Hollywood y el estado: Una relación antigua

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No debería resultar una sorpresa si habéis sentido la pequeña punzada de “deber patriótico” invocado durante esta ola actual de filmes de acción de ciencia ficción de alto presupuesto. Ya sea una flota de destructores navales batallando contra una invasión de robots alienígenas (de Transformers) o un escuadrón de F-16 impidiendo que un gigantesco monstruo anfibio (Godzilla) nos “envíe de vuelta a la edad de piedra”, todo proviene de generosas subvenciones concedidas en nombre del complejo militar-espectáculo, la cooperativa de poder entre Hollywood y Washington DC.

Según Americans For Prosperity, la pasada década ha visto aumentar sustancialmente las subvenciones públicas a los estudios de Hollywood: “En 2002, solo cinco estados subvencionaban al sector cinematográfico. En 2012, cuarenta y cinco estado, incluyendo Washington DC y Puerto Rico, ofrecen incentivos para películas” a través de una serie de concesiones, reembolso de efectivo y otros privilegios especiales a equipos cinematográficos para animar a los productores de cine a filmar en sus localidades. Los favores a las empresas cinematográficas también incluyen desgravaciones fiscales, que no son subvenciones en sí mismas, pero sin embargo proporcionan a los receptores ventajas sobre sectores menos favorecidos políticamente.

Pero en modo alguno el contribuyente está obteniendo una ganga. El estado medio gasta más de 31 millones de dólares en incentivos para películas cada año. Estas subvenciones incluyen además que productores y directores de Hollywood tengan acceso especial a equipamiento militar, personal y costoso material de archivo. Por dar un ejemplo algo anticuado de la contribución del Pentágono a la producción cinematográfica, la película de 2002 Pánico nuclear, protagonizada por Ben Affleck, incluía: dos bombarderos B-2, dos cazas F-16, un Centro Nacional de Operaciones Aéreas, tres helicópteros CH-53E de los Marines, un helicóptero UH-60 del ejército, cuatro vehículos terrestres, cincuenta marines y un portaaviones.

La defensa citada habitualmente por los dirigentes del sector cinematográfico y sus secuaces legislativos es: “se paga por sí solo”. Por el contrario, economistas han realizado numerosos estudios que demuestran que no: por el contrario, han concluido que los ingresos generados por actividad económica creada mediante subvenciones cinematográficas quedan muy por debajo de los costes de las subvenciones directas para el estado. Para equilibrar su presupuesto, el estado debe por tanto recortar el gasto o aumentar los ingresos en otra parte, disminuyendo el impacto económico positivo de las subvenciones.

Y para ver lo que ha hecho el estado atacando al ciudadano medio, a cambio de nuestras contribuciones obligatorias de batalla, el Departamento de Defensa utiliza su rama de propaganda, que se dedica estrictamente a editar. Aprobar y supervisar guiones de cine y asegurarse de que Hollywood cumple con el ideal patriótico estadounidense: se conoce como Film Liaison Office. El autor David L. Robb cita una serie de ejemplos en los que esta oficina ha tratado realmente de hacer que los directores contradigan a la historia para hacer que el ejército aprezca mejor. Por ejemplo, en la película de Kevin Costner acerca de la Crisis de los Misiles Cubanos, Trece días, varios generales acaban pareciendo completamente idiotas. Este retrato no es una verdad a medias: es coherente con la historia y las grabaciones de John F. Kennedy de sus reuniones con líderes militares. Sin embargo, el Pentágono se resistía a prestar ayuda si la película no mejoraba la imagen de los generales. Según el Pentágono, decir la verdad era una forma de “revisionismo histórico”.

Doce del patíbulo (1967) fue otra creación que requirió realmente aprobación del gobierno para su emisión. Para recrear las escenas bélicas en Europa, los directores necesitaban a menudo al Departamento de Defensa para que proporcionara aviones y tanques para crear los “efectos especiales”. A cambio de esta ayuda, el Pentágono requería una supervisión estricta del guion cinematográfico, para asegurarse de que seguía las líneas de las preferencias del gobierno. Además, cuando el director Ridley Scott empezó a filmar Black Hawk derribado, el ejército de EEUU estaba tan contento por idealizar este pedazo de la historia militar que no solo proporcionó todas las armas y vehículos para la película, sino que aportó un regimiento real de rangers para formar y aconsejar a los cineastas en su filme acerca de un regimiento asediado de rangers en Mogadiscio, Somalia.

En décadas recientes, la película Top Gun simbolizó un avance importante en la capacidad de Hollywood como poderosa herramienta de reclutamiento. Después de la emisión de la película, el reclutamiento de jóvenes en la Escuela de Aviación Naval queriendo convertirse en pilotos aumentó un 500%.

El origen de la relación del gobierno con el sector cinematográfico no es nuevo. Puede verse durante el preludio de la Primera Guerra Mundial. El presidente Wilson estableció del Comité de Información Pública, que formuló líneas maestras para que todos los medios promovieran apoyo interno a la guerra. La creciente industria cinematográfica ofreció encantada su apoyo, con el Motion Picture News proclamando en un editorial de 1917: “Toda persona que trabaje en este sector” ha prometido proporcionar “imágenes, encabezados y secuencias, carteles (…) para extender la propaganda tan necesaria para la movilización inmediata de los grandes recursos del país”.

Incluso durante la nominación inaugural del presidente Herbert Hoover, el mismo día en que el jefe de estado republicano asumiera el cargo, el legendario productor Louis B. Mayer (que creó el concepto de “estrella” para los actores) y su familia fueron los primeros invitados a dormir en la Casa Blanca. Eran tan buenos amigos del presidente Hoover que este le ofreció el puesto de embajador de EEUU en Turquía. Mayer declinó la oferta.

Pero fue durante la entrada en la Segunda Guerra Mundial cuando aumentó la propaganda pro-bélica estadounidense; entre sus herramientas estuvieron Walt Disney Pictures y Looney Tunes. Sus dibujos mostraban habitualmente estereotipos raciales y étnicos de nativos americanos, japoneses, negros, chinos y alemanes. Y tal vez una de las más grandes películas de propaganda de este tiempo fueron las series en siete partes patrocinadas por el gobierno, tituladas Why We Fight (1942-45), de Frank Capra. Esta serie se considera un hito histórico de filmación de propaganda.

Además, John Rizzo, exgeneral consejero de la CIA, afirmaba que la agencia principal de recogida de inteligencia de Estados Unidos tiene una “relación muy especial” con el sector del espectáculo. “No hay cargos asignados a esto a tiempo completo”, afirma Rizzo. “Los veteranos del sector cinematográfico son receptivos a ayudar a la CIA en lo que puedan, probablemente a partes iguales porque son sinceramente patriotas y porque les da un toque de intriga y emoción en la vida real”. (Rizzo afirma haber reclutado una estrella de cine que estaba grabando en un país extranjero que era hostil al gobierno de EEUU y conseguir información sobre él. A cambio, el actor pidió a Rizzo y su socio que le diera “la mejor cocaína que pudiera encontrar por valor de 50.000$”).

El año pasado, el gran pez gordo estadounidense y productor Arnon Milchan (12 años de esclavitud, El club de la lucha, El fuego de la venganza e, irónicamente, Sr. y Sra. Smith, junto con otras 120 películas) fue entrevistado con Robert De Niro a su lado, admitiendo tener una doble vida como productor y antiguo traficante de armas nucleares para el gobierno israelí. Según Milchan, fue reclutado en la década de 1960 por el antiguo presidente israelí Shimon Peres como miembro de la agencia secreta de inteligencia Lekem. Su trabajo era conseguir tecnología y llevar a cabo operaciones encubiertas relacionadas con las primera bomba nuclear israelí. Además, admite que el actor ganador de un Óscar, Richard Dreyfuss, trabajó con el en muchas operaciones, incluyendo establecer una reunión entre Milchan y el científico nuclear de EEUU, Arthur Biehl. Es irónico cómo la propia historia de su vida podría convertirse en el próximo éxito de taquilla. “Arnon es un hombre especial”, dijo Mr. Peres. “Su fortaleza está en tener contactos a los máximos niveles. Sus actividades no dieron una gran ventaja, estratégica, diplomática y tecnológicamente”.

No contento con solo el sector cinematográfico, el gobierno de EEUU también ha acudido al sector del videojuego en décadas más recientes. En el libro de David Sirota, Back to Our Future, este afirma que mucho del sector del videojuego está tan favorecido por militares y sus subcontratistas que incluso compañías petrolíferas han cuestionado por qué el estado debería llegar a esto parta promover un sector tan extraordinariamente rentable mediante desgravaciones fiscales y deducciones especiales. Estos incentivos fiscales hacen a dela fabricación de videojuegos uno de los “sectores más favorecidos políticamente” en Estados Unidos, dice Calvin H. Johnson, que ha trabajado en el Departamento del Tesoro y es ahora catedrático fiscal en la Universidad de Texas en Austin. Debido a que las empresas de videojuegos combinan desarrollo de software, espectáculo y operaciones al por menor en línea, pueden combinar exenciones fiscales en formas que empresas como Adobe y Netflix no pueden utilizar.


Publicado el 1 de agosto de 2014. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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