de Atlas, Nueva York: Random House, 1957). Si el crecimiento económico durante una recesión requiere un aumento en el consumo, entonces esta teoría del ciclo económico no se comporta de acuerdo con una teoría económica general, lo que es una evidencia prima facie de que es incorrecta.

[9] Debería advertirse que un aumento en el gasto de consumo debido a niveles aumentados de riqueza real o percibida no invalidad ni contradice de ninguna manera la teoría austriaca del ciclo económico (“TACE”). Aunque algunos economistas hayan alegado que un aumento en el consumo durante la fase de auge de un ciclo económico entra en conflicto con la TACE, el economista austriaco Joseph Salerno ha acallado en la práctica esas críticas como una mala interpretación. (Joseph Salerno, “A Reformulation of Austrian Business Cycle Theory in Light of the Financial Crisis”, Quarterly Journal of Austrian Economics. 15, Nº1. [2012]).

[10] Ver nota 2.

[11] “Actuar con la creencia de que poseemos el conocimiento y el poder que nos permite dar forma a los procesos de la sociedad a nuestra entera voluntad, conocimiento que en realidad no poseemos, es probable que nos haga hacer mucho daño”. F.A. Hayek, “The Pretense of Knowledge”. Discurso en memoria de Alfred Nobel. Palacio de Conciertos de Estocolmo, Suecia. 11 de diciembre de 1974.


Publicado el 11 de marzo de 2014. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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