Bitcoin: la moneda en la era digital – Nuevo lanzamiento del IMB

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Hace poco menos de un año decidí estudiar a fondo el fenómeno Bitcoin y sus implicaciones en la sociedad. El escepticismo y la desconfianza inicial luego dieron espacio a la fascinación y a la admiración. En su momento, en una serie de artículos acerca del Bitcoin, llegué a la conclusión de que “el proyecto Bitcoin era revolucionario, sin precedentes y tenía el potencial de cambiar el mundo de una forma jamás vista”. Pasados todos esos meses, puedo afirmar sin duda alguna que esa conclusión se ha reforzada aún más.

Ese período de estudio e investigación acerca del Bitcoin – que me forzó a comprender mejor no solamente la recién nacida moneda digital, o criptomodena, pero también el propio concepto de dinero – terminó culminando en una obra completa, el primer libro en lengua Portuguesa acerca del fenómeno y el más reciente lanzamiento del Instituto Mises Brasil. En Bitcoin – la moneda en la era digital, busqué introducir y explicar el funcionamiento de la nueva moneda, además de hablar un poco de la historia de esa innovación y el contexto de su nacimiento.

Pero creo que la contribución más original y más importante es la parte densa del libro en la cual aplico la herramienta teórica de la Escuela Austríaca de economía para analizar el Bitcoin. Por fin, dedico la última parte de la obra a la idea de libertad monetaria y de cómo el Bitcoin se encuadra en ese ideal.

La verdad es que el Bitcoin es la mayor innovación tecnológica desde el internet, es revolucionario, es sin precedentes y, reitero, realmente posee el potencial de cambiar al mundo de una forma jamás vista. Para la moneda, él es el futro. Para el avance de la libertad individual, es una esperanza y una agradecida novedad.

Acceda aquí a la biblioteca del IMB para descargar el libro gratuitamente. O, si usted prefiere, el libro también puede ser adquirido en las principales librerías del país¹.

Publicamos abajo el bonito prefacio escrito por Jeffrey Tucker.

Buena lectura,

Fernando Ulrich

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Bitcoin, la nueva moneda internacional

Por Jeffrey Tucker

Por muchos siglos, la moneda de cada país poseía nombres distintos – dólar, marco, libra, franco – para esencialmente la misma cosa: una commodity, generalmente oro o plata.

Cada moneda nacional era solamente un nombre para un determinado peso de oro. El dólar, por ejemplo, fue definido como siendo 1/20 de una onza de oro, la libra esterlina como un poco menos de ¼ (exactamente 0,2435) de una onza de oro, y por ahí sigue.

Tales metales – oro y plata – habían sido voluntariamente elegidos por el mercado como resultado de sus propiedades únicas que eran particularmente adecuadas para la función monetaria: durabilidad, divisibilidad, facilidad de reconocimiento, portabilidad, escasez (dificultad de ser producido en exceso) y una razón valor/peso que no es ni muy alta ni muy baja.

Ese universalismo de la moneda servía muy bien al mundo porque promovía el libre-comercio, auxiliaba a los comerciantes con el cálculo económico, e imponía un sólido y confiable freno al poder de los gobiernos. Ella limitaba el impulso nacionalista.

Dos formas de nacionalismo arruinaron el sistema monetario antiguo. Los propios países descubrieron que la mejor forma para aumentar su proprio poder era por la depreciación del dinero, lo que terminaba mostrándose menos doloroso y más opaco que el método tradicional de hacer pagar impuestos a la población. Para escapar inmunes de ese proceso, los gobiernos promovieron zonas cambiarias, proteccionismo y control de capitales, eliminando así un elemento del universalismo predonminante del mundo antiguo.

Entonces, a principios del siglo XX, los gobiernos nacionalizaron la propia moneda, eliminándola del sector de las fuerzas competitivas de mercado. Los bancos centrales fueron, en ese sentido, una forma de socialismo, pero de una variedad especial. Los gobiernos serían los árbitros finales del destino del dinero, pero la gestión diaria de la oferta monetaria quedaría a cargo de un cartelizado sistema bancario de reservas fraccionarias, que ahora se apoyaba en una garantía de protección contra la quiebra – garantizada por los Bancos Centrales y por los gobiernos, y a costa de la población.

Este nuevo modelo de crear moneda fue inmediatamente puesto en práctica durante la Primera Guerra Mundial. La primera guerra mundial de la historia forzó a toda la población a ser parte de su esfuerzo pues fue financiada por un endeudamiento estatal respaldado en este nuevo y mágico poder de los gobiernos de utilizar el sistema bancario para crear recetas a través de la simple creación de dinero.

Emergió una oposición intelectual a esas políticas nefastas durante el periodo de entreguerra. Los economistas austriacos lideraron la batalla a favor de la reforma. Si nada era hecho para desnacionalizar y privatizar el dinero, alertaban ellos, el resultado sería una serie infinita de ciclos económicos, guerra, inflaciones catastróficas y la continua ascensión del estado leviatán. Sus previsiones fueron terrorificamente acertadas, pero no son motivo de satisfacción, ya que fueron impotentes para impedir lo inevitable.

Durante el siglo XX, la mayor parte de los bienes y servicios mejoró en calidad, pero la calidad de la moneda – ahora removida de las fuerzas de mercado – solo empeoró. Bajo el control del estado, el dinero se volvió un catalizador del despotismo.

Durante todas esas décadas, lidiar con ese problema fue algo que intrigaría a los economistas. La moneda tenía que ser reformada. Pero el gobierno y los carteles bancarios no tenían ningún interés en ese proyecto. Ellos se favorecían de ese sistema infausto.

Muchas conferencias fueron realizadas y centenares de libros fueron publicados incitando a la restauración del antiguo universalismo del patrón oro. Los gobiernos, sin embargo, lo ignoraron. El impase se volvió particularmente intenso después de que los últimos vestigios del patrón oro fueran eliminados en la década de 1970. Mentes brillantes tenían las estanterías llenas de planes de reforma, pero todo lo que tales planes lograron fue acumular polvo.

Esa fue la situación hasta 2008, cuando entonces Satoshi Nakamoto tuvo la increíble iniciativa de reinventar la moneda en la forma de código de computadora. El resultado fue el Bitcoin, introducido al mundo en el formato menos prometedor posible. Nakamoto lanzó un white paper en un foro abierto: “Aquí está una nueva moneda y un sistema de pagos. Utilícenlos si quieren.”

Para que seamos justos, ya habían habido intentos anteriores de proyectar ese sistema, pero todos fracasaron por una de las siguientes razones:

1)     Eran normalmente propiedad de alguna empresa comercial y, por lo tanto, ya nacían con los vicios de la centralización; o

2)     No superaban el llamado problema del “doble gasto”.  [1]

El Bitcoin, por su parte, era absolutamente irreproducible y estaba construido de tal forma que su registro histórico de transacciones posibilitaba que cada unidad monetaria fuera conciliada y verificada en el transcurrir de la evolución de la moneda. Además, y lo que era esencial, la moneda residía en una red de código-fuente abierto, no siendo propiedad de nadie en particular, quitando de esta forma el problema de un punto único de fallo.

Habían otros elementos también: la criptografía, una red distribuida y un desarrollo continuo posibilitado por medio de desarrolladores retribuidos por los servicios de verificación de transacciones que ellos prestarían.

Difícilmente se pasa un día sin que yo – así como muchos otros – me quede encantado con la formidable genialidad de ese sistema; tan meticuloso, tan aparentemente completo, tan puro. Muchas personas, hasta los propios economistas de la Escuela Austriaca, estaban convencidos de la imposibilidad de reinventar el dinero en bases privadas (F. A. Hayek fue la gran excepción, sugiriendo la idea alrededor de 1974). Sin embargo, se volvió un hecho innegable que el Bitcoin existía y obtenía un valor de mercado. Dos años después de haber sido lanzado al mundo, el Bitcoin alcanzó la paridad con el dólar americano – algo imaginado como posible por muy pocos.

Hoy, reverenciamos lo ocurrido. Tenemos delante de nosotros una moneda internacional emergente, creada enteramente por las fuerzas de mercado. El sistema está a punto de ser reformado no porque los Bancos Centrales lo deseen, ni por causa de una conferencia internacional, ni tan poco porque un grupo de académicos se haya reunido y formulado un plan. Este está siendo reformado desde afuera hacia adentro y desde abajo hacia arriba, fundamentado en los principios del espíritu empresarial y de los intercambios de mercado.

Es realmente increíble lo mucho que todo este proceso cuyo desarrollo hoy atestiguamos, se conforma al modelo delineado por la teoría del origen del dinero de Carl Menger. Existe solamente una diferencia, que sorprendió al mundo: la base del valor del Bitcoin se fundamente no en su uso previo de trueque,  conforme Menger describiría, sino en su uso actual como sistema de pago. ¡Cuán privilegiados somos nosotros de testimoniar ese acontecimiento en nuestro tiempo!

¿Y cuál es el potencial? El Bitcoin tiene todas las mejores características del mejor dinero, siendo escaso, divisible y portable. Sin embargo, él va más allá: por ser al mismo tiempo un buen “sin peso y sin espacio”, representa exactamente el ideal monetario – es incorpóreo. Eso hace posible la transferencia de propiedad con relación a la geografía a un costo virtualmente nulo y sin depender de un tercer intermediario, de esta forma contornando todo el sistema bancario, lo cual fue completamente subvertido por la intervención gubernamental.

Así, el Bitcoin no solamente propicia la perspectiva de restablecer la solidez y el universalismo del patrón oro del mundo antiguo, como también tiene el poder de mejorarlo por el hecho de existir fuera del control directo del gobierno. Esto es, reitero, digno de admiración.

Muchos han alertado que el gobierno no van a tolerar que el sistema monetario sea reformado por un par de cyberpunks y su “dinero mágico de internet”. Seguramente ocurrirán intervenciones. Ocurrirán reglamentaciones. Ocurrirán tributaciones. Ocurrirán también intentos de control. Pero miremos la historia reciente. Gobiernos intentaron terminar con la piratería. Intentaron también suspender la distribución online de fármacos. Intentaron terminar con el uso, la fabricación y la distribución online de drogas. Intentaron gestionar y controlar el desarrollo de software por medio de patentes y de leyes antimonopolio. Si intentan impedir o incluso controlar una criptomoneda, no lograran tener éxito. Van a ser otra vez derrotados por las fuerzas de mercado.

Y aquí está la ironía. La forma más directa con la cual los gobiernos pueden controlar el Bitcoin es interviniendo en la conversión entre la moneda digital y las monedas nacionalizadas. Cuanto más intervengan, más incentivarán a los individuos a adoptar el Bitcoin y a permanecer en su ecosistema. Todos esos intentos podrían terminar alimentando el mercado. Pero existen otras razones, además de esa consideración, que hacen de una criptomoneda algo irreversible: tasas de transacción prácticamente nulas, seguridad, protección contra el fraude, gran velocidad, altos niveles de privacidad y muchas otras cosas. Bitcoin es sencillamente una tecnología superior.

Cien años atrás, el desarrollo y gerenciamiento de la moneda fueron retirados de las fuerzas competitivas del mercado y entregadas a las manos de los políticos y los burócratas. Las consecuencias fueron la guerra, la inestabilidad económica, la pérdida de poder de compra, el hurto insidioso de los ahorros de los ciudadanos, la explotación masiva y la explosión del poder y el tamaño de los estados alrededor de todo el mundo. La criptomoneda no solamente proporciona la perspectiva de revertir esas tendencias,  sino que también promete desempeñar un papel crucial en la construcción de un nuevo mundo de libertad.

¿Qué podemos aprender con la reciente historia de Bitcoin? Seámos honestos: prácticamente nadie pensó que ello sería posible. Los mercados demostraron lo contrario. La lección nos enseña a ser humildes, a pensar fuera de la norma y a estar dispuestos a ser sorprendidos, aprobando los resultados de la acción humana. Y, principalmente, a siempre esperar que el mercado nos vaya a entregar mucho más de lo que jamás imaginamos posible.3

Es por todos esos motivos que el libro que ahora tiene en sus manos es tan importante. Publicado por el prestigioso Instituto Ludwig von Mises de Brasil, esta obra de Fernando Ulrich explica el funcionamiento y el potencial del Bitcoin en relación al futuro de la moneda, de la política nacional y de la propia libertad humana.


Haga clic aquí para comprar el libro o haga clic aquí para leerlo gratuitamente.


[1] Hasta la invención del Bitcoin, en 2008, transacciones online siempre necesitaban un tercer intermediario de confianza. Por ejemplo, si María quisiera enviar $100 a Juan por medio de la internet, ella tendría que depender de los servicios de terceros como PayPal o Mastercard. Intermediarios como PayPal poseen registro de los balances en las cuenta de los clientes. Cuando María envía $100 a Juan,  PayPal adeuda el monto en su cuenta, transfiriendo el crédito a la de Juan. Sin estos intermediarios, un dinero digital podría ser gastado dos veces.

Imagine que no hayan intermediarios con registros históricos, y que el dinero digital sea solamente un archivo de computador, de la misma forma que los documentos digitales son archivos de computador. María podría enviar a Juan $100 solamente adjuntando el archivo de dinero en un mensaje. No obstante, del mismo modo que ocurre con un email, enviar un archivo como adjunto no lo elimina del computador originario del mensaje electrónico. María retendría una copia del archivo después de haberlo enviado ajunto al mensaje. De esa forma, ella podría fácilmente enviar los mismos $100 a Marcos. En ciencia de computación, eso es conocido como el problema del “gasto doble”, y, hasta  el advenimiento del Bitcoin, esa cuestión solo podría ser solucionada por medio de una tercera parte de confianza que emplease un registro histórico de transacciones.


Fernando Ulrich es maestro en Economía de la Escuela Austriaca, con experiencia internacional en la industria de los ascensores y en los mercados financieros e inmobiliarios brasileños. Es consejero del Instituto Mises Brasil, estudioso de teoría monetaria, entusiasta de monedas digitales, y mantiene un blog en el portal InfoMoney llamado “Moneda en la era digital”. También es autor del libro “Bitcoin – la moneda en la era digital”.

Traducido del portugués por Felipe Rangel.

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