“Yo siempre participé en los deportes. Entonces descubrí que era posible comprar los trofeos. Hoy soy campeón en todo”.
El chiste es de Demetri Martin, pero sirve para simbolizar el modo en que muchos brasileños piensan que la sociedad funciona: confunden el mérito de la victoria con su representación ornamental.
Cuando dos fenómenos coinciden en incontables ocasiones, nos senitmos tentados a tratarlos como si fueran un fenómeno único, a establecer a partir de las repetidas impresiones una relación de causalidad; o, cuando la causalidad efectivamente existe, a invertir la dirección de dicha causalidad. Estos son ejemplos de la falacia de asociación.
Nadie creería que es posible mejorar la calidad de los atletas olímpicos brasileños solamente aumentando la producción nacional de medallas y trofeos. Pero algunas personas bien educadas creen que, al imitar los aspectos exteriores de las conquistas personales e institucionales, estamos de facto conquistando algo más allá de la ornamentación social.
Un ejemplo era lo que Frédéric Bastiac llamaba de sisifismo: la creencia en el trabajo como un fin en si mismo. Las sociedades contemporáneas se han acostumbrado a pensar en la renta siempre en términos de sueldo, el pago por trabajo realizado. Pero el trabajo no es el bien último, es un sacrificio instrumental para la adquisición de otros bienes. Aumentar la cantidad de trabajo de una sociedad no mejora necesariamente la condición de sus miembros.
Si todas las computadoras del mundo parasen de funcionar al mismo tiempo, tendríamos mucho más trabajo por realizar, pero el mundo no se haría más rico. Entretanto, las políticas laborales se enfocan en el aumento de trabajo sin que muchos perciban el empobrecimiento que eso trae a los trabajadores.
La lucha nacional de los movimientos sindicales contra la automatización de procesos y flexibilidad contractual puede haber perpetuado determinados empleos, pero en general disminuyó la productividad relativa del trabajador brasileño. Empleos menos productivos pueden significar más trabajo, pero también significan una menor recompensa al trabajo.
La asociación entre la competición y la recompensa también puede ser errónea. En los deportes, en el entretenimiento, en los negocios, la competición más feroz normalmente es el camino para las recompensas más deseadas. Pero los premios más altos de una sociedad ni siempre son los más competitivos.
Una corrida armamentista puede significar un cierre infeliz para todos los participantes. O compare la competición para el ingreso en las universidades. En muchos casos veo a los mejores alumnos tomar decisiones basadas en las competitividad de una carrera. Mientras la medicina es una carrera muy disputada en los cursos de ingreso a la universidad, la atractiva carrera de administración de empresas termina entregando los premios más altos a sus mejores profesionales.
Políticos y empresarios también cometen errores similares. Es muy común que mercados muy competitivos, como el de los restaurantes, den menos dinero que mercados menos competitivos, como el de la tecnología. De la misma forma, ser competitivo en todas las áreas no fortalece una economía. Si los políticos pudiesen viabilizar leyes que intentasen hacer a Brasil competitiva en todos los sectores posibles, probablemente las empresas brasileñas serian pésimas en todos ellos. La lección de la ventaja comparativa es no intentar competir en todas las áreas.
Otro comparativo muy común es aquel hecho entre beneficios sociales y crecimiento económico. En todos los salones de clase del país se dice que los países con el mayor gasto en asistencialismo social son también los más ricos del mundo. Se utilizan los países de Escandinavia como ejemplo de la idea de que el welfare state hace a la población más rica. Pero lo que ocurre es que son justamente los países más ricos los que poseen más dinero que desperdiciar en asistencialismo.
Países más pobres, como los de Latinoamérica, se castigan a sí mismos al creer que un gasto asistencial a los niveles europeos va a corresponderse con un aumento de la riqueza a los niveles europeos. Es como si un carioca¹ morador de la Pavuna² pensara que cambiándonse a la Av. Atlántica³ se garantizará la renta millonaria de sus nuevos vecinos. Si tiene esa ambición, él debería mirar lo que los moradores de la Av. Atlántica hicieron antes de ser millonarios.
De la misma forma, el Brasil debería observar el camino que Suecia y Dinamarca siguieron para poder después darse al lujo de distribuir más de 25% de su PIB (GDB).
Mientras los brasileños se crean las más variadas falacias de asociación, vamos a seguir creyendo que prohibir la reprobación en la educación equivale a educar a nuestros niños, que fornecer cuotas raciales equivale a olvidar nuestros preconceptos, que bajar la tasa de interés por decreto equivale a aumentar nuestro ahorro interno.
En fin, seguiremos el cómico hábito de darnos trofeos sin conquistar ninguna victoria.
1 Morador de la ciudad de Rio de Janeiro
2 Barrio residencial e industrial de clase media de Rio de Janeiro
3 Avenida en un barrio de clase alta de Rio de Janeiro
Artículo original se encuentra aquí. Traducido por Felipe Rangel.