Crimen organizado – La otra guerra

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Este artículo fue extraído del libro Crimen Organizado, escrito por Thomas DiLorenzo y traducido por Juan José Gamón Robres. Descarga el libro aquí.

Un ex-estudiante de maestría  (MBA) de este autor, que era el Director del Servicio de Urgencias de un gran hospital, dijo una vez que él y sus colegas empleaban alrededor del 90 por ciento de su tiempo tratando las heridas producidas por arma blanca y arma de fuego de los miembros de las bandas de criminales dedicadas al tráfico de drogas. Su preparación médica para ese tipo de trabajo incluía su experiencia como cirujano militar en tiempo de guerra, que según él mismo confesó, resultó ser muy útil. La increíble violencia de las ciudades norteamericanas es el resultado directo de la guerra contra la droga que ha declarado el gobierno y acabará en cuanto esa “guerra” termine.

Nada de esto debe sorprender a nadie. En un mercado libre y sometido a la ley, cualquier disputa entre empresas, o compradores y vendedores puede ser resuelta a través de la negociación o, si es necesario, por los tribunales. Si un empresario cree que ha sido engañado o defraudado, puede en ese caso conseguir que los tribunales protejan su propiedad. Por supuesto que, además, puede dejar de hacer negocios con el empresario sospechoso y puede pedir a todos los que conozca que hagan lo mismo.

Pero una solución relativamente civilizada como esa no se da cuando el gobierno declara fuera de la ley a ciertos productos o servicios. Un traficante de droga no puede acudir a un juez y decirle: “Señoría, entregué una tonelada de cocaína al Señor Smith aquí presente, y se niega a pagarme la totalidad de su deuda. Me gustaría que Usted le obligara a cumplir su parte del contrato”. Por el contrario, los traficantes de droga – como los traficantes de bebidas alcohólicas durante la Prohibición – recurren al único medio efectivo que tienen a su alcance para hacer cumplir sus acuerdos comerciales, la violencia.

Sin embargo, aún hay una dinámica más ominosa que entra en acción aquí. Una vez que la violencia se convierte en el medio por el que uno tiene éxito en los mercados ilegales, los enormes beneficios obtenidos en esos mercados atraerán la competencia de aquellos elementos de la sociedad que tengan una ventaja competitiva en el uso de la violencia y en brutalidad. Los más violentos ascenderán a la cúspide.

Las bandas de traficantes de drogas son solamente asociaciones con fines comerciales, que a diferencia de las agrupaciones comerciales normales de los mercados legales, tienen una marcada tendencia a destruir a sus competidores por medios violentos. En los mercados legales, los competidores solo pueden ser “destruidos” produciendo productos mejores o más baratos que los suyos. En los mercados ilegales, con frecuencia los competidores son simplemente asesinados. El asesinato se utiliza para crear “barreras a la entrada” en el negocio, por utilizar una frase acuñada por los economistas.

La policía es a menudo tan solo un “socio clandestino” en estas muertes y en toda esa destrucción ya que los criminales pueden fácilmente comprar a los policías para que se conviertan en “informadores” y pueden alertar a la policía de cada nuevo aspirante a ingresar en su negocio. De esta forma la policía hace el trabajo sucio por ellos arrestando a sus competidores.

En los mercados legales una marca se consolida después de muchos años de buena reputación y los precios bajos son un activo valioso que genera beneficios. En los mercados ilegales, una marca se establece mediante actos violentos de especial brutalidad. La capacidad de las bandas criminales para intimidar a sus rivales es la única “marca comercial” que cuenta en esa clase de negocio.

Y lo que es aún peor, se generan economías de escala -por así llamarlas- con ese comportamiento violento. Si una banda criminal es especialmente conocida, digamos en Los Ángeles, ese hecho hará más fácil que pueda entrar y dominar el tráfico ilícito de drogas en Chicago, Nueva York, Miami y otras ciudades.

El empleo de la violencia para crear beneficios monopolísticos extraordinarios en los mercados ilícitos de la droga también ha atraído al negocio a miles de menores. Trabajan como “oteadores” de la policía o como “recaderos” que entregan la droga a los clientes de la banda. En la mayoría de Estados, los menores de 18 años habitualmente quedan en libertad condicional por crímenes relacionados con drogas y en algunos Estados una condena a prisión no puede extenderse más allá de los 17 años de edad del preso. Al no enfrentar consecuencias negativas o ser éstas leves, esos chicos cuando crecen se convierten en los criminales más endurecidos y violentos de la sociedad norteamericana.

El fin de la llamada guerra contra la droga produciría una reducción drástica y sin precedentes de la violencia en las ciudades americanas. Los costes sanitarios asociados a la guerra contra la droga caerían también, y los hospitales podrían dedicar más recursos a otros tipos de cuidados médicos, un beneficio especialmente valioso ahora que la generación de los “baby-boomers“[1] está acercándose a la edad de jubilación y hará un uso más intensivo de los servicios médicos. Los únicos perdedores serían los miles de burócratas del gobierno que perciben fondos públicos para la guerra contra las drogas, y, por supuesto, los propios gangsters de la droga.


[1] Baby-boomers: denominación que en América recibe la generación formada por los nacidos después de la 2ª guerra mundial (N. del T. )


Traducido del inglés por Juan José Gamón Robres – mailto: juanjogamon@yahoo.es.

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