Los desastres naturales no aumentan el crecimiento económico

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La temporada de huracanes está a punto de empezar y cada vez que se produce un huracán los comentaristas de televisión y radio y los pretendidos economistas se apresuran a proclamar las consecuencias de estímulo del crecimiento de las vicisitudes de la naturaleza. Por supuesto, si esto fuera cierto, ¿por qué esperar a la próxima calamidad? Creemos una pasando un buldócer por Nueva York y maravillémonos ante la actividad de estímulo del crecimiento generada. Destruir viviendas, edificios y equipos de capital ayudará indudablemente a parte del sector de la construcción y posiblemente a las economías regionales, pero es un error concluir que estimulará un crecimiento general.

Cada año, se echa mano de este error popular, aunque Frédéric Bastiat en 1848 lo echara abajo con su parábola de la ventana rota. Supongamos que rompemos una ventana. Podemos llamar al reparador de ventanas y pagarle 100$ por dicha reparación. La gente que mire dirá que es algo bueno. ¿Qué le pasaría al reparador si no se rompiera ninguna ventana? Además, los 100$ permitirán al reparador comprar otros bienes y servicios creando renta para otros. Esto es “lo que se ve”.

Si, por el contrario, la ventana no se hubiera roto, los 100$ podrían haber comprado un par de zapatos nuevos. El zapatero habría realizado una venta y gastado el dinero de forma distinta. Esto es “lo que no se ve”.

La sociedad (en este caso, tres miembros) estaría mejor si la ventana no se hubiera roto, ya que nos deja una ventana intacta y un par de zapatos, en lugar de solo una ventana. La destrucción no lleva a más bienes y servicios o crecimiento. Esto es lo que debería verse.

Uno de los primeros intentos de cuantificar el impacto económico de una catástrofe fue el libro de 1969, The Economics of Natural Disasters. Los autores, Howard Kunreuther y Douglas Dacy, en buena parte estudiaban el caso de un terremoto en Alaska en 1964, el más poderoso nunca registrado en Norteamérica. De forma no sorprendente, concluían que la gente de Alaska estaba mejor después del seísmo, ya que el dinero le inundó procedente de fuentes privadas y concesiones y préstamos generosos del gobierno. Otra vez esto es “lo que se ve”.

Aunque las empresas constructoras se beneficien de la reconstrucción después de un desastre, debe preguntar siempre: ¿de dónde viene el dinero? Si los fondos vienes del FEMA o del National Flood Insurance Program (NFIP), el gobierno tuvo que gravar, tomar prestado o imprimir el dinero. Los estudios a corto plazo, en general, encuentran una relación negativa entre desastres y crecimiento, mientras que un número inferior de estudios a largo plazo han tenido resultados variados.

El estudio más citado sobre largo plazo es “Do Natural disasters Promote Long-run Growth?”, de Mark Skidmore e Hideki Toya, que examinaron la frecuencia de desastres en 89 países frente a sus tasas de crecimiento a lo largo de un periodo de 30 años. Trataron de controlar varios factores que podían distorsionar las conclusiones, incluyendo tamaño del país, tamaño del gobierno, distancia del ecuador y apertura al comercio. Encontraron un relación positiva entre desastres climáticos (por ejemplo, huracanes y ciclones) y crecimiento. Los autores explican esta conclusión invocando lo que puede llamarse la contribución de la Madre Naturaleza a lo que el economista Joseph Schumpeter llamó “destrucción creativa” del capitalismo. Al destruir viejas fábricas y carreteras, aeropuertos y puentes, los desastres permiten que se reconstruyan infraestructuras nuevas y más eficientes, obligando a la transición a una economía más brillante y productiva. Los desastres dan el servicio económico de eliminar infraestructura obsoleta, para dar paso a reemplazos más eficientes.

Hay tres problemas importantes con estos estudios empíricos. El primero es contrafactual. No podemos medir qué crecimiento habría habido si el desastre no se hubiera producido. El segundo es asociación frente a causación. No podemos decir si el desastre causó el crecimiento o estuvo simplemente asociado con él.

El tercer problema es lo que los economistas llaman “ceteris paribus”. Es imposible mantener los demás factores constantes y medir el impacto exclusivo de un desastre sobre el crecimiento. No hay laboratorios para poner a prueba conceptos macroeconómicos. Es la misma limitación del trabajo de Rogoff y Reinhart sobre deuda y crecimiento y muchas otras relaciones bilaterales en economía. Utilizando datos históricos de principios del siglo XX, los investigadores descubrieron que al aumentar el precio del trigo, el consumo de trigo también aumentaba. Proclamaron triunfalmente que la curva de demanda era creciente. Por supuesto, esta relación no es una curva de demanda, sino los puntos de intersección entre oferta y demanda. La suposición “manteniendo constante todo lo demás” se había violado. En economía, los datos empíricos puede apoyar un argumento teórico, pero no pueden demostrarlo o refutarlo.

¿Qué hacemos entonces si los estudios empíricos tienen limitaciones graves? Volvemos a la teoría. Sabemos que una curva de demanda es decreciente debido a los efectos de sustitución y renta. ¡Wal-Mart no hace una liquidación para vender menos! La teoría también sostiene que los desastres naturales reducen el crecimiento (es decir, cuanto más capital se destruye, mayor es el efecto negativo en el crecimiento).

Más capital significa más crecimiento. Robinson Crusoe capturará más peces si sacrifica el tiempo pescando con sus manos para construir una red. Supongamos ahora que un huracán llega a su isla y destruye todas sus redes. Robinson podría volver a pescar con sus manos desnudas y su producción se habría visto reducida permanentemente. Podría sufrir una caída aún mayor en la producción tomándose tiempo para fabricar nuevas redes. La explicación de Skidmore-Toya es hacer que aplique nuevos métodos y tecnologías que construirán redes aún mejores, permitiéndole capturar más peces que antes del huracán. Por supuesto, podemos preguntarnos: si tenía este privilegio, ¿por qué no construyó Robinson esas redes mejores antes del huracán? Aquí es donde se viene abajo la lógica de Skidmore-Toya. Robinson no fabricó redes mejores antes del huracán porque no era óptimo para él.

Si una empresa decide reemplazar una máquina vieja por una nueva, entre las consideraciones principales están el precio inicial de la máquina nueva, el tipo de interés aplicable y los costes anuales reducidos de operación de la máquina nueva. Utilizando el análisis del valor presente neto, la empresa determina el momento óptimo para realizar el cambio (una opción real). Un huracán obliga a que se produzca un cambio antes de lo que habría sido óptimo bajo un motivo de precio y beneficio. Por tanto, el huracán creó un camino distinto de crecimiento. La destrucción creativa se habría producido, pero en un plazo distinto y más óptimo.

Puede llegarse a la misma conclusión para desastres humanos. Contrariamente a lo que os han hecho creer muchos economistas keynesianos, la Segunda Guerra Mundial no sacó a EEUU de la gran depresión. ¡Fue el capitalismo!


Publicado el 27 de mayo de 2014. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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