No es una exageración decir que la reputación actual de los economistas está probablemente justo por debajo de la de un vendedor de coches usados. Los recientes fracasos de las políticas económicas para impulsar el crecimiento o el empleo han empañado aún más esta imagen, Sin embargo esto contrasta con el pasado, cuando los economistas se veían como la barricada intelectual para las concepciones populares erróneas, las malas ideas o, lo que era más importante, las políticas del gobierno vendidas al público sobre falsos supuestos. Lemas populares como “protegiendo los empleos estadounidenses”, jugando al nacionalismo, pero en realidad sirviendo solo a intereses especiales. El economista del pasado nunca habría renunciado a destacar las mentiras en dicho razonamiento.
Sin embargo hoy la mayoría de los economistas se han vendido al enemigo. Trabajan para agencias públicas, como el FMI, la OCDE, el Banco Mundial, bancos centrales, o para instituciones académicas donde su investigación está fuertemente subvencionada por agencias públicas. Para tener éxito, tienen que “ponerse en línea”. No muerdes la mano que te da de comer.
Hoy, estos economistas y periodistas comprados y pagados nos informan de los peligros de la deflación y de los riesgos de la “baja-flación” y de cómo la imprenta nos protegerá de esta catástrofe, Pero no hay ninguna justificación teórica o empírica para este temor. Por el contrario, una oferta monetaria estable permitiría a los precios servir mejor la función crítica de asignar recursos donde sean más necesarios. El crecimiento resultante de una moneda estable se asociaría normalmente con precios en rápida caída, como pasó durante la mayoría del siglo XIX.
Cuando el presidente Obama habló por primera vez acerca de aumentar el salario mínimo, Paul Krugman, un premio Nobel en economía, publicó rápidamente un artículo apoyando ese aumento. Pero incluso un estudiante de primer año de economía sabe que los controles de precios distorsionan la función de asignación de recursos de los precios, beneficiando así a un grupo de intereses especiales a costa del resto de la sociedad. Aunque algunos reciban un salario mínimo superior, muchos otros simplemente serán bajados de autobús. Un comentarista político no debería disfrazarse de economista.
Los economistas también tienen “envidia de la física” y están enamorados del empirismo y los modelos matemáticos. Para trabajar en un banco central tienes que estar familiarizado, si no ser casi un experto, en los modelos DSGE. El problema con estos modelos o cualquier modelo económico, es que los parámetros no son constantes, la mayoría de las variables están interrelacionadas con interrelaciones en cambio constante y la variables omitidas, como las expectativas, algunas de las cuales no son medibles, se rechazan cómodamente como si no fueran importantes. Es como tomar un mapa de líneas de navegación y omitir las islas.
La economía es una ciencia social y las técnicas tomadas de las ciencias físicas son simplemente inapropiadas. Como no tenemos un laboratorio para realizar experimentos económicos, es difícil distinguir entre asociación y causación o determinar correctamente la dirección de la causación. La actividad económica se basa en acciones humanas, con muy poca regularidad empírica. Puede ser un día soleado y haber esquiado durante tres días. Eso no significa que vayas a esquiar el cuarto día. Tus acciones simplemente no pueden modelarse como las reacciones de ratas de laboratorio en un experimento de biología. Al contrario que la relación al sonido de los zombis en TheWalking Dead, los humanos no reaccionan necesariamente a los mismos eventos de la misma manera. Los economistas de la Fed deben estar rascándose sus cabezas preguntándose por qué las empresas no reaccionaron a los tipos de interés más bajos como hicieron antes de la burbuja punto com. Es el viejo refrán de “Me engañas una vez, culpa tuya; me engañas dos, culpa mía”.
Cuando se consigue un doctorado en física o en medicina, no se pierde el tiempo entendiendo teorías de hace 200 años. La profesión siempre avanza, ¿no? En economía, tomamos erróneamente la misma actitud. L macroeconomía como profesión no ha avanzado, sino retrocedido. Teníamos una mejor comprensión de la macroeconomía hace 80 años. Los políticos pusieron a Keynes en un pedestal porque les daba la fundamentación teórica para justificar políticas que habían sido justamente ridiculizadas en el pasado por economistas clásicos.
Estos economistas, como Smith, Say, Ricardo y Mill, pelearon con denuedo para acabar con el error popular de que el problema era la sobreproducción y la falta de dinero. Hoy, los principales economistas nos dicen que todo irá bien si podemos estimular la demanda (por tanto, demasiada producción) o tener más dinero mediante flexibilización cuantitativa. Son los mismos errores promulgados por los mercantilistas hace 250 años. Hoy la diferencia es que los economistas son los aliados de los mercantilistas en lugar de sus enemigos.
El papel del economista debería ser explicar no solo los efectos directos de las políticas económicas, sino también los indirectos. Los economistas no deberían decirnos solo lo que se ve, sino lo que no se ve y, lo más importante, lo que debería preverse. Los economistas al unísono deberían haber informado al público de que el gasto público masivo después del crash de 1008 habría creado más crecimiento y empleado si el dinero se hubiera dejado en manos privadas. Financiar “dinero por chatarra”, el gobierno tomo dinero prestado que normalmente se hubiera usado para construir fábricas y equipamiento o bienes de capital, la fuente real de crecimiento en una economía. Como dijo elocuentemente Murray Rothbard, esta es una trasferencia de “recursos del [sector privado] productivo al sector público parasitario y contraproducente”.
Vivimos en un planeta con una limitación llamada gravedad. Podemos adaptarnos a la ley de la gravedad creando inventos como los aviones, pero no podemos desafiarla saltando sin paracaídas de un edificio. Lo mismo pasa con la economía y con la ley de la escasez. Creemos falsamente que por alguna razón si el gobierno falsifica legalmente papel sin valor o gasta el dinero de otros seremos capaces de acabar con la ley de la escasez.
J.B. Say dijo una vez que los economistas deberían ser “espectadores pasivos” que no dan consejos. Podría haber añadido: “y no duermen con el enemigo”.
Publicado el 17 de abril de 2014. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.