Lo que puede enseñarnos Henry Hazlitt acerca de la inflación en 2014

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[Este artículo está adaptado de un parte de la Henry Hazlitt Memorial Lecture, realizada en la Conferencia de Investigación de Economía Austriaca]

Créanme, señoras y caballeros, cuando estás en lo alto del periodismo financiero, estás a nivel del mar. Hay excepciones a la regla, por supuesto. El erudito victoriano Walter Bagehot, segundo editor de The Economist, fue una. Los estadounidenses del siglo XX Garet Garrett, John Chamberlain y (mi antiguo mentor en Barron’s) Robert M. Bleiberg fueron otras. Cada uno trajo algo extraordinario al prosaico negocio de las noticias y comentarios financieros y económicos. Luego estuvo Henry Hazlitt (1894-1991), autor, crítico, economista autodidacta y visionario. Estoy ante ustedes en reflejo de la gloria de su reputación.

Autor de La economía en una lección, un veterano columnista de Newsweek y editorialista de The New York Times en una época distante, anterior a Krugman, Hazlitt batalló toda su visa contra la inflación. Estaba en ello en 1946 y seguía fuerte en 1966. Puede que sea bueno en este punto definir término: Hazlitt sin duda hubiera querido que lo hiciésemos.

Ustedes habrán oído la inflación reducida a la expresión “demasiado dinero en busca de demasiados pocos bienes”. Es una definición demasiado estrecha. Inflación es demasiado dinero. Lo que decide perseguir el incremento redundante del poder adquisitivo es variable pero siempre esquivo. Varía de ciclo en ciclo.

En un intervalo de mercado, los dólares pueden buscar camisas, o pasta de diente o automóviles. Es inflación en el mostrador, la variedad familiar del IPC. O los dólares pueden buscar acciones o bonos o tierras agrarias en Iowa. En Wall Street, donde yo trabajo, este es el tipo de inflación conocida como “mercado alcista” y la mayoría de nosotros nos alegramos cuando existe. La inflación de valores de activos es el tipo de inflación que prevalece hoy.

En el año pasado, los bancos centrales del mundo han materializado (netos) 1,9 billones de dólares (netos, por ejemplo, de la importante disminución de euros realizada por el Banco Central Europeo). Los crearon en los teclados de sus computadoras. Puede ayudar a entender el significado de esta enorme pila de papel advertir que es más que el PIB de la India. Se oye constantemente que estas efusiones del banco central simplemente nos ayudan a la “nueva normalidad”. No estoy de acuerdo, y estoy seguro de que Hazlitt no estaría de acuerdo si estuviera hoy aquí.

La “deflación” es también un término constantemente mal entendido. No es (como se oye definida a menudo) una simple caída en los precios agregados. Probemos un experimento mental. Supongamos que vivís en un tiempo de maravillas materiales y tecnológicas: de tecnología digital que pone robots a trabajar, hace universalmente accesible el canon de conocimiento humano (y, por supuesto, del error humano) y coordina y arbitra los mercados laborales más remotos del mundo. Como cuesta menos fabricar cosas, debería costar menos comprarlas.

¿Llamaríais a este feliz estado de cosas “deflación” o podríais llamarlo “progreso”? A la mayoría de los estadounidenses no parece preocuparles, independientemente de cómo decida llamarlo la Reserva Federal. Dedican la mitad de sus fines de semana buscándolo.

Con esto en mente, oigamos al propio Hazlitt, el maestro de la claridad económica. Aquí está en junio de 1946 (en el New York Times, nada menos) llamando la atención al gobierno por su equivocada preocupación acerca de una vuelta a la década de 1930.

Un corresponsal de Washington del Wall Street Journal informa de que los expertos económicos del gobierno están ahora convencidos de que la ‘deflación’ y no la inflación será el gran problema dentro de seis meses a un año”, empezaba Hazlitt. “Los planificadores de la política financiera federal no guardan en secreto su creencia en que el peligro de la inflación de posguerra se superó la pasada primavera y de que a partir de ahora el mayor peligro reside en una deflación demasiado rápida. Esa creencia por parte de los planificadores públicos en Washington no sería sorprendente, toda la filosofía económica que han adoptado les lleva a creer que ‘el verdadera peligro es la deflación’, sean cuales sean las evidencias que haya en el otro lado”.

En 1946, como ahora, el gobierno sostenía la amenaza de deflación para justificar una política de tipos ultra-bajos de interés y dinero fácil. Señoras y caballeros, he dedicado treinta y un años de mi vida a escribir sobre tipos de interés y tengo que decirles que ya no los veo. Son diminutos. Y lo eran también en 1946. Entonces, como ahora, la Fed ha sido reclutada al servicio financiero del gobierno. Igual que hace ahora, el banco central llevó los tipos de interés del mercado monetario prácticamente a cero y los títulos del Tesoro a largo plazo a menos del 3%. Igual que hoy, la Fed  toquetea las escalas financieras.

Hazlitt reclamaba al gobierno que la abandonara:

“Cuando los tipos de interés se mantienen arbitrariamente bajos por la política pública, el efecto debe ser inflacionista”, escribía. “En primer lugar, los tipos de interés no pueden mantenerse artificialmente bajos si no es con inflación. El tipo natural o real de interés es el tipo que se establecería si estuvieran en equilibrio la oferta y demanda de capital real. El tipo de interés presente del dinero solo puede mantenerse por debajo del tipo natural inyectando nuevo dinero en el sistema económico. Este nuevo dinero y nuevo crédito se añaden a la oferta aparente de nuevo capital igual que el añadido acertado  de agua  se añade a la aparente oferta de leche real”.

Hazlitt concluía que “el tipo de interés del dinero puede mantenerse por debajo del tipo real de interés solo mientras la oferta de nuevo dinero exceda la oferta de nuevo capital real. Unos tipos de interés excesivamente bajos son inflacionistas en segundo lugar porque dan un estímulo excesivo al volumen de lo prestado”.

Bueno, yo podría citar estas frase perfectamente formadas hoy en Grant’s (creo que podría). Son tan actuales ahora como lo eran durante la administración de Harry S. Truman. El tipo efectivo de los fondos federales ha sido cero durante casi seis años.

Hay una doctrina en las finanzas que se llama el modelo de descuento del dividendo. Dice que el precio de una acción común es el valor actual de sus flujos futuros de caja descontado un tipo de interés apropiado. ¿Qué ocurriría entonces en el cálculo del valor de esa acción si el tipo de interés no fuera el apropiado, si fuera artificial?

Hazlitt dice esto: “Los tipos de interés excesivamente bajos son inflacionistas porque significan que bonos, acciones, inmuebles y empresas personales se capitalizan a tipos de interés excesivamente altos y perderán valor incluso si la renta anual que pagan sigue siendo la misma, si aumentan los tipos de interés”.

Si lis tipos de interés son artificialmente bajos, de esto se deduciría que los valor de inversión que prevalecen son artificialmente altos. Afirmo que lo son y ustedes pueden estar o no de acurdo. Pero deben permitir la observación de que vivimos en una especie de galería de los espejos de valoración. No sabemos exactamente dónde deberían comerciar nuestros mercados, porque no sabemos dónde estarían los tipos de interés en ausencia de una manipulación del banco central. Los tipos naturales de interés (silvestres, orgánicos, sostenibles) son lo que necesitamos. Los tipos de interés de invernadero (del tipo enclenque genéticamente modificado del gobierno) son los que tenemos.

Hazlitt entendía los efectos de estas intrusiones en el mercado. Más que eso, era capaz de explicarlos en palabras tan sencillas, pero tan elegantes, que el proverbial lechero de Dayton podría haber seguido su argumentación. Qué hombre tan notable era y qué bien nos vendría a todos vivir más cerca de su ejemplo.


Publicado el 9 de junio de 2014. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.