El minarquismo fue encontrado muerto en Ferguson

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Por más increíble que parezca, todo indica que los burgueses se están yendo en contra de la policía. En vista de la situación en Ferguson, las encuestas dicen que la mitad de nosotros no confía en ellos. Obviamente, los negros se mantienen muy por delante de nosotros en esa tendencia, siendo que han sido maltratados por la policía durante varias décadas. Pero con cada vez más blancos que se integran, empezamos a ver cómo se desarrolla un consenso.

Nunca pensé en ver este día llegar.

¿Por qué es tan significativo? No sólo se trata del presupuesto policial o de convocar reformas en el margen de gastos. Ni siquiera es sobre quién pagará el precio político. El estatus de la policía está vinculado a la percepción del valor del sector público en su totalidad. La policía es la “delgada línea azul”, por mucho tiempo han sido percibidos como lo más esencial e irremplazable dentro de las funciones del estado. Esta percepción ahora está bajo la presión de la opinión pública y se suma a un cambio en la opinión intelectual que se ha estado desarrollando por décadas.

Lo que está en juego son los cimientos del orden público tal como lo conocemos. Si el gobierno no lo puede hacer bien, si la policía está logrando el opuesto de lo que proclama, si están subestimando nuestra seguridad en lugar de proveerla, y esto se sobreentiende, vemos que se crea no sólo una revolución ideológica sino un auténtico punto de quiebre en la historia de la política.

Durante décadas la fuerza policial ha empujado y empujado: más poder, más personal, más armas. Aun cuando la opinión pública se ha tornado en contra de muchos otros “servicios” que provee el gobierno, no ha habido retroceso respecto a la policía. Los políticos no ganan cargos públicos al ofrecer aminorar el poder policial, tradicionalmente ha sido la demanda de aumentar lo que logra aplausos. ¿Dónde está el límite? Aún nadie lo ha descubierto.

Si eso cambia, los resultados serán épicos.

Da un paso hacia atrás y haz una pregunta fundamental: ¿por qué es necesario el estado? ¿Por qué debemos pagar todos estos impuestos? ¿Por qué debemos subyugarnos constantemente a su poder? ¿Por qué debemos adorar a sus líderes y rendir homenaje a aquellos que dan su vida por él y criar a nuestros hijos para que adoren su historia y su obra? ¿Cuál es el propósito de este aparato gigantesco que vive en medio de nosotros y a nuestras expensas?

Estas preguntas están en el corazón de la filosofía de la política, economía y el orden social. Cómo se responden determina el tipo de mundo en el cual vivimos.

Muchas personas tienen ideas sobre lo que quieren que el estado haga. Debería proteger el entorno, proveer ingresos para los de edad avanzada, ir a la guerra contra los malos, detener la discriminación, ayudar al consumidor, regular los mercados financieros, mejorar el ambiente moral. El estado hace todas estas cosas y hay una representación para cada parte mencionada.

Pero, ¿sabes qué? Debemos distinguir entre las funciones del estado que son esenciales y de lujo. Todas las mencionadas son lujos y no necesidades. Las raíces del estado moderno que datan al tiempo de la Iluminación-el Siglo XVIII-postula que la única función del estado es proveer seguridad para la persona y la propiedad. Esta es la base de su legitimidad. El resumen más famoso de esta perspectiva viene desde Thomas Jefferson, por medio de Thomas Hobbes y John Locke, “Para asegurar estos derechos, los Gobiernos son instituidos entre los Hombres, derivando sus justos poderes del consentimiento de los gobernados.”

Es eso. Esa es la base. Debería ser un “vigilante nocturno·. Una vez que hace eso, puede y hará otras cosas; pero esta es su razón de ser.

Si observas la política con cuidado, podrás ver líderes políticos apoyarse en esta sensibilidad “minarquista” cada vez que quieran potenciar su propio poder. Siempre pueden contar con el hecho que la gente cree que nos están protegiendo del mal. Es la razón por la cual toleramos que estas personas controlen nuestras vidas en primer lugar. La creencia ha sido tan arraigada en nuestra mente Occidental que preguntas sobre los límites de tal fuerza de seguridad rara vez se hacen.

Es por esto que el 11 de septiembre fue una bendición para el gobierno federal. Aparentemente demostró que tenemos un problema serio con estar seguros; por lo tanto el gobierno es necesario y esencial para nuestras vidas.

De hecho, después de ese evento hubo una avalancha de comentarios que atacaban directamente al libertarismo por ser tan crítico con el gobierno. Los crímenes del 11 de septiembre fueron utilizados para atraer la creencia diseminada de que la fuerza policial no puede ser desempeñada por otros medios que no sean por el aparato coercitivo del sector público.

Es un tema serio. ¿Por qué no se puede proveer seguridad en la misma manera que se provee zapatos, software y gaseosas? ¿Por qué no puede siquiera el mercado ser el mejor proveedor, el más eficiente?

Hay muchos razonamientos adornados, pero todos terminan desencadenando en la idea que necesitamos que el sector público sea quien otorgue provisiones; porque el estado puede hacer cosas que el sector privado no. Esta es la razón por la cual debemos sacrificar nuestra libertad y propiedad. Es una necesidad filosófica y tecnológica.

Si miras atrás a lo largo de los últimos 300 años antes de la mitad del Siglo XX, podrás encontrar sólo un puñado de pensadores que creían que los servicios de seguridad podrían ser superados por autoridades públicas frente a emprendedores del mercado. Uno de ellos era Gustave de Molinari, un francés radical del Siglo XIX que estableció un punto clave: debemos confiar en el mercado para las cosas vitales, ¿por qué no confiarle lo más esencial de todo? Si el mercado tiene los mecanismos que le hacen superior al estado en casi todas las áreas, ¿cuál es el aspecto místico de la seguridad que la convierte en la gran excepción?

Pero incluso entre los de la escuela francesa del laissez-faire estaba solo. El resto de la escuela liberal clásica estaba unida: el estado debía ser estrictamente limitado, pero debía proveer irrestrictamente los servicios de seguridad. En vista que los liberales de antaño concedieron ante esta única excepción, pese a su convicción genuina de que la sociedad podía funcionar sin imposiciones de arriba hacia abajo, sin titubear le otorgaron a los déspotas y delincuentes precisamente lo que estaban buscando, un tema que separaba la añoranza de libertad de la administración de asuntos públicos.

Piensa en la política de tu comunidad local a lo largo de los últimos veinte años. Cada vez que el gobierno local necesita recursos, ¿cuál es la excusa fija? Agregar fondos para que la policía pueda combatir el crimen. La educación suele quedar casi al último; la policía es más consistente, cuenta con el apoyo de la mayoría. La persona promedia puede no creer que es prisionera de Locke y Jefferson, los grandes profetas del minarquismo, pero lo son. La gente ha estado dispuesta a pagar siempre y cuando la seguridad sea la gran excusa.

Pero algo ha cambiado. El gobierno federal ha derrochado miles de millones en el financiamiento de la policía local y su armamento. Se han vuelto totalmente militarizados. En lugar de ayudarnos y asegurar nuestros derechos, nos están amenazando y nos privan de nuestros derechos. A nadie le alegra ver luces azules en su retrovisor. La era del policía civil, una extensión de quiénes somos y lo que deseamos del servicio público, ha terminado.

Ahora tenemos smartphones y youtube. Cualquiera puede espiar a los policías y demostrar que son culpables. Gradualmente estamos descubriendo la verdad. Sobre si el abuso policial ha escalado o si recién ahora estamos viendo que siempre ha sido verdad es irrisorio para discernir el punto de quiebre. Una vez que se disipe la niebla y veamos la realidad como es, no habrá marcha atrás.

La seguridad no es la función más esencial del estado; es la más peligrosa, la misma que nunca debemos conceder porque implica perder toda nuestra libertad. El vigilante nocturno es la mayor amenaza a la que nos enfrentamos porque es él quien sostiene el arma y quien aprieta el gatillo si alguna vez se nos ocurre escapar.

Permitir que la fuerza policial sea la excepción esencial a un orden social voluntario es como permitir que una célula cancerígena sea el único invasor del cuerpo. Una vez que invade, no puede ser contenido. Debe ser asesinado para que la persona viva.

Es por esto que el escepticismo de la policía, hasta una oposición fundamenta, es tan importante. Si se esparce la deuda, se sacude el suelo bajo nuestros pies. Si la convicción en que el estado no puede desempeñar ni sus funciones más “esenciales” como beneficio neto para nosotros se evapora, el resto de los servicios que nos provee el estado también se vuelve una pregunta en sí misma.

Vivimos en tiempos de desencantamiento radical del estado. Es el estado de bienestar, su guerra de las drogas, sus instituciones educativas, su infraestructura de energía y transporte -ninguno de los cuales cumplen con sus promesas. Los costos exceden los beneficios para todos nosotros. Y ahora los policías también son un desaguadero, ¿e incluso una amenaza? Sí.

Si alguien piensa que en estos momentos no hay un cambio de paradigma, él o ella no están poniendo atención. Una vez que la gente se dé cuenta que en quienes confiamos nuestra seguridad, son en realidad nuestra mayor amenaza, la teoría y la era del minarquismo llega a su fin.


Traducido del inglés por Mamela Fiallo Flor. El original se encuentra aquí.

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