La agresividad de Rusia

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Los nacionalistas alemanes, italianos y japoneses justificaban sus políticas agresivas en su falta de espacio vital (Lebens­raum). Sus países ataban comparativamente superpoblados. Estaban mal dotados naturalmente y dependían de la importación de alimentos y materias primas del exterior. Debían exportar manufacturas para pagar estas importaciones necesarias. Pero las políticas proteccionistas adoptadas por los países que producían un exceso de alimentos y materias primas cierran sus fronteras a la importación de manufacturas. El mundo tiende manifiesta­mente hacia un estado de completa autarquía económica de cada nación. En un mundo así, ¿qué destino aguarda a aquellas naciones que no pueden alimentar no vestir a sus ciudadanos con sus recursos locales?

La doctrina del Lebensraum de los supuestos pueblos que “no tienen” destaca que hay en América y Australia millones de acres de tierras sin utilizar mucho más fértiles que el suelo estéril que cultivan los granjeros de las naciones que no tienen. Las condiciones naturales para la minería y las manufacturas son igualmente mucho más propicias que los países de los que no tienen. Pero los campesinos y trabajadores alemanes, italianos y japoneses ven prohibido el acceso a esas áreas favorecidas por la naturaleza. Las leyes de inmigración de los países comparativamente infrapoblados impiden su emigración. Esas leyes aumentan la productividad marginal del trabajo y por tanto los salarios en los países infrapoblados y los rebajan en los países superpoblados. El alto nivel de vida en Estados Unidos y los dominios británicos se paga con una rebaja en el nivel de vida de los países congestionados de Europa y Asia.

Los verdaderos agresores, dicen estos nacionalistas alemanes, italianos y japoneses, son aquellas naciones que por medio de las barreras al comercio y la emigración se han arrogado la parte del león de las riquezas naturales del mundo. ¿No ha declarado el propio papa[1] que la cusa raíz de las guerras mundiales es “ese egoísmo frío y calculador que tiende a atesorar los recursos económicos y materiales destinados al uso de todos hasta el punto de que a las naciones menos favorecidas por la naturaleza no se les permite acceder a ellos”?[2]La guerra que iniciaron Hitler, Mussolini e Hirohito era desde este punto de vista una guerra justa, pues su único objetivo era dar a los que no tienen lo que, por derecho natural y divino, las pertenece.

Los rusos no pueden aventurarse a justificar su política agresiva con esos argumentos. Rusia es un país comparativamente infrapoblado. Su tierra está mucho mejor dotada por la naturaleza que la de cualquier otra nación. Ofrece las condiciones más ventajosas para el cultivo de todo tipo de cereales, frutas, semillas y plantas. Rusia posee inmensos pastos y bosques casi inagotables. Tiene los más ricos recursos para producir oro, plata, platino, hierro, cobre, níquel, magnesio y todos los demás metales y petróleo. Pero por el despotismo de los zares y la lamentable inadecuación del sistema comunista, su población hace mucho que podía haber disfrutado del máximo nivel de vida. Indudablemente no es la falta de recursos naturales no que empuja a Rusia a la conquista.

La agresividad de Lenin era consecuencia de su convicción de que era el líder de la revolución mundial final. Se consideraba como el legítimo sucesor de la Primera Internacional, destinada a cumplir la tarea en la que habían fracasado Marx y Engels. Había sonado la hora del capitalismo y ninguna maquinación capitalista podría retrasar más la expropiación de los expropiadores. Solo hacía falta el dictador del nuevo orden social. Lenin estaba dispuesto a asumir la carga sobre sus hombros.

Desde los tiempos de las invasiones mongolas, la humanidad no ha tenido que afrontar una aspiración tan resulta y total de supremacía mundial sin límites. En todos los países, los emisarios rusos y los quintacolumnistas comunistas estaban trabajando fanáticamente en el “Anschluss” con Rusia. Pero a Lenin le faltaban las primeras cuatro columnas. Las fuerzas militares de Rusia eran en ese momento deleznables. Cuando atravesaron las fronteras rusas fueron detenidas por los polacos. No pudieron avanzar más hacia el oeste. La gran campaña para la conquista del mundo se extinguió.

Resulta ocioso discutir los problemas de si el comunismo en un país es posible o deseable. Los comunistas habían fracasado completamente fuera de las fronteras rusas. Se vieron obligados a quedarse en casa.

Stalin dedicó todas sus energías a la organización de un ejército regular de un tamaño que el mundo nunca había visto antes. Pero no tuvo más éxito que Lenin y Trotsky. Los nazis derrotaron fácilmente a su ejército y ocuparon la parte más importante del territorio de Rusia. Rusia fue salvada por las fuerzas británicas y, sobre todo, por las estadounidenses. El programa estadounidense de préstamo y alquiler permitió a los rusos pisar los talones a los rusos cuando la escasez de equipamiento y la amenaza de invasión estadounidense les obligó a salir de Rusia. Pudieron incluso derrotar alguna vez la retaguardia de los nazis en retirada. Pudieron conquistar Berlín y Viena cuando los aviones estadounidenses hubieron machado las defensas alemanas. Cuando los estadounidenses hubieron aplastado a los japoneses, los rusos pudieron apuñalarlos tranquilamente por la espalda.

Por supuesto, los comunistas dentro y fuera de Rusia y sus compañeros de viaje responden apasionadamente que Rusia derrotó a los nazis y liberó Europa. Pasa de puntillas por el hecho de que la única razón por la que los nazis no pudieron capturar Moscú, Leningrado y Stalingrado fue su falta de municiones, aviones y gasolina. Fue el bloqueo el que hizo imposible que los nazis suministraran a sus ejércitos el equipamiento necesario y construir en el territorio ocupado ruso un sistema de transporte que pudiera enviar este equipamiento a la muy lejana línea de frente. La batalla decisiva de la guerra fue la batalla del Atlántico. Los grandes acontecimientos estratégicos en la guerra contra Alemania fueron la conquista de África y Sicilia y la victoria en Normandía. Stalingrado, cuando se mide con los patrones gigantescos de esta guerra, fue poco más que un éxito táctico. En la lucha contra los italianos y los japoneses, la participación de Rusia fue nula.

Pero los despojos de la victoria van solo a Rusia. Mientras que la demás Naciones Unidas no buscan agrandar su territorio, los rusos están en su apogeo. Se han anexionado las tres repúblicas bálticas, Besarabia, la provincia de Checoslovaquia de Carpato-Rusia,[3] una parte de Finlandia, una buena parte de Polonia y enormes territorios en Extremo Oriente. Reclaman el reto de Polonia, Rumanía, Hungría, Yugoslavia, Bulgaria, Corea y China como su esfera exclusiva de influencia. Ansían establecer en estos países gobiernos “amigos”, es decir, gobierno títeres. Si no fuera por la oposición de Estados Unidos y Gran Bretaña, hoy gobernarían toda Europa continental, Asia continental y norte de África. Solo los baluartes estadounidenses  británicos en Alemania cierran el paso a los rusos hasta las orillas del Atlántico.

Hoy, no menos que después de la Primera Guerra Mundial, la amenaza real para Occidente no reside en el poder militar de Rusia. Gran Bretaña podría rechazar fácilmente un ataque ruso y sería una completa locura que los rusos lanzaran una guerra contra Estados Unidos. No son los ejércitos rusos, sino las ideologías comunistas las que amenazan a occidente. Los rusos lo saben muy bien y confían, no en su propio ejército, sino en sus partidarios extranjeros. Quieren derrocar las democracias desde dentro, no desde fuera. Sus armas principales son las maquinaciones pro-rusas de sus quintacolumnistas. Son las divisiones de choque del bolchevismo.

Los escritores y políticos comunistas dentro y fuera de Rusia explican las políticas agresivas de esta como mera autodefensa. Dicen que no es Rusia la que planea la agresión, sino, por el contrario, son las decadentes democracias capitalistas. Rusia solo quiere defender su propia independencia. Es un método antiguo y muy usado para justificar la agresión. Luis XIV y Napoleón I, Guillermo II y Hitler fueron los más amantes de la paz de todos los hombres. Cuando invadían países extranjeros, solo lo hacían en justa autodefensa. Rusia estaba tan amenazada por Estonia o Letonia como Alemania por Luxemburgo o Dinamarca.

Una consecuencia de este cuento de la autodefensa es la leyenda del cordón sanitario. La independencia política de los países pequeños vecinos de Rusia, se dice, es simplemente una argucia capitalista para impedir que las democracias europeas se vean infectadas con el germen del comunismo. Por tanto, se concluye, estas naciones pequeñas han renunciado a su derecho a la independencia. Pues Rusia tiene el derecho inalienable a reclamar que sus vecinos (e igualmente los vecinos de sus vecinos) deban estar gobernados solo por gobiernos “amigos”, es decir, estrictamente comunistas. ¿Qué pasaría con el mundo su todas las grandes potencias tuvieran la misma pretensión?

La verdad es no son los gobiernos de las naciones democráticas los que buscan derrocar el actual sistema ruso. No promueven quintas columnas pro-democracia en Rusia y no incitan a las masas rusas contra sus gobernantes. Pero los rusos trabajan noche y día fomentando la agitación en todos los países.

La muy tímida y apocada intervención de la naciones aliadas en la Guerra Civil Rusa no fue una aventura pro-capitalista y anti-comunista. Para las naciones aliadas, implicadas en su lucha a vida o muerte con los alemanes, Lenin era en ese momento simplemente un peón de sus enemigos mortales. Ludendorff había enviado a Lenin a Rusia para derrocar el régimen de Kerensky y producir la derrota de Rusia. Los bolcheviques luchaban con armas contra todos aquellos rusos que querían continuar la alianza con Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos. Desde un punto de vista militar, era imposible para las naciones occidentales permanecer neutrales mientras sus aliados rusos se estaban defendiendo desesperadamente contra los bolcheviques. Para las naciones aliadas, estaba en juego el frente oriental. La causa de los generales “blancos” era su propia causa.

Tan pronto como llegó a su fin la guerra contra Alemania en 1918, los aliados perdieron el interés en los asuntos rusos. Ya no había ninguna necesidad de un frente oriental. No les importaban nada los problemas internos de Rusia. Querían la paz y ansiaban dejar de luchar. Por supuesto, se preocupaban porque no sabían cómo liquidar sus aventuras con decoro. Sus generales lamentaban abandonar a sus compañeros de armas que habían luchado con todas sus fuerzas en una causa común. Dejar a estos hombres en la estacada era en su opinión nada menos que cobardía y deserción.  Esas consideraciones de honor militar retrasaron por un tiempo la retirada de los inadvertidos destacamentos aliados y la cesación de envíos a los blancos. Cuando se hizo finalmente, lo estadistas aliados se sintieron aliviados. Desde entonces, adoptaron una política de estricta neutralidad con respecto a los asuntos rusos.

Es realmente muy desafortunado que las naciones aliadas se hayan implicado, guste o no, en la Guerra Civil Rusa. Habría sido mejor si la situación militar de 1917 y 1918 no les hubiera obligado a interferir. Pero uno no debe olvidar el hecho de que el abandono de la intervención en Rusia era equivalente al fracaso final de la política del presidente Wilson. Estados Unidos había entrado en guerra para hacer al mundo “seguro para la democracia”. La victoria había aplastado al káiser y sustituido en Alemania la autocracia imperial comparativamente suave y limitada por un gobierno republicano. Por otro lado, había hecho que se estableciera en Rusia una dictadura comparada con la cual el despotismo de los zares podría calificarse de liberal. Pero los aliados no ansiaban hacer a Rusia segura para la democracia como habían tratado de hacer en Alemania. Después de todo, la Alemania del káiser tenía parlamentos, ministros responsables ante los parlamentos, juicios con jurados, libertad de pensamiento, de religión y de prensa no mucho más limitadas que en Occidente y muchas otras instituciones democráticas. Pero la Rusia soviética era un despotismo ilimitado.

Estadounidenses, franceses y británicos no veían las cosas desde este ángulo. Pero las fuerzas antidemocráticas en Alemania, Italia, Polonia, Hungría y los Balcanes pensaban de otra manera. Tal y como lo interpretaban los nacionalistas de estos países, la neutralidad de las potencias aliadas con respecto a Rusia era evidencia del hecho de que su preocupación por la democracia había sido una mera fachada. Los aliados, argumentaban, habían luchado contra Alemania porque envidiaban la prosperidad económica de esta y perdonaban a la nueva autocracia rusa porque no temían el poder económico ruso. La democracia, concluían estos nacionalistas, no era nada más que una cómoda disculpa para engañar al pueblo inocente. Y les asustaba que la apelación emocional de este lema se usara algún día como disfraz para ataques insidiosos contra su propia independencia.

Desde el abandono de la intervención, Rusia sin duda ya no tenía ninguna razón para temer a las grandes potencias occidentales. Tampoco los soviéticos temían una agresión nazi. Las afirmaciones en contrario, muy populares en Europa Occidental y en Estados Unidos derivaban de una completa ignorancia de los asuntos alemanes. Pero los rusos conocían Alemania y a los nazis. Habían leído Mein Kampf. Aprendieron de su libro no solo que Hitler codiciaba Ucrania, sino también que la idea estratégica fundamental de este era dedicarse a la conquista de Rusia solo después de haber aniquilado definitivamente y para siempre a Francia. Los rusos estaban completamente convencidos de que era vana la expectativa de Hitler, expresada en el Mein Kampf, de que Gran Bretaña y Estados Unidos se quedarían fuera de esta guerra y dejarían tranquilamente que destruyera Francia. Estaban seguros de que una nueva guerra mundial como esa, en la que planeaban mantenerse neutrales, acabaría con una nueva derrota alemana. Y esta derrota, argumentaban, dejaría a Alemania (si no a toda Europa) en manos del bolchevismo. Siguiendo esta opinión, Stalin ya en tiempos de la República de Weimar, contribuyó al entonces secreto rearme alemán. Los comunistas alemanes ayudaron a los nazis todo cuanto pudieron en sus esfuerzos por socavar el régimen de Weimar. Finalmente Stalin entró en agosto de 1939 en una alianza abierta con Hitler, para que tuviera las manos libres contra Occidente.

Lo que Stalin (como el resto de la gente) no previó fue el abrumador éxito de los ejércitos alemanes en 1940. Hitler atacó Rusia en 1941 porque estaba completamente convencido de no solo Francia sino también Gran Bretaña estaban arruinadas y que Estados Unidos, amenazada en su retaguardia por Japón no sería lo suficientemente fuerte como para interferir con éxito en los asuntos europeos.

La desintegración del Imperio Habsburgo en 1918 y la derrota nazi en 1945 han abierto las puertas de Europa a Rusia. Rusia es hoy la única potencia militar en el continente europeo.  ¿Pero por qué los rusos están tan decididos a conquistar y anexionar? Indudablemente no necesitan los recursos de estos países. Tampoco a Stalin le mueve la idea de que esas conquistas aumentarían su popularidad entre las masas rusas. Sus súbditos son indiferentes a la gloria militar.

No era a las masas a quienes quería aplacar Stalin con su política agresiva, sino a los intelectuales. Pues su ortodoxia marxista está en juego, el mismo fundamento del poderío soviético.

Estos intelectuales rusos eran suficientemente estrechos de mente como para soportar modificaciones en el credo marxista que eran de hecho un abandono de las enseñanzas esenciales del materialismo dialéctico, siempre que estas modificaciones halagaran su chauvinismo ruso. Se tragaron la doctrina de que su santa Rusia podía saltar una de las etapas inevitables de la evolución económica descritas por Marx. Se enorgullecían de ser la vanguardia del proletariado y la revolución mundial que, al alcanzar el socialismo primero solo en un país, establecían un ejemplo glorioso para todas las demás naciones. Pero es imposible explicarles por qué las demás naciones no siguieron finalmente a Rusia. En los escritos de Marx y Engels, que uno no puede alejar de sus manos, descubren que los padres del marxismo consideraban a Gran Bretaña y Francia e incluso Alemania como los países más avanzados en la civilización y en la evolución del capitalismo. Estos estudiosos de las universidades marxistas pueden ser muy tontos como para comprender las doctrinas filosóficas y económicas del evangelio marxista, pero no lo suficiente como para no ver que Marx consideraba a esos países occidentales como mucho más avanzados que Rusia.

Luego algunos de estos estudiosos de políticas económicas y estadísticas empiezan a sospechar que el nivel de vida de las masas es mucho más alto en los países capitalistas que en su propio país. ¿Cómo puede ser? ¿Por qué hay condiciones más propicias en Estados Unidos, que (aunque destacado en la producción capitalista) está más retrasado en despertar la conciencia de clase en los proletarios?

La conclusión de estos hechos parece inevitable. Si los países más avanzados no adoptan el comunismo y les va bastante bien bajo el capitalismo, si el comunismo se limita a un país al que Marx consideraba como atrasado y no produce riqueza en absoluto, ¿no es quizá la interpretación correcta que el comunismo es una característica de los países atrasados y genera una pobreza general? ¿No debe el patriota ruso lamentar el hecho de que su país esté comprometido con este sistema?

Esos pensamientos son muy peligrosos en un país despótico. Quienquiera que se atreva a expresarlos sería liquidado sin piedad por la G.P.U. Pero, aunque no se expresen, están en la punta de la lengua de cualquier hombre inteligente. Perturban el sueño de los cargos supremos y quizá incluso el del gran dictador. Sin duda tiene poder para aplastar a cualquier opositor. Pero las consideraciones de conveniencia hacen poco recomendable erradicar a toda esta gente de alguna manera juiciosa y dirigir al país con solo tarugos estúpidos.

Esta es la crisis real del marxismo ruso. Todo día que pasa sin traer la revolución mundial se agrava. Los soviéticos deben conquistar el mundo o si no están amenazados en su propio país por un abandono de la intelectualidad. Es la preocupación sobre el estado ideológico de las mejores mentes de Rusia lo que empuja a la Rusia de Stalin a una resuelta agresión.


[1] Pío XII (i939-1958).

[2] Mensaje de Nochebuena, New York Times, 25 de diciembre de 1941.

[3] La anexión de Carpato-Rusia explota completamente su hipócrita indignación respecto de los acuerdos de Múnich de 1938.


Este artículo es capítulo cuatro del libro Caos Planificado. Descarga el resto del libro aquí.

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