Cuando roban los acereros

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La semana pasada en Alabama, unos 900 sindicalistas, políticos, propietarios de pequeñas empresas y sus familias, se manifestaron para crear conciencia de supuestos dumpings en la importación de acero y cómo esto amenaza su modo de vida. Tienen algo de razón. Cuando un competidor entra en un mercado vendiendo un producto homogéneo y puede rebajar el precio de los productores establecidos, los modos de vida de esos productores están amenazados.

Gracias a Dios este es el caso. En una economía de libre mercado, las empresas amenazadas habitualmente responden buscando formas de aumentar las eficiencias, tratando de acceder entradas con costes menores y mejorando las economías de escala y el ámbito. A largo plazo, aquellas empresas que se ajustan continuamente para atender mejor que otras al consumidor sobreviven un día más, mientras que las que no lo hacen tienden a fracasar y se olvidan pronto.

Cuando este proceso se desarrolla en toda la economía, se producen más bienes y servicios que en otro caso, los precios bajan (generando un aumento correspondiente en el poder adquisitivo) y nos hacemos más ricos. El que este proceso estuviera relativamente no intervenido en Estados Unidos en el siglo XIX explica por qué se produjo aquí la Revolución Industrial y por qué, con el tiempo, los estadounidenses crecieron en prosperidad y su economía se convirtió en la envidia del mundo.

Aunque se pueda volver a la administración de Washington de 1789 en busca de ejemplos de gobierno interviniendo en el orden del mercado, no fue hasta la Era Progresista que estas intervenciones se institucionalizaron como funciones oficiales del gobierno y pronto los cárteles y las empresas de compinches empezaron a caracterizar y definir (crecientemente) la economía de EEUU. En el sector acerero en particular, esto ha demostrado ser bastante nefasto. Expliquemos algunas de las cosas.

Primero, están los sindicatos. El acero fue una las primeras industrias a sindicalizar. Esto no es en sí mismo necesariamente pernicioso, pero se volvió así una vez que el poder exterior al mercado, producido por el estado coactivo, se usó para ungir a los trabajadores sindicalizados por encima de los demás. Estos trabajadores se volvieron más resistentes al cambio y menos productivos  al hacerse cada vez más difícil, si no imposible, despedirlos. Una razón principal por la que los estados productores de acero se conocen como Rust Belt [“Cinturón Oxidado”] es porque al disminuir relativamente la productividad de los sindicalizados y aumentar relativamente los salarios sindicalizados, capital y mano de obra ´se hicieron más productivos en otros estados. Ambos huyeron del cinturón oxidado en busca de mejores oportunidades en otro lugar.

Aunque sindicatos opulentos han gastado decenas de millones de dólares para obligar a la sindicalización en estados con derecho al trabajo, ostensiblemente sin preocuparse por las condiciones de trabajo allí, el propósito real es eliminar las diferencias relativas en el coste de capital y mano de obra y eliminar así las ventajas de las que disfrutan estos estados. Su solución, cuando se les presentan las consecuencias que se producen cuando los salarios de trabajadoras  exceden su productividad es tratar de obligar al mismo resultado de productividad salarial en competidores potenciales en otros lugares.

Segundo, están los efectos del comercio internacional. Aunque los días de gloria de la industria estadounidense del acero  en las primeras décadas tras la Segunda Guerra Mundial, la producción de acero no tardaría en arraigar en el extranjero, a menudo empleando tecnologías superiores. Los directores de sectores menos protegidos tenían fuertes incentivos para responder con inversiones similares debido a su preocupación por su decreciente participación en el mercado, pero esos incentivos disminuyen cuando pueden contar con el gobierno para imponer legislación comercial proteccionista. ¿Por qué renovar fábricas para igualar la eficacia surcoreana cuando el acero coreano más barato puede contrarrestarse con aranceles y cuotas?

Ese es el riesgo moral del proteccionismo. Elimina los incentivos sanos para que los sectores favorecidos mejoren con el tiempo.

Finalmente, está el papel de los precios. Al forzar los precios internos del acero por encima de los que serían en otro caso, se hace inevitable un aumento en la competencia al reaccionar los competidores las señales de un mayor precio que crean los propios nacionales. Este “efecto miope” evoluciona con beneficios a corto plazo para los nacionales, pero con problemas a largo plazo que habitualmente concluyen con reclamaciones de nuevas rondas de protección. Es un ciclo costoso que daña a los consumidores cuanto más tiempo se le permita existir.

Los precios protegidos más altos también tienen el efecto de aumentar la búsqueda de sustitutivos de tal forma que, hoy, se han desarrollado miles de productos para reemplazar bienes que solían incorporar acero. Eso es estupendo para aquellos fabricantes y consumidores a los que sirven, pero hace preguntarse acerca de los bienes no fabricados y que no se ven porque los recursos se desviaron a sustitutivos del acero. Digamos que no se muestran en los cálculos de PIB.

Hablar de esa destrucción probablemente no sea propio de la manifestación del aceo de la pasada semana en Alabama, en la que la bandera federal ondeaba libremente y las pancartas de los trabajadores proclamaban: “Mantener lo que se fabrica en Estados Unidos” y “SOSTrabajos”. Pat Summerlin, un electricista que participaba en la manifestación, decía que proteger la industria era importante porque, después de todo, su fábrica y sus trabajadores apoyan a la comunidad. “Si pierdo mi empleo, eso significa que no estoy gastando dinero en tu empresa. Estamos todos conectados”.

No si comparas el gasto aumentado de los bien relacionados con efectos dañinos y habitualmente no visibles de proteger el sector del acero nacional sobre todos los demás. Cuando lo haces, hay una pérdida neta para la sociedad, una pérdida que refleja una ignorancia profunda e incluso dura como el acero de la economía.


Publicado el 3 de julio de 2014. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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