El manual de estrategia de Venezuela: el Manifiesto Comunista

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La turbulencia económica que fustiga a Venezuela ha recibido una creciente atención de los medios internacionales a lo largo de los últimos meses.

En septiembre, la continua escasez de papel higiénico (que ocurre después de la escasez de alimentos y los apagones en el sector eléctrico) llevó al gobierno a ocupar una fábrica de papel higiénico, mediante el uso masivo de fuerzas militares, con la intención de asegurar “una distribución justa” de las existencias disponibles. Parece cómico, pero es inmensamente trágico.

Acción semejante ocurrió en noviembre contra una red comercial de artículos electrónicos; después de que el Presidente Nicolás Maduro acusara a los fabricantes por manipulación de precios, ordenó al ejército ocupar los establecimientos y confiscar todos los productos a fin de venderlos “a precio justo”. A continuación, Maduro hizo arrestar a los comerciantes e inclusive advirtió que “esto es apenas el principio de todo lo que haré para proteger al pueblo venezolano”.

Maduro aseguró que el gobierno iría, de ahí en adelante, a supervisar a todos los minoristas del país para asegurar que los precios fueran significativamente reducidos. También ordenó que todas las existencias de los comercios fueran ser liquidadas. En un discurso televisado, envió el mensaje: “Que no quede nada en las estanterías”.

Igualmente a principios de noviembre, justo después de crear el Ministerio de la Felicidad Suprema Social – en otro intento de asegurar la “felicidad de todas las personas” – Maduro anunció que iba a adelantar la Navidad al mes de Noviembre. El objetivo era “traer felicidad a la gente y combatir la amargura”. Acto seguido, el presidente comenzó a distribuir regalos navideños, con las elecciones presidenciales de diciembre en mente.

Pero este populismo no era sólo materia de estrategia política. La tasa de inflación de precios en Venezuela, como se demostrará más abajo, ya está en los tres dígitos. En un escenario como este, los salarios deben ser distribuidos de forma rápida, antes de que los precios suban aún más; de ahí la “anticipación” de los bonos navideños. Este tipo de política no tiene nada de nuevo en la historia económica del mundo: el actual episodio hiper-inflacionario de Venezuela se está desarrollando de una manera muy parecida al de la Alemania de los años 20.

La espiral decadente de la economía venezolana empezó de hecho cuando Hugo Chávez decidió imponer su “socialismo moreno” al país, una excentricidad que, en su momento, llegó a ser bien recibida por varios sectores de los medios de comunicación. Durante años, Venezuela mantuvo un abultado programa de gastos sociales combinado con controles de precios y salarios y con un mercado de trabajo extremadamente rígido, además de mantener, como política externa, una agresiva estrategia de ayuda internacional dirigida mayoritariamente hacia Cuba. Todo este insano castillo de cartas consiguió mantenerse solvente por un buen tiempo solamente gracias a los beneficios generados por el petróleo.

Más a medida que los costos de este populismo fueron creciendo, el país tuvo que recurrir cada vez más frecuentemente a la caja de la estatal petrolera PDVSA y a la imprenta de dinero del banco Central de Venezuela. Esto resultó en una declinación continua del valor del bolívar – una declinación que se aceleró más aún después de que comenzaran a surgir noticias sobre el crítico estado de salud de Hugo Chávez.

La muerte de Chávez, el día 5 de marzo de 2013, generó un terremoto en toda la economía venezolana. De manera nada sorprendente, desde que su sucesor Maduro asumió el control del país, el castillo de cartas venezolano se empezó a desmoronar. La tasa de cambio del bolívar en el mercado paralelo ilustra bien esa historia. Desde la muerte de Chávez el bolívar ya perdió el 64,5% de su valor en relación al dólar en el mercado paralelo, como muestra el gráfico de abajo.

Gráfico 1: tasa de cambio bolívar/dólar en el mercado paralelo (línea azul) versus tasa de cambio oficial declarada por el gobierno (línea roja)

Esa súbita desvalorización del bolívar, a su vez, generó una alta inflación de precios en Venezuela. Para economías altamente estatizadas, la devaluación de una moneda en el mercado paralelo es el indicador que mejor refleja el valor real de esa moneda. Con este indicador, es posible inferir que la inflación de precios “reprimida” en Venezuela está actualmente en los tres dígitos, alcanzando el asombroso valor anual de 297%, como muestra el gráfico de abajo.

Gráfico 2: inflación de precios oficial (línea roja) versus inflación de precios implícita (línea azul) acumuladas en 12 meses.

Esta tasa de 297% es cinco veces mayor que la tasa oficial de inflación de precios, del 54%, que es publicada por el gobierno venezolano y repetida por la prensa internacional.

De hecho, leo en el Financial Times este valor de “54%” y me pregunto: “¿Cómo pueden creer esto?” Más la respuesta es cristalina: los censores venezolanos son muy eficaces. Tal vez no tanto como los censores chinos, pero aun así eficaces. Los periodistas acreditados en Caracas con los cuales converso frecuentemente me dicen que las agencias de noticias ya hacen voluntariamente todo el trabajo de auto-censura en favor del gobierno, pues quieren evitar que sus reporteros en Caracas sean expulsados del país.

El gobierno reaccionó exactamente como todos los gobiernos populistas reaccionan a los aumentos de precios causados por sus propias políticas: imponiendo controles de precios cada vez más rígidos. El problema es que, al menos en Venezuela, tales políticas no son ninguna novedad. Hace años que el gobierno controla los precios de varios bienes. Por ejemplo, el precio del galón de gasolina está congelado en US$0,058, lo que hace que un galón de gasolina sea más barato que un galón de agua potable en Caracas.

Aunque esta política de congelamientos mantenga aparentemente bajo control los precios en el mercado oficial, ella inevitablemente – como Ludwig von Mises ya explicó hace varias décadas – lleva al desabastecimiento y genera estanterías vacías. De hecho, como muestra el gráfico abajo, del propio Banco Central de Venezuela, aproximadamente 22,4% de todos los bienes existentes en el mercado simplemente han dejado de estar disponibles en las tiendas y los mercados de Venezuela. Este índice parece un remix de aquella canción clásica de McCartney: “Back in the USSR

Además de la escasez, los controles de precios pueden llevar a consecuencias políticas no imaginadas. Una vez que los controles de precios son implementados, es muy difícil revocarlos sin que ello genere malestar popular- vea los disturbios ocurridos en 1989 en Venezuela, cuando el Presidente Carlos Pérez trató de abolir el congelamiento de precios.

Recientemente, en una imprudente reacción ante los males económicos del país, Maduro exigió – y consiguió – que el Congreso le conceda poderes dictatoriales de emergencia sobre toda la economía. Su primera medida fue estipular un límite en el beneficio de las empresas. Esta, no obstante, es apenas una táctica para generar distracción, pues la propia inflación de precios corroe las ganancias y diluye la tasa de retorno de las inversiones.

Maduro también lanzó un feroz ataque a la industria automovilística, firmando un decreto para regular la producción y los precios de automóviles “desde la puerta de la fábrica hasta los puntos de venta”. Como consecuencia, el gobierno comenzó a controlar los precios de los automóviles y amenazar con prisión a todos aquellos que osen vender automóviles a precios de mercado. Será interesante ver a quién va a culpar Maduro cuando el resultado de esta medida sea la escasez de nuevos autos.

Esta elección entre precio “justo” o encarcelamiento es ahora la norma para los emprendedores de Venezuela. El episodio más ultrajante continúa siendo aquel ocurrido a inicios de noviembre – y relatado al inicio del artículo -, cuando las fuerzas de seguridad del gobierno ocuparon tiendas de electrodomésticos y comenzaron a distribuir televisores y otros equipos electrónicos a un precio “justo” (léase “precios mínimos”). Herbert García, jefe del Alto Comisionado para la Defensa de la Economía, dijo muy claramente: “ tenemos que garantizar que todas las personas tengan una TV de plasma y un frigorífico de última generación”.

Como era de esperar, las masas se aglomeraron alrededor de los comercios para garantizar su participación en el saqueo. El único problema es que el gobierno no fue capaz de hacer que su red estatal de energía eléctrica suministre electricidad suficiente para alimentar los equipos electrónicos expoliados, y los constantes y abundantes apagones no están permitiendo que los expoliadores disfruten el producto de sus saqueos.

En la mayoría de los países, eso sería tachado de robo estatal. Sin embargo, en el reino marxista de Maduro, esa redistribución pasó a ser una rutina normal.

A pesar de las frecuentes referencias a la “revolución bolivariana” de Hugo Chávez, la verdad es que el manual estratégico empleado por Maduro no es más que un refrito de los 10 puntos de la plataforma de Marx y Engels, delineada en el Manifiesto Comunista. El Manifiesto es una clara guía que esquematiza las etapas a ser seguidas por los defensores del comunismo. Tan pronto se entienden los diez puntos del Manifiesto, se hace claro que las ideas de Maduro (así como las de otros políticos alrededor del mundo) no tienen nada de original.

  1. Expropiación de la propiedad de la tierra y uso de las rentas de la tierra para los gastos del Estado.
  2. Fuerte impuesto progresivo.
  3. Abolición del derecho a la herencia.
  4. Confiscación de la propiedad de todos los emigrantes y rebeldes.
  5. Centralización del crédito en las manos del Estado, a través de un banco nacional con capital del Estado y monopolio exclusivo.
  6. Centralización, en manos del Estado, de todos los medios de transporte.
  7. Multiplicación de las fábricas y de los instrumentos de producción pertenecientes al Estado; el desmonte de las tierras no cultivadas y la mejora de las tierras cultivadas, todo de acuerdo con un plan general.
  8. Trabajo obligatorio para todos, organización de ejércitos industriales, en especial para la agricultura.
  9. Unificación del trabajo agrícola e industrial con miras a la eliminación gradual de la diferencia entre la ciudad y el campo.
  10. Educación pública y gratuita para todos los niños. Eliminación del trabajo de los niños en las fábricas en su forma moderna. Unificación de la educación con la producción industrial, etc.

Los resultados de estas políticas basadas en el Manifiesto son claros. El Banco Mundial clasificó a Venezuela en la funesta 181ª posición, entre 189 países, en el ranking “Doing Business” (el cual mide la facilidad de emprender negocios) de 2014. Esto coloca a Venezuela muy por detrás de países destruidos por guerras, como Siria, Iraq y Afganistán.

Aunque a Maduro le guste verse como un moderno Robin Hood, él es más bien un Edward John Smith, capitán del Titanic. Dicho esto, la miseria económica creada por la adhesión al Manifiesto Comunista puede demorar un largo tiempo en hundir un navío (piense en la URSS).

Si duda de esto, tan solo piense en el apoyo popular que continuamente viene siendo dado al gobierno de Maduro. En la primera semana de diciembre, hubo elecciones para 337 prefecturas en el país, y el partido socialista de Maduro (PSUV) aniquiló a la oposición. Maduro emergió victorioso de las elecciones declarando que “su ofensiva económica” contra las empresas privadas continuaría y que “Vamos a salir disparando a todo el mundo, así que cuidado”.

Lamentablemente, aun con una inflación de precios de tres dígitos, Maduro aún puede perdurar mucho tiempo en el poder. Al final, Slobodan Milosevic también adoptó el Manifiesto en Yugoslavia, y eso resultó en la mayor hiperinflación de la historia – la cual llegó al 313.000.000% en enero de 1994. Y Milosevic permaneció en el poder hasta el año 2000. Después fue Robert Mugabe de Zimbabue. Estuvo en el poder por 33 años, también con su adhesión al esquema del Manifiesto habiendo generado la segunda mayor inflación del mundo – la que llegó al 98% diario en noviembre de 2008.

Por lo tanto, no tenga grandes expectativas para una posible insurrección en Venezuela por causa de una alta inflación de precios o de una gran angustia económica. A menos que el barril de petróleo caiga a US$50,00, el Titanic llamado Venezuela aún puede permanecer flotando por más tiempo del que pueda imaginar – antes de que inevitablemente naufrague.


El artículo original se encuentra aquí. Traducido del inglés por José Manuel García.

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