[Esta crítica se escribió como memorando privado al Volcker Fund en junio de 1961. No se publicó nunca]
La gran transformación, de Karl Polanyi, es un fárrago de confusiones, absurdos, mentiras y ataques distorsionados al mercado libre. Me tienta dedicarme a una crítica casi línea por línea. Renunciaré a esto para establecer primero algunos de los defectos filosóficos y económicos, antes de empezar con algunas críticas concretas.
Un defecto filosófico básico en Polanyi es un defecto común de los intelectuales modernos, un defecto que ha abundado desde Rousseau y el movimiento romántico: La adoración de lo primitivo. En cierto punto (al ocuparse de los cafres), Polanyi usa realmente la sensiblera expresión “noble salvaje”, pero esta idea impregna el libro. (Para una excelente explicación de Rousseau, el primitivismo y el movimiento romántico, ver Irving Babbitt, Rousseau and Romanticism). El seguimiento moderno de Rousseau recibió un gran impulso de los antropólogos culturales, como Ruth Benedict, Margaret Mead, Franz Boas y similares (muchos de los cuales eran comunistas y el resto muy izquierdistas), que iban ansiosamente a visitar tribus primitivas y hablaban sobre la vida alegre y feliz de la tribu X, que no tenía propiedad privada ni inhibiciones impuestas por el matrimonio monógamo.
Hay muchas cosas que decir acerca de esta adoración de lo primitivo. Primero, es absolutamente ilegítimo hacer, como hace Polanyi, e inferir la historia de la civilización pre-occidental a partir del análisis de tribus primitivas existentes. No olvidemos nunca que las tribus primitivas existentes son precisamente las que no progresaron, las que permanecieron en su estado primitivo. No tiene sentido inferir de su observación que esta es la forma en que se comportaban nuestros ancestros, y lo más probable es que la verdad sea la contraria, pues nuestros ancestros probablemente se comportaron de formas que pronto les llevaron más allá de la etapa primitiva miles de años antes. Por tanto, burlarse de la idea de que nuestros ancestros se dedicaban al truque entre tribus primitivas, luego al intercambio monetario, etc., sobre la base de magia y juegos que se permiten los primitivos actuales, es un error de primer orden.
Segundo, se supone implícita e incluso explícitamente que la forma en que actúan las tribus primitivas es más “natural”, es de algún modo más apropiada para el hombre que los “artificios” de la civilización. Esto está en la raíz de Rousseau. La forma en que actúan salvajes ignorantes, atemorizados y casi animalizados es por alguna razón más natural, porque supuestamente es más “instintiva” que las formas de la civilización. Esta es la raíz de la opinión de Rousseau y muchos otros izquierdistas de que el hombre es “naturalmente bueno”, pero le corrompen sus instituciones. La idea básica es fundamental y radicalmente anti-humana, porque niega los hechos básicos acerca de la naturaleza humana y la forma en que los seres humanos deben necesariamente actuar. Los animales nacen con “instintos”; estos instintos son, en esencia, respuestas determinadas por los sentidos. Los animales no poseen libre albedrío, conciencia racional; por tanto, solo pueden adaptarse, en forma sensorial, a su entorno. El hombre, por el contrario, puede alterar su entorno recibido mediante el uso de su razón y su libre albedrío.
El hombre nace como una tabula rasa, debe aprender y aprender cómo elegir los fines que le son adecuados y los medios que debe adoptar para alcanzarlos. Todo esto debe hacerlo por medio de su razón.
La civilización es precisamente la historia del hombre usando su razón, para descubrir las leyes naturales en las que se basa su entorno y para usar estas leyes para alterar su entorno para adaptarlo y mejorar sus necesidades y deseos. Por tanto, la adoración de lo primitivo es necesariamente el corolario y se basa en un ataque al intelecto. Es este profundamente asentado “anti-intelectualismo” el que lleva a esta cente a proclamar que la civilización es “opuesta a la naturaleza” y [que] las tribus primitivas están más cercanas a ella. (…) Y como el hombre es por encima de todo el “animal racional”, como dijo Aristóteles, esta adoración de lo primitivo es una doctrina profundamente anti-humana.
Así que la doctrina anti-humana y anti-racional considera enfáticamente a los primitivos analfabetos, salvajes y llenos de temores como el pueblo sobre el cual nosotros (los herederos de 2000 años de los mejores productos de la civilización y la raza humana) se supone que debemos modelarnos. Si una tribu primitiva existente no tiene propiedad privada o se dedica a una promiscuidad indiscriminada, esto debería ser más bien una razón para que hagamos lo contrario.
Luego se acuña el mito del “salvaje feliz”, de que los primitivos están en realidad felices y contentos. Este mito impregna el volumen de Polanyi. Quitemos los vestigios de la mitología romántica y veamos a estos salvajes tal y como son. Son, en primer lugar, completos esclavos de su entorno. Cuando el árbol frutal madura, quizá puedan subsistir tomando la fruta del árbol, pero supongamos que hay un año una plaga en los frutales. ¿Qué le pasa a esta tribu despreocupada? Muere en masa. No sorprende que las tribus primitivas sean pequeñas en número.
En segundo lugar, la vida del primitivo es una vida de terror constante. Terror hacia el mundo que le rodea, que no entiende ni puede entender, ya que no ha realizado ningún tipo de investigación científica racional sobre su funcionamiento. Nosotros sabemos lo que es una tormenta y por tanto no la tememos y podemos tomar medidas racionales contra los rayos; el salvaje no lo sabe y por tanto supone que el Dios del Trueno está descontento con él y que por tanto debe apaciguarlo con ofrendas y sacrificios votivos (a veces sacrificios humanos). Como el salvaje no tiene un concepto del mundo organizado bajo una ley natural (un concepto que emplean razón y ciencia), cree que el mundo está regido por un grupo de espíritus y demonios caprichosos, cada uno de los cuales solo puede apaciguarse (solo con “éxito” parcial) por medio de rituales, magia y una clerecía de doctores brujos especializados en este apaciguamiento. Tanto miedo tiene el salvaje que no puede hacer nada por sí mismo, que su individualidad está completamente subdesarrollada, porque el individuo salvaje no hace casi ningún uso de su razón y su mente. Por tanto, prácticamente todo lo que hace el salvaje está regido por tabúes u órdenes inmutables y completamente irracionales: por la costumbre.
Y esta es la criatura llena de miedo, apenas humana a quien nosotros, gente que ha utilizado su intelecto para “conquistar” la naturaleza, se nos pide que emulemos, a quien Polanyi elogia por ser verdaderamente “social” y por estar felizmente libre del despotismo “inhumano” del mercado libre.
Además, la vida del salvaje, como dice Hobbes, es “desagradable, brutal y corta”. Su esperanza de vida es muy corta y su vida se ve devastada por todo tipo de enfermedades, enfermedades ante las que no puede hacer nada, excepto dar comida a brujos doctores para recitar encantamientos. El creciente triunfo sobre l enfermedad solo se ha hecho posible por el avance de la civilización: por el uso de la razón, por el capitalismo y por el mercado.
Polanyi admira la sociedad tribal y otras sociedades de casta porque “nadie se muere de hambre”. Podría reconocerse que todos están en un nivel de subsistencia, concede, pero ninguna persona muere de hambre. ¿Es muy reconfortante que todos de mueran de hambre juntos? Es una declaración grotesca. El mundo primitivo (en realidad, todos los mundos antes de la Revolución Industrial) [está] constantemente acosado por las hambrunas y las plagas. La “hambruna” fue algo que ocurría continuamente antes de la Revolución Industrial; desde la R.I. nunca hemos oído hablar de hambrunas (las únicas hambrunas recientes ha sido en la China comunista y, antes, en la Rusia soviética). La hambruna deriva de una falta de comercio inter-local; cuando se pierde una cosecha en una localidad, como no hay prácticamente comercio con otras, la mayoría de la gente pasa hambre. Es precisamente la permeabilidad del libre mercado en todo el mundo lo que ha acabado virtualmente con este azote del hambre, al permitir el comercio entre áreas. Es este mercado el que castiga Polanyi como proveedor de prácticamente todos los males.
Polanyi admira todas las sociedades de casta y estatus: tribales, mercantilistas o lo que sean. Una sociedad de casta, sostiene, proporciona “seguridad”. Hambre y epidemias: ¿son “seguridad”? Ninguna cantidad de restricción puede proporcionar esa producción de la que debe venir toda “seguridad” económica; de hecho, justamente lo contrario, todas las restricciones de casta, todas las restricciones al mercado, simplemente obstaculizan y dificultan la producción y por tanto mantienen a todos en el nivel de subsistencia o cerca de él. De hecho, el sistema asiático de “familia extensa” ha mantenido a China, Indonesia, etc. en la pobreza y miseria primitivas durante siglos. Esta costumbre de “compartir y compartir por igual”, que Polanyi indudablemente admira, decreta que tan pronto como una persona hace un poco más de dinero, debe distribuirlo a prorrata entre todos los parientes, cercanos y lejanos. Como consecuencia de este “noble” sistema, no hay incentivo para ningún chino para ganar más y producir más y, por tanto, los chinos (antes del comunismo) no lo hicieron y no progresaron. En Java, el sistema de villas comunales, definitivamente del gusto de Polanyi, significa que una Java hambrienta y masivamente superpoblada ha estado explotando y tiranizando a las islas mucho más progresistas y capitalistas de Indonesia (por ejemplo, Sumatra).
La “seguridad” del sistema de casta es la seguridad de la prisión. (Por cierto, quien quiera “seguridad” en una economía de mercado siempre puede cometer un delito e ir a la cárcel, donde habrá lista seguridad del gusto de Polanyi). Esta “seguridad” significa una desesperanza omnipresente en una sociedad de casta. El hijo de un panadero debe ser siempre panadero, aunque sus intereses y habilidades sean totalmente distintos. Nadie puede ascender ni cambiar su ocupación o hacer nada de forma diferente a sus antecesores. Esto es la aniquilación de todo lo más vital, lo más significativo, lo más vivo en la vida de cualquier persona.
Otro defecto básico en cualquier sociedad de casta (e ignorado por Polanyi) es el problema del crecimiento de la población. El brujo, la costumbre de la tribu, el jefe o rey y el profesor Polanyi, todos pueden decretar que X y el hijo de X sean panaderos, que Y y el hijo de Y sean granjeros, etc, pero ¿qué pasa cuando la población aumenta como casi invariablemente tiende a pasar? ¿Qué hará el hijo más joven? Polanyi desdeña a Malthus, pero el problema maltusiano siempre es enormemente visible en la sociedad de casta. ¿Qué ocurre cuando los “controles naturales” del hambre y la enfermedad no funcionan suficientemente? Por eso la sociedad comunal de casta de Esparta llevaban a sus bebés a los bosques a una “prueba de resistencia”, no porque los espartanos fueran de por sí un pueblo cruel, sino porque afrontaban lo que era, en el contexto de su estructura social, un problema irresoluble: qué hacer con el aumento de su población. También fue el crecimiento de la población lo que estuvo quebrando la Europa mercantilista. En crecimiento de la población fue la razón de auge de mendigos no incapacitados y ladrones en la Inglaterra del siglo XVIII. No había trabajo para ellos. Fue el auge del capitalismo, el aumento del capital para proporcionarles empleo, la expansión del mercado para producir bienes baratos para las masas, lo que no solo aumentó enormemente el nivel de vida de estas, sino asimismo proporcionó trabajos este creciente “exceso” de gente.
Además, Polanyi sigue con la vieja mentira anticapitalista de que la Revolución Industrial fue posible por el movimiento de cercado, que supuestamente echó a campesinos robustos de sus tierras y los mandó a las ciudades. No tiene sentido: no solo el movimiento de cercado cercó lo “comunal” y no a la gente y por el gran aumento en la productividad agrícola proporcionó abundancia de recursos y rentas para la revolución industrial, sino que tampoco los cercados echaron a la gente de las tierras. El exceso de población en las áreas rurales fue una consecuencia del crecimiento de la población; fue este aumento de la población rural lo que llevó a esta gente desesperada a las ciudades en busca de trabajo.
El capitalismo, por tanto, no perturbó trágicamente, como dice Polanyi, las cálidas y amorosas relaciones “sociales” de la era pre-capitalista. El capitalismo tomó a los marginados de la sociedad: los mendigos, los vagabundos, la superpoblación del campo, los inmigrantes irlandeses y les dio los trabajos y salarios que les llevaron de la indigencia a un nivel de vida y trabajo muy superiores. Es muy fácil hacer aspavientos ante el trabajo infantil en las nuevas fábricas británicas; aparentemente es todavía más fácil olvidar lo que hacía la población infantil de la Inglaterra rural antes de la Revolución Industrial, y después de la Revolución, en esas numerosas áreas de Inglaterra donde la R.I. y el nuevo capitalismo todavía no habían penetrado: esos niños morían como moscas y vivían en unas condiciones infinitamente más miserables. ¡Por esto leemos hoy, cuando nos parece inexplicable, escritos británicos y estadounidenses del periodo que alaban las nuevas fábricas por dar trabajo a mujeres y niños! Esta alabanza no fue debido a ser monstruos inhumanos: se debía al hecho de que, antes de que estuvieran disponibles esos empleos, y en aquellas regiones en que esos trabajos no estaban disponibles, mujeres y niños vivían y sufrían en condiciones infinitamente peores. Mujeres, niños, inmigrantes, después de todo, no fueron enviados a las fábricas a latigazos: iban voluntariamente y de buen grado y esa es la razón.
Hay aspectos aún más amplios del problema de la población que ignora Polanyi. Pues el capitalismo fue responsable, en cierto sentido, del enorme aumento en la población en el mundo moderno. El importante aumento en los niveles de vida del capitalismo le ha permitido liberar al mundo de los controles maltusianos, de los nefastos males de la superpoblación, y ha permitido una rápida multiplicación de la población con niveles de vida incluso superiores a los anteriores. Así que cuando Polanyi, en la práctica, nos pide que abandonemos el mercado y volvamos a una sociedad de casta o comunal o incluso tribal, no solo nos está pidiendo que abandonemos los lujos de la civilización y volvamos al nivel de subsistencia de la tribu primitiva, también está pidiendo la liquidación y erradicación de la mayoría de la población mundial. Porque si un sistema tribal o de casta “funcionara”, aunque fuera al menor nivel de subsistencia, solo funcionaría para una minoría diminuta de la población, el resto moriríamos de hambre en masa. El hecho apuntado antes, de las pequeñas cantidades de la tribu primitiva, toma entonces un significado nuevo y más terrible.
(Para una refutación del mito del cercado y un reconocimiento de que la clave fue el aumento de la población, ver W.H.B. Court, A Concise Economic History of Britain (Cambridge University Press, 1954)).
En todas sus quejas sobre laissez faire y libre mercado, Polanyi omite de alguna manera el que probablemente sea el aspecto más importante de este sistema: la libertad. En una sociedad libre nadie obliga a Polanyi ni a ningún otro a unirse al mercado libre. Si Polanyi o cualquier otro crítico es tan hostil a la supuesta tiranía, “inestabilidad”, etc., del mercado, la sociedad libre les deja irse con toda libertad. Cualquiera, en cualquier momento, puede abandonar el mercado: puede irse a los bosques y vivir de las bayas en una cueva, puede comprar su propia granja y ser completamente autosuficiente, separarse del resto del mundo o puede variar su participación tanto como quiera. Cualquiera que quiera, puede, en una sociedad libre, incluso unirse a una comuna voluntaria, como la granja Brook o un kibutz israelí y llevar una vida comunista tan dichosamente como desee. Si todos siguen teniendo la opción de hacerlo, si cualquiera tiene la opción de irse a una isla desierta o unirse a una comuna, ¿por qué es tan agresivo Polanyi con el mercado?
De hecho, la sociedad libre deja a todos esa opción. En ese caso, ¿por qué ha florecido el mercado libre cuando se ha dejado libertad a la gente, florecido hasta traer la civilización capitalista? La razón es precisamente que la enorme mayoría de la gente, en el pasado y el presente, no está de acuerdo con Polanyi: prefieren con mucho la llamada inestabilidad, infelicidad y todo lo demás del mercado, a la vida de subsistencia supuestamente feliz de una salvaje comunal. Pues si no la buieran preferido abrumadoramente, no se habrían unido al mercado: habrían sacrificado la renta monetaria por su vida agraria tribal o autosuficiente. Pero no lo hicieron. No hay mejor manera de refutar completamente los lloros de Polanyi acerca de las glorias perdidas de la “sociedad” que observar los incontables millones que han elegido la vía del mercado cuando han podido elegir libremente.
En realidad es precisamente eso por lo que siempre están llorando intelectuales como Polanyi respecto de la “cocacolización” del resto del mundo, lamentando las supuestamente perdidas glorias de la “cultura de los pueblos” en países subdesarrollados. Pues, tan pronto como tienen la oportunidad, los pueblos de todo el mundo, independientemente de su tradición cultural, abandonan su cultura supuestamente querida para adoptar costumbres occidentales, ropas occidentales, obtener un trabajo de tipo occidental o atender a turistas occidentales y ganar dinero occidental, y también beber Coca-Cola e ir a películas de Hollywood. Por ejemplo, solo llevó unos pocos años al pueblo de Japón abandonar su antigua cultura y costumbres milenarias para volverse ansiosamente hacia estos supuestamente decadentes productos traídos por el mercado de Occidente. ¿Por qué? ¿Es “imperialismo” occidental? ¿Están las tropas estadounidenses obligando a todos a drogarse con Coca-Cola?
(Para una explicación inspiradora y erudita del enorme crecimiento de un mercado y una economía de intercambio entre nativos analfabetos en África occidental, recomiendo vehemente P.T. Bauer, West African Trade, Cambridge University Press, 1954).
Incluso en países subdesarrollados que son hostiles al capitalismo, como India Ghana, etc., estos países no rechazan en absoluto los frutos de la civilización occidental a favor de sus supuestamente felices condiciones tribales. Por el contrario, quieren productos y comodidades occidentales; solo que no han entendido que hace falta capitalismo para obtenerlos.
Así que, si se les da la alternativa, casi todos eligen la economía de mercado y su civilización avanzada, incluso, curiosamente, el propio profesor Polanyi, que es evidente que no se ha apresurado a ir a alguna tribu o comuna.
¿Por qué consideramos entonces el libre mercado como “natural”, como pregunta desdeñosamente Polanyi? La razón es que el libre mercado es (1) lo que han elegido los hombres cuando se les ha dado libertad de elección y (2) lo que los hombres deberían elegir si quieren disfrutar de la estatura completa de hombres, si quieren satisfacer sus deseos y moldear la naturaleza para sus fines. Pues es el mercado el que nos da el patrón de vida de la civilización.
En su libro, Polanyi está asegurándonos continuamente que sus queridos nativos primitivos no han nada en absoluto por “ganancia” personal, solo por magia, por lo que él llama “reciprocidad”, etc. ¿Qué tiene de malo la ganancia, que Polanyi supone prácticamente que es una palabra malvada. El principio del libre mercado es el intercambio voluntario para el beneficio mutuo. Este beneficio mutuo constituye ganancia. El libre mercado es, en realidad, esa relación interpersonal que garantiza beneficio mutuo para todas las partes afectadas. ¿Por qué encuentra Polanyi esto tan odioso? ¿Por qué, en todo momento, parece preferir solo una relación interpersonal donde solo gana una parte? Pues si solo una parte gana, se esto se deduce que la otra parte pierde; en resumen, se deduce que, para Polanyi, la relación ideal entre la gente no es la ganancia mutua, sino la explotación: la ganancia de uno a costa de otro. ¿Es ésta la relación “moral”, “social” por la que se supone que hemos de abandonar la economía de mercado y la propia civilización? ¿Por qué todo los socialistas odian y condenan la relación de intercambio, la relación supuestamente “calculadora” e “inmoral” en la que ganan ambas partes? ¿Consideran más moral que A permita que le explote B y para B explotar a A? No nos equivoquemos, cuando el socialista condena a A por no dar dinero a B sin recibir nada, material o espiritual, a cambio, reclama que A sea el animal sacrificado en beneficio de un explotador B.
En su explicación de sus queridas tribus primitivas, el profesor Polanyi dice que se ocupan unos de otros, sin basarse (¡puf!) en la ganancia material, sino en la “reciprocidad” y la “redistribución”. El “principio de redistribución” es, por supuesto, este mismo principio de la explotación. Es la “redistribución”, obligada por el Estado o la tribu, de los productores a las clase parasitaria favorecida por los jefes tribales o estatales. Respecto del “principio de reciprocidad”, es evidente que Polanyi no tiene claro lo que conlleva. En una pequeña medida, en la medida en que el proceso es racional, es simplemente intercambio o trueque, introducido por una puerta trasera conceptual. En la medida en que no es racional, supone juego o deporte (lo que apenas requiere más comentario) o es magia ritual, que se ha comentado antes. Es aparentemente la última parte de la reciprocidad lo que elogia Polanyi, pues aparentemente le encanta el “comercio kula”, en el que una isla da ciertos objetos a otra y solo recibe cosas similares (¿o iguales?) años o décadas después de otra isla en el círculo. ¿Qué le gusta especialmente a Polanyi en esta falta de verdadera ganancia mutua, o es su evidente inutilidad? ¿Y, repito, debemos seguir a un grupo de salvajes dirigido por la magia?
Mencioné que la sociedad libre permitiría a Polanyi o a cualquiera que estuviera de acuerdo con él abandonar el mercado y encontrar cualquier otra forma que le resulte apropiada. Pero una y una sola cosa no se le permitiría hacer a Polanyi: usar coacción sobre los demás. Le dejaría unirse a una comuna, pero no le dejaría forzarnos a ir su comuna. Es la única diferencia y por tanto debo concluir que esta es la única queja de Polanyi contra la sociedad libre y el libre mercado: no le permiten a él ni a sus amigos, ni a nadie más, usar la fuerza para obligar a otros a hacer lo que quiera Polanyi o cualquier otro. No permite fuerza ni violencia, no permite dictados, no permite robos, no permite explotación. ¿Y todo esto en el nombre de la “humanidad”? La verdad es que Polanyi, como sus compañeros de pensamiento, es el “humanitario con guillotina”. (Ver la profunda obra de teoría política de Isabel Paterson, The God of the Machine, Putnam’s, 1943).
La defensa desnuda y abierta de la fuerza y la explotación, por supuesto, no llega muy lejos y por eso Polanyi retrocede hasta la falacia del holismo metodológico, de tratar a la “sociedad” como un ente real en sí mismo, aparte y por encima de la existencia o intereses de los miembros individuales. El mercado, truena Polanyi, perturba y desgarra la “sociedad”; las restricciones en el mercado son el método indispensable de la “sociedad” para “protegerse a sí misma”. Muy bien, hasta que empezamos a preguntar: ¿quién es la sociedad? ¿Dónde está? ¿Cuáles son sus atributos identificables? Siempre que alguien empieza a hablar de la “sociedad” o los intereses de la “sociedad” por encima de los “simples individuos y sus intereses”, una buena norma es: cuidado con tu cartera. ¡Y cuidado contigo! Porque tras la fachada de la “sociedad”, siempre hay un grupo de doctrinarios y explotadores hambrientos de poder, dispuestos a tomar tu dinero y ordenar tus actividades y tu vida. ¡Pues, de algún ellos “son” la sociedad!
La única forma inteligible de definir a la sociedad es como: el grupo de relaciones interpersonales voluntarias. ¡Y la principal de dichas relaciones voluntarias es el mercado libre! En resumen, el mercado, y las interrelaciones que aparecen en el mercado, es la sociedad o al menos la mayoría y el corazón de la misma. De hecho, contrariamente a las declaraciones de Polanyi y otros de que la sociabilidad y camaradería es anterior al mercado, la verdad es prácticamente la contraria, pues solo debido a que el mercado y su división del trabajo permiten ganancias mutuas entre hombres, estos pueden permitirse ser sociables y amistosos y pueden generarse esas relaciones amistosas. ¡Pues, en la jungla, en las sociedad tribales y de casta, no hay beneficio mutuo sino guerra por recursos escasos!
Curiosamente, en su retrato idílico de la vida tribal, Polanyi nunca parece mencionar la permanente guerra inter-tribal. Esa guerra es casi necesaria, porque hay grupos de gente luchando por recursos escasos: agua, caza, etc. El tribalismo, no el capitalismo es la “ley de la selva”, pues la guerra y el exterminio de los “poco dotados” es la única forma en que algunas de las tribus pueden seguir vivas. Es la economía capitalista de mercado, que aumenta los recursos mediante el beneficio mutuo, la que puede superar la ley de la selva y quedar por encima de esa existencia animal hasta el estatus de las civilizaciones avanzadas, así como las relaciones amigables entre hombres.
Por tanto el mercado es predominantemente social y el resto de lo social consiste en otras relaciones voluntarias, amistosas y no de mercado, que, sin embargo, también se llevan a cabo mejor sobre la base del intercambio espiritual y la ganancia mutua. (¿No es mejor que A y B sean ambos amistosos entre sí que si A es amistoso con B, pero no a la inversa?). Así que el mercado, lejos de ser un perturbador de la sociedad, es la sociedad. ¿Qué quiere entonces usar Polanyi para reemplazar al mercado? La única otra relación aparte de la voluntaria es la coactiva; en resumen, Polanyi reemplazaría al mercado por la relación “social” de fuerza y violencia, de agresión y explotación. Pero esto no es social: es profundamente antisocial. El explotador, que vive parasitariamente del productor mediante violencia, es antisocial, pues no está viviendo de acuerdo con la mejor naturaleza del hombre: produciendo e intercambiando su producto por el producto de otro. Vive del uso de la violencia, unilateral y parasitariamente a costa del productor. Es una relación profundamente antisocial y antihumana. Perturba el mercado social y lo lleva (con él) a morder el polvo a la civilización y los patrones civilizados de vida.
Franz Oppenheimer, en su brillante obra, The State (Vanguard Press, 1922), lo dice muy bien: hay dos posibles vías a la riqueza, escribía: una es produciendo, transformando materia y energía personal y luego intercambiando este producto con el producto de otro. A estos los llamaba “medios económicos”. Otra vía es esperar hasta que otro haya producido riqueza y luego apropiársela por fuerza y violencia. A estos los llamaba “medios políticos”. Qué método es “social” y cuál es profunda y perturbadoramente antisocial, debería ser algo fácil de ver. Karl Polanyi, al afirmar salvar a la sociedad del mercado, está en proceso de destruir la propia sociedad al destruir el mercado. La obra de Polanyi es una apoteosis de los medios políticos.
El que esto es lo que traería Polanyi debería ser también evidente por su explicación del trabajo libre. Para Polanyi, permitir que el trabajo sea una “materia prima” fue uno de los peores pecados del mercado libre; Polanyi propone por tanto sacar al trabajo del libre mercado. ¿Pero cuál es la única alternativa al mercado libre? Es el mercado no libre, es decir, es la servidumbre. El hombre al que no se le permite ser un trabajador libre es un siervo. De hecho, al alabar el proceso (supuestamente típico de la tribu primitiva) de trabajar sin paga, Polanyi está precisamente alabando el sistema de esclavitud. ¿Pues qué es el trabajo no libre y no pagado sino trabajo esclavo?
Polanyi, como todos los socialistas, insiste en enseñarnos que la llegada de la nueva “sociedad” sin mercado es inevitable. Así que, para él, toda restricción en el mercado en el siglo pasado aproximadamente es un “reconocimiento” de una necesidad social y no una decisión deliberada dirigida por ciertas ideas e intereses. Para conservar este mito, Polanyi critica con enfado a quienes, como Mises, creían que ciertas ideas e intereses concretos socialistas y restriccionistas produjeron estas intervenciones públicas en el mercado. Polanyi crea un hombre de paja llamado a esto una teoría “conspiratoria” de la historia, cosa que no es en absoluto. No tiene que haber una conspiración concertada para que dos estatistas o socialistas diferentes defiendan ideas estatistas en dos campos diferentes. (Por supuesto, Polanyi también ignora muy importantes conspiraciones reales, como los fabianos). El resultado deriva inevitable y “naturalmente” de las premisas que tienen los dos hombres. Al no estar dispuesto a discutir las distintas ideas en conflicto que están en juego en los problemas del socialismo frente al mercado, Polanyi trata de poner todo en el plano del determinismo social y la inevitabilidad, de forma que la volición humana no desempeña ningún papel en el [proceso].
Así que, como corolario a este rechazo de la razón, Polanyi también rechaza el libre albedrío del hombre. En su lugar, la “sociedad” actúa, determina, protege, reconoce, etc. De esta manera son los determinantes reales de la acción en la sociedad: las ideas adoptadas y seguidas por individuos se olvidan y el foco se dirige hacia las llamadas “fuerzas sociales”, la “sociedad”, etc.
Como todos los deterministas, Polanyi acaba cayendo en graves contradicciones. Pues, en lo que se refiere a la adopción del libre mercado en el siglo XIX, [Polanyi afirma] que aquí no hubo algo socialmente determinado, sino el reflejo de ideas trágicamente erróneas defendidas por ideólogos del laissez faire, que, por “intervención” en los procesos “naturales” (¿tribales? ¿de casta?) de regulación del estado, etc., produjeron temporalmente un mercado libre.
Podría seguir casi eternamente con una crítica detallada de Polanyi, pero no tiene sentido prolongar esto mucho más. El que Polnayi quiera decir fuerza y “medios políticos” se indica por sus repetidas advertencias de que la “realidad social” debe necesariamente implicar fuerza y violencia. (¿Pero por qué no fuerza limitada a combatir la fuerza agresiva, minimizando así el papel de la fuerza en la sociedad?) Polanyi, al rechazar cáusticamente el ideal del librecambismo, no se da cuenta de que está por tanto rechazando la paz internacional, pues un mundo de naciones socialistas estas inevitablemente entrarán en conflicto con los planes de otras y precipitará conflictos de intereses y guerras.
También es reveladora esta cita: “La cooperación económica (en el mercado libre del siglo XIX) se limitaba a instituciones privadas tan inconexas e ineficaces como el librecambismo, mientras que la colaboración real entre pueblos, es decir, entre gobiernos, no podía siquiera concebirse”. (Advertir la identificación totalitaria de “pueblo” con “gobierno”). Polanyi ve que el dinero material del viejo patrón oro es indispensable para una verdadera economía de libre mercado y por tanto lo condena desdeñosamente. Como la mayoría de los hombres contra el patrón oro y favor del papel moneda fiduciario, al mismo tiempo declara que el dinero es más que un producto (más que solo un “velo”) y mucho menos que un producto (el dinero es un “mero ticket”). Otra contradicción; en realidad, el dinero es apropiadamente un producto y punto. Polanyi también se equivoca completamente cuando dice que los negocios “necesitan” dosis continuas de inflación, para reforzar el poder adquisitivo, cosa que no puede hacer un patrón oro puro, y también se equivoca cuando mantiene absurdamente que un banco central no es tan deflacionista, en una contracción, como un patrón oro puro sin dicho banco central. Un banco central de por sí más inflacionista, pero cuando llegue el juicio final y deba contraer (bajo un patrón oro), lo hará mucho más de lo que sería necesario en otro caso.
Más aún: Polanyi parece pensar que ha dado un gran golpe a los economistas de libre mercado cuando dice que l comercio se desarrolló primero en canales internacionales e interregionales y no fue primero local y luego internacional. ¿Y qué? Indudablemente no es en ningún sentido una refutación de la economía del libre mercado. No sorprende que, en un mundo de granjas y casas de campo autosuficientes, el primer comercio deba ser con lugares muy distantes, que son los únicos lugares donde las granjas locales pueden obtener ciertos productos. (Por ejemplo, Europa occidental solo podía conseguir especias de Oriente Medio). En realidad esto es una manifestación de las ventajas del comercio y la división del trabajo y el crecimiento del mercado y no lo contrario.
Finalmente, en el último capítulo Polanyi trata asegurarnos que su sociedad colectivista prevista realmente conservaría muchas de las “libertades” que, admite a regañadientes, nos trajo la economía de mercado. Este capítulo es casi una presentación de libro de completa confusión acerca del concepto de “libertad” y de confusión entre los conceptos vitalmente distintos de “libertad” y “poder”.
(Sobre esta distinción crucial, siempre oscurecida por los colectivistas, ver F.A. Hayek, Comino de servidumbre). Muchas “libertades” se mantendrían, e incluso se maximizarían (después de todo, ¿no está un trabajador más dinero más “libre” y, en todo caso, a quién le importa el dinero tomado de los lujos de los ricos?), incluyendo una “libertad” como el “derecho al trabajo” sin verse discriminado por razón de raza, religión o color. Polanyi no solo cree, o afirma, en vano, que podemos tener al menos suficientes “libertades” en su sociedad colectivista, también cree, igualmente en vano, que podemos conservar el industrialismo y la civilización occidental. Ambas esperanzas son vanas; en ambos casos Polanyi cree que puede preservar el efecto (libertad de expresión o civilización industrial), destruyendo la causa (el mercado libre, los derechos privados de propiedad, etc.). De esta manera, no solo piensa como piensan Nehru and Kwame Nkrumah, piensa también de la misma manera que el salvaje a quien elogia tan exuberantemente.
En resumen: he leído pocos libros en mi vida que sean más dañinos y más mentirosos.
Publicado el 17 de septiembre de 2004. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.