El Estado, invalidado. Cuatro argumentos contra los gobiernos

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Siempre que surge el tema de la disolución del Estado hay dos objeciones que aparecen constantemente. La primera es que una sociedad libre solo sería posible si la gente fuera perfectamente bondadosa o racional. En otras palabras, los ciudadanos necesitan un Estado centralizado porque en el mundo hay gente que es mala.

El primer y más obvio problema que tiene esta posición es que, si hay gente mala en la sociedad, también la habrá dentro del Estado – donde serán más peligrosos. Los ciudadanos pueden protegerse contra individuos malos, pero no tienen nada que hacer contra un Estado agresivo y armado hasta los dientes con policía y ejército. De ahí que el argumento que dice “necesitamos al Estado porque hay gente mala en el mundo” es falso. Lo correcto sería decir que el Estado debería ser desmantelado precisamente porque hay gente mala en el mundo, pues si no estos se verán inevitablemente atraídos por su poder como instrumento para lograr sus malvados fines – y a diferencia de los gamberros privados, la gente mala en posición de gobierno tiene a la policía y al ejército a su disposición para imponer sus caprichos sobre una población indefensa (¡y normalmente desarmada!).

Lógicamente hay solo cuatro posibilidades de representar la mezcla de gente buena y mala en el mundo:

  1. Todas las personas son buenas
  2. todas las personas son malas
  3. la mayoría de las personas son buenas, y una minoría malas
  4. la mayoría de las personas son malas, y una minoría buenas

(¡Un equilibrio perfecto entre el bien y el mal es estadísticamente imposible!)

En el primer caso (todas las personas son buenas) el Estado es obviamente innecesario, pues la maldad es algo inexistente.

En el segundo caso (todas las personas son malas) la existencia del Estado no puede permitirse por una simple razón. El Estado, nos dicen, debe existir porque hay gente en el mundo que desea hacer daño y que sólo se contienen por miedo a sus represalias (mediante policía, prisiones, etc.). Un corolario de este argumento es que, cuanto menos intensa sea la represalia que temen, tantas más fechorías cometerán. Sin embargo, el Estado no está sujeto a ninguna fuerza disuasoria, sino que este es la ley en sí misma (incluso en las democracias de los países desarrollados, ¿cuántos policías y políticos van a la cárcel?). De ahí que, si la gente mala desea hacer daño pero solo pueden ser contenidos por la fuerza, entonces la sociedad nunca debería permitir ningún Estado, porque estos inmediatamente tomarían el control del mismo para poder hacer el mal libremente y sin miedo al castigo. En una sociedad de pura maldad, la única esperanza de estabilidad sería un estado de naturaleza, donde un armamento generalizado y el miedo a las represalias reprimirían los malvados intentos de grupos dispares.

La tercera posibilidad es que la mayoría es mala, y solo unos pocos buenos. Si este es el caso, entonces el Estado tampoco se puede permitir que exista, puesto que la mayoría de aquellos que lo controlarían serían malos y mandarían sobre la minoría de personas buenas. La democracia, en particular, no puede ser instituida porque la minoría de personas buenas quedaría subyugada a la voluntad democrática de la mayoría. Los malos, que desean hacer daño sin temor a represalias, inevitablemente tomarían el control del Estado y usarían su poder para realizar sus maldades con total libertad.

Las personas buenas no actúan con bondad porque tengan miedo a las represalias, sino porque adoran el bien y la buena conciencia – por eso, al contrario que los malos, el control del Estado no les atrae ni les supone ganancia. Así que podemos tener la certeza de que, en este caso, el Estado estará controlado por una mayoría de personas malas que gobernarán a todos, para detrimento de los buenos.

La cuarta opción es que la mayor parte de la gente es buena, y tan solo unos pocos son malos. Esta posibilidad está sujeta a los mismos problemas expuestos anteriormente, principalmente que los malos siempre querrán hacerse con el control del Estado para protegerse de las represalias. Esto, sin embargo, cambia la apariencia de la democracia: es precisamente debido a la bondad de la mayoría que los malos, hambrientos de poder, deberán mentirles para alcanzarlo y, una vez en el cargo público, romperán su promesa y se dedicarán a realizar su agenda personal, imponiendo su voluntad por medio de la policía y el ejército (esto es lo que ocurre actualmente en las democracias modernas, por supuesto). En efecto, el Estado representa el mayor premio al que puede aspirar toda persona vil, de ahí que su magnífico poder sea rápidamente controlado por estos – con el resultado de que, nuevamente, la institución de un Estado no puede permitirse en la sociedad.

Esta claro, entonces, que no existe ninguna situación lógica bajo la que un Estado pueda existir de manera justificada. La única justificación posible se daría acaso si la mayoría de las personas fueran malas pero el Estado estuviera controlado siempre y por siempre por una minoría bondadosa. Esta situación, si bien de interés teórico, se desmorona lógicamente porque:

  1. La mayoría de personas malas rápidamente superaría en votos a esta minoría, o la derrocarían en un golpe de Estado
  2. No existe forma de asegurar que siempre el Estado vaya a ser manejado por personas buenas
  3. No hay absolutamente ningún ejemplo de que semejante situación haya ocurrido en los oscuros anales de la historia del Estado.

 

El error lógico que siempre se comete en defensa del Estado es el de imaginar que cualquier juicio moral colectivo que se hace de los ciudadanos no incluye también al grupo que los gobierna. Si un 50% de la gente es mala, entonces al menos un 50% de la gente que gobierna también es mala (y probablemente más, puesto que quien es malo desea el poder). Así, la existencia del mal no puede nunca justificar la institución del Estado. Si no existe el mal, el Estado es innecesario, y si el mal existe, el Estado es algo demasiado peligroso para ser permitido.

¿Por qué siempre se comete este error? Hay un cierto número de motivos, que aquí solo es posible mencionar brevemente. El primero es que el Estado se presenta ante los niños en forma de tutores de escuela pública, a quienes se considera autoridades morales. Esto representa el primer paso en un proceso de identificación de bondad con autoridad estatal que es contínuamente reforzado durante años de repetición. El segundo motivo es que el Estado nunca enseña nada a los niños acerca de la raíz de su poder – la violencia – sino que en su lugar se hace pasar por cualquier otra institución social, como un negocio, iglesia u organización caritativa. La tercera es que la prevalencia histórica de la religión siempre ha cegado a los hombres ante la maldad del Estado – lo que explica por qué siempre al Estado le ha interesado defender los intereses de la Iglesia. En la cosmovisión religiosa, el poder absoluto es sinónimo de bondad perfecta, en forma de ser divino. En el mundo real y político de los hombres, sin embargo, el incremento de poder siempre significa mayor maldad. En religión, también, todo lo que pasa debe ser para bien – de ahí que el resistirse a un poder político usurpador sea visto como lucha contra la voluntad de un ser divino. Hay otras muchas razones, por supuesto, pero estas están entre las más profundas.

Como fue mencionado al principio de este artículo, la gente generalmente comete dos errores cuando se les confronta con la idea de la disolución del Estado. La primera es que este es necesario porque existe gente mala en el mundo. La segunda es la creencia de que, en ausencia del Estado, cualquier institución social que surja inevitablemente lo reemplazará. Organizaciones de resolución de disputas (ORD), compañías de seguros y fuerzas de seguridad privada son todos considerados cánceres potenciales que se inflarán y acapararán el cuerpo político.

Esta visión surge del mismo error ya descrito aquí. Si es cierto que todas las instituciones sociales están constantemente intentando imponer su voluntad sobre los demás, entonces en función de ese mismo argumento la existencia de un Estado centralizado nunca puede ser permitida. Si es ley de hierro el que todo grupo de personas siempre tratará de someter al resto de grupos e individuos, entonces tal codicia de poder no se detendrá porque uno de ellos haya ganado, sino que se esparcirá por la sociedad hasta que la esclavitud sea norma. En otras palabras, la única esperanza para la libertad es que haya una proliferación de grupos, cada uno con poder para dañar al otro, y por tanto temerosos el uno del otro – un equilibrio más o menos pacífico.

Es muy difícil comprender la lógica e inteligencia del argumento por el cual, para protegernos de un grupo que podría subyugarnos, deberíamos apoyar a un grupo que ya nos ha subyugado. Es similar al argumento estatista sobre monopolios privados – que los ciudadanos deberían crear un monopolio estatal porque tienen miedo de los monopolios. No hace falta ser muy agudo para ver tamaño disparate.

¿Qué evidencia existe de que la competencia entre poderes decentralizados promueva la paz? En otras palabras, ¿hay algún tipo de hechos objetivos en que podamos basarnos para apoyar la idea de que un equilibrio de poder es la única posibilidad de libertad para el ciudadano?

El crimen organizado no provee muy buenos ejemplos, pues las bandas tan frecuentemente corrompen, manipulan y usan el poder del Estado para imponer su ley, y por tanto no puede decirse que operen en estado natural. Un mejor ejemplo sería el hecho de que ningún líder ha declarado nunca la guerra a otro líder que posee armas nucleares. En el pasado, cuando los líderes se sentían inmunes a las represalias, estaban más que dispuestos a sacrificar a su propia población en acciones de guerra. Ahora que ellos mismos están sujetos a tal aniquilación, solamente están dispuestos a atacar a aquellos países que no pueden contraatacar.

Esta es una lección instructiva sobre por qué los líderes políticos necesitan de poblaciones desarmadas y dependientes – y un buen ejemplo de cómo el miedo a la represalia, inherente a un sistema equilibrado de poderes decentralizados y en competencia, es el único método probado de afianzar y mantener la libertad personal. Adentrarse en la prisión del Estado por escapar de fantasmas imaginarios solamente asegurará la destrucción de las libertades por las que merece la pena vivir.


El artículo original se encuentra aquí. Traducido del inglés por José M Pérez para FDR Spanish.

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