La hiperinflación lleva a la completa quiebra en la demanda de una divisa, lo que significa simplemente que nadie quiere tenerla. Todos quieren librarse de ese tipo de dinero lo antes posible. Los precios, denominados en la divisa hiper-inflada, se disparan repentina y drásticamente. Los ejemplos más famosos, aunque hay muchos más, son Alemania a principios de la década de 1920 y Zimbabue hace solo unos años. Los Reichsmarks alemanes y los dólares zimbabuenses se imprimían en denominación de millones e incluso billones.
Podemos mofarnos de esta locura y suponer que Estados Unidos nunca podría pasar por algo parecido. Somos modernos. Sabemos demasiado. Nuestros líderes monetarios son sabios y tienen un poder sin precedentes para evitar ese terrible resultado.
Pensadlo otra vez.
Nuestros líderes monetarios no entienden la verdadera naturaleza del dinero y la banca, así que defienden la expansión monetaria como cura para todo mal económico. Los múltiples programas de flexibilización cuantitativa muestra perfectamente esta idea. Más aún, nuestros líderes monetarios realmente defienden un aumento constante en el nivel de precios, lo que se conoce popularmente como inflación. Cualquier reducción percibida en la tasa de inflación se ve como una tendencia deflacionista potencialmente peligrosa, que debe contrarrestarse con un aumento en la oferta monetaria, una reducción en los tipos de interés o una flexibilización cuantitativa. Así que un aumento en la inflación se verá como un éxito, sobre el que debe trabajarse para que continúe. Este pensamiento prevalecerá incluso cuando la inflación esté en tasas extremadamente altas.
Igual que en anteriores hiperinflaciones, las acciones que produzcan una hiperinflación estadounidense se verán como necesarias, adecuadas, patrióticas y éticas, igual que se vieron por las autoridades monetarias en la Alemania de Weimar y la Zimbabue moderna. Ni las autoridades financieras alemanas ni las zimbabuenses estuvieron dispuestas a admitir que había una alternativa a sus políticas inflacionistas. Lo mismo pasará en Estados Unidos.
El detonante más probable de la hiperinflación es un aumento en los precios tras una pérdida de confianza en el dólar en el exterior y su repatriación a nuestras fronteras. Comprometidas con una política de bajos tipos de interés, nuestras autoridades monetarias rechazarán la única opción legítima para imprimir más dinero: permitir que suban los tipos de interés. Solo la inversión no inflacionista por el público en bonos públicos habría impedido un aumento en el nivel de precios, pero esa acción habría disparado una recesión. Este acontecimiento necesario e inevitable recibiría una vehemente oposición de nuestro gobierno, como ha pasado durante varios años hasta hoy.
Por el contrario, el gobierno reclamará y la Fed aceptará expansiones aún mayores en la oferta monetaria a través de compras directas de estos bonos públicos, antes en poder de nuestros socios comerciales en el extranjero. Esto producirá niveles aún mayores de inflación, por supuesto. Luego, para impedir la pérdida de poder adquisitivo por grupos políticamente bien relacionados, el gobierno imprimirá aún más dinero para financiar pagos especiales a estos grupos. Por ejemplo, el gobierno reclamará que los beneficiarios de la Seguridad Social consigan sus aumentos automáticos y lo mismo pasará con respecto a la cuarta parte de la población que tiene prestaciones por discapacidad. La paga al funcionario militar y civil aumentará. Las financiación de los contratos públicos con sobrecostes aumentará. A medida que el dólar pierda valor en el extranjero, las compras locales por parte de nuestro desbordado ejército costarán más en términos de dólares (ya que el dólar compra menos unidades de divisas locales), necesitando un aumento de emergencia en la financiación. Por supuesto, esa acción es necesaria, adecuada, patriótica y ética.
Otros sectores del empleo federal, como los controladores del tráfico aéreo y los trabajadores de la TSA probablemente amenacen con ir a la huelga y bloquear el acceso a las terminales aéreas si no obtienen un aumento salarial para restaurar el poder adquisitivo de sus ahora magros salarios.
Los gobiernos estatales y locales estarán asimismo bajo presión para aumentar el salario de los trabajadores públicos de seguridad o sufrir huelgas que amenacen con el caos social. No teniendo la capacidad de aumentar impuestos o imprimir su propio dinero, pedirán al gobierno federal que actúa e imprima más dinero para aplacar a policías y bomberos. Hacerlo se verá como necesario, adecuado, patriótico y ético.
Cada ronda de impresión de dinero acabará finalmente de vuelta en el sistema de precios, creando demanda de otra ronda de impresión de dinero… y otra… y otra, con cada una cada vez mayor que la anterior, al ser esa la naturaleza de tratar absurdamente de restaurar el poder adquisitivo con cada vez más dinero. La ley de la utilidad marginal decreciente se aplica al dinero igual que a todos los bienes y servicios. La presión política y social para imprimir más dinero para impedir una pérdida de poder adquisitivo por parte de los trabajadores públicos y políticamente relacionados se verá como absolutamente necesaria, adecuada, patriótica y ética.
Muchos no sobrevivirán. Igual que en la Alemania de Weimar, los mayores que se jubilen con los frutos de una vida de ahorro se encontrarán empobrecidos hasta la desesperación. Los suicidios de los ancianos serán comunes. La prostitución aumentará, ya que el propio cuerpo se convierte en el único recurso vendible para muchos. Las armas desparecerán de las armerías, si no comprándolas por pánico por el robo de bandas armadas, muchas de las cuales estarán formadas por vecinos antes cumplidores de las leyes.
Se acusará a las empresas por aumentar los precios. Los bienes desaparecerán del mercado, ya que los ingresos del productor quedarán por debajo del aumento en el coste de los recursos de sustitución. La solución refleja del gobierno es imponer controles de salarios y precios, lo que sencillamente llevará al resto de los bienes y servicios del mercado blanco al mercado negro controlado por gánsteres. Algunos no participarán en la locura. Mejor crear un inventario que venderlo con pérdidas. Mejor cerrar la tienda y esperar a que pase la locura. Así que el gobierno hace lo que es necesario, adecuado, patriótico y ético: imprime aún más dinero y los precios aumentan aún más.
El dinero al que te has acostumbrado a usar y ahorrar acaba convirtiéndose en inútil: ya no sirve como medio de intercambio. Nadie lo aceptará. Pero el gobierno continúa imprimiendo en cantidades cada vez mayores y trata de obligar a los ciudadanos a aceptarlo. Nuestras fuerzas militares en el extranjero no pueden comprar alimentos o energía eléctrica con sus ahora inútiles dólares. EEUU toma medidas de emergencia para evacuar a los dependientes de vuelta al país. Incluso considera abandonar nuestras bases y equipos y evacuar a nuestras tropas uniformadas cuando aliados antes amistosos se convierten en hostiles.
Y aun así el banco central continúa imprimiendo dinero. Los electores bien relacionados políticamente reclaman que lo haga y se ve como lo necesario, adecuado, patriótico y ético a hacer.
Publicado el 13 de enero de 2014. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.