El alto precio de retrasar el impago

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El crédito es una herramienta maravillosa que puede ayudar a avanzar en la división del trabajo, aumentando así la productividad y la prosperidad. La concesión de crédito permite a los ahorradores extender su renta por el tiempo, como prefieran. Al tomar préstamos, los inversores pueden implantar planes de gasto productivo que serían incapaces de pagar utilizando sus propios recursos.

Lo efectos económicamente beneficiosos del crédito solo pueden producirse, sin embargo, si el sistema crediticio y monetario subyacente se basa sólidamente en principios de libre mercado. Y aquí hay un problema importante para las economías de hoy en día: el régimen crediticio y monetario que prevalece es irreconciliable con el sistema de libre mercado.

Actualmente, todas las divisas importantes del mundo (ya sea el dólar de EEUU, el euro, el yen japonés o el renminbi chino) representan papel no respaldado patrocinado por el gobierno o monedas “fiduciarias”. Estas monedas tienes tres características. Primero, los bancos centrales tienen un monopolio sobre la producción de dinero. Segundo, el dinero se crea mediante préstamo bancario (o “de la nada”), sin que los préstamos estén respaldados por ahorro real. Y tercero, el dinero que se desmaterializa puede expandirse en cualquier cantidad deseada políticamente.

Un régimen de moneda fiduciaria sufre de una serie de defectos económicos y éticos de largo alcance. Es inflacionista, causa inevitablemente olas de especulación, provoca malas inversiones y ciclos de “auge y declive” y en general estimula una creación excesiva de deuda. Y el dinero fiduciario favorece injustificablemente a unos pocos a costa de muchos: los primeros receptores del nuevo dinero se benefician a costa de los que reciben el nuevo dinero en un momento posterior (“Efecto Cantillon”).

Un asunto merece atención particular: la carga de la deuda que se acumula con el tiempo en un régimen de moneda fiduciaria se convertirá en insostenible. La principal razón para esto es que la acción de crear crédito y dinero de la nada, acompañada por tipos de interés artificialmente suprimidos, estimula las malas inversiones: inversiones que no tiene el poder de ganancia como para pagar completamente el resultante aumento de la deuda.

Los gobiernos son especialmente culpables de acumular una excesiva carga de deuda, muy ayudados por bancos centrales proporcionando una oferta inagotable de crédito con costes artificialmente bajos. Los políticos financian con crédito las promesas electorales y los votantes asienten porque esperan beneficiarse del “cuerno de la abundancia” del gobierno. La clase dirigente y la clase de los dirigidos tienen bastantes esperanzas en poder diferir el pago a futuras generaciones para ponerlo en orden.

Sin embargo llega un momento en el que los inversores privados ya no están dispuestos a refinanciar deuda vencida, y no digamos un mayor endeudamiento de bancos, grandes empresas y gobiernos. En esa situación, el auge del papel moneda está condenado al colapso: el aumento en la preocupación por los impagos de créditos es un enemigo mortal para el régimen de moneda fiduciaria. Y una vez se seca el flujo del crédito, el auge se convierte en declive. Esto es exactamente lo que estuvo a punto de ocurrir en muchas áreas de divisa fiduciaria en todo el mundo en 2008.

Un declive de moneda fiduciaria puede evolucionar fácilmente hacia una depresión a gran escala, lo que significa bancos en quiebra, empresas declarando suspensiones de pagos e incluso algunos gobiernos fracasando. La economía se contrae agudamente, causando un desempleo masivo. Esa evolución previsiblemente se interpretará como una dura prueba en lugar de un ajuste económico que resultaba inevitable por los estragos del previo auge de la moneda fiduciaria.

Todos (los de la clase gobernante y los de la clase de los gobernados) previsiblemente querrán escapar del desastre. Amenazados con una extrema dureza económica y desesperación política, sus ojos se dirigirán al banco central que, ay, puede imprimir todo el dinero deseado políticamente para mantener la liquidez de los agobiados prestatarios, sobre todo bancos y gobiernos.

Poner en marcha la imprenta electrónica se percibirá como la política del mal menor, una reacción que pudo verse muchas veces a lo largo de la turbulenta historia del papel moneda sin respaldo. Desde el final de 2008, muchos bancos centrales han sostenido a flote con éxito a sus bancos comerciales proporcionándoles nuevos créditos a tipos de interés de prácticamente cero.

Esta política significa realmente que los bancos creen aún más crédito y dinero fiduciario. Más crédito y dinero, proporcionados a tipos de interés históricamente bajos, se ven como un remedio de los problemas causados por una expansión del crédito y el dinero, proporcionados a tipos de interés bajos, para empezar. Difícilmente es un camino a seguir que inspire confianza.

Fue Ludwig von Mises el que entendió que un auge de moneda fiduciaria acabará, y realmente debe acabar, en un colapso del sistema económico. La única pregunta sin sería si ese resultado se verá precedido por una devaluación de la divisa o no:

El auge no puede continuar indefinidamente. Hay dos alternativas. O los bancos continúan la expansión del crédito sin restricciones y por tanto causan aumentos de precios en constante acumulación y una orgía de especulación siempre creciente, que, como en todos los demás casos de inflación ilimitada, acaba con una “quiebra del auge” y en un colapso del sistema monetario y crediticio. O los bancos se detienen antes de llegar a este punto, renuncian voluntariamente a una mayor expansión del crédito y producen así la crisis. La depresión les sigue en ambos casos.[1]

Una política monetaria dedicada a evitar impagos crediticios por todos los medios significaría un escenario bastante duro: depresión precedida por inflación. Es un escenario bastante similar al que se produjo, por ejemplo, en la inflación de moneda fiduciaria en la Francia del siglo XVIII.

Según Andrew Dickson White, Francia emitió papel moneda

buscando un remedio para un mal comparativamente pequeño en un mal infinitamente más peligroso. Para curar una dolencia de carácter temporal, se administró un veneno corrosivo, que se comió lo vital de la prosperidad francesa.

Progresó de acuerdo con una ley de la física social que podemos llamar la “ley de aceleración de las emisiones y la depreciación”. Era comparativamente fácil evitar la primera emisión; era mucho más difícil evitar la segunda; evitar la tercera y las posteriores era prácticamente imposible.

Llevó a la ruina (…) a comercio y manufacturas, el interés comercial, el interés agrícola. Trajo sobre ellos la misma destrucción que produciría a un holandés abrir los diques del mar para regar su jardín en un verano seco.

Acabó con la completa postración financiera, moral y política de Francia, una postración de la que solo pudo salir Napoleón.[2]


[1] Ludwig von Mises. Interventionism: An Economic Analysis. Irvington-on-Hudson, N.Y.: Foundation for Economic Education, 1998. P. 40.

[2] Andrew Dickson White. Fiat Money Inflation in France, How It Came, What It Brought, and How It Ended. D. Appleton-Century Company Inc., Nueva York y Londres: D. Appleton-Century, 1933. S. 66.


Publicado el 26 de febrero de 2014. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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