¿Deberíamos construir un McDonald’s al borde del Gran Cañón?

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Cuando oí que los ecologistas están haciendo sonar las alarmas por una nueva “amenaza” al Parque Nacional del Gran Cañón, mi primer pensamiento fue que el gobierno federal por fin había apretado el gatillo a su plan de represar e inundar partes del cañón. Represar uno de los cañones más bellos de Norteamérica a costa del contribuyente es, después de todo, uno de los pasatiempos favoritos del gobierno federal.

Sin embargo, resulta que la amenaza percibida no es ni de cerca tan grande y que la Nación de los Navajos está simplemente considerando una nueva urbanización en el borde sur del Gran Cañón, incluyendo 2.200 viviendas y 280.000 m2 de espacio comercial. La principal atracción sería concretamente para disfrute de los turistas:

La principal atracción de la urbanización sería el teleférico “Escalade”, llevando turistas al suelo del Cañón. Una vez allí, los visitantes podrían seguir un paseo por el río a 350 metros de altura, comer en un restaurante o visitar un anfiteatro y una zona de asiento en una terraza con césped por encima del río Colorado. La urbanización también incluya un centro cultural navajo y tiendas y galerías de arte.

La misma tribu había urbanizado previamente la atracción turística del Paseo del Cielo del Gran Cañón y aunque la nueva urbanización estaría en la Reserva Havasupai y no dentro del parque, los ecologistas se han movilizado para tratar de impedirla, especialmente el teleférico. El principal problema para los ecologistas es que la urbanización supuestamente arruinaría las vistas inmaculadas de un horizonte no urbanizado que los ecologistas afirman que es su derecho otorgado por Dios.

Es interesante ver cómo los ecologistas batallan con una tribu india, pero frente a la visión idílica de tribus como conservacionistas irreductibles, estas se han encontrado a menudo en el lado a favor del turismo y el desarrollo, en buena parte como respuesta a la aplastante pobreza de las reservas. De hecho, este último debate sonará bastante familiar a quienes hayan sido previamente testigos de conflictos entre intereses turísticos y ecologistas. En su historia económica del Oeste, The Federal Landscape, Gerald Nash escribe acerca de la inundación de Glen Canyon en el sur de Utah:

Las consideraciones económicas de diversos grupos de intereses en la zona eran también fuertes. En la década de 1990, se botaban 400.000 barcos en el lago Powell cada año, proporcionando a la economía una renta considerable. Entre los beneficiarios estaba la Nación de los Navajos, pues el pueblo cercano de Page, Arizona, proporcionaba una cantidad importante de empleo para miembros de la tribu. Antes de que Glen Canyon formara el lago Powell, el Rainbow Bridge National Monument no atraía más que unos cientos de visitantes cada año, que normalmente llegaban a pie o en mula. Con un puerto cercano, el arco natural de 90 metros de altura atrajo a 325.000 personas en 1996. El proyecto Glen Canyon mostraba con gran claridad el conflicto entre consideraciones estéticas e intereses económicos, entre gente del este y del oeste. Pero la polémica no ha acabado.

En años posteriores, cuando los ecologistas (incluyendo al encantador pero a mundo equivocado Edward Abbey) empezaron a presionar por la desecación y destrucción de algunas de estas áreas de recreo creadas por el gobierno, se oponían naturalmente a los gobiernos locales y los intereses comerciales, pero también a tribus locales que se beneficiaban de los empleos creados por las atracciones turísticas y sectores relacionados.

El escenario básico que lleva a situaciones como estas es: el gobierno gasta un montón de dinero del contribuyente en medio de ninguna parte en centrales eléctricas, carreteras, presas, atracciones turísticas y otros servicios. El ingreso fiscal local sube y se crean nuevos empleos en la zona. Los residentes y los intereses comerciales locales se convierten en dependientes de estos servicios creados federalmente y que ningún funcionamiento del sector privado hubiera construido bajo las mismas condiciones. Se produce una especia de burbuja turística y los siguiente que sabéis es que los ecologistas, junto con los residentes locales  los que simplemente no les gusta lo que ha hecho el turismo con sus pueblos, empiezan a quejarse acerca de que hay demasiada gente y demasiada degradación medioambiental. Pero no se culpa a los federales que iniciaron el proceso. Por el contrario, son los desarrolladores supuestamente avariciosos que desean capitalizar sobre el auge creado por los federales los que de alguna forma son responsables de todos los inconvenientes de un parque nacional y la cara autopista pública que lleva allí a través de ciento de kilómetros de tierra virgen.

El actual debate entre los ecologistas y el grupo pro-turismo sobre el gran Cañón es solo la última repetición del mismo debate que se ha venido produciendo durante décadas sobre “desarrollo” subvencionado por el gobierno o conservación. Por desgracia, ambos bandos se oponen a la privatización de estas enormes franjas de tierras públicas, pero es el bando pro-negocio, pro-turismo el que reclama más implicación y gasto público.

Desde la década de 1930 hasta la de 1960, muchos de los enormes proyectos federales de embalses en el oeste (como los lagos Powell, Mead y Havasu) se vendieron a los estados en parte con la promesa de que generarían incontables cantidades de riqueza en gastos de turistas. Los ecologistas se han opuesto a menudo a los proyectos de embalses, pero a menudo han acabado perdiendo ante quienes quieren industrias turísticas subvencionadas públicamente.

Es extremadamente improbable que tuviésemos siquiera esta conversación en absoluto si no fuera por un siglo de intromisión y gasto federal en la región. Incluso hoy, la Gran Cañón es un área muy remota salvo para toda la implicación federal allí. Con el lago Mead al sur y el lago Powell al norte, el cañón es parte de un gran sistema socialista de distribución de agua, centrales eléctricas e instalaciones turísticas. Fue posible por un matrimonio político entre intereses agrícolas y empresariales con el gobierno a todos los niveles.

Aunque el ánimo de lucro sin duda se calificará aquí como el malo, es importante recordar que hay implicados pocos bienes inmuebles privados. Ni las tierras de los navajos no las tierras federales se aproximan a algo que podamos llamar “propiedad privada” y la naturaleza de la propiedad pública garantiza que esos territorios y recursos se distribuyan no por acuerdos voluntarios de mercado, sino mediante el proceso político. Incluso cuando terrenos limítrofes son propiedad supuestamente de partes privadas, el control federal de la mayoría del agua de la región garantiza un control federal indirecto. ¿Cómo sería la región si se permitiera implantar en ella algo similar a un régimen de propiedad privada? No podemos conocer la respuesta a esto, pero merece la pena señalar que la distopía imaginada por el ecologista de un Oeste de propiedad privada como un paisaje arruinado de minas y ciudades horribles llenas de humanos sucios no es convincente.

Es mucho más probable que en ausencia de la incansable implicación federal en el pasado siglo, la población y grado de desarrollo permanente en el Oeste fueran menores que hoy. Sin ferrocarriles, carreteras, proyectos acuíferos e instalaciones militares construidos federalmente, el Oeste probablemente habría crecido mucho más lentamente. La mayoría del capital se habría contentado con mantenerse cerca de los principales centros de capital en el este de EEUU en un mercado más libre. La escasez de recursos acuíferos habría llevado a patrones de población radicalmente distintos de los que vemos hoy.

Pero durante el siglo XX, como parte de un vasto programa de desarrollo militar y nacionalista, el gobierno federal empezó a derramar dinero en infraestructuras e instalaciones militares en todo el Oeste en lugares como San Diego, que había sido un pueblo pequeños antes de que se creará allí la base naval. Este gasto federal aumentó muchas veces durante la depresión y se multiplicó de nuevo durante la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría. Las industrias de aviación de alta tecnología en la Costa Oeste, por ejemplo, fueron completamente invenciones de programas federales en la región, como muchas otras industrias dependientes del gasto y la infraestructura federales.

Por desgracia, los ecologistas que quieren conservar áreas remotas del Oeste ante una futura urbanización no aprecian nada de esto. Acusan a los mercados libres por desastres medioambientales como la destrucción del delta del río Colorado o la destrucción de Glen Canyon, cuando realmente deberían mirar al gobierno como culpable.

¿Construirán los navajos restaurantes al borde del Gran Cañón? Quizá. Pero cuando lo hagan, recordad que los mercados libres no tienen nada que ver en esto.


Publicado el 25 de julio de 2014. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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