Rancheros e imperio en el oeste americano

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El asedio militarizado de un rancho de ganado cerca de Bunkerville, Nevada, ha atraído la atención nacional, ya que docenas de agentes federales, armados con ametralladoras, rifles de precisión, helicópteros y más, han descendido al rancho para apropiarse de ganado, personas y demostrar en general quién es el jefe.

La prensa conservadora ha encuadrado la historia de diversas maneras, considerándola tanto como un caso de abierta apropiación federal de terrenos privados como una absurda cruzada ecologista para salvar aun tortuga de la extinción.

La realidad se muestra un poco más confusa, sin embargo, como suele pasar cuando tratamos de propiedad territorial en el oeste americano. Ya en septiembre, el Las Vegas Sun informaba sobre la familia Bundy  y señalaba que los problemas empezaron hace 20 años, cuando el patriarca de la familia determinó unilateralmente que ya no pagaría a la Oficina de Gestión del Territorio las tasas de uso que se habían determinado por pastar en terrenos federales. Los detalles legales e históricos exactos del caso de la familia Bundy aparecerán lentamente con el tiempo, pero incluso si la familia está completamente equivocada legalmente (que probablemente lo esté), es seguro decir que los dólares del contribuyente se gastarían mejoren otras cosas que en una campaña de intimidación mediante fuerza contra  un diminuto rancho en medio de un desierto de Nevada. Sin embargo, es solo la última disputa en una larga historia de rancheros peleando contra el gobierno federal sobre permisos y regulaciones de uso de terrenos.[1]

Aunque los que no estén familiarizados con el uso de los terrenos en el oeste pueden ver esto como alguna especie de nueva acción ruin por parte del gobierno federal, de hecho resulta que alquilar terrenos federales para pasto (entre muchas otras cosas) ha sido lo habitual en el oeste durante más de un siglo y el gobierno federal ha poseído al menos el 40%o más del terreno en muchos estados del oeste desde que se anexionaron a Estados Unidos en el siglo XIX. De hecho, los 13 estados del oeste de la nación suponen el 93% de los terrenos federales, con dos tercios de todo el territorio de Utah y el 81% de todo el territorio de Nevada en propiedad de los federales.

La imagen del oeste americano como un lugar de propiedad privada y feliz independencia del control del gobierno hace mucho que es un mito, y el hecho es que la vida en el oeste ha implicado mucho más al gobierno federal que en la vida del este durante mucho tiempo. Esto ocurre porque l tierra y otros recursos naturales del oeste están controlados por una enorme burocracia socialista que gobierna el agua, la tierra y los minerales desde finales del siglo XIX. Indudablemente, dentro del mayor marco del control federal, fuertemente reafirmado por un gobierno central hinchado por la Guerra de Secesión, hubo muchas comunidades que vivieron de forma extremadamente independiente y en formas que podrían considerarse anarquistas. Sin embargo, desde la década de 1890, la economía en conjunto del oeste americano se ve más bien como dominada por la propiedad federal de terrenos, las regulaciones, los subsidios y la burocracia.

El auge de la burocracia federal en el oeste

En su historia del oeste americano, Richard White escribe:

A partir de la década de 1890, el gobierno central dejó de ser una niñera para los futuros estados y un pródigo distribuidor de recursos para los ciudadanos y empresas del país. Washington se convirtió en su lugar en gestor de las tierras, recursos e, inevitablemente, personas del oeste.[2]

Tras esto estaba la filosofía de que el gobierno federal podía asegurar mejor que los recursos del oeste de EEUU fueran distribuidos y gestionados “eficazmente”. Esta creencia fue el resultado natural de la forzada economía clásica llena de errores del momento, cuyos modelos dependían de supuestos idealizados sobre mercados y competencia que no existían en el oeste no industrializado. En otras palabras, en las mentes de los intelectuales del siglo XIX, la intervención pública sería necesaria para crear las condiciones necesarias para la existencia de un capitalismo eficiente. Como había hecho con los ferrocarriles, el gobierno federal actuaría para asegurar la competencia y la eficacia en los nuevos mercados de la frontera.

En 1903, la Comisión de Terrenos Públicos de Theodore Roosevelt consolidó el concepto de propiedad pública en todo el oeste, acabando así con la idea de que todos los territorios del oeste deberían distribuirse mediante leyes de ocupación, que eran ellas mismas artefactos de programas del gobierno federal.

El auge de la Oficina de Recuperación (que gestionaba el agua) y la Oficina de Gestión del Territorio, aseguraron que tanto agua como terrenos estarían indefinidamente controlados directa o indirectamente por agencias del gobierno federal. Fueran cuales fueran los orígenes filosóficos, la situación rápidamente degeneró en la demasiado familiar situación vista en todas partes en la que el estado domina y controla la distribución de recursos. Las agencias federales se convirtieron en el objetivo de los trabajos de cabildeo por grupos de interés grades y pequeños, resultando en captura del regulador. Alquileres de terrenos para perforación petrolera, minería y pasto se hicieron rápidamente importantes para hacer negocios en la región y, naturalmente, mantener la influencia dentro de las agencias federales bajo esas condiciones era una clave para el éxito.

El apoyo por el control federal en la región permaneció extendido entre los propios habitantes del oeste. Como región más pobre y menos capaz de atraer capital que el este, mucha gente del oeste rápidamente hizo las paces con este sistema de propiedad federal, en particular porque el gobierno federal, mediante subsidios, programas de obras públicas y gasto militar se había convertido en el director económico en el oeste.

Pero la competencia por el control de terrenos federales entre varios segmentos de la población continuó igual. Escribe White:

Las grandes empresas tendían a ser aliados veleidosos delas burocracias federales, pero en general, también simpatizaron con la dirección federal; indudablemente simpatizaron más que los pequeños empresarios. Usuarios de recursos grandes y pequeños en el oeste, todos buscando su propio interés, de dividían con respecto a propuestas concretas. (…) Los pequeños ganaderos y madereros tendían a oponerse a la nueva presencia federal que tendía a limitar sus ambiciones de expansión. Los grandes ganaderos y compañías madereras, se dieron cuenta sin embargo de que la supervisión federal podía servir a sus intereses ayudando a limitar la sobreproducción que amenazaba sus sectores, restringiendo la expansión de competidores potenciales y permitiéndoles dirigir los mayores recursos financieros a accesos privilegiados a los dominios federales.[3]

En otras palabras, a las empresas privadas que dominaban las economías del oeste les gustaba la burocracia federal porque ayudaba a las empresas poderosas a mantener altos los precios y a impedir la entrada de competencia.

En décadas posteriores, las agencias federales también estarían influidas por nuevos grupos ecologistas y conservacionistas, pero con todo lo que se habla de conservar la tortuga del desierto en el caso del Rancho Bundy, no debería sorprender a nadie si luego descubrimos que grandes empresas de petróleo y gas están realmente detrás de la actividad para acabar de una vez con el acceso al desierto para pequeños rancheros.

El legado del imperio en el oeste

Cuando vemos a los agentes federales acosando a los rancheros, deberíamos recordar que la conquista del oeste americano fue realmente un primer ejercicio de imperio que prepararía el escenario para el enorme gobierno que afrontamos hoy los estadounidenses. Mientras ahora vemos el oeste como solo otra parte de Estados Unidos, fue en un tiempo un imperio colonial tomado militarmente a indios y mexicanos y luego (mediante programas federales, como leyes de ocupación, concesiones de terrenos y grandes proyectos de infraestructuras, como ferrocarriles) se convirtió en una enorme fuente de subvenciones para colonos y grandes empresas estadounidenses. Los que habitaron los territorios antes de la anexión, como las tribus indias y los hispanos de Nueva España, fueron rodeados y puestos en reservas o forzados a abandonar viejos sistemas económicos y sociales.

Como la mayoría de las jurisdicciones dentro de los imperios coloniales, el oeste americano fue administrado, no localmente, sino directamente desde la capital del estado conquistador. Fue en Washington donde se dibujaron las fronteras de los nuevos estados, donde se nombraban los funcionarios y donde se daban órdenes a las tropas federales que vigilaban la región. Incluso después de convertirla en estados (por el gobierno central, por supuesto), la región siguió dominada por el gobierno federal. El imperio de ultramar que empezó con la Guerra Hispano-Estadounidense fue simplemente la consecuencia natural de las conquistas en el oeste de Norteamérica durante el siglo XIX. Fue en el oeste donde el gobierno de Estados Unidos aprendió cómo ser un imperio, a controlar directamente enormes franjas de terreno y a dominar y controlar las economías locales.

Este legado continúa hoy. Al ver el problema en Nevada, vemos los ecos de una previa conquista de los mismos terrenos décadas antes. Hoy muchos en el oeste se encuentran víctimas del mismo gobierno federal que sus antecesores alabaron una vez por expulsar a los habitantes originales y construir carreteras y embalses. Sin embargo el gobierno federal es un amo veleidoso y el hecho de que nunca entregara el control de tantos territorios que se había apropiado hacen de él una fuerza innegable para todo el que desee hacer negocios aquí.


[1] Por la ejemplo, la incorrectamente llamada Rebelión de Sagebrush, no fue una rebelión en absoluto, sino simplemente una disputa entre rancheros y ecologistas que buscaban influir en las regulaciones federales del uso de terrenos. Parece que el caso del Rancho Bundy simplemente continúa estas polémicas.

[2] Richard White, It’s Your Misfortune and None of My Own: A New History of the American West (University of Oklahoma Press, 1993), p. 399.

[3] Ibíd., p. 392.


Publicado el 14 de abril de 2014. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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