Fundamentos de la acción humana

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[El hombre, la economía y el estado (1962)]

La ley de los retornos

Hemos concluido que el valor de cada unidad de cualquier bien es igual a su utilidad marginal en cualquier momento y que este valor está determinado por la relación entre la escala de deseos del actor y las existencias disponibles de bienes. Sabemos que hay dos tipos de bienes: bienes de consumo, que sirven directamente deseos humanos, y bienes de producción, que ayudan en el proceso de producción para acabar produciendo bienes de consumo. Está claro que la utilidad de un bien de consumo es el fin al que atiende directamente. La utilidad de un bien de producción es su contribución en la producción de bienes de consumo. Con el valor imputado retrotrayéndose de los fines de los bienes de consumo a través de los diversos órdenes de bienes de producción, la utilidad de cualquier bien de producción es su contribución a su producto: el bien de producción de etapas inferiores o el bien de consumo.

Como se ha explicado antes, el mismo hecho de la necesidad de producir bienes de consumo implica una escasez de factores de producción. Si los factores de producción en cada etapa no fueran escasos, habría cantidades ilimitadas disponibles de factores en la siguiente etapa inferior. Igualmente, se concluía que, en cada etapa de producción, el producto debe producirse por más de un factor escaso de orden superior de producción. Si solo fuera necesario un factor para el proceso, entonces el propio proceso no sería necesario y los bienes de consumo estarían disponibles en abundancia ilimitada. Así, en cada etapa de producción, los bienes producidos deben haberse producido con la ayuda de más de un factor. Estos factores cooperan en el proceso de producción y se denominan factores complementarios.

Los factores de producción están disponibles como unidades de una oferta homogénea, igual que los bienes de consumo. ¿Sobre qué principios evaluará un actor una unidad de un factor de producción? Evaluará una unidad de oferta basándose en el producto menos valorado al que tenga que renunciar si se le privara del factor unitario. En otras palabras, evaluará cada unidad de un factor como igual a las satisfacciones proporcionadas por su unidad marginal (en este caso, la utilidad de su producto marginal). El producto marginal es el producto perdido por una pérdida de la unidad marginal, y su valor se determina o bien por su producto marginal en la siguiente etapa de producción, o bien, si es un bien de consumo, por la utilidad del fin que satisface. Así, el valor signado a una unidad de un factor de producción es igual al valor de su producto marginal o su productividad marginal.

Como el hombre desea satisfacer tantos fines como sea posible y en el menor tiempo posible, de esto se deduce que buscará el máximo producto de unidades dadas de factores en cada etapa de producción. Mientras los bienes estén compuestos por unidades homogéneas, su cantidad podrá medirse en términos de estas unidades y el actor podrá conocer cuándo tiene más o menos suministro. Así, mientras que el valor y la utilidad no pueden medirse o someterse a suma, resta, etc., las cantidades de unidades homogéneas de una oferta pueden medirse. Un hombre sabe cuántos caballos o vacas tiene y sabe que cuatro caballos son el doble de dos caballos.

Supongamos que un producto P (que puede ser un bien de producción o un bien de consumo) se produce con tres factores complementarios, X, Y y Z. Son todos bienes de producción de un orden superior. Como las ofertas de bienes con definibles cuantitativamente y como por naturaleza las causas cuantitativas llevan a efectos cuantitativamente observables, estamos siempre en disposición de decir que: a cantidades de X, combinadas con b cantidades de Y y c cantidades de Z llevan a p cantidades del producto P.

Supongamos ahora que mantenemos sin cambios las cantidades b y c. Las cantidades a y por tanto p son libres de variar. El valor de a que produce el máximo p/a, es decir, el máximo retorno medio de producto se llama cantidad óptima de X. La ley de los retornos dice que con una cantidad constante de factores complementarios, siempre existe una cantidad óptima del factor variable. Al disminuir o aumentar la cantidad del factor variable respecto del óptimo, p/a, el producto de la unidad media disminuye. El grado cuantitativo desea disminución depende de las condiciones concretas de cada caso. Al aumentar el suministro del factor variable, por debajo de este óptimo, el retorno medio del producto respecto del factor variable aumenta; después del óptimo disminuye. A estos pueden llamarse estados retornos crecientes y retornos decrecientes para el factor, con el retorno máximo en el punto óptimo.

La ley de que debe existir ese óptimo puede probarse contemplando las implicaciones de lo contrario. Si no hubiera óptimo, el producto medio aumentaría indefinidamente al aumentar la cantidad del factor X. (No podría aumentar indefinidamente al disminuir la cantidad, ya que el producto sería cero cuando la cantidad de factor sea cero). Pero si p/a puede siempre aumentarse simplemente aumentando a, esto significa que la cantidad deseada de P podría conseguirse simplemente aumentando la oferta de X. Esro significaría que la oferta proporcional de factores Y y Z puede ser siempre muy pequeña; cualquier disminución en su oferta puede siempre verse compensada para aumentar la producción aumentando la oferta de X. Esto significaría que el factor X es perfectamente sustituible por los factores Y y Z y que la escasez de estos últimos factores no supondría ninguna preocupación para el actor mientras el factor X estuviera disponible en abundancia. Pero una falta de preocupación por su escasez significa que Y y Z ya no serían factores escasos. Solo quedaría un factor escaso, X. Pero hemos visto que debe haber más de un factor en cada etapa de producción. En consecuencia, la misma existencia de diversos factores de producción implica que el retorno medio de producto para cada factor debe tener algún valor máximo u óptimo.

En algunos casos, la cantidad óptima de un factor puede ser la única cantidad de puede cooperar efectivamente en el proceso de producción. Así, por una fórmula química conocida, puede hacer falta exactamente dos partes de hidrógeno y una parte de oxígeno para producir una unidad de agua. Si la oferta de oxígeno se fija en una unidad, entonces cualquier oferta de hidrógeno por debajo de dos partes no producirá ningún producto en absoluto y todas las partes por debajo de las dos de hidrógeno serán bastante inútiles. No solo la combinación de dos hidrógenos y un oxígeno será la combinación óptima, sino que será la única cantidad de hidrógeno que será útil en absoluto en el proceso.

La relación entre producto medio y producto marginal para un factor variable puede verse en el ejemplo hipotético ilustrado en la tabla 1. Aquí hay una imagen hipotética de los retornos para un factor variable, con los demás factores fijos. El producto unitario medio aumenta hasta llegar a un pico de ocho con cinco unidades de X. Este es el punto óptimo del factor variable. El producto marginal es el aumento en el producto total proporcionado por la unidad marginal. En cualquier oferta dada de unidades de factor X, una pérdida de una conllevaría una pérdida de producto total igual al producto marginal.

Tabla 1

FACTOR Y

 

UNIDADES

FACTOR X

 

UNIDADES

PRODUCTO TOTAL

p UNIDADES

UNIDAD MEDIA

p/a

PRODUCTO MARGINAL

∆p/∆a

3 0 0 0
3 1 4 4 4
3 2 10 5 6
3 3 18 6 8
3 4 30 7,5 12
3 5 40 8 10
3 6 45 7,5 5
3 7 49 7 4

Así, si la oferta de X aumenta de tres a cuatro unidades, el producto total aumenta de 18 a 30 unidades y este aumento es el producto marginal de X con una oferta de cuatro unidades. Igualmente, si la oferta se baja de cuatro a tres unidades, el producto total bajará de 30 a 18 unidades, y por tanto el producto marginal es 12.

Es evidente que la cantidad de X que proporcionará el óptimo de producto medio no es necesariamente la cantidad que maximiza el producto marginal del factor. A menudo el producto marginal llega a su pico antes que el producto medio. La relación que siempre se mantiene matemáticamente entre el producto medio y el marginal de un factor es que al aumentar el producto medio (retornos crecientes) el producto marginal es mayor que el producto medio. En sentido contrario, al disminuir el producto medio (retornos decrecientes), el producto marginal es menor que el producto medio.[1]

De esto se deduce que cuando el producto medio está en su máximo, equivale al producto marginal.

Está claro que, con un factor variable, es fácil para el actor establecer la proporción de factores para conseguir el retorno óptimo para el factor. ¿Pero cómo puede el actor establecer una combinación óptima si todas pueden variar en su oferta? Si una combinación de cantidades de X, Y y Z produce un retorno óptimo para X y otra combinación produce un retorno óptimo para Y, etc., ¿cómo va a determinar el actor qué combinación elegir? Como no puede comparar cuantitativamente unidades de X con unidades de Y o Z, ¿cómo puede determinar la proporción óptima de factores? Este es un problema fundamental para la acción humana y sus métodos de solución se tratarán en capítulos posteriores.

Convertibilidad y valoración

Los factores de producción se valoran de acuerdo con su contribución prevista en la producción final de bienes de consumo. Sin embargo los factores difieren en el grado de su especificidad, es decir, en la variedad de bienes de consumo en la producción a los que pueden servir. Ciertos bienes son completamente específicos (son útiles para producir solo un bien de consumo). Así, cuando, en épocas pasadas, los extractos de semillas de mandrágora se consideraban útiles para sanar enfermedades, la semilla de mandrágora era un factor de producción completamente específico (solo era útil para este propósito). Cuando cambiaron las ideas de la gente y la mandrágora se consideró inútil, las semillas perdieron completamente su valor. Otros bienes de producción pueden ser relativamente inespecíficos y capaces de ser empleados en una amplia variedad de usos. No podrían ser nunca perfectamente inespecíficos (igualmente útiles en toda producción de bienes de consumo) pues, en ese caso, serían condiciones generales de bienestar disponibles en abundancia ilimitada para todos los fines. No habría necesidad de economizarlos. Sin embargo, los factores escasos, incluyendo los relativamente inespecíficos, deben emplearse en sus usos más urgentes. Igual que una oferta de bienes de consumo irá primero a la satisfacción de los deseos más urgentes, luego a los deseos siguientes más urgentes, etc., una oferta de factores se asignará por los actores primero a los usos más urgentes en la producción de bienes de consumo, luego a los siguientes usos más urgentes, etc. La pérdida de una unidad de oferta de un factor conllevará la pérdida del uso menos urgente de los actualmente satisfechos.

Por ejemplo, supongamos que los puros repentinamente pierden su valor como bienes de consumo, que ya no se desean. Aquellas máquinas de fabricación de puros que no sean usables para otra cosa perderán todo su valor. Sin embargo las hojas de tabaco perderán parte de su valor, pero pueden convertirse a usos como la producción de cigarrillos con poca pérdida de valor. (Sin embargo, una pérdida de todo deseo de tabaco, generará una pérdida mucho mayor en el valor de los factores, aunque parte del terreno puede rescatarse pasando de la producción de tabaco a algodón).

Supongamos, por el contrario, que un tiempo después de que los cigarros hayan perdido su valor, este producto recupera el favor del público y recupera su antiguo valor. Las máquinas de fabricación de puros que habían perdido todo su valor recuperan ahora esa gran pérdida. Por otro lado, las hojas de tabaco, las tierras, etc., que se habían cambiado de los puros a otros usos volverán a la producción de puros. Estos factores ganarán valor, pero su ganancia, como su pérdida previa, será menor que la ganancia del factor completamente específico. Estos son ejemplos de una ley general de que un cambio en el valor del producto causa un cambio mayor en el valor de los factores específicos que en el de los valores inespecíficos.

Para ilustrar más la relación entre convertibilidad y valoración, supongamos que los factores complementarios 10X, 5Y y 8Z producen una oferta de 20P. Primero supongamos que cada uno de estos factores sea completamente específico y que ninguno de los factores pueda ser reemplazado por otras unidades. Luego si se pierde la oferta de uno de factores (digamos 10X), se pierde todo el producto y los demás factores pierden todo su valor. En ese caso, la oferta de ese factor al que debe renunciarse o que se pierde iguala en valor el valor de todo el producto: 20P, mientras que los demás factores tienen un valor cero. Un ejemplo de producción con factores puramente específicos es un par de zapatos: la perspectiva de pérdida de un zapato se valora como el valor de todo el par, mientras que  el otro zapato pierde todo su valor en caso de pérdida. Así que, conjuntamente, los factores 10X, 5Y y 8Z producen un producto que se valora, por ejemplo, como el 11º en la escala de valores del actor. Si se pierde la oferta de uno de los factores, los demás factores complementarios pierden completamente su valor.

Supongamos ahora, en segundo lugar, que cada uno de los factores sea inespecífico: que 10X puedan usarse en otra línea de producción que genere un producto, por ejemplo, clasificado como 21º en la escala de valor; que 5Y en otro uso genere un producto clasificado como 15º en la escala de valor del actor y que 8Z pueda usarse para generar un producto clasificado como 30º. En ese caso, la pérdida de 10X significaría que en lugar de satisfacer un deseo clasificado como 11º, las unidades de Y y Z se trasladarían a su siguiente uso más valorado y en su lugar se satisfarían los clasificados como 15º y 30º. Sabemos que el actor prefería la satisfacción de un deseo clasificado como 11º a la satisfacción de deseos clasificados como 15º y 30º: de otra forma, los factores no se dedicarían a producir P para empezar. Pero ahora la pérdida de valor está lejos de ser total, ya que los demás factores todavía pueden generar un retorno en otros usos.

Los factores convertibles se asignarán en distintas líneas de producción de acuerdo con los mismos principios con que se asignan los bienes de consumo entre los fines a los que sirven. Cada unidad de oferta será asignada a satisfacer los deseos más urgentes de los no satisfechos todavía, es decir, donde sea más alto su valor marginal. Una pérdida de una unidad de factor privará al actor solo del menos importante de los usos actualmente satisfechos, es decir, ese uso en el que el valor del producto marginal sea el menor. Esta decisión es análoga a la implícita en ejemplos anteriores que comparaban la utilidad marginal de un bien con la utilidad marginal de otro. El producto marginal peor clasificado puede considerarse como valor del producto marginal de cualquier unidad de factor, teniendo en cuenta todos los usos. Así, en el caso anterior, supongamos que X sea un factor convertible en multitud de usos distintos. Si una unidad de X tiene un producto marginal de, digamos, 3P, un producto marginal en otro uso 2Q, 5R, etc., el actor clasifica los valores de estos productos marginales de X en su escala de valor. Supongamos que los clasifica en este orden: 4S, 3P, 2Q, 5R. En este caso, supongamos que afronta la pérdida de una unidad de X. Renunciará al uso de una unidad de X en la producción de R, donde el producto marginal se clasifica peor. Incluso si tiene lugar la pérdida en la producción de P, no renunciará a 3P, sino que trasladará una unidad de X del uso menos valorado R y renunciará a 5R. Así, igual que el actor renunciaba al uso de un caballo para darse un paseo de placer y no para tirar de un carro pasándolo del primer uso al segundo, el actor que, por ejemplo, pierde un haz de madera que iba a usar para construir una casa, renunciará a un haz que le iba a dar un servicio menos valioso (por ejemplo, construir un trineo). Así, el valor del producto marginal de una unidad de un factor será igual a su valor en su uso marginal, es decir, ese uso atendido por las existencias del valor cuyo producto marginal esté peor clasificado en su escala de valor.

Ahora podemos ver mejor por qué, en casos en que los productos se hacen con factores específicos y convertibles, la ley general sostiene que el valor delos factores convertibles cambia menos que el de los factores específicos en respuesta a un cambio en el valor de P o en las condiciones de su producción. El valor de una unidad de un factor convertible se establece, no por las condiciones de su empleo en un tipo de producto, sino por el valor de su producto marginal cuando se toman en consideración todos sus usos. Como un factor específico solo puede usarse en una línea de producción, su valor unitario se establece igualándolo con el valor del producto marginal solo en esa línea de producción. Por tanto, en el proceso de valoración, los factores específicos son mucho más sensibles a las condiciones en cualquier proceso de producción de lo que los son los factores inespecíficos.[2]

Respecto del problema de las proporciones óptimas, el proceso de imputación de valor de los bienes de consumo para los factores plantea muchos grandes problemas que se explicarán en capítulos posteriores. Como un producto no puede medirse contra otros productos, y las unidades de distintos factores no pueden compararse entre sí, ¿cómo puede imputarse valor cuando, como en una economía moderna, la estructura de producción es muy compleja, con multitud de productos y con factores convertibles e inconvertibles? Se verá que la imputación de valor es fácil para actores aislados tipo Robinson, pero que hacen falta condiciones especiales para permitir el proceso de imputación de valor, así como el proceso de asignación de factores, para que tenga lugar en una economía compleja. En particular, las diversas unidades de productos y factores (no los valores, por supuesto) deben ser conmensurables y comparables.

Trabajo frente a ocio

Dejando aparte el problema de asignar la producción a lo largo de las líneas más deseadas y de medir un producto frente a otro, es evidente que todo hombre desea maximizar su producción de bienes de consumo por unidad de tiempo. Trata de satisfacer tanto bienes importantes como sea posible y en el mínimo tiempo posible. Pero para aumentar la producción de sus bienes de consumo debe aliviar la escasez de factores escasos de producción: debe aumentar la oferta disponible de estos factores escasos. Los factores dados por la naturaleza están limitados por su entorno y por tanto no pueden aumentar. Esto le deja con la alternativa de aumentar su oferta de bienes de capital o de aumentar su gasto en trabajo.

Podría decirse que otra forma de aumentar su producción es mejorar su conocimiento técnico sobre cómo producir los bienes deseados, cómo mejorar sus recetas. Sin embargo, una receta solo puede establecer límites externos en sus aumentos de la producción; los aumentos reales solo pueden lograrse con un aumento en la oferta de factores productivos. Así, supongamos que Robinson Crusoe llega, sin equipo, a una isla desierta. Puede ser un ingeniero competente y tener un pleno conocimiento de los procesos necesarios para construirse una mansión. Pero sin disponer de la oferta necesaria de factores, su conocimiento podría no bastar para construir dicha mansión.

Así que un método por el que el hombre puede aumentar su producción por unidad de tiempo es aumentando su gasto de trabajo. Sin embargo, en primer lugar, las posibilidades de expansión están estrictamente limitadas (por el número de personas existentes en cualquier momento y el número de horas del día). En segundo lugar, está limitado por la capacidad de cada trabajador, y esta capacidad tiende a variar. Y, finalmente, hay una tercera limitación en la oferta de mano de obra: si el trabajo es directamente satisfactorio por sí mismo o no, ya que el trabajo siempre implica la renuncia al ocio, un bien deseable.[3]

Podemos concebir un mundo en el que no se desee ocio y el trabajo sea meramente un útil factor escaso a economizar. En un mundo así, la oferta total de trabajo disponible sería igual a la cantidad total de trabajo que puedan dedicar los hombres. Todos ansiarían trabajar al máximo de capacidad, ya que aumentar el trabajo llevaría a aumentar la producción de bienes deseados de consumo. Todo el tiempo no requerido para mantener y conservar la capacidad de trabajarse dedicaría al trabajo.[4] Esa situación es concebible que exista, y podría realizarse un análisis económico sobre esta base. Sin embargo, sabemos por observación empírica que esa situación es muy rara en la condición humana. Para casi todos los actores, el ocio es un bien de consumo, a considerar frente a la perspectiva de adquirir otros bienes de consumo, incluyendo la posible satisfacción por el propio trabajo. Cuanto más trabaja un hombre, menos ocio puede disfrutar. Por tanto el aumento de trabajo reduce la oferta disponible de ocio y la utilidad que proporciona. Por consiguiente, “la gente solo trabaja cuando valora el retorno del trabajo por encima de la disminución en satisfacción producida por la disminución del ocio”.[5] Es posible que incluida en este “retorno” de satisfacción generada por el trabajo pueda estar la satisfacción en el propio trabajo, en el gasto voluntario de energía en una tarea productiva. Cuando no existen estas satisfacciones del trabajo, entonces sencillamente el valor esperado del producto generado por el esfuerzo se comparará frente a la desutilidad implicada en renunciar al ocio: la utilidad de ocio perdido. Cuando el trabajo sí proporciona satisfacciones intrínsecas, la utilidad del producto generado incluirá la utilidad proporcionada por el propio esfuerzo. Sin embargo, a medida que aumenta la cantidad de esfuerzo, la utilidad de las satisfacciones proporcionadas por el propio trabajo disminuyen y la utilidad de las sucesivas unidades del producto final también disminuye. Tanto la utilidad marginal del producto final como la utilidad marginal de la satisfacción del trabajo disminuyen con un aumento en su cantidad, porque ambos bienes siguen la ley universal de la utilidad marginal.

Al considerar un gasto de su trabajo, el hombre no solo tiene en cuenta cuáles son los fines más valiosos a los que puede servir (como hace con todos los demás factores), incluyendo esos fines posiblemente la satisfacción derivada del propio trabajo productivo, sino que también sopesa la perspectiva de abstenerse del gasto en trabajo para obtener el bien de consumo llamado ocio. El ocio, como cualquier otro bien, está sujeto a la ley de la utilidad marginal. La primera unidad de ocio satisface un deseo más urgentemente sentido; la siguiente sirve aun fin menos valorado; la tercera a un fin aún menos valorado, etc. La utilidad marginal del ocio disminuye al aumentar la oferta y esta utilidad es igual al valor del fin que tendría que abandonarse con la pérdida de la unidad de ocio. Pero, en ese caso, la desutilidad marginal del trabajo (en términos de ocio perdido) aumenta con cada aumento en la cantidad de trabajo realizado.

En algunos casos, el propio trabajo puede ser positivamente desagradable, no solo por el ocio perdido, sino también por las condiciones concretas asociadas al trabajo concreto que el actor encuentra desagradables. En estos casos, la desutilidad marginal del trabajo incluye tanto la desutilidad debida a estas condiciones como la desutilidad debida al ocio perdido. Los aspectos dolorosos del trabajo, como la pérdida de ocio, se soportan por la consecución del producto final. La adición del elemento de desagrado en ciertos tipos de trabajo puede reforzar y ciertamente no compensa la desutilidad marginal creciente impuesta por la acumulación de ocio perdido al aumentar el tiempo dedicado al trabajo.

Así, para cada persona y tipo de trabajo realizado, el balance de la utilidad marginal del producto de unidades potenciales de trabajo frente a la desutilidad marginal del esfuerzo incluiría la satisfacción o insatisfacción con el propio trabajo, además de la evaluación del producto final y el ocio perdido. El propio trabajo puede proporcionar una satisfacción positiva, un dolor o insatisfacción positiva o puede ser neutral. En los casos en que el propio trabajo proporciona satisfacciones positivas, sin embargo, estas se entremezclan y no pueden separarse de la perspectiva de obtener el producto final. Privado del producto final, el hombre considerará su trabajo sin sentido e inútil y el propio trabajo ya no le proporcionará satisfacciones positivas. Aquellas actividades que se realizan puramente por sí mismas no son trabajo sino puro juego, bienes de consumo en sí mismos. El juego, como bien de consumo, está sujeto a la ley de la utilidad marginal, como todos los bienes, y el tiempo dedicado a jugar se comparará frente a la utilidad a obtener de otros bienes conseguibles.[6]

Por tanto, en el gasto de cualquier hora de trabajo, el hombre compara la desutilidad del trabajo que implica (incluyendo el ocio perdido más cualquier insatisfacción que derive del propio trabajo) frente a la utilidad de la contribución que haría en esa hora a la producción de los bienes deseados (incluyendo bienes futuros y cualquier placer en el propio trabajo), es decir, con el valor de su producto marginal. En cada hora gastará su esfuerzo para producir ese bien cuyo producto marginal sea más alto en su escala de valor. Si debe renunciar a una hora de trabajo, renunciará a una unidad de aquel bien cuya utilidad marginal sea más baja en su escala de valor. En cada momento equilibrará la utilidad del producto en su escala de valor con la desutilidad de más trabajo. Sabemos que la utilidad marginal de un hombre de bienes proporcionados por trabajo disminuirá al aumentar su gasto en trabajo. Por otro lado, con cada nuevo gasto en trabajo, la desutilidad marginal del trabajo continúa aumentando.  Por tanto, un hombre gastará su trabajo mientras la utilidad marginal del retorno exceda la desutilidad marginal del esfuerzo laboral. Un hombre dejará de trabajar cuando la desutilidad marginal del trabajo sea mayor que la utilidad marginal de los bienes incrementados proporcionados por el trabajo.[7]

Luego al aumentar su consumo de ocio, disminuirá la utilidad marginal del ocio, mientras que aumenta la utilidad marginal de los bienes perdidos, hasta que finalmente la utilidad delos productos marginales perdidos se hace mayor que la utilidad marginal del ocio y el actor volverá a trabajar.

Este análisis de las leyes del esfuerzo laboral sean deducido de las implicaciones del axioma de la acción y la suposición del ocio como bien de consumo.


[1] Para una prueba algebraica, ver George J. Stigler, The Theory of Price (New York: Macmillan & Co., 1946), pp. 44-45.

[2] Para más detalles sobre este tema, ver Böhm-Bawerk, Positive Teoría del capital, pp. 170-188 y Hayek, La contrarrevolución de la ciencia, pp. 32-33.

[3] Esta es la primera proposición en este capítulo que no se ha deducido del axioma de la acción. Es una suposición subsidiaria, basada en la observación empírica del comportamiento humano real. No es deducible de la acción humana, porque su contrario es concebible, aunque no exista por lo general. Por otro lado, las suposiciones por encima de las relaciones cuantitativas de causa y efecto estaban implícitas lógicamente en el axioma de la acción, ya que el conocimiento de relaciones concretas causa-efecto es necesario para cualquier decisión de actuar.

[4] Cf. Mises, La acción humana, p. 131.

[5] Ibíd., p. 132.

[6] El ocio es la cantidad de tiempo no dedicada al trabajo y el juego puede considerarse como una de las formas que puede tomar el ocio al producir satisfacción. Sobre trabajo y juego, cf. Frank A. Fetter, Principios de economía (Nueva York: The Century Co., 1915), pp. 171-177, 191, 197-206.

[7] Cf. L. Albert Hahn, Common Sense Economics (Nueva York: Abelard-Schuman, 1956), pp. 1 y ss.


Publicado el 21 de febrero  de 2012. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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