La anti-lógica y el “estímulo” keynesiano

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La cultura política estadounidense siempre parece estar “celebrando” el aniversario de algo, ya sea el asesinato de Kennedy (acabamos de pasar el 50 aniversario de ese triste acontecimientos) o la aprobación de alguna legislación (habitualmente mala). La última actividad política consagrada con un aniversario es el llamado estímulo, la monstruosidad de 800.000 millones de dólares aprobada hace cinco años supuestamente para “poner a trabajar de nuevo a Estados Unidos”.

No resulta sorprendente que el New York Times haya editorializado que cualquier crítica a la factura de gastos (al menos cualquier crítica que diga que se ha gastado “demasiado”) sea un “mito y falsedad” republicano. El “estímulo” no solo fue una pieza legislativa legítima, despachaba en NYT, sino que también:

impidió una segunda recesión que podría haberse convertido en una depresión. Creó o salvó una media de 1,6 millones de trabajos anuales durante cuatro años. (¿Dónde están los trabajos, Mr. Boehner?). Aumentó la producción económica de la nación entre un 2% y un 3% de 2009 a 2011. Impidió un aumento significativo de la pobreza: sin él, 5,3 millones de personas más se habrían convertido en pobres en 2010.

Como todos los ejemplos de la falacia de la ventana rota, la defensa briosa de esta ley de gasto se basa en métodos “contables” que cuentan a las personas contratadas mediante el gasto en “estímulo” como “nuevos trabajos”, pero no señalan cómo otros podrían haber perdido sus propios medios de empleo. Ahora, esta fue una ley que, entre otras cosas, tuvo a trabajadores plantando césped en la mediana de la I-68 (que está cerca de mi casa) en una zona en la que la escorrentía recoge toneladas de sal echadas en las carreteras por personal de servicios viales del estado (nuestra zona recibe mucha nieve). No sorprende que, en un año, toda la nueva hierba estuviera muerta.

Yo comparo el estímulo con lanzar algo de líquido inflamable sobre una pila de leña húmeda. Las llamas duran unos pocos segundos, pero luego desaparecen al agotarse los efectos del líquido. (No, dosis repetidas de líquido de “estímulo” no acaban generando tracción y llevando a una milagrosa recuperación económica).

Si la cultura de la capital permite alguna crítica del Sagrado Estímulo, es esta: “el estímulo no fue lo bastante grande”. Entona el NYT: “El estímulo podría haber hecho más bien si hubiera sido mayor y se hubiera construido más cuidadosamente”.

El resto del editorial es una recopilación de cuasi-plagios de los artículos y posts de blog de Paul Krugman y refleja cómo funciona la anti-lógica keynesiana. La explicación “lógica” es la siguiente:

  • “Bastante” gasto público durante una recesión llevará a la economía al “pleno empleo”.
  • La economía no está en pleno empleo.
  • Por tanto, no hubo bastante gasto público.

Si se cuestiona las premisas keynesianas de este horrible silogismo, la respuesta estándar es: Estados Unidos tuvo “pleno empleo” durante la Segunda Guerra Mundial. (Robert Higgs ha desacreditado completamente este mito resistente). Pero entonces, Alemania y la URSS hicieron lo mismo, según los patrones keynesianos, ¡pero nadie envidia lo que experimentaron esos pueblos!

El problema que se produce si se quiere interpretar los resultados del estímulo no se debe a una mala política. Por decirlo de otro modo, el gasto de estímulo siempre conferirá beneficios políticos, dado que el dinero se transfiere de contribuyentes a electores políticos favoritos. Los que pagan la factura incluyen a contribuyentes presentes y futuros, ya que tendrán que pagar posteriormente por la deuda pública incurrida para pagar el actual gasto de estímulo.

Apunto esto porque el estímulo siempre se presentado como una acción del gobierno que mejoraba las condiciones económicas generales y no como un plan político de transferencia de riqueza. El editorial del NYT deja traslucir lo que solo puede ser una fe religiosa en todo el sistema, como si los políticos en busca de votos fueran a construir “cuidadosamente” un proceso dirigido a beneficiar a ciertos electores a costa de otros.

En realidad, el estímulo basado en el gobierno se basa en mala economía o, para ser más concreto, en una mala lógica económica. Para un keynesiano, una economía es una masa homogénea en la que el gobierno mezcla nuevas tandas de divisa. Cuanta más divisa se ponga en la mezcla, mejor funciona la economía. Basta con leer los escritos de Krugman para ver esa creencia en todo su esplendor.

Por el contrario, los economistas austriacos, reconocen las relaciones dentro de la economía, incluyendo relaciones de factores de producción entre sí y cómo esos factores pueden redirigirse a sus usos más valorados, de acuerdo con las decisiones de los consumidores. La economía de EEUU sigue atrapada en la mezcla de baja producción y alto desempleo, no porque los gobiernos no estén gastando suficiente dinero, sino más bien porque los gobiernos están bloqueando el libre flujo tanto de bienes de consumo como de producción  e impidiendo que tengan lugar las relaciones económicas reales y tratando de forzar relaciones artificiales en su lugar. (¿Alguien se acuerda de la energía verde y el etanol?)

Dicho de forma sencilla, el estímulo solo podría funcionar si dirigiera factores de producción de usos menos valorados a usos más valorados, determinados en definitiva por la decisión del consumidor. Si fuera así, entonces el gobierno no tendría que obligar a los consumidores a usar etanol financiado con estímulos y electricidad creada por el poder del viento.

Los austriacos llegan a su postura mediante lógica, pero una lógica que se basa en lo que ya sabemos acerca de la acción humana. Al contrario que la “lógica” keynesiana, las premisas de la economía austriaca son sólidas, así que las conclusiones derivadas de ellas también son sólidas. ¡No sorprende que la postura austriaca esté ausente de la página editorial del NYT!


Publicado el 3 de marzo de 2014. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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