La visión de Mises de la sociedad libre

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[Prólogo de Liberalismo de Ludwig von Mises]

Toda filosofía política debe ocuparse de una cuestión central: ¿bajo qué condiciones hay que considerar legítima la iniciación de la violencia? Una filosofía puede apoyar esa violencia en favor de los intereses de un grupo racial mayoritario, como pasaba con los nacionalsocialistas de Alemania. Otra puede apoyarla en favor de una clase económica concreta, como pasaba con los bolcheviques en la Rusia soviética. Otras más pueden preferir evitar una postura doctrinaria en uno u otro sentido, dejando al buen juicio de quienes administran el estado decidir cuándo el bien común reclama la iniciación de violencia y cuándo no lo hace. Es la postura de las socialdemocracias.

El liberal establece un listón muy alto para la iniciación de violencia. Más allá de los impuestos mínimos para mantener servicios legales y de defensa (y algunos liberales incluso niegan estos), niega al estado el poder de iniciar violencia para la redistribución de riqueza o enriquecer a grupos influyentes de presión o tratar de mejorar la condición moral del hombre. Las personas civilizadas, dice el liberal, interactúan entre sí, no de acuerdo con la ley de la selva, sino por medio de la razón y la discusión. El hombre no ha de hacerse bueno por medio del carcelero y el verdugo; si fueran necesarios para hacerlo bueno, su condición moral ya más allá de poder ser rescatada. Como dice Ludwig von Mises en este libro seminal, el hombre moderno “debe librarse de la costumbre de llamar a la policía tan pronto como algo no le gusta”.

Ha habido un cierto renacimiento en los estudios misesianos tras la crisis financiera que aquejó primero al mundo en 2007 y 2008, ya que eran los seguidores de Mises los que tenían las explicaciones más convincentes para fenómenos económicos que dejaban balbuceando a la mayoría de los llamados expertos. La importancia de las contribuciones económicas de Mises a la discusión moderna nos hace omitir sus contribuciones como teórico social y filósofo político. La reedición de Liberalismo ayuda a rectificar esta omisión.

El liberalismo que describe aquí Mises no es, por supuesto, el “liberalismo” de los Estados Unidos de hoy, sino más bien el liberalismo clásico, que es cómo el término continúa entendiéndose en Europa. El liberalismo clásico defiende la libertad individual, la propiedad privada, el comercio libre y la paz, principios fundamentales de los que puede deducirse el esto del programa liberal. (Cuando apareció en 1962 la primera edición en inglés de Liberalismo, Mises la publicó bajo el título La comunidad libre y próspera, para no confundir a los lectores estadounidenses que asociaban el liberalismo con un credo muy distinto del que él defendía).

No es un insulto para Mises describir su defensa del liberalismo como parsimoniosa, en el sentido de que, siguiendo la navaja de Occam, no emplea a su favor ningún concepto que no sea estrictamente necesario para su argumentación. Así, Mises no hace ninguna referencia a los derechos naturales, un concepto que desempeña un papel central en tantas otras exposiciones del liberalismo. Se centra principalmente en la necesidad de cooperación social a gran escala. La cooperación social, por la que cadenas complejas de producción funcionan para mejorar el nivel general de vida, puede generarse solo con un sistema económico basado en propiedad privada. La propiedad privada en los medios de producción, unida a la progresiva extensión de la división del trabajo, ha ayudado a liberar a la humanidad de las terribles aflicciones que antes afrontaba la raza humana: enfermedad, pobreza aplastante, tremendos índices de mortalidad infantil, mugre y miseria general e inseguridad económica radical, con gente viviendo a solo una cosecha de la muerte por inanición. Hasta que la economía de mercado mostró las posibilidades de creación de riqueza de la división del trabajo, se daba por sentado que estas características grotescas de la condición humana eran los dictados fijados por una naturaleza fría y despiadada y por tanto era improbable que se aliviaran de forma sustancial por el esfuerzo humano, y mucho menos conquistada completamente.

A los estudiantes se les ha enseñado durante muchas generaciones a pensar en la propiedad como una palabrota, la misma encarnación de la avaricia. Mises no lo hará. “Si la historia pudiera demostrar algo con respecto a esta cuestión, solo podría ser que en ningún momento ha habido un pueblo que sin propiedad privada haya superado la más opresiva penuria y salvajismo escasamente distinguible de la existencia animal”. La cooperación social, demuestra Mises, es imposible en ausencia de propiedad privada y cualquier intento de rebajar el derecho de propiedad socava el pilar central de la civilización moderna.

De hecho Mises liga firmemente el liberalismo a la propiedad privada. Es muy consciente de que defender la propiedad es invitar a la acusación de que el liberalismo es simplemente una apología velada del capital. “Los enemigos del liberalismo lo han calificado como el partido de los intereses especiales de los capitalistas”, observa Mises. “Esto es característico de su mentalidad. Simplemente no pueden entender una ideología política como algo que no sea la defensa de ciertos privilegios especiales frente al bienestar general”. Mises demuestra en este libro y a lo largo de todo su corpus de obras que el sistema de propiedad privada de los medios de producción redunda en beneficio no solamente de los propietarios directos de capital, sino en realidad de toda la sociedad.

De hecho, no hay ninguna razón particular por la que la gente en posesión de mucha riqueza deba estar a favor del sistema liberal de libre competencia, en el que debe ejercerse un esfuerzo continuo a favor de los deseos de los consumidores si no se quiere que desaparezca esa riqueza. Los que poseen mucha riqueza (especialmente quienes la heredaron) pueden el realidad preferir habitar en un sistema de intervención, que es mucho más probable que mantenga paralizados los patrones existentes de riqueza. No sorprende que las revistas económicas estadounidenses durante la Era Progresista estén llenas de reclamaciones de reemplazar el laissez faire, un sistema en el que no están protegidos los beneficios de nadie, con un cártel aprobado por el gobierno y dispositivos de colusión.

Naturalmente, dado el énfasis de Mises en la centralidad de la división del trabajo para el mantenimiento y progreso de la civilización, es particularmente franco respecto de los males de una guerra agresiva, que además de su sufrimiento físico y humano genera el progresivo empobrecimiento de la humanidad, por su quiebra radical de una estructura armoniosa de producción que se extiende por todo el planeta. Mises, que raramente mide las palabras, pero cuya prosa es generalmente elegante y contenida, habla con indignación y enfado cuando trata el tema del imperialismo europeo, una causa a cuyo favor no admitirá argumento alguno. Igual que su alumno, Murray Rothbard, posteriormente identificaría guerra y paz como el tema fundamental de todo el programa liberal, Mises insiste igualmente en que estas cuestiones no pueden olvidarse (como hacen demasiado a menudo liberales clásico de nuestro tiempo) a favor de asuntos más seguros y menos sensibles políticamente.

La herramienta principal del liberalismo, mantenía Mises, era la razón. Eso no significa que Mises pensara que todo su programa deba llevarse a cabo mediante tratados académicos densos y elaborados. Admiraba mucho a quienes ponían sus ideas en el escenario, la pantalla grande y el mundo de la ficción editada. Pero sí significa que la causa debe permanecer arraigada en el argumento racional, un fundamento mucho más sólido que el voluble irracionalismo de la emoción y la histeria por el que otras ideologías buscan conmover a las masas. “El liberalismo no tiene nada que ver con todo esto”, insiste Mises. “No tiene flor del partido, ni color del partido, ni canción del partido, ni ídolos del partido, ni símbolos, ni lemas. Tiene la sustancia y los argumentos. Estos deben llevarle a la victoria”.

Finalmente, unas pocas palabras acerca de la traducción. La elegante interpretación de las palabras de Mises por Ralph Raico no solo trasladan las ideas del autor con precisión y cuidado, sino que también conservan su estilo único y cautivador de prosa. Los lectores de obras posteriores de Mises, muchas de las cuales aparecieron originalmente en inglés en lugar de en traducción, se sorprenderán por lo hábilmente que Raico ha capturado la voz que se descubre en esos libros.

Tendríamos que alegrarnos por la publicación de la nueva edición del Instituto Mises de este viejo clásico, particularmente en un momento tan peligroso de la historia. Con las crisis fiscales y las duras decisiones que reclaman amenazando con una ola de desórdenes civiles en toda Europa, se están haciendo cada vez más evidentes las promesas imposibles realizadas por estados del bienestar faltos de efectivo. Como argumentaba Mises, no hay ningún sustitutivo estable a largo plazo para la economía libre. El intervencionismo, incluso a favor de una causa tan aparentemente buena como el bienestar social, crea más problemas de los que resuelve, llevando así a aún más intervención hasta que el sistema está completamente socializado, si no se ha producido antes su colapso.

La postura de Mises va en contra de quienes sostienen que el mercado es en realidad un lugar de rivalidad y pelea en el que la ganancia de uno implica pérdidas de otros. Por ejemplo, pienso en David Ricardo y su idea de que salarios y beneficios se mueven necesariamente en direcciones opuestas. Thomas Malthus  advertía sobre una catástrofe poblacional, que implicaba un conflicto entre algunos individuos (los ya nacidos) y otros (el supuesto exceso de los que les siguieran). Luego estaba, por supuesto, toda la tradición mercantilista, que veía al comercio y el intercambio como una especie de guerra de baja intensidad que ocasionaba un grupo de finido de ganadores y perdedores. Karl Marx estableció una declaración clásica de antagonismo propio de las clases en El manifiesto comunista. Aún más antiguo que estos personajes era Michel de Montaigne (1533–1592), que argumentaba en su ensayo “El perjuicio de un hombre es el beneficio de otro” que “no puede obtenerse ningún beneficio si no es a costa de otro”. Mises llamaría posteriormente a esta opinión la “falacia de Montaigne”.

Por el bien de la propia civilización, Mises nos pide que descartemos los mitos mercantilistas que colocan la prosperidad de un pueblo contra la de otro, los mitos socialistas que describen las diversas clases sociales como enemigas mortales y los mitos intervencionistas que buscan la prosperidad mediante saqueo mutuo. En lugar de estos errores juveniles y destructivos, Mises aporta un argumento convincente a favor del liberalismo clásico, que ve “armonías económicas” (por tomar la formulación de Frédéric Bastiat) donde otros ven antagonismo y pelea. El liberalismo clásico, tan apropiadamente defendido aquí por Mises, no busca para nadie ninguna ventaja obtenida coactivamente y por esa misma razón proporciona los resultados más satisfactorios a largo plazo para todos.


Publicado el 16 de julio de 2010. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.