El Jardín de la Envidia de Piketty

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El resentimiento es una emoción que puede durar toda la vida y que nunca le fallará. En comparación, las demás emociones son fugaces y poco confiables. He tratado de odiar a alguien por años, pero descubrí que era imposible: el odio se desvanece igual que los colores de las flores prensadas. Pero el resentimiento! Es la solución perfecta para nuestros fracasos en la vida. Y todos nosotros hemos fracasado en uno u otro sentido, gracias a Dios, porque nada sería más intolerable y causa de tanto resentimiento como el éxito absoluto.

El éxito de los demás  crea resentimiento, especialmente el éxito en una área en la que deseamos triunfar nosotros mismos. Siempre que leo un maravilloso pasaje en prosa experimento placer, por supuesto, pero al poco tiempo se mezcla con irritación y finalmente con resentimiento. Cómo puede esta persona ser capaz de escribir algo con más elegancia, más ingenio, de forma más poética, más concisa, de lo que yo jamás podría hacer?  Qué hizo para merecer este talento? Afortunadamente, para los escritores en inglés, ocurre que Dickens, por ejemplo, poseía muchos y muy graves defectos que, de lo contrario, por la evidente y trascendente genialidad de algunos de sus pasajes paralizaría a los escritores anulando su deseo de poner la pluma sobre el papel o los dedos sobre el teclado.

Basta, como dicen en las novelas rusas, de filosofía. Descendamos de la enrarecida atmósfera de la abstracción hacia la sórdida realidad de un fenómeno actual, en este caso el fenomenal éxito del libro escrito por el economista francés, Thomas Piketty, titulado Capital en el Siglo Veintiuno. Se está vendiendo tan rápido que la imprenta no logra satisfacer la demanda. No se tendrá en las librerías, aún (como decía Lane, el mayordomo de Algernon en La importancia de llamarse Ernesto) por dinero en efectivo.

Esto es realmente asombroso ya que Thomas Piketty no es Dan Brown, suministrando una exagerada cantidad de supercherías en una execrable prosa para los crédulos post-religiosos. No; su libro consiste en cientos de páginas llenas de arcanos datos a los que ahora deberemos llamar hechos. Afortunadamente compré una copia del libro de Piketty cuando se editó por primera vez en Francia, y tengo la esperanza, en vista de su rápido ascenso al estatus de icono internacional, que mi edición original se convierta con el tiempo en una reliquia sagrada con propiedades curativas por encima de su precio.

Por supuesto que haber comprado un libro y haberlo leído no es la misma cosa. Desafortunadamente, lo he extraviado, a pesar de su tamaño y peso. Pero lo llevé por ahí conmigo durante un tiempo, justo como hacía, tiempo atrás, cuando era estudiante de  medicina, cargando con el texto de patología de arriba abajo, con la esperanza de que aprendería su contenido por un proceso de ósmosis a través de su cubierta. Con el tiempo, sin embargo, descubrí que tenía que abrirlo y estudiarlo lo suficiente para aprobar el examen. Está de más decir que he olvidado todo desde entonces.

Normalmente no suelo escribir sobre libros que no he leído, y creo que en mi vida debo haber revisado al menos 500 libros. Sería pecar de falsa modestia negar que los leí todos, incluyendo a menudo las notas a pie de página, mi solidaridad y sentimiento de camaradería con los autores, incluso de malos libros, es tal que considero que por ética debo hacerlo, y ello a pesar de que no tienes que comer todo el bote de mantequilla para saber que está rancia.

Sin embargo, dos ideas de Piketty parecen haber sido aceptadas en todas las reseñas que he leído sobre su libro, por lo que supongo deben ser representativas de lo que dice.

La primera es que hay una tendencia a largo plazo por la que el capital incrementa más rápido que la tasa de crecimiento de la economía en su conjunto; y dado que la mayoría de la gente para subsistir depende más de su trabajo que de su capital, la desigualdad en el nivel de riqueza solamente puede aumentar, hasta el punto en que sea política y socialmente insostenible. Puesto en términos Malthusianos: el valor del capital se incrementa geométricamente mientras que el valor del ingreso por el trabajo se incrementa aritméticamente. O de nuevo,  en términos Marxistas: “En cierta etapa del desarrollo, las fuerzas materiales productivas en la sociedad entran en conflicto con las relaciones de producción existentes… Empieza entonces una era de revolución social.”

Pero Piketty no es un revolucionario: muy sensatamente, desea evitar una revuelta violenta. El medio por el que propone lograr esto es su segunda idea, un impuesto global al capital, presumiblemente uno sustancial si se desea lograr su objetivo de más igualdad.

Tomemos primero el primer punto. Dudé en traer mi propio caso, de nuevo, ante el público, pero me acojo al atenuante de que al menos es un tema en el que soy relativamente experto. Cómo me afecta a mi el que la relación de la fortuna de Bill Gates con la mía exceda la relación existente entre mi fortuna y la de alguien subsistiendo de la seguridad social? Me considero una persona afortunada: nunca he sufrido ninguna privación, al menos ninguna que no haya sido consecuencia  de mi propia conducta o decisiones. he sido pobre, pero no  indigente. Nunca he sufrido mayores injusticias, pasé o tuve un par de arrestos por error en países de dudosa reputación (fue mi error el haber ido allí, aunque me encantaron).

La fortuna de Bill Gates me afecta solamente si dejo que el ácido de la envidia y el resentimiento se fijen en mi mente. Esto no significa que algunas fortunas no sean mal habidas: aquellas de muchos oligarcas rusos, por ejemplo. Pero tales fortunas están mal no porque sean mucho mayores que la mía, sino porque han sido mal habidas. No cabe duda de que hay muchas zonas grises entre el blanco inmaculado de la legitimidad y la negra oscuridad de la absoluta deshonestidad, pero las ambigüedades obvias de la vida debería ser suficiente para contener nuestro resentimiento.

En cuanto al impuesto al capital, Piketty está en lo cierto al decir que debe ser global, puesto que de otra forma el capital se trasladaría o deberían existir severas restricciones al movimiento de capitales, nada de lo cual sería económicamente productivo ni conduciría a la igualdad. Un impuesto global al capital, sin embargo, requerirá de una autoridad global que lo establezca, recaude, y haga que se cumpla, una suerte de gigantesca Unión Europea, de hecho. Me contenta saber que no viviré para ver esto, y dudo que nadie viva para verlo, nacido o por nacer, aunque sólo sea porque los gobernantes del mundo necesitan un refugio fiscal en el que poner su propio dinero.

Sospecho que el inmenso éxito del libro de Piketty es un tributo al nivel de resentimiento en el mundo más que el resultado de la sed de conocimiento, especialmente entre aquellos lo suficientemente ricos como para comprarlo, mayormente como un accesorio. La verdad, nos dice Gibbon, raramente encuentra una recepción tan favorable en el mundo. Puedo estar equivocado, siendo que todavía no lo he leído. Mientras tanto podré resentirme por su éxito.


Traducido del inglés por José Manuel García. El artiículo original se encuentra aquí.