Este mismo mes, el New York Times se preguntaba en voz alta si había llegado el “momento de los libertarios”. Una buena pregunta, realmente.
Sin embargo, para responderla, el reportero del Times, Robert Draper, no entrevista precisamente a los principales pensadores libertarios del mundo, sino a esa gente más fácilmente alcanzable a diez minutos de paseo desde el Capitolio o el Empire State Building.
Draper empieza con una personalidad exMTV y procede a partir de ahí. Ninguna de las personas cuya obra y escritos han dado forma al movimiento libertario y han convertido a tanta gente a nuestro punto de vista hace su aparición. Preguntad a la masas de jóvenes que están devorando clásicos libertarios cuántos de ellos conocieron el libertarismo o fueron mínimamente influidos por las personalidades en las que el Times decide confiar. Ya conocéis la respuesta.
Los grandes pensadores del movimiento tienen mucho mayor peso intelectual tras ellos, por lo que sospecho que por eso el Times preferiría alejarlos de vosotros. Mucho mejor que el libertarismo parezca una revolución adolescente desenfocada frente a la autoridad por sí misma, en lugar de una escuela de pensamiento seria e intelectualmente interesante que desafía cualquier tópico acerca del estado que se nos enseña en sus ubicuas escuelas.
El economista e historiador Bob Higgs compartía mi impresión del artículo del Times:
Por supuesto es fácil ridiculizar a los libertarios si te centras exclusivamente en campo del estilo de vida. También es fácil acusarles de incoherencia, porque en realidad esos libertarios concretos son incoherentes. También es fácil minimizar su impacto concentrándose sobre todo en política electoral convencional, como si no fuera concebible ninguna otra forma de cambio social. También es fácil ignorar completamente a los únicos (los anarquistas) que no pueden ser acusados de incoherencia o ridiculizados por su impotencia como jugadores en el juego político convencional, un juego por el que solo tienen desprecio. Finalmente, también es fácil (y mucho más interesante para lectores generales y despistados) centrarse en los libertarios por moda.
Como apunta Bob, el reportero del Time dice que encuentra incoherencia entre los libertarios, porque algunos solo quieren recortar esto o abolir aquello. Pero eso es lo que consigue por centrarse en la clase política y la rama Beltway del libertarismo. El libertarismo es tan coherente como filosofía como un lector del Times probablemente encuentre. Nos oponemos a la agresión, punto. Eso significa oponerse al Estado, que equivale a la agresión institucionalizada.
Tenemos cero interés en la “política pública”, un término que reclama toda cuestión moral importante. Preguntar qué tipo de “política pública” tendría que existir en esta o esa área supone implícitamente (1) que la propiedad privada está sometida al voto de la mayoría; (2) que la gente puede ser expropiada por el Estado en cualquier grado que este considere necesario para llevar a cabo la “política pública” en cuestión; (3) que existe una institución con legitimidad moral que puede dirigir nuestros recursos físicos e incluso nuestras vidas en modos concretos en contra de nuestras voluntades, incluso cuando no estamos causando ningún daño concreto a nadie.
Aun así, noto de paso, los consultores políticos están haciendo todo lo que pueden para ganarse un dinero con la marea creciente del libertarismo. Un correo electrónico pidiendo fondos que recibo de vez en cuando pide a la gente que se implique en el proceso político, ya que únicamente “educar al pueblo” (desdeñosas y condescendientes comillas en el original) no basta. Por el contrario, se nos dice, es más importante dedicar su tiempo apoyando candidatos políticos que de vez en cuando dan un discurso decente, pero que por otro lado niegan los principios libertarios de forma habitual, con la falsa esperanza de que, una vez en el cargo, estos candidatos renunciarán a su exterior convencional y se proclamarán libertarios.
También el Times piensa primariamente en política, sobre todo, cuando evalúa si ha llegado el momento de los libertarios. El artículo se fija en la clase política. ¿Pero por qué concebir la cuestión tan estrechamente? ¿Por qué deberíamos evaluar el crecimiento e importancia del libertarismo solo sobre la base de la métrica política?
La izquierda entiende esto. Recordad la estrategia de Antonio Gramsci para llegar a la victoria final de la izquierda. No defendía un énfasis inmediato y exclusivo en la actividad política. Si las mentes del pueblo no habían cambiado en la dirección en que quería llevarlas un gobierno izquierdista, toda su conspiración política sería de todas formas en vano.
Muchísimo más importante, enseñaba Gramsci, era que sus ideas se abrieran paso en universidades, artes y todas las demás instituciones de la sociedad civil. En este momento no importaría quién ganara las elecciones. El pueblo ya estaría en sus manos, y con toda probabilidad los dos candidatos en competencia habrían adoptado lenguaje e ideas izquierdistas, se dieran cuenta o no.
Así que, juzgado por el patrón de Gramsci, el movimiento libertario no ha llegado mucho más allá que en política. Estas instituciones están firmemente en manos de quienes desdeñan las ideas libertarias, aunque pueda encontrarse alguna excepción aislada.
Pero si definimos el término “movimiento libertario” más modestamente, aparece una conclusión distinta. No, no hemos llegado a un punto en el que algo similar a una mayoría de estadounidenses haya aceptado nuestras ideas. Pero hemos llegado a un punto en el que incluso las fuentes ortodoxas, que en la era pre-Internet podían lograr ignorarnos completamente, se ven obligadas a reconocernos, aunque solo sea para rechazarnos y ridiculizarnos.
El comentario económico ya no puede pretender que nuestras alternativas son la expansión fiscal o la expansión monetaria. Una nueva escuela de pensamiento ha aguado la fiesta, haciendo que los estadounidenses conozcan que estas falsas alternativas no agotan en modo alguno las alternativas reales.
Gracias a Ron Paul, una nueva generación entiende que está bien estar a favor del mercado libre y oponerse a la guerra. Los libertarios han hecho más que nadie por mostrar a los demócratas como solo otra rama del partido belicista y por demostrar que no hay debate real en Estados Unidos sobre política exterior. Esto se considera extremadamente zafio por lo que quieren mantener la pretensión de que tiene lugar una discusión abierta de asuntos importantes en la tierra de los libres.
Después de décadas sin prácticamente ningún progreso en absoluto contra la guerra contra las drogas, el régimen prohibicionista está empezando a desmoronarse a nuestro alrededor. Las trivialidades normales a su favor generan solo cínicas risitas de una nueva generación que sabe más.
Normalmente los rescates federales solían ser bipartidistas y casi unánimes, con los supuestos defensores de la economía de mercado informándonos solemnemente de que era solo esta vez y se acabó. Los progresistas no se han distinguido como podrían: Rachel Maddow dijo una vez que no tendríamos una economía sin rescates. Son los libertarios los que han aguantado contra la marea del establishment, como es habitual.
En otras palabras, discutimos lo que no hemos discutido en el pasado. Los libertarios hemos considerado posturas que mucha gente normal comparte, pero nunca vio expresadas en público, dando así a la gente la confianza y el coraje para expresar su desacuerdo. Hace diez años, estas opiniones disidentes se habrían visto ahogadas por el consenso del establishment, que cierra filas siempre que parece un tema de importancia real.
¿Es demasiado llamar a esto el momento de los libertarios? Como quiera que queramos llamarlo, es el principio de algo nunca visto antes en la historia de Estados Unidos y solo por eso es una razón para celebrarlo.
Publicado el 3 de septiembre de 2014. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.