Planificar una economía no es algo elemental

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En ausencia de precios, ¿podría un planificador central dirigir una economía? Antes de que contestéis, renunciaré a la condición hayekiana de que el planificador será vil. Por el contrario, solo os pediré considerar un planificador que es una madre abnegada que quiere maximizar la felicidad de todos. ¿Seguiríais respondiendo en negativo?

Vivo en un barrio que tiene una escuela elemental. La mayoría de las mañanas, un importante número de madres (normalmente) llevan a sus hijos en coche a la escuela. Mientras voy a trabajar por la mañana, el último giro a la izquierda antes de dejar el barrio lleva a una vía de servicio de la escuela. Hay coches y autobuses saliendo de la vía principal para entrar en el barrio, queriendo girar a la derecha para tomar la vía de servicio; hay gente saliendo de la vía de servicio, queriendo girar tanto a derecha como a izquierda; hay gente que viene del barrio queriendo girar a la izquierda para entrar en la vía de servicio y hay gente como yo que quiere pasar la entrada a la vía de servicio para llegar a trabajar lo antes posible.

No sorprende a nadie que esta situación lleve a atascos, retrasos y enfados. Ahora aparece el planificador central altruista.

A menudo, atrapado en la cola, advierto que hay coches en mi carril que parecen esperar más que lo que vienen de otras direcciones. Y mientras avanzo lentamente hacía el principio de la fila, veo la causa: el primer conductor en mi carril deja pasar a otros, que le devuelven saludos y sonrisas.

Veis, cuando eres el primer coche en la fila, con cada interación, se te presentan solo dos caras: el conductor que quiere entrar en la vía de servicio y el conductor que quiere salir, y tú decides quién pasa.

Así que, en esa situación, el conductor altruista se convierte en una especie de planificador central, utilizando su generoso corazón para equilibrar los deseos de todos los demás conductores, equilibrar los costes de esperar con los beneficios de un saludo y sonrisa a cambio, y calcular rápidamente el beneficio psíquico agregado de todos los conductores en todos los carriles.

Eso es lo que se ve. Los que no se ve son las caras tristes aumentando tras ella. Como la gente de mi barrio normalmente no expresa su enfado mediante una bocina o algo similar, no hay señal que refleje el coste sufrido por los que esperan en la cola.

Así que puede que hasta la décima iteración (la décima vez que la conductora hace un gesto con la mano a un coche para que pase) no considere que el beneficio marginal percibido del gesto y la sonrisa sea menos que el coste asumido sufrido por los que esperan detrás de ella. Pero los costes y beneficios percibidos mientras estaba en cabeza no son costes ni beneficios reales, ni son representantes de estos. No son más que percepciones y solo percepciones.

Sin un medio para conocer los precios reales, el planificador  central, no importa lo mucho que desee maximizar la felicidad entre todos, no puede dirigir eficazmente la intersección. Y sustituir precios por percepciones no es una solución en absoluto.

Puedo aseguraros que si la madre altruista conociera el enfado que bulle detrás de ella, intentaría ajustar sus acciones de acuerdo con él. Pero, repito, sin una señal del coste, solo buscaría a tientas una solución mejor. Y se puede suponer que finalmente renunciaría a su cargo (al estilo Mises), debido a la incapacidad para asignar eficazmente.[1]

Por supuesto, la solución son derechos de propiedad, un mercado libre y precios determinados por ambos. En ausencia de los tres, ni siquiera el corazón más altruista puede asignar eficazmente para todos.


[1] El policía de tráfico está sujeto al mismo análisis, sin medios para dirigir eficazmente una intersección.


Publicado el 6 de marzo de 2014. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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