Un área en la que tropiezan muchos pensadores del libre mercado y libertarios, que tienen razón en lo demás, es el área de las leyes de derecho al trabajo, que están ganando ahora una considerable popularidad a lo largo de la nación. Estas leyes aparecen en diversas formas, pero en la mayoría de los casos un estado que adopta leyes del derecho al trabajo hace ilegal a los empresarios requerir ser miembros de un sindicato como condición de empleo. Hasta ahora, veinticuatro estados han adoptado estas leyes y el parlamento en Missouri tiene planes para hacer de ese estado un estado con derecho al trabajo en algún momento del principio del año que viene.
Las leyes de derecho al trabajo son atractivas para algunos porque ayudan a recortar los poderes de monopolio concedidos a los sindicatos por el gobierno. También apelan a la gente de mente más pragmática, dabido a las claras mejoras en el crecimiento económico. Un estudio reciente del National Institute of Labor Relations Research descubría que, a lo largo de un periodo de diez años, los estados con leyes de derecho al trabajo experimentan un crecimiento significativo en producción manufacturera y PIB comparados con estados sin derecho al trabajo. Por supuesto, este es el resultado que esperaríamos de disminuir el poder de monopolios creados por el gobierno, como los concedidos a los sindicatos.
Pero aparte de preocupaciones utilitaristas, los defensores del libre mercado deben preguntar si estas leyes son la forma correcta de reducir el poder del gobierno y si satisfacen los criterios morales y éticos en la raíz del pensamiento libertario y del libre mercado. ¿Es correcto restringir la libertad de contratar para compensar restricciones existentes sobre esa misma libertad?
Percy Greaves ya ha demostrado diestramente por qué un mercado libre es preferible a leyes de derecho al trabajo, como ha hecho Milton Friedman en su famoso libro Capitalismo y libertad, aunque buena parte de la postura de este último se base desgraciadamente en una apelación a leyes antitrust erróneas. No repetiré aquí sus argumentos y pocos libertarios discuten hoy la superioridad del libre comercio sobre un sistema proteccionista. Sin embargo, muchos siguen argumentando que esta es una falsa dicotomía. La cuestión, dicen, no es si las leyes de derecho al trabajo son mejores de lo ideal, sino si son preferibles al status quo, en el que los sindicatos están apoyados por el gobierno, y si es así ¿no deberíamos apoyarlas?
La respuesta a la primera pregunta es que sí. Gracias a un poder de monopolio concedido al gobierno, los sindicatos tienen demasiado poder y el resultado es una distorsión devastadora en mercados y precios que causa, no solo desempleo, sino también precios altos y servicios de baja de calidad que de otra forma no serían sostenibles. Sin embargo, a la segunda pregunta estoy obligado a responder con un rotundo no.
¿Pero por qué? Si los sindicatos apoyados por el gobierno distorsionan los mercados y causan daño económico, ¿por qué no deberían los defensores del mercado libre apoyar leyes que limiten esos poderes?
Ante todo, los esfuerzos incrementales tienen que ir en la dirección correcta. Aunque el derecho al trabajo parece un paso en la dirección correcta porque mejora las condiciones laborales y se parece más al mercado libre que el status quo, esto es una ilusión. De hecho, estas leyes con pasos en la dirección incorrecta al favorecer más regulación y no menos, más leyes y no menos. Hay una concesión tácita a que las órdenes del gobierno pueden resolver nuestros problemas y que no puede confiarse en los empresarios para que dirijan sus compañías sin intervención pública.
Por otro lado, como defensores del libre mercado tenemos una obligación de mantener el ideal de no intervención pública en mercados y apoyar siempre menores intervenciones cada vez que tengamos la oportunidad. Utilizar la intervención del gobierno como medio para reducir la intervención del gobierno es metodológicamente endeble y lógicamente contradictorio.
Como escribe Murray Rothbard en The Case for Radical Idealism,
El libertario no debe permitirse nunca verse atrapado en ningún tipo de propuesta de acción gubernamental “positiva”; en su perspectiva, el papel del gobierno debería ser solo retirarse de todos los ámbitos de la sociedad tan rápidamente como pueda apresurarse.
No hay nada incorrecto en apoyar un cambio incremental, pero debemos asegurarnos de que nos estamos moviendo incrementalmente en la buena dirección, hacia la libertad, en lugar de alejándonos de ella.
Segundo, el argumento que oigo más a menudo es que la abolición de las leyes laborales existentes no es realista y aunque indudablemente sería la mejor solución, la única posibilidad que tenemos de conseguir un cambio real es con la segunda mejor opción de las leyes de derecho al trabajo.
La única razón por la que abolir las viejas leyes no es realista es que todos creen que no es realista. Concediendo que las leyes antiguas no pueden abolirse, impedimos que nadie si quiera lo intente. Si la demanda popular fuera suficientemente fuerte y si los activistas e intelectuales no renuncian a la lucha antes de empezar, las leyes podrían abolirse. Quienes defienden el pragmatismo aseguran que la única dirección práctica es la errónea. O, como escribía William Lloyd Garrison, “el gradualismo en la teoría es perpetuidad en la práctica”.
Tercero, aunque una devoción a los principios por encima del pragmatismo puede no generar resultados a corto plazo o incluso generar una aparente recaída, el efecto a largo plazo es muy diferente. Para tener éxito, tenemos que tener principios coherentes y defendibles y levantarnos continuamente para apoyarlos. Si argumentamos de forma selectiva para el uso de más regulación para arreglar aquellas áreas que no nos gustan, socavamos el objetivo final.
Si vamos a aplicar la teoría de que dos negativos hacen un positivo cuando se trata del gobierno, deberíamos estar también defendiendo órdenes que obliguen a los doctores a dar más recetas para combatir los problemas de suministro creados por las licencias médicas y la prohibición de las drogas. Por supuesto, esa ley sería un evidente sinsentido, pero la situación análoga con el trabajo parece nublar la mente incluso de los libertarios más entregados.
No podemos reparar malas leyes aprobando más malas leyes. Deben ser visibles para todos y luego arrancadas, una por una si es necesario, hasta que desaparezcan. Solo no cediendo en estos principios podemos esperar alcanzarlos alguna vez.
Publicado el 18 de julio de 2014. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.