La democracia, la guerra y el mito del estado neutral

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[Extraído de “The Problem of Security: Historicity of the State and ‘European Realism’”, de la colección The Myth of National Defense editado por Hans-Hermann Hoppe]

La afirmación  constitucionalista para justificar el monopolio de la violencia del Estado  ha sido desafiada directamente por la tradición libertaria radical (Molinari) y por anarquistas individualistas (como Lysander Spooner). Sin embargo, un papel importante en poner al Estado moderno en perspectiva también ha sido desempeñado por el realismo político europeo y, en particular, por Carl Schmitt y los intelectuales elitistas italianos (Gaetano Mosca y Vilfredo Pareto).

La importancia de Schmitt reside en buena parte en su intuición de que en todo Estado hay primero una dimensión política, que no puede ocultarse por la llamada “impersonalidad” del derecho y la “superindividualidad” de órdenes. Más allá de la aparente abstracción del Estado (como la describen Hans Kelsen  y otros positivistas), Schmitt  descubrió decisiones, interés y, en pocas palabras, gente que impone su voluntad a otros.[1]

El pensamiento constitucional del liberalismo clásico y contemporáneo ha tratado constantemente de neutralizar la política, pero ha fracasado. En opinión de Schmitt, el soberano real es el grupo político que tiene la decisión final acerca de la situación crítica, en el estado de emergencia.[2] Así que la ubicación de la soberanía se convierte en la entidad política (que en nuestro tiempo es el Estado) y la decisión del estado de emergencia es la prueba definitiva de soberanía. El positivismo legal trató duramente de refutar la importancia de esta noción, pero la toma de decisiones críticas es primordial en el desarrollo de las relaciones humanas.

Por tanto, la neutralización “liberal” de la política buscada por el constitucionalismo clásico es simplemente imposible. Cuando el Estado (todo Estado) se reconoce como una estructura de decisiones y un instrumento de dominación empuñado por algunos gobernantes, la modernidad política se muestra a sí misma sin ropajes y se puede entender la ilegitimidad, así como la irracionalidad, del monopolio de protección. No hay nada “neutral” o “inocente” en el poder de un grupo de hombres al que los elitistas italianos llamaban la clase gobernante.

Hobbes se equivocaba (como filósofo) cuando afirmaba que el derecho viene de la autoridad. Sin embargo, podemos estar de acuerdo con los científicos políticos que usan la teoría hobbesiana en que las decisiones del Estado son el resultado de conflictos de intereses y visiones opuestas. En las sociedades estatistas, donde el derecho está controlado por una institución monopolista, es la fuerza la que dicta el derecho.

Esto es especialmente cierto en países democráticos, donde la vida social está marcada por la competencia por el control del “centro” político, es decir, el poder de distribuir recursos, favores y privilegios. La crítica de Schmitt de la hipocresía de la democracia liberal es confirmada por los elitistas italianos. Estos últimos estaban convencidos de que en todo sistema político hay un pequeño grupo de hombres (una élite organizada), dominando a la gran masa desorganizada. Como señalaba Pareto:

La corrupción del sistema parlamentario significaba que los intereses de la mayoría estaban secundados por los intereses y pasiones de un grupo pequeño y muy organizado. Estos estaban dispuestos a usar cualquier medio para extender su influencia y dominar el país.[3]

Por esta razón, la democracia solo existe como una ideología política dedicada a proteger y legitimar el poder de una minoría capaz de aprovechar su mayor organización.[4]

Bruno Leoni adoptó el realismo político (y las lecciones de los elitistas italianos) en su crítica de la democracia mayoritaria. En su opinión, eliminando todas las decisiones de grupo tomadas por coaliciones agresivas,

significaría terminar de una vez por todas con el tipo de guerra legal que pone a un grupo contra otro en la sociedad contemporánea, debido al intento perpetuo de sus respectivos miembros de limitar, en su propio beneficio, a otros miembros de la comunidad a aceptar acciones y tratamientos poco productivos.[5]

En filosofía jurídica y política, la hipótesis de un estado neutral se apoya a menudo por la sugerencia de que esta institución política es eterna. Sin embargo, el realismo político europeo rechazaba esta identificación arbitraria entre Estado y política. Las orientaciones sociales generalmente apoyan la democracia contemporánea, definiendo todas las formas de organización jurídica como para de la categoría “Estado”, que abarca todo. Una contribución importante de Schmitt, como hemos señalado, es que coloca al Estado en un contexto histórico, es decir, la modernidad. Por todas estas razones, el “realismo europeo” ha contribuido a descubrir las mentiras del constitucionalismo, los fraudes conceptuales de la democracia y la falsa idea de que el Estado es una realidad institucional tan vieja como la humanidad. Es verdad que Schmitt fue el expositor más sólido teóricamente de la crisis del estado, pero no identificó una solución.

Otro protagonista del “realismo europeo”, el investigador lombardo Gianfranco Miglio, trató de ir más allá de Schmitt. En algunas de sus obras, ha explicado la crisis del modelo soviético de estado. Este fue la ruina del sistema político moderno que demostró la máxima confianza en la racionalidad de órdenes impuestas con violencia. Dado que la Unión Soviética ha estallado, afirmaba Miglio, los demás sistemas de Estado (especialmente los gobernados por parlamentos democráticos) sufrirían una creciente crítica y disidencia y podrían también desplomarse en un futuro cercano.

El estado está declinando también debido a sus contradicciones internas. En su intento de aparecer como un proveedor no agresivo de derechos individuales, el Estado ha creado un contractualismo engaños, que está constantemente debilitando su existencia. Desde un punto de vista teórico, como observaba Miglio,

el Estado moderno es una concepción completamente absada en el contrato. Se ha extendido al área no política de la “vida privada”. Por tanto, el Estado es históricamente un complejo de servicios y provisiones, una entidad gigantesca de relaciones contractuales.[6]

De hecho, a pesar de su autorrepresentación ideológica, el Estado democrático es un ejemplo de violencia y monopolio sin parangón en la historia humana. Existe porque es la única institución autorizada para usar la fuerza en un territorio concreto. Sin embargo la noción de obligación política ha perdido vigor y coherencia, mientras que la economía y las comunicaciones están creciendo junto con la racionalidad del libre intercambio, los mercados libres y las discusiones libres.


[1] Hans Kelsen, General Theory of Law and State (Cambridge, Mass.: Harvard University press, 1946).

[2] Carl Schmitt, The Concept of the Political (1932), Traducción prólogo y notas de George Schwab (Chicago: University of Chicago Press, 1966). [Publicado en España como El concepto de lo político (Madrid: Alianza Editorial, 2009)]

[3]  Vilfredo Pareto, Libre-échangisme, protectionnisme et socialisme (Ginebra: Droz, 1965), p. 33.

[4] Gaetano Mosca, Saggi politici (Turín: Utet, 1980), p. 621.

[5]  Bruno Leoni, Freedom and the Law (Princeton, N.J.: D. Van Nostrand, 1961), p. 140. [Publicado en España como La libertad y la ley (Madrid: Unión Editorial, 2010)]

[6] Gianfranco Miglio, Le regolarità della politica (Milán: Giuffrè, 1988), p. 757.


Publicado el 3 de mayo de 2014. Traducido del inglés por Marian Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí: aquí.

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