Un reciente estudio de Princeton y Northwestern concluía que Estados Unidos es una “oligarquía” gobernada por un pequeño grupo de élites ricas y grupos de interés.
Según los autores, Martin Gilens y Benjamin Page:
Lo más importante que se deduce de nuestra investigación es que las élites económicas y grupos organizados que representan los intereses de las empresas tienen impactos independientes importantes en la política del gobierno de EEUU, mientras que los grupos de interés de masas y ciudadanos medios tienen poca o ninguna influencia independiente.
Sin embargo, por suerte para el ciudadano medio, estas preferencias políticas declaradas resultan coincidir con muchas veces los deseos de las élites ricas (según el estudio), así que, aunque sus opiniones y deseos no importen en el Congreso, a veces consigue lo que quiere, simplemente por coincidencia.[1]
Solo cuando los deseos delos estadounidenses de clase media están en conflicto con los objetivos delos grupos de interés y las élites ricas es probable que pierda la mayoría de las veces:
No es solo que los ciudadanos normales no tengan un poder exclusivamente importante sobre decisiones políticas: tienen poca o ninguna influencia independiente en la política en absoluto.
¿Son los grupos de intereses y las élites ricas más poderosos que el estadounidense medio? Sin duda hay evidencias de esto alrededor de nosotros, siendo quizá el ejemplo más evidente y dramático en años recientes la aprobación de Troubled Asset Relief Program (TARP) diseñado por la administración Bush en 2008 para rescatar a ricos gestores de fondos y banqueros que echaron por tierra sus empresas. Antes de la aprobación del TARP, los miembros del Congreso admitieron que las llamadas de sus electores fueron del 95% o más en contra de dicha aprobación. El Congreso aprobó de todas formas la legislación, entregando en torno a un billón de dólares de dinero del contribuyente a empresas ricas, banqueros, y otros intereses.
James Madison y el número 10 de The Federalist
Según los propagandistas de la centralización del gobierno nacional estadounidense en 1787, conocidos eufemísticamente hoy como “federalistas”, el tamaño, ámbito y diversidad de Estados Unidos se supone que hace imposible ese saqueo. La afirmación de que un gobierno más grande y expansivo produce más libertad puede parecer contraintuitiva a algunos, pero esa es la proposición enseñada a los niños estadounidenses en la escuela año tras año.
Tenemos que agradecer a James Madison, y concretamente a su Federalist Paper número 10 por la popularidad de esta teoría tan dudosa.
En el ensayo, la postura de Madison es que las grandes repúblicas expansivas son superiores a las pequeñas repúblicas limitadas porque equilibra una variedad de “facciones” (como llama a grupos de intereses y bloques de votantes) unos contra otro e impide que cualquier grupo individual influya inapropiadamente en el gobierno. En una pequeña república, argumentaba Madison, las facciones pequeñas son capaces de tomar fácilmente el control de los recursos del estado o del propio estado. Incluido entre estas facción está cualquier gran bloque de votantes con intereses similares. La mayoría y su supuesta inclinación por la opresión de la minoría pueden controlarse neutralizando los intereses de las mayorías locales a nivel nacional con mayorías de otros estados, llevando así a una población equilibrada en la que ninguna facción concreta puede llevarse la mano.
El propósito de Madison era demostrar que si se permitía a los estados estadounidenses seguir siendo en buena parte independientes, como eran de hecho en 1787, degenerarían en el despotismo, pero si se consolidaran todos los estados en un sistema federal, las distintas facciones dentro de los muchos estados se equilibrarían y ningún grupo o alianza podría nunca tomar el control del nuevo gobierno.
Igual que las élites actuales en Washington y Bruselas, elmayor temor de Madison era la descentralización y la desintegración y, al leer el número 10 y otros escritos federalistas, queda claro enseguida que muchos de ellos estaban obsesionados con la idea de que Estados Unidos se dividiría por facciones separatistas y rebeldes. Esta preocupación es fácil de entender si recordamos que la convención de 1787 nación de la histeria sobre el terrorismo nacional. No es por supuesto la terminología que usaron en ese momento, pero el catalizador de la convención fue la rebelión de Shay. La respuesta de las élites ricas del momento (gente como George Washington y James Madison) fue reclamar una expansión masiva del poder del gobierno para garantizar que cualquier movimiento futuro de resistencia pudiera ser fácilmente aplastado.
La respuesta anti-federalista
Muchos de los anti-federalistas, incluyendo a “Cato”, discutieron las afirmaciones de Madison (que ofreció muy escasos ejemplos del mundo real para apoyar su explicación).
En concreto, las cartas de Cato argumentan que los estados más pequeños son superiores a los más grandes porque controlan menos riqueza y menos recursos y por tanto ofrecen menos beneficios para las facciones en busca de poder, mientras que al mismo tiempo limitan el ámbito y complejidad de los asuntos de estado a una escala a la que los ciudadanos “medios” pueden esperar entender y atestiguar los peligros planteados por quienes quieren obtener favores públicos. Cato cita a Montesquieu:
También hay grandes depósitos a administrar en manos de una sola persona, una persona ambiciosa pronto aprecia que puede ser feliz, grande y glorioso oprimiendo a sus conciudadanos y que puede elevarse a la grandeza sobre las ruinas de su país. En repúblicas grandes, el bien público se sacrifica a mil opiniones; en una pequeña, el interés de la gente se percibe fácilmente, se entiende mejor y está más al alcance de todo ciudadano; los abusos tienen menor alcance y, por supuesto, están menos protegidos.
En otras palabras, las pequeñas repúblicas impiden que el interés de nadie se apropie del tipo de poder desmesurado que sería más fácil de conseguir mediante un estado más expansivo. Además, en una república grande, la población general está compuesta por muchas facciones en competencia, que abren la vía a que las facciones se apropien del poder estimulando la división entre la población.
En estos argumentos vemos a algunos precursores tempranos de argumentos que encontramos posteriormente en Rothbard y Hoppe.[2] Hoppe ofrece la visión anti-Madison:
La integración política implica la expansión territorial delos poderes fiscales y de regulación de la propiedad de un estado. (…) En general, cuanto más pequeño es un país y sus mercados internos, más probable es que opte por el libre comercio.
Pienso que un mundo consistente en miles de países, regiones y cantones distintos y cientos de miles de ciudades libres independientes como las “rarezas” actuales de Mónaco, Andorra, San Marino, Liechtenstein, Hong Kong y Singapur, sería un mundo de prosperidad, crecimiento económico y avances culturales sin precedentes.
Conclusión
Los anti-federalistas perdieron y Madison ganó, así que ahora podemos ser testigos del verdadero grado en que una gran república ha fracasado en impedir el auge de facciones explotadoras y poderosas en Estados Unidos. El gobierno de EEUU controla ahora más de 2,5 billones de dólares que entran en el Tesoro cada año, invitando a cada facción, grande y pequeña, que espera conseguir al menos una diminuta fracción de esta enorme pila de riqueza para sí misma. Nunca en la historia del mundo ningún estado gastó tanto y debió tanto, mientras mantenía bases militares en todos los rincones del mundo al tiempo que espiaba, catalogaba, gravaba, regulaba y encarcelaba a tantos.
En un tiempo, se pensó que los que pagaban esos “servicios” se levantarían y protestarían, pero gracias a la vastedad de la república, impuestos y gastos nunca fueron cuestionados. Esta enorme república federal, tan ingenuamente supuesta por Madison como equilibrada frente al gasto y la expansión, ha facilitado en su lugar una forma de permitir un gasto infinito simplemente extendiendo las prestaciones. Muchos distritos, estados, condados y regiones pueden estar teóricamente en desacuerdo, pero su preocupación principal es obtener su parte. Ya sea gasto militar en sur, subvenciones a la industria en el norte, tierras baratas y agua para granjeros y rancheros en el oeste, ayudas agrícolas para los granjeros, pensiones y medicinas para los viejos, escuelas para la familias y carreteras para todos los demás, no queda nadie para protestar. Entretanto, la pura vastedad y uniformidad del poder del estado en toda la nación garantiza pocas opciones de votar con los pies a millones dentro de sus enormes fronteras.
El sistema de oligarquía identificado por Gilens y Page es un territorio familiar para los historiadores económicos. Hoy las oligarquías son poco más que versiones modernas de los antiguos mercantilistas. Es una desgracia que la Revolución Americana, una lucha contra los privilegios mercantilistas, acabar como una contrarrevolución federalista que abrió la vía al triunfo de intereses similares en décadas posteriores.
[1] El estudio está escrito por científicos políticos realizando un análisis cuantitativo, así que es mejor no empantanarse en los detalles numéricos del estudio. Sin embargo, aunque podríamos diseccionar críticamente los supuestos y datos detrás del informe, a uno le sigue sorprendiendo lo muy factibles que son la investigación y la conclusión el informe. [2] Se dice que Rothbard sugirió el nombre del Instituto Cato debido a su afinidad con las cartas del anti-federalista Cato.
Publicado el 24 de abril de 2014. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.