Galbraith tenía razón respecto de la publicidad

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Ahora que he captado vuestra atención, estad seguros de que incluso cuando John Kenneth Galbraith entendía algo, lo entendía mal. Una de las ideas características por las que se conoce a Galbraith es por el Efecto Dependencia, que dice que la publicidad convence a la gente de que necesita cosas que realmente no necesita. En palabras del propio Galbraith: “Si los deseos del individuo son urgentes, deben ser originales para él. No pueden ser urgentes si se le imponen. (…) No puede defenderse la producción con satisfactora de deseos, si esa producción crea los deseos. (…) El enlace aún más directo entre producción y deseos lo proporcionan instituciones de publicidad y venta modernas”.[1] Galbraith usa este concepto para socavar los fundamentos de la microeconomía en las preferencias personales de los individuos.

Donde tiene razón Galbraith es en que esa mercadotecnia sí hace en realidad que la gente demande cosas que no son lo que más le interesa. Donde se equivoca es considerar a los productores en el mercado como los principales perpetradores de este efecto. En realidad, es el Estado el que hace el mayor uso de la mercadotecnia para obtener el consentimiento de la gente para cosas que no solo no les hacen vivir mejor, sino que normalmente les dañan. Lo que hace aún peor el comportamiento del Estado es que cuando falla la mercadotecnia del Estado, este puede recurrir al uso de la fuerza para obligar a la gente a satisfacer los deseos “que crea la producción”. Las empresas privadas, salvo que estén coaligadas con el Estado, no tienen esa capacidad.

Abundan los ejemplos del Efecto dependencia implantados por el Estado. Tomemos solo tres.

La prueba A es la entrada de EEUU en la Primera Guerra Mundial. El que una mayoría del pueblo estadounidense no quisiera que sus hijos fueran enviados a las trincheras europeas puede inferirse de los hechos de que reeligieron a un presidente que se presentó bajo el lema: “Nos mantuvo fuera de la guerra” y de que el número de voluntarios no fuera suficiente para que EEUU comprometiera grandes ejércitos en ese conflicto sin un reclutamiento obligatorio. Después de todo, ¿quién tendría el deseo de asegurar que J.P. Morgan no tuviera pérdidas en sus bonos británicos o garantizar a los ciudadanos estadounidenses viajar con seguridad en barcos transportando armas para las potencias beligerantes? Ni siquiera el objetivo pretendido de “hacer al mundo seguro para la democracia” era exactamente algo que la mayoría de los estadounidenses sintieran en lo más profundo de su ser hasta que fue incrustado en sus cabezas por agencias como el Comité de Información Pública, y ni aun así. Discrepancias similares entre lo que querían la mayoría de los estadounidenses y lo que se les forzaba a querer pueden encontrarse en casi todas las guerras en las que ha metido a sus ciudadanos el gobierno de EEUU.

La prueba B sería la Ley de Atención Asequible. Mucha gente relativamente joven y acomodada no cree que el seguro médico, especialmente los caros planes médicos pre-pagados que ahora se confunden con un verdadero seguro, merezca lo que cuesta. Como casi ninguna cantidad de propaganda pública fue suficiente para hacerles gastar su dinero en algo en un punto muy bajo en su lista de prioridades, se usó la fuerza para hacerla cumplir, es decir, para hacer que se gasten su dinero en “cosas que que realmente no necesitan”. Al mismo tiempo, mucha otra gente tenía planes que creía que atendían sus necesidades y estaban dentro de sus presupuestos. Aquí el gobierno aplicó políticas que cualquiera creería que ya se habrían previsto (con miles de palabras publicadas para explicarlo a quienes no les pareciera evidente) y que acabarían con la eliminación de esas pólizas del mercado. Así que no solo vemos al Estado asegurándose de que la gente obtiene productos que no quiere, sino asimismo produciendo la eliminación de productos que la gente quiere. El Estado no solo es la verdadera ubicación del Efecto Dependencia, sino que es también el origen de su gemelo igualmente malvado, al que podríamos llamar el Efecto Eliminación.

Finalmente tenemos la prueba C que es una moneda en constante devaluación. Una moneda fiduciaria de valor decreciente difícilmente es algo que sea innata y urgentemente necesitado por la mayoría de la gente, pero se nos ha contado una y otra vez por líderes del Sistema de la Reserva Federal y los economistas ortodoxos, a muchos de los cuales les gustaría ser presidentes de la Fed, que dicha moneda es lo que se interpone entre nosotros y otra Gran Depresión.

Aun así, durante el siglo XIX hubo cinco periodos de al menos cinco años (incluyendo uno de 25 años) en que cayeron los niveles de precios medidos por el deflactor del PIB, pero el PIB real tuvo un crecimiento anual medio del 2,7% al 6,2%.[2] La demanda de un dinero creado por un banco central que crea auges y declives insostenibles y genera efectos Cantillon (que transfieren riqueza de la clase media y los pobres a compinches ricos de los que tienen altos cargos) está claro que no son “necesidades” que se originen en nadie, salvo en aquellos en el extremo receptor de la transferencia de riqueza. La moneda depreciante es otro caso en el que los esfuerzos del gobierno por convencer a la gente fueron un fracaso y tuvieron que aplicarse por leyes de curso legal y confiscación del oro de la gente.

Estos ejemplos podrían multiplicarse. El TSA y su “teatro de la seguridad” que viola la privacidad, la NSA espiando a ciudadanos cumplidores de la ley, la subvención de obras de arte de dudoso valor, una Guerra contra la Pobreza que generó numerosos comportamientos que perpetuaron la pobreza y una pirámide alimentaria que, cuando se sigue, parece llevar a más obesidad en lugar de a menos, son solo unos pocos en una lista que parece interminable. En cada uno de estos casos la gente llega a aceptar esos programas que no estaban satisfaciendo necesidades que fueran intrínsecas, debido al bombo generado por economistas o historiadores cortesanos o, si falla esto, cortando gargantas por la fuerza. Así, el Efecto Dependencia está vivo y coleando. Solo que su presencia se siente más fuertemente en el sector público. De hecho, mientras que John Kenneth Galbraith apunta con el dedo a cualquier otro sitio en su explicación del concepto, él mismo resulta ser uno de los economistas cortesanos que lo perpetraron, ya que caso toda su obra convencía a  mucha gente de que tenían necesidades “no originadas dentro de sí mismos”.


[1] J.K. Galbraith. The Affluent Society. Nueva York: Houghton Mifflin. 1958.

[2] Samuel H. Williamson. “What Was the U.S. GDP Then?” MeasuringWorth, 2014.


Publicado el 25 de febrero de 2014. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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