Hacia una sociedad anarquista
Imaginemos que, en función de los principios del respeto a la diversidad y las minorías, se permita que un grupo o incluso un individuo establezca en su propiedad privada, sus propias leyes, es decir, su propio espacio jurídico privado. Sólo este pequeño paso legal en la constitución de los estados actuales se necesita para alcanzar una sociedad anarquista. Un pequeño paso, y un enorme horizonte de posibilidades.
En efecto, frente a todas las criticas de imposibilidad de una sociedad anarquista de quienes están acostumbrados a vivir bajo la égida del Estado, y en base a la filosofía del respeto a la diversidad ¿quién se puede oponer a que un grupo quiera hacer el intento de autodeterminarse sin molestar a los demás? Sólo aquellos que en el fondo tienen miedo de que el anarquismo sea posible y amenace el mundo en el que está acostumbrado a vivir, o aquellos que al fin de cuentas no eran tan respetuosos de la diversidad como querían hacer parecer a los demás.
En cuanto a estos últimos, son el único enemigo real del anarquismo, sin importar el resto de sus creencias ideológicas. Al contrario, quien sea realmente capaz de respetar la diversidad y la autodeterminación, y no la subordine a su doctrina estatista, es nuestro amigo, independientemente de su ideología. Y aún más, quien vea en este mecanismo jurídico la posibilidad de crear su propio espacio político, sea socialista, capitalista, socialdemócrata, monárquico, republicano o lo que sea, es nuestro potencial aliado.
A los primeros les dejo tranquilos que el anarquismo no amenaza el espacio jurídico previo en el que están acostumbrados a vivir, y bajo el cual prefieren seguir viviendo. Desde el punto de vista de la lógica y el lenguaje estatista, hablamos de separatismo, y hablamos del reconocimiento al derecho de crear estados nuevos dentro de los ya existentes, con sus propias leyes, sus propias regulaciones y sus propios impuestos. De hecho la separación de estados es un fenómeno más común de lo que muchos quieren reconocer. En el pasado lejano podemos verificarlo en innumerables ocasiones. Pero siempre los ejemplos más recientes tienen más éxito demostrativo: la Unión Soviética, Checoslovaquia y Yugoslavia. Y otros procesos están en camino, o al menos en ebullición, con mayores o menores dificultades, con mayor o menor ímpetu: Escocia, Quebec, algunas provincias bolivianas, algunos estados de Estados Unidos, etc.
La mayoría de estos procesos han sido pacíficos y no han tenido mayor dificultad. Pero sólo han sido posibles gracias a que una gran parte de la sociedad se ha puesto de acuerdo para separarse del resto. Además, han consistido en la división de espacios jurídicos públicos. Pero para hacerlo accesible a las minorías, es necesario como primer paso el reconocimiento explícito en el orden jurídico vigente. Y no sólo de espacios jurídicos públicos, es decir, del separatismo de regiones enteras que encierran una gran cantidad de propiedad privada y pública, mediante por ejemplo consultas plebiscitarias. Sino también del separatismo de espacios privados.
Desde el punto de vista del estatista, entonces, en principio no puede haber mayor crítica a la factibilidad del separatismo. Es sólo crear un nuevo estado. Los estados han funcionado siempre, y siguen funcionando. Eso no es anarquismo. No es más que la libertad de crear nuevos estados a partir de otros. Y estado y anarquía son conceptos opuestos, dado que anarquía es sociedad sin estado.
Pero analicemos la situación más detenidamente. Tenemos un sistema en el que cada uno no sólo puede elegir el estado que mejor le convenga, sino que, adicionalmente, puede crear el propio. Y de esta manera, pagarle los impuestos al estado que establezca las leyes que le parezcan más justas.
Pero, ¿qué es esto sino la sustitución del monopolio del estado por un sistema de mercado de libre competencia en el que cada uno puede pagar por los servicios jurídicos y de seguridad que más le guste? El Estado ya no es más estado, es una empresa privada. Y los impuestos ya no son impuestos. Son un pago voluntario por los servicios prestados.
Podemos ir aún más lejos: un sólo individuo o grupo inversor puede establecer una infraestructura jurídica y defensiva en tierras de su propiedad y ofrecer el servicio para quienes quieran establecer allí sus empresas o incluso viviendas. Aquí se ve todavía más claramente que ya no estamos hablando de estado sino de empresa privada y libre competencia. Pues lo que separa al estado de un proveedor privado bajo libre competencia, es justamente esto último, que existe un marco jurídico por encima: el régimen de libre competencia.
Libre competencia versus monopolio forzado.
Ni siquiera desde la lógica del estatismo es posible refutar la lógica de la libre competencia. Porque por más que se defienda la idea de que sin estado, como orden jurídico establecido y funcional, una sociedad no puede existir, el sometimiento de este orden jurídico a la libre competencia cómo máximo implica que quien no confíe en los nuevos espacios políticos en formación, puede perfectamente seguir viviendo bajo la protección del preexistente, que va a conservar toda su estructura orgánica intacta, a excepción de una porción territorial. Y sin embargo, ya no es más Estado, sino que es una empresa privada. ¿Qué argumentos le queda al ideario estatista acerca de la imposibilidad de lograr una sociedad sin Estado?
La idea estatista de que sin estado es imposible una sociedad, ha sido refutada con su propia lógica, ya que imperceptiblemente para el estatista, hemos pasado de una sociedad con estado, a una anarquista, sin estado. El estado se ha abolido no a través de su destrucción como espacio jurídico y proveedor de servicios, sino por medio de su sometimiento al régimen de libre competencia.
¿Y qué consecuencias tiene someterse a la libre competencia? Si a un individuo no le gusta cómo se maneja un espacio jurídico, puede elegir otro que se maneje de forma diferente. O incluso crear otro, o empezar a pagarle a otro para que su propiedad esté bajo otra jurisdicción. Así de sencillo y directo. En cambio en las actuales condiciones de monopolio forzado, no sólo el control se reduce a instancias electivas o plebiscitarias cada varios años, sino que ni siquiera este mecanismo garantiza que salga elegida la opción que uno esperaba. Y en este caso, o si sale elegida su opción pero le decepciona, debe esperar tener suerte dentro de unos años, para volver a lo mismo. ¿Cuál de los dos mecanismos será más rápido y eficiente para buscar un mundo mejor?
Una absurda crítica que, sin embargo, llega a menudo es que bajo libre competencia cada uno va a necesitar conocer más de cuestiones políticas, económicas, legales, etc, para saber qué espacio político elegir. En cambio, con un estado, cada uno simplemente le delega a otros todas esas cuestiones.
Argumento inútil. Primero, porque cuando elegimos un espacio político, también estamos delegando muchas funciones. No difiere este mecanismo de la natural división social del trabajo. Segundo, porque delegar a través de un voto en todo caso nos exige aún más conocimientos, porque el riesgo de votar mal es mucho mayor. Tercero, porque el cúmulo de conocimientos necesario para saber más a quién votar en un estado, es muy superior que el necesario para saber a quién elegir en un régimen de libre competencia, porque una de las características de los pesados estados monopólicos es la enorme cantidad de regulaciones que tiene para intervenir de millones de maneras en la vida privada de las personas y en el mercado. En cambio, por medio de la libertad jurídica podemos elegir o crear un espacio en donde las regulaciones se reduzcan ampliamente.
Y cuarto, porque sencillamente existe una serie de criterios por los cuales todos nos guiamos a la hora de elegir lo mejor en el mercado: qué funciona, qué resulta, qué cumple nuestras expectativas en términos de precio y calidad, qué nos es recomendado por otros. A estos criterios recurrimos todo el tiempo en nuestra rutina diaria. Todo lo que consumimos lo elegimos en esos términos. Y no necesitamos saber cuáles fueron los procesos productivos que llevaron a cada producto, ni las técnicas, tecnologías y conocimiento involucrado. No necesitamos conocer sus costos productivos, ni de dónde proviene, ni quiénes participan de su producción, ni los códigos empresariales que regulan su actividad productiva, ni quiénes son sus proveedores, ni los sueldos que pagan. En el caso que estamos discutiendo, nos basta con constatar que funciona o que no funciona, que se aplican las leyes que nos gustan o no, que se respetan las leyes o no, que a todos sus clientes les va mejor o peor. Y es exactamente el mismo criterio con que juzgamos a un Estado. Pero nuevamente aparece la diferencia entre los dos casos. Bajo un estado no tenemos más alternativa que esperar algunos años a ver si las cosas cambian, o irnos al exilio lejos de nuestra gente, lo cual tampoco nos libera de la influencia del estado.
Expansión y concentración.
El mito por excelencia de los críticos a la libre competencia es la creencia de que ésta promueve y permite la concentración y expansión de los más grandes, “comiéndose” paulatinamente a los más pequeños. Sin embargo, el régimen de libre competencia tiene el efecto exactamente contrario. Se puede demostrar por qué esto es así, pero las pruebas empíricas también nos dan la razón, para mostrar que no estamos hablando solamente de teoría.
Todos los casos en que podemos constatar la presencia de grandes empresas monopólicas o casi monopólicas, se debe a dos circunstancias. Por lejos la principal causa de existencia de monopolios y oligopolios son las regulaciones estatales que limitan la competencia por medio de licencias y prohibiciones. Regulaciones que encontramos en un vasto conjunto de ejemplos: sector energético, sector del agua, telecomunicaciones, medios de comunicación… Precisamente los casos más comunes de oligopolios a lo largo del globo.
Pero además existen los monopolios que simplemente son tales porque fueron los primeros en ofrecer un producto dado. Pero bajo la libre competencia, rápidamente aparecen competidores que conquistan diferentes porciones del mercado. Eso sucede con todas las actividades productivas no limitadas de la manera descrita. Sólo basta imaginar un servicio o producto cualquiera y observar todos los proveedores que podemos encontrar. Le pido al lector que haga este ejercicio y sea honesto.
Por supuesto, todas las intervenciones sobre el mercado limitan la competencia. En el caso más general, quitando incentivos para competir (impuestos, trabas burocráticas, regulaciones laborales, aranceles, proteccionismo, etc. que afectan principalmente a los emprendimientos más pequeños), y por lo tanto, ralentizando el proceso de desconcentración y desmonopolización. Sin embargo, en este caso, aún así la fuerza desconcentradora del libre mercado logra vencer a la larga los obstáculos a la libre competencia. La competencia se abre camino, y la economía se desarrolla, a pesar de los obstáculos estatales.
Pero en los casos descritos en primer término, la competencia se limita y se prohibe de manera directa. Y sólo basta eliminar esas limitaciones para que la competencia inmediatamente se abra camino con gran facilidad.
Un tercer mecanismo que se imaginan los críticos de la libre competencia, es que las empresas más grandes adquieren a las más pequeñas y se van expandiendo e imponiendo un monopolio. Esto no sólo no puede sostenerse bajo un sencillo razonamiento, sino que ni siquiera se da en la realidad como método efectivo para expandirse. Al contrario, la realidad, como vimos, siempre nos muestra que en aquellas actividades no reguladas, la cantidad de proveedores se multiplica descontroladamente con el tiempo, y que ninguna empresa es capaz de adquirir mantenidamente un competidor tras otro, sino que todos los intentos de monopolizar el mercado por las propias reglas del mercado fracasan porque es un mecanismo económicamente insostenible por diferentes razones:
– En caso de que la idea sea el desmantelamiento de la empresa adquirida, por los enormes costos que implica.
– En el caso de que la idea no sea el desmantelamiento, sino continuar su producción, el monopolio pierde razón de ser (la idea de un monopolio es reducir la salida para vender a precios altos. En cambio, si aumenta constantemente, están obligados a vender a precios cada vez más bajos para poder darle salida al mercado a toda la producción).
– Además, con cada nueva empresa que aparece, la propia experiencia a partir de las empresas adquiridas les da información suficiente para pedir precios más y más altos, dada la demanda generada por la misma que pretende la expansión.
– Los propios empresarios que venden sus empresas a las más grandes, con el dinero obtenido de la venta pueden volver a montar una empresa similar, incluso hasta con más recursos, dado que nadie va a vender una empresa rentable a un precio que no le de buenas ganancias.
– Y lo más importante, e independientemente de todo lo anterior, porque con cada empresa adquirida aparecen constantemente otras nuevas. Lo cual no sólo multiplica exponencialmente los costos de adquirir todo el mercado, sino que es imposible detectar cada competidor que aparece a cada momento. El surgimiento de la competencia es incontrolable incluso para la empresa con mayor poder económico (a menos, claro, que cuenten con la ayuda de un estado que limite la competencia por medios legales).
– Es más, cuanto más ganancias obtenga una empresa en una actividad productiva dada, más fuertemente es atraída la competencia, azuzada por la promesa de grandes ganancias. Es decir, cuanto más poder económico haya desarrollado una empresa en una actividad dada, más incontenible es la competencia. Lo cual también es demostrado por la experiencia.
Como se ve, la técnica de comprar a las más pequeñas para monopolizar el mercado es una lucha perdida desde el principio. Y en la realidad pocas empresas realmente tienen la ingenuidad necesaria para intentarla llevar adelante. Es más, muchas veces incluso resulta muy rentable comprar empresas para venderlas fraccionadas, con lo cual los mismos procesos de mercado se encargan de acelerar el proceso de desconcentración.
Pues bien, todo lo que acabamos de explicar es aplicable palabra por palabra al caso de los espacios jurídicos privados. Y hago hincapié en el hecho de que no estamos hablando solamente de teoría. La realidad así lo demuestra. El mercado es un sistema que funciona gracias a que es anárquico. Un fuerte grado de anarquía ya existe en la realidad de todos los días con una enorme variedad de productos y servicios.
La trampa del Estado.
Toda la evolución de las instituciones sociales consiste en un proceso de aprendizaje por ensayo y error a escala histórica. En el camino, y debido a la tradición patriarcal y las religiones, y la creencia en que todo orden social necesita de un poder superior, las primeras formas sociales jerárquicas evolucionaron y se convirtieron en los primeros estados. Pero de esta manera se cayó en una trampa, en un círculo vicioso del que sólo se puede escapar abandonando la religión estatista.
En otros procesos aprendidos por ensayo y error, el error conduce a instituciones que pueden ser abandonadas fácilmente y probar otras técnicas. Pero en el caso del estado, las sociedades quedan atrapadas en su lógica, ya que una vez que se le da existencia al monstruo, éste monopoliza y, por medio de su ley, la fuerza, y la lógica imperante en la sociedad, no permite volver atrás y ensayar alternativas.
De esta manera en lugar de obtenerse pequeños estados, se han obtenido de tamaños muy grandes. Y la propia cultura estatista e irrespetuosa de la diversidad y las minorías de las mismas sociedades no permitió el afloramiento de mecanismos desconcentradores.
Llegamos entonces al mundo actual a través de milenios de ideología estatista en sociedades que nunca fueron capaces de salirse de ella. En esta actualidad se puede comprobar una falsa competencia entre los estados en el sentido descrito anteriormente: corrientes migratorias desde los países relativamente menos liberales hacia los países relativamente menos intervencionistas. Existe cierto grado de libertad a la hora de elegir a qué estado pagarle impuestos y bajo la protección de qué estado vivir. Pero no más que eso. Es una falsa competencia porque no se pueden crear espacios nuevos que ofrezcan alternativas, como en un sistema competitivo real. De hecho esta condición permite que los estados no compitan entre sí por atraer personas. Muy al contrario, las corrientes migratorias son fuertemente contenidas por los propios estados que son destino de esas migraciones.
Originalmente publicado en Austrian Uruguay.