[Transcripción de un discurso realizado en el 2014 Houston Mises Circle. Aquí hay un vídeo del discurso]
Me gustaría hablar con vosotros hoy no acerca de la NSA o cualquiera parte del enorme aparato federal de de espionaje que tanto ha erosionado nuestra privacidad personal y financiera, no acerca de la burocracia federal de la atención sanitaria que socava nuestra privacidad médica, no acerca de la TSA reclamando acceso a vuestros cuerpos físicos en el aeropuerto, no acerca de las incontables leyes sobre drogas, fumar, cascos, identificación y grandes raciones que se juntan para crear nuestro suave estado policial o estado niñera, si así lo preferís. Digo estado policial “suave” porque mientras sabemos que Estados Unidos avanza por un camino muy peligroso, deberíamos respetar a quienes sufrieron los estados policiales muy reales, no suaves, del siglo XX. No hay comparación y no deberíamos usar el término a la ligera. Pero si no vemos los crecientes paralelismos entre las sociedades totalitarias en la historia y los Estados Unidos actuales solo podemos culparnos a nosotros mismos.
Lo que me gustaría explicar hoy es el fin del negocio del estado policial, lo que equivale a decir de la propia policía. No de los agentes federales necesariamente, sino de la variedad local de jardín de los policías y sheriffs locales. Para mucha gente, la policía representa su único contacto real y tangible con el estado. Es verdad que pagan sus impuestos y cumplen con un millón de pequeñas normas y regulaciones públicas, pero en su vida diaria (en sus casas, en el trabajo, conduciendo, paseando) no tienen que sentir o ver necesariamente la dura mano del gobierno. Así que para el estadounidense medio cumplidor de la ley, que no es probable que entre en contacto con Mr. Obama, el congresista local o incluso el alcalde, los policías sirven como recordatorio visible del estado. Y ojalá la mayoría no tengamos que interactuar demasiado con la policía, más allá tal vez de la multa por velocidad o el rasguño ocasional. Pero para aquellos estadounidenses que sí están hoy interactuando con la policía, las acciones, actitudes y mentalidad de esos policías es probable que haya cambiado un poco respecto, digamos, de hace treinta años, y cambiado radicalmente a peor.
El arquetipo del agente pacificador
¿Qué paso con los “agentes pacificadores” [“peace officers”]?
Hoy cuando usamos el término agente pacificador, suena a anticuado y pasado de moda. Estoy seguro de que la mayoría de la gente en la sala con menos de cuarenta años no ha escuchado nunca el término usado en realidad por nadie: es como si habláramos de látigos de carruajes o discos flexibles. Pero en el siglo XIX y realmente en la década de 1960, el término se usaba ampliamente en Estados Unidos para referirse en general a agentes e orden público, ya fueran sheriffs, agentes de policía, tropas o jefes de policía. Hoy el viejo alias del agente pacificador casi se ha eliminado del uso popular, reemplazado por el oficial de policía o el más de moda “agente de orden público”.
La terminología tiene indudablemente ciertas diferencias legales en distintos ámbitos: en algunos lugares, los agentes pacificadores y los agentes de policía son realmente distintas personas con distintas funciones, jurisdicciones o poderes para ejecutar órdenes judiciales. Pero ya nadie dice agente pacificador y no es una coincidencia. La evolución del lenguaje, particularmente cuando está dirigido por la clase política y los medios de comunicación, puede tener implicaciones poderosas para todos nosotros. Y yo pienso que la transformación de los agentes pacificadores en agentes de policía es mucho más que lingüística.
Ahora el arquetipo de agente pacificador es en buena parte ficticio: vienen a la mente los sheriffs en las películas del oeste, adustos agentes del orden llevando revólveres Colt llamados “pacificadores”. Pero los Wyatt Earp del mito del oeste no eran siempre tan pacíficos y a menudo (al menos en las películas) usaban sus pacificadores para acribillar el lugar. Y aunque los estadounidenses hoy no pueden realmente verse reflejados en el antiguo oeste, sí tenemos suficiente memoria institucional (es una forma educada de decir, viejos) como para hacer un retrato bastante ajustado del agente pacificador de confianza de los Estados Unidos de Norman Rockwell en la primera mitad del siglo XX. Ficticio o no, generaciones enteras de estadounidenses crecieron con una visión edulcorada del agente pacificador como un amigo, no un agente del estado a temer.
El sheriff Andy Taylor del The Andy Griffith Show es quizá el mejor y más sencillo ejemplo de lo que una vez significó, al menos en la psique estadounidense, ser un agente pacificador. Como agente pacificador, el sheriff Taylor mostraba cuatro rasgos clave que le distinguían profundamente de la mayoría de los policías modernos.
- Primeros, es parte de la comunidad. No se ve a sí mismo (ni otros le ven) como algo aparte de los residentes de Mayberry. No muestra una mentalidad de “nosotros contra ellos” que parece tan prevalente en muchos policías actuales. No se ve ante todo como un funcionario público o miembro de un sindicato. No le molesta la gente a la que protege, sino que se considera a sí mismo como un conciudadano. En otras palabras, el sheriff Taylor es un verdadero civil.
- Segundo, buscan realmente mantener la paz en Mayberry y ve su trabajo como mantener al pueblo seguro, tranquilo, feliz; pacífico. En un pacificador, no un aplicador. De hecho pocas veces usa la fuerza. No quiere una ola de delitos en Mayberry para justificar un aumento en su paga o presupuesto; por el contrario, vería un aumento en el delito local como un fracaso personal. Suele rebajar, en lugar de exagerar, la importancia de su trabajo. Se centra en crear un entorno que desanime el delito para empezar.
- Tercero, en todos los casos, el sheriff Taylor intenta limar asperezas y apaciguar, en lugar de aumentar los problemas. Busca invariablemente respuestas sencillas, de sentido común y educadas a los conflictos, en lugar de usar su autoridad legal para amenazar o arrestar. Raramente se preocupa de una aplicación técnica de la ley, sino que más bien usa su juicio para resolver problemas y hacer que desaparezcan con el mínimo escándalo posible. Nunca empeora una situación mala.
Por ejemplo, en una memorable escena, Andy y su ayudante Barney Fife han sido convocados a la desvencijada de un hombre irritado que está causando problemas. Al ver a los dos agentes, el hombre empieza a disparar su viejo rifle desde la ventana del segundo piso. Barney reacciona como podría esperarse, sacando su propio rifle, pidiendo refuerzos y protegiéndose tras el coche patrulla para un tiroteo. Andy, por el contrario, sabe que el hombre está irritado por algo y cree que puede convencerle. Así que se agacha, avanza en zigzag hasta el portal, entra en la casa y luego aparece enseguida con el sospechoso, que está ahora más calmado. El sheriff, como es habitual, le convenció. No hay arrestos, como podéis imaginar.
- Cuarto, Andy se preocupa y trata de ayudar de verdad a la gente de Mayberry, teniendo en cuenta lo que más le interesa. Ver, por ejemplo, su amable trato a Otis, el borracho del pueblo. Como consecuencia, tiene la confianza, admiración y respeto de la gente del pueblo.
Por supuesto, como he dicho, The Andy Griffith Show era ficción. Y no cabe duda de que muchísimos sheriffs de pueblos en Estados Unidos a lo largo de décadas no han sido sino agentes pacificadores. Aun así, es fascinante que solo hace unas pocas décadas los estadounidenses pudieran identificarse con el personaje del sheriff Taylor como un ideal reconocible.
Comparación con la actualidad
Avanzamos hasta 2014 y queda claro que los Estados Unidos de Norman Rockwell prácticamente han desaparecido. Evidentemente la situación hoy es muy distinta y todos saben lo bajo que han caído las cosas. La policía ha sufrido una decadencia muy grave a lo largo de varias décadas, tanto en términos de su imagen pública como en el grado en que ahora los ciudadanos normales temen a los agentes de policía en lugar de confiar en ellos. Por cierto, que las comunidades pobres y minoritarias desde hace mucho han confiado menos, o quizá han sido menos ingenuas, acerca de la naturaleza real de la policía. Pero hoy esa visión predispuesta se ha abierto paso en la conciencia de la clase media.
El tema de la conducta inapropiada de la policía y la creciente militarización e ilegalidad de los departamentos de policía podría ocupar muchas horas, así que no trataremos de ocuparnos hoy de un tema tan amplio. Y varios escritores libertarios están haciendo un gran trabajo documentando las acciones ilícitas de la policía: en mi opinión, Norman Grigg es el mejor sobre el tema.
Pero permitidme mencionar unos pocos ejemplos recientes particularmente indignantes de exceso y daño, en lugar de protección y servicio policial.
- El primer caso es verdaderamente desgarrador, ya que un joven de 40 kilos y enfermo mental murió recientemente a manos de tres supuestos agentes de orden público de tres cuerpos distintos en Southport, Carolina del Norte. Aparentemente sufría un episodio esquizofrénico y blandía un destornillador cuando llegó la policía en respuesta a la llamada de emergencia de su familia pidiendo “ayuda”. Menuda ayuda. Los dos primeros agentes consiguieron calmar al joven, pero el tercero empeoró la situación, pidiendo a los otros agentes que usaran un taser para reducirle. Una vez cayó al suelo, el joven fue disparado brutalmente por el tercer agente, por razones que no se han aclarado.
Aquí vemos a la policía moderna en acción. Exceso. Agresión. Falta de sentido común, empeorando una mala situación. Preocupación principal por la seguridad de los policías, independientemente de las consecuencias para los “protegidos”. No son las características de los agentes pacificadores, por decirlo suavemente.
- Un segundo caso del que podéis haber oído hablar se produjo en Fullerton, California, en 2011. Will Grigg ha escrito por extenso acerca de este horrible y brutal delito policial, en el que un mendigo fue ahogado sádicamente y golpeado hasta la muerte por seis agentes de policía después de decirle de forma rutinaria que dejara de vagabundear. La víctima era bastante delgada y aunque sí tenía un historial de enfermedades mentales, no había trazas de alcohol o drogas en su informe toxicológico post mortem. La propio ataque se produjo durante casi diez minutos y la víctima sufrió la rotura de numerosos huesos, además de el ahogamiento por la fuerza de seis hombres sentados y tendidos sobre él. Durante la paliza, rogó por su vida, sin éxito. Una vez fue “reducido” adecuadamente, la policía se aseguró de tomarse un tiempo para solicitar una ambulancia. Murió unos pocos días después debido a sus heridas. Por supuesto, los agentes afirmaron que estaban solamente usando fuerza justificada y las acusaciones penales de asesinato en segundo grado y homicidio culposo contra dos de los agentes implicados generaron una exculpación reciente- Las acusaciones contra un tercer agente fueron posteriormente retiradas.
Dependiendo del punto de vista, estos agentes pueden verse como nada más que miembros despiadados de bandas culpables de asesinato o pueden verse (por un defensor extremadamente caritativo de “la ley y el orden”) como simplemente policías excesivamente entusiastas implicadas en una situación lamentable que se fue de las manos. Pero en ningún universos pueden verse como agentes pacificadores.
Otra evolución preocupante que demuestra lo mucho que nos hemos desviado del ideal del agente pacificador puede verse en la creciente militarización de los departamentos locales de policía. La ciudad de Ft. Pierce en Florida (42.000 habitantes) adquirió recientemente un vehículo MRAP, que son las siglas en inglés de “respuesta de protección a emboscada con minas” por el precio de saldo de 2.000$. El ejército de EEUU se está deshaciendo de miles de vehículos armados con aspecto de tanques al terminar la Operación Libertad Persistente, y también esta descargando miles de veteranos de combate de Afganistán e Iraq en las filas de la policía local y los sheriffs. El jefe de policía de Ft. Pierce declara: “El ejército estaba casi regalándolos. (…) Ya sabéis, es un exceso, hasta que lo necesitamos”.
Un tipo de vehículo similar conocido como BATT o “transporte táctico balístico armado”, ha encontrado un hogar junto a Lake Jackson, Texas, hogar del Dr. Paul. Este BATT emplea cámaras de imagen térmica y tiene espacio para una docena de agentes, lo que resulta desconcertante, ya que Lake Jackson tiene solo una población de 27.000 personas y una tasa de delitos, tanto violentos como contra la propiedad, de menos de la mitad de la media nacional. Resulta que Ron y Carol piensan sin duda en su pueblo como un lugar bucólico donde criaron a sus cinco hijos, pero aparentemente está listo para disturbios a gran escala que necesitan una respuesta armada.
Por supuesto, estas son meras anécdotas, pero no debería sorprendernos cuando máquinas militares, antiguo personal militar y una mentalidad militar se abren paso en nuestros departamentos de policía. Y la mayor financiación federal de departamentos locales de policía que de otra manera cortos de dinero no haga sino debilitar la relación entre los agentes de policía y los ciudadanos a los que supuestamente sirven.
La perspectiva austriaca
¿Cómo pasamos entonces de agentes “pacificadores” a agentes de “policía” a agentes de “orden público”? ¿Cómo pasamos del “proteger y servir” al “exceder y dañar”? ¿Y qué hay tras la militarización de los departamentos de policía y el auge del policía guerrero, como lo califica un escritor?
Bueno, como austriacos y libertarios apenas debería sorprendernos e indudablemente no necesitamos un estudio sociológico para entender lo que pasa. El deterioro en la conducta de la policía y la militarización de las fuerzas locales de policía, reproducen muy sencilla y predeciblemente al auge del propio estado totalitario.
Sabemos que los monopolios estatales proporcionan invariablemente servicios cada vez peores. Los servicios policiales no son una excepción. En lo que se refiere a tu policía local, no puede irse de compras, no hay atención al cliente y no hay alternativa. Sin competencia de mercado, señales de precios del mercado ni disciplina de mercado, el gobierno no tiene capacidad ni incentivos para proporcionar a la gente lo que realmente quiere, que es una seguridad pacífica y eficaz para ella, sus familias, sus hogares y sus propiedades. Como pasa con todo lo que el gobierno pretende proveer, la gente quiere a Andy Griffith , pero acaba teniendo a Terminator.
No falta investigación austriaca en este campo, la intersección entre servicios de seguridad, monopolios estatales, bienes públicos y alternativas privadas. Pero si os interesa el tema, yo os dirigiría inicialmente hacia dos excelentes fuentes primarias para saber más acerca de cómo los mercados podrían proporcionar servicios de seguridad que no solo generan menos delincuencia con un coste menor, sino que también proporciona esos servicios de una forma pacífica.
Mi primera recomendación es Poder y mercado, de Murray Rothbard, que empieza con un capítulo titulado “Servicios de defensa en el mercado libre”. Desde el principio Rothbard apunta la contradicción existente entre derechos de propiedad y el argumento de que los servicios de policía proporcionados por el estado son una condición previa necesaria para garantizar dichos derechos de propiedad.
Los economistas han supuesto, casi invariable y paradójicamente, que el mercado debe mantenerse libre por el uso de acciones invasivas y no libres, en suma, por instituciones públicas fuera del núcleo del mercado.
En otras palabras, se nos dice que la plicía proporcionada por el estado sirve como condición previa necesaria para la actividad del mercado. Pero Rothbard apunta que muchos bienes y servicios son indispensables para que funcionen los mercados, como tierra, alimento, ropa y alojamiento para los participantes del mercado. Rothbard pregunta: ¿deben por tanto todos estos bienes y servicios ser suministrados por el Estado y solo por el Estado?
No, responde:
Un suministro de servicios de defensa en el mercado libre significaría mantener el axioma de una sociedad libre, a saber, que no se usará la fuerza física, salvo en defensa contra quienes usen fuerza para invadir personas o propiedades. Esto implicaría la completa ausencia de un aparato estatal o gubernamental. (…) La defensa en la sociedad libre (incluyendo la protección policial) por tanto tendría que suministrarse por personas o empresas que (a) obtengan sus ingresos voluntariamente en lugar de por coacción y (b) no se arrogan (como hace el Estado) un monopolio obligatorio de la protección policial o judicial.
Otro excelente punto de partida es el ensayo de Hans Hoppe, The Private Production of Defense. Aquí el Dr. Hoppe defiende que nuestra larga creencia en la seguridad colectiva no es más que un mito y que en realidad la protección estatal a la seguridad privada (nuestro sistema de policía, tribunales y prisiones) es incompatible con los derechos de propiedad y la realidad económica.
Hablando en el Instituto Mises de Brasil en 2011, el Dr. Hoppe resumió el problema fundamental de los servicios estatales de policía:
El estado es (…) un monopolista de los impuestos, es decir, puede unilateralmente, sin el consentimiento de todos los afectados, determinar el precio que sus súbditos deben pagar por la provisión estatal de leyes (pervertidas). Sin embargo, una agencia de protección de vida y propiedad financiada por impuestos es una contradicción en sus términos: un protector expropiador de la propiedad. (Cursivas añadidas). Motivado, como todos, por el interés propio y la desutilidad del trabajo, pero equipado con el poder único de fijar impuestos, los agentes estatales tratarán inevitablemente de maximizar los gastos en protección (y casi toda la riqueza de una nación puede consumirse con el coste de la protección) y al mismo tiempo minimizar la producción real de protección. Cuanto más dinero pueda gastarse y menos deba trabajarse en ello, mejor le irá.
Tanto Rothbard como Hoppe explican un modelo de “seguro” para prevenir el delito y la agresión, lo que tiene sentido desde una perspectiva de mercado. Rothbard sugiere que los servicios privados de policía probablemente los proporcionarían empresas de seguros que ya aseguran vidas y propiedades, por la razón de sentido común de que “les vendría mejor reducir la cantidad de delitos tanto como fuera posible”.
Hoppe lleva más allá el concepto de seguro, argumentando que:
Cuanto mayor sea la protección de la propiedad asegurada, menos son las indemnizaciones por daños y por tanto la pérdida de la aseguradora. Así que, proporcionar una protección eficaz parece interesar financieramente a todas las aseguradoras. (…) Evidentemente, cualquiera que ofrezca servicios protección debe parecer capaz de cumplir sus promesas para encontrar clientes. Es decir, debe poseer los medios económicos (tanto la mano de obra como los recursos físicos) necesarios para cumplir la tarea de ocuparse de los peligros, reales o imaginarios, del mundo real. Por eso las empresas aseguradoras parecen ser los candidatos perfectos.
¡Comparad esto con el modelo de “crecimiento” de a mayoría de los departamentos locales de policía, que cabildean constantemente en sus consejos municipales en busca de más dinero y más agentes!
Es verdad que la provisión privada de servicios de policía y seguridad es un tema complejo y polémico y solo lo estamos rozando hoy. Pero estad seguros de que si leéis más, tanto Rothbard como Hoppe se ocupan de las objeciones más comunes planteados cuando se explica la policía privada: asuntos relacionados como fronteras políticas, distintos sistemas legales, jurisdicción física y violencia entre empresas en competencia, problemas actuariales para asegurar la agresión física, aprovechados y otros.
Indudablemente la prescripción de Rothbard y Hoppe es radical y quizá difícil de aceptar por parte de la persona media que siempre ha relacionado seguridad con gobierno.
Pero la sociedad se mueve sin embargo cada vez más en dirección a la seguridad privada: considerad por ejemplo la complejas redes de seguro y los acuerdos de indemnización transfronterizos, el arbitraje privado de conflictos, el auge de las comunidades y barrios cerrados que utilizan agencias privadas de seguridad y los mecanismo de prevención del fraude proporcionados por empresas privadas como eBay y PayPal.
Estas tendencia solo pueden intensificarse dado que los gobiernos, ya sean federales, estatales o locales, deban gastar cada vez más parte de sus presupuestos a en prestaciones de servicio, pensiones y compromisos de deuda.
Conclusión
En conclusión, simplemente diré que l actividad del mercado es una actividad pacífica, mientras que la acción del estado siempre implica fuerza implícita o expresa. Si queremos que nuestra policía actúa más como el sheriff Andy Taylor y menos como agresores militarizados, debemos mirar a modelos privados, modelos en los que nuestros intereses están alineados con los de los proveedores de seguridad. Solo entonces podemos recuperar a verdaderos agentes “pacificadores”, proveedores privados de seguridad centrados en impedir el delito y desactivar los conflicto de formas efectivas en coste y pacíficas.
Si no lo hacemos, podemos ver cómo la línea entre policías y ladrones se difumina cada día, como en la escena con Harvey Keitel en la olvidable película de 1997, Ajuste de cuentas (que, por cierto, toma esta idea de una película mucho mejor de 1940 titulada Contratado para matar, con Alan Ladd interpretando el personaje de Harvey Keitel .
Buscando a un hombre que mató a su hermano, Keitel entra en la casa de la amiga del hombre y se la lleva a punta de pistola, pidiendo el paradero del asesino. Ella afirma ignorarlo y pide a Keitel que no vaya a la policía. Después de una pausa dramática, en la que Keitel casi mira lascivamente a la cámara, responde como Bogart: “Soy mi propia policía”.
Es un mundo feliz el que hay ahí fuera, amigos, y el sheriff Andy Taylor está empezando a parecerse a Harvey Keitel. Por ahora todos somos nuestra propia policía.
Publicado el 23 de agosto de 2014. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.