Robert Taft y su olvidado “aislacionismo”

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Los republicanos son hoy casi siempre fervientes defensores de grandes presupuesto militares y de una política exterior intervencionista.

Pero muchos republicanos olvidan un periodo antes y después de la Segunda Guerra Mundial en el que docenas de políticos republicanos estaban en contra de las alianzas militares y de una política exterior estadounidense de salvar al mundo. Ignoran un tiempo en el que a muchos de sus predecesores se les llamaba aislacionistas. Posteriormente, estos aislacionistas de la Guerra Fría criticaron una política exterior intervencionista. A veces se les calificó como “apologistas” de Moscú. El término apropiado para estos republicanos olvidados es “no intervencionistas”. Uno de los líderes de los aislacionistas/no intervencionistas fue el senador republicano Robert Alphonso Taft (1889-1953).

Taft es hoy un republicano olvidado, pero en las décadas de 1940 y 1950 era conocido como “Mr. Republicano”. Taft tiene pocos vástagos en el Partido Republicano moderno.

Aun así ha reaparecido ecos de Taft, a pesar de que mucha de la gente que suscribe estas ideas no haya oído hablar nunca de Taft. Millones de estadounidenses se han convertida inadvertidamente en “aislacionistas” durante un corto periodo. Después de que el presidente Obama sugiriera que Estados Unidos debería empezar a bombardear Siria, inundaron Washington con mensajes, insistiendo en que deberíamos mantenernos al margen. A Taft probablemente le habría encantado. Creía que cuando los asuntos de la política exterior eran debatidos por extenso por el público, disminuía el potencial a favor de la guerra.

Sin embargo, “la mayoría de los republicanos”, escribía recientemente en columnista del Wall Street Journal, Bret Stephens, durante el debate sirio, “no quieren convertirse otra vez en el partido de los aislacionistas”. Sin embargo, Taft ha sido aclamado como uno de los grandes líderes del Partido Republicano moderno por muchos historiadores. Representaba una rama que adoptó una forma pacífica de entender el mundo. Era un filosofía que fue en un tiempo muy popular entre la mayoría de los estadounidenses. Aun así, la justificación de John McCain/Mitch McConnell para otra intervención militar estadounidense más fue que “el prestigio de la presidencia” se dañaría si el presidente Obama se echa atrás.

Taft veía el prestigio de la presidencia y el mundo de una forma distinta. No solo era crítico con los grandes presupuestos federales, sino que frecuentemente se quejaba por los gastos en defensa después de la Segunda Guerra Mundial. Taft advertía constantemente  sobre la naturaleza trágica de la guerra, diciendo: “Nunca deberíamos olvidar la terrible catástrofe que es la guerra”.

Taft también advertía contra los efectos nacionales a largo plazo de seguir una política exterior imperialista. “Igual que nuestra nación puede ser destruida por la guerra, también puede ser destruida por una política económica o política en casa que destruya la libertad o eche abajo la estructura fiscal y económica de Estados Unidos”, escribía Taft en su único libro publicado, A Foreign Policy for Americans. Taft continuaba: “No podemos adoptar una política exterior que entregue todas las ganancias de nuestro pueblo o imponga una carga tan tremenda en la persona estadounidense como para destruir en la práctica sus incentivos y capacidades para aumentar la producción y la productividad y su nivel de vida”.

Una vez comprometido con una política exterior intervencionista, Taft creía que el gasto en defensa quedaría a niveles permanentemente altos si Estados Unidos entraba en alianzas militares. El uso del poder militar de EEUU, decía, debería estar muy limitado.

“No creo que ninguna política que tenga tras ella la amenaza de fuerza militar esté justificada como parte de la política exterior básica de Estados Unidos, excepto para defender la libertad de nuestro pueblo”, escribió Taft. Es ese comentario, junto con voto de 1949 contra la OTAN, lo que explica por qué Taft es citado hoy por los republicanos como un ejemplo de los llamados malos viejos tiempos. Taft tampoco quiso que Estados Unidos tuviera servicio militar obligatorio en tiempo de paz. Las consecuencias domésticas de una política exterior agresiva, advertía, llevarían a un recorte de las libertades civiles.

El investigador de Taft, profesor John Moser, de la Universidad de Ashland, escribe que Taft creía que la guerra tendía a concentrar el poder en las manos del estado central. Amenazaba, creía Taft, “los queridos ideales estadounidenses de gobierno limitado y separación de poderes”. Reducía los poderes del estado y los gobiernos locales, decía Taft. El gobierno descentralizado, sostenía Taft, era una de las garantías de libertad. Moser también escribía que Taft tenía un “antimilitarismo innato”.

La centralización avanzaría por parte del estado estadounidense entrando en alianzas militares, decía Taft. Al dar su espalda a su historia no intervencionista, la nación se entramparía en guerras innecesarias.

Taft también tenía una decencia innata. Se oponía a los juicios por crímenes de guerra y criticó que el Departamento de Guerra encarcelara a los nipo-estadounidenses durante la Segunda Guerra mundial. Taft calificó al tratamiento de los nipo-estadounidenses como el producto del “derecho penal más chapucero que yo haya leído o visto en cualquier lugar”, según Secretary Stimson, de Richard N. Current.

¿Quién era Robert Taft? Hijo de un presidente y juez del Tribunal Supremo de EEUU, Taft fue elegido en 1938 para el Senado por Ohio. Empezando su carrera como congresista como crítico del New Deal de FDR, advertiría de los peligros de una política exterior agresiva. Taft se opuso a la política exterior por la puerta trasera justo antes de la Segunda Guerra Mundial.

Era un política en la que FDR proclamó el propósito de Estados Unidos de mantenerse fuera de las guerras europeas, claramente una política apoyada por la mayoría de los estadounidenses a finales de la década de 1930 y principios de la de 1940, como demuestran las encuestas de opinión pública, mientras apoyaba en privado s los británicos. También ignoró a menudo al Congreso, mientras su política se fue haciendo deliberadamente provocativa.

Después de la Segunda Guerra Mundial, Taft acabó su carrera cuestionando la doctrina Truman (que comprometía a Estados Unidos en la oposición al comunismo en Grecia y Turquía así como en cualquier otro lugar) y posteriormente pidió al presidente Dwight Eisenhower que no enviara tropas a Indochina para ayudar a los franceses. Su imperio asiático se estaba derrumbando a principios de la década de 1950. Aunque apoyó inicialmente al presidente Truman en la Guerra de Corea, Taft se quejó posteriormente de que el presidente nunca hubiera pedido autorización del Congreso para mandar tropas a la guerra. Taft también cuestionó la legitimidad de la resolución de la ONU que reclamaba la intervención estadounidense.

Taft odiaba la palabra “aislacionista”, pero dijo que la aceptaba si eso significaba “aislar a Estados Unidos de las guerras de Europa”. Aun así, el aislacionismo era un sentimiento que estaba en la ortodoxia política a lo largo de buena parte del siglo XX. Taft fue tres veces aspirante frustrado a la nominación presidencial de su partido. Su último intento fue en 1952. Triunfó la rama internacionalista del partido, dando la nominación a Eisenhower. Este fue un punto de inflexión en la historia de Estados Unidos. “Taft”, escribía Michael Burleigh en Small Wars, Faraway Places, fue un “serio candidato presidencial anti-intervencionista”.

Taft también se quejaba de una presidencia moderna aparentemente con poderes ilimitados. Por el contrario, Taft creía que Estados Unidos debería continuar su política histórica de no tener alianzas militares talo y como se expresaba en el mensaje de despedida de George Washington.

Taft también criticaba el apoyo bipartidista para una política exterior estadounidense agresiva. Taft, en un debate que se repetiría antes de numerosas guerras, argumentaba que una política exterior presidencial debería afrontar las mismas limitaciones políticas que su política interior. “Hay quienes dicen que la política debería cavar al borde al agua y que la nación debe presentar un frente unido. No estoy de acuerdo”, dijo Taft en un discurso en la radio en septiembre de 1939.

Taft también advirtió de que Estados Unidos, supuestamente tratando de ayudar a las democracias en lucha y luchando contra regímenes totalitarios después de la Segunda Guerra Mundial, podría fácilmente caer en el papel del Imperio Británico en el siglo XIX. Estados Unidos, decía Taft, podía convertirse en el autonombrado policía del mundo, un nuevo John Bull (El novelista Washington Irving había escrito en su apunte John Bull: “Está constantemente ofreciendo sus servicios para resolver los asuntos de sus vecinos y se irrita mucho si se dedican a cualquier cosa importante sin pedir su consejo”).

Muchos años después, en medio del desasosiego causado por la Guerra de Vietnam, unos pocos estadounidenses empezaron a reconsiderar a Taft. Fue el columnista del Washington Post, Nicholas von Hoffman el que describió apropiadamente el llamado aislacionismo de Taft después de que fuera repetidamente negado.

“Es una generación más tarde”, escribía von Hoffman, “y resulta que Taft tenía razón en todos los temas desde la inflación a la terrible desmoralización de las tropas”. Señalaba que Dean Acheson en la década de 1970 todavía condenaba el aislacionismo y el presidente Nixon menospreciaba la política exterior de Taft. Von Hoffman concluía que ambos se equivocaban.

La política exterior de Taft, decía el periodista, “era una vía para defender al país sin destruirlo, una vía a ser parte del mundo sin dirigirlo”. Es hora de hacer una reconsideración de este republicano olvidado.


Publicado el 8 de marzo de 2014. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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