Herbert Spencer, libertad e imperio

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Herbert Spencer nació en un mundo del siglo XIX en el que la lógica tradicional del imperialismo interactuaba con nuevas circunstancias, como la Revolución Industrial, y nuevas ideas, como el librecambismo y el liberalismo que derivaron de la Ilustración del siglo anterior. La clave para entender la importancia de Spencer es apreciar que fue un defensor radical del laissez faire, el individualismo, los derechos naturales y el capitalismo. Su reclamación de limitación del poder del estado era tan extensa que incluía un derecho individual a “ignorar el estado”, es decir, a “romper relaciones con el estado, renunciar a la protección y rechazar pagar este apoyo”. Estas opiniones se desarrollaron con vigor en su libro La estática social, considerado por Murray Rothbard como “la mayor obra de filosofía política libertaria nunca escrita”.[1]

Esta significa que mientras muchos acontecimientos, como las florecientes relaciones comerciales del momento, estarían en línea con la visión de Spencer, su ideología radical y purista de laissez faire le ponía en contra de la filosofía del imperialismo que acompañaba a la perpetuación de la expansión territorial en ultramar y las actividades militaristas del Imperio Británico.

En un momento de grandes transformaciones económicas producidas por la Revolución Industrial, la Gran Bretaña del siglo XIX vio una expansión del comercio. Se debió en parte a la adopción de mercados relativamente libres que aparecieron en las décadas que siguieron a La riqueza de las naciones de Adam Smith, y que eran postulados radicalmente por Herbert Spencer. Spencer creía que el progreso humano se alcanza mejor mediante las actividades espontáneas de las personas, ya que esa libre competencia, en ausencia de una excesiva regulación pública, proporciona incentivos poderosos para que las personas busquen un desarrollo constante.[2]

Spencer anticipó el concepto de “orden espontáneo” de Friedrich Hayek,[3] y explicó que el orden socio-político depende, no de un diseño deliberado o un proyecto racional, sino que más bien deriva espontáneamente de años de evolución. Así, la civilización industrial, que estaba tomando forma claramente en Gran Bretaña, no apareció debido al “diseño de nadie”, sino más bien mediante “los esfuerzos individuales de ciudadanos para satisfacer sus propios deseos (…) a pesar de las trabas legislativas”.[4] Incluso el famoso empresario del acero, Andrew Carnegie, que quería saber qué impulsaba el desarrollo humano, estuvo tan inspirado particularmente por Spencer que estaba convencido de que su obra servía a un propósito más grande.

Así que Spencer dio la bienvenida a la derogación de las Leyes del Grano y el aumento sin precedentes en el nivel de vida de la Gran Bretaña victoriana que acompañó a un rápido crecimiento de la población y la urbanización. Veía esta evolución como parte de una tendencia a largo plazo de evolución social hacia una sociedad industrial y por tanto hacia la paz. Esto se relaciona con su creencia en que había dos modos principales de organización social: la “militante” y la “voluntaria”.[5] El primero es uno de cooperación obligatoria dirigida por el Estado y orientado hacia el conflicto violento, mientras que el segundo es uno que está gobernado por su Ley de Igual Libertad, que dice que “todo hombre tiene libertad para hacer lo que le plazca, siempre que no infrinja la igual libertad de cualquier otro hombre”.[6] Las presiones selectivas de la evolución social ayudarían al progreso de la humanidad desde el primer modo al segundo, ya que “una sociedad en la que están aseguradas vida, libertad y propiedad y se consideran con justicia todos los intereses, debe prosperar más que una en la que no se hace”.[7]

En este punto aparece una tensión. Aunque Gran Bretaña estaba siguiendo la vía a largo plazo hacia la industrialización y la paz, la estructura imperial tradicional y las actividades a corto plazo de Gran Bretaña viciaban este potencial de progreso.

Por consiguiente, Spencer atacaba el aventurerismo militar en el extranjero que continuaba llevando a cabo Gran Bretaña, ya que iba contra el espíritu del progreso liberal. Gran Bretaña había entrado en guerra en el extranjero en India, Afganistán y Sudáfrica (la Guerra de los Boers) y en otros lugares. Denunciaba la hipocresía de la política imperial que usaba a menudo eufemismos como “guerra defensiva” para enmascarar lo que, para él, era la verdadera naturaleza del engrandecimiento imperial.[8] Lo que queda claro es lo siguiente: la postura radical de Spencer atacaba el corazón de la esencia del imperio, pues denunciaba la ocupación extranjera de territorios coloniales. En un momento en que la carrera por territorios coloniales se veía como un requisito previo para la gloria y prestigio del imperio, especialmente a finales del siglo XIX, Spencer argumentaba que ese expansionismo en el extranjero alimentaba la tiranía sobre la gente en la nación. La necesidad de Gran Bretaña de mantener colonias en ultramar necesitaría inevitablemente establecer controles crecientes sobre los propios ciudadanos británicos, hasta que el “ejército sea simplemente la sociedad movilizada y la sociedad el ejército inactivo”.[9] Los imperios coloniales que someten a otras partes de la tierra es improbable que “tengan una consideración tan tierna” por los derechos de su propios ciudadanos.[10]

Spencer preguntaría: ¿cómo podrían la búsqueda de comercio, que es esencialmente voluntario, y la concomitante tendencia hacia la industrialización, que trae la paz, ajustarse con la práctica del militarismo, que hace posibles imperialismo y colonialismo? La difícil relación entre el espíritu del librecambismo y la misma esencia de la estructura imperial de Gran Bretaña salen así a la luz. El libre comercio era deseable por los dos propósitos del poder imperial y el beneficio; aun así, el “imperialismo librecambista”, como sostenía Spencer, es una contradicción en los términos, ya que el libre comercio en esencia no requiere acciones militares para su promoción. Así, las expediciones navales y militares británicas para asegurar oportunidades comerciales en el extranjero ocultaban el motivo escondido de “beneficiar a poderosos intereses especiales” a costa de “la gente pobre, hambrienta, sobrecargada”.[11] La crítica de Spencer al comercio dirigido por el estado provoca una pregunta: ¿podrían las nuevas fuerzas del comercio socavar la lógica tradicional del propio imperialismo?

A la vista de estas consideraciones, es por tanto posible entender el pesimismo de Spencer e incluso la desesperación de Spencer en sus últimos años. Aunque Spencer creía que la civilización moderna, que estaba tomando forma en Gran Bretaña, se dirigía hacia una sociedad industrial pacífica después de un largo periodo de liberalización, habiendo “reveses y desvíos temporales” en este empinado camino. Además de, la continua persistencia del colonialismo en ultramar, Spencer estaba también descorazonado por lo que parecía ser la marea creciente del socialismo fabiano.[12] Este movimiento estaba acompañado por intervenciones del estado en obras sociales y educación, lo que solo provocó la ira de Spencer: en un momento en que debía apoyarse el liberalismo individual, estas crecientes regulaciones solo podían ocasionar un “paso de la autopropiedad a la propiedad por la comunidad”.[13]

Examinar el radicalismo intelectual de Spencer destaca la ambivalencia del imperio en un tiempo en que los vestigios de lo viejo y las fuerzas de lo nuevo se entremezclan en una relación difícil. Fue un tiempo en el que el nuevo espíritu del comercio liberal se ajustaba mal con el uso del poder del estado para ganar mercados extranjeros; fue un tiempo en el que el lenguaje de la civilización moderna se usó para subyugar a otras naciones por motivos que van contra la propia civilización y fue un tiempo en que el individuo estaba afirmando su predominio contra un estado imperial que se aferraba a su relevancia.


[1] Murray Rothbard (1971). “Recommended Reading”. (M. Rothbard, Ed.) The Libertarian Forum, vol. II, p. 5.

[2] R.F Cooney (1973). “Herbert Spencer: Apostle of Liberty”. Freeman 23.

[3] La idea de un “orden espontáneo”, es decir, un orden que aparece como resultado de las actividades voluntarias de individuos y no uno creado por el gobierno, es una idea clave en la tradición liberal clásica y librecambista, de la que es parte Spencer. La figura clave contemporánea es el economista de la Escuela Austriaca y premio Nobel, F.A. Hayek, que la describió como un orden extendido, que constaba de aquellas instituciones y prácticas que son el resultado de la acción humana, pero no el resultado de alguna intención humana concreta. http://www.econlib.org/library/Essays/LtrLbrty/bryTSO1.html.

[4] Herbert Spencer (2000). Illustrations of Universal Progress: A Series of Discussions. Chestnut Hill, MA: Elibron Classics, p. 320.

[5] Herbert Spencer (1992). The Principles of Ethics, Vol. II (T. R. Machan, Ed.) Indianapolis: Liberty Fund, p. 6.

[6] Herbert Spencer (1970). Social Statics: The Conditions Essential to Human Happiness Specified, and the First of Them Developed. Nueva York: Robert Schalkenbach Foundation. p. 95. [La estática social]

[7] Herbert Spencer (1884). The Principles of Sociology,Vol. II. Nueva York: D. Appleton, p. 608.

[8] Herbert Spencer, (1992). The Principles of Ethics (Vol. II). (T. R. Machan, Ed.) Indianapolis: Liberty Fund, p. 67, y R. Long (2004, July). “Herbert Spencer: Libertarian Prophet”, The Freeman: Ideas on Liberty, pp. 25-28.

[9] Herbert Spencer (1992). The Principles of Ethics (Vol. II). (T. R. Machan, Ed.) Indianapolis: Liberty Fund, p. 74.

[10] Ibíd., pp. 239-240.

[11] Ibíd., p. 220.

[12] El final del siglo XIX vio el auge del “Evangelio Social”, que reclamaba que el gobierno no mantuviera el orden en la sociedad, sino que la transformara. La sociedad fabiana  operaba sobre el principio de que el pueblo de Inglaterra no aceptaría el socialismo bajo su propio aspecto, pero sí lo haría bajo el disfraz de programas sociales que afirmaran ayudar a pobres y obreros. Así que los fabianos se dedicaron a alcanzar el socialismo en pequeños pasos (McBriar, 1966). En muchos sentidos, fueron Alemania y Gran Bretaña, en los años finales del siglo XIX, los que abrieron el camino para alejarse de la confianza en los mercados libres y la iniciativa individual hacia la planificación pública (Veryser, 2012).

[13] Spencer, Social Statics, p. 605.


Publicado el 12 de marzo de 2014. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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