Estados, cárteles y oposición anarcocapitalista

0

“Todo hombre”, argumentaba el filósofo William Godwin, “tiene cierta esfera de discreción, en la que tiene derecho a esperar no verse invadido por sus vecinos. Este derecho deriva de la misma naturaleza del hombre”. Los anarquistas de mercado están de acuerdo con Godwin y por tanto se oponen al estado sencillamente como un ejemplo concreto de invasión o agresión contra ciudadanos pacíficos. Después de todo, por definición, los gobiernos deben agredir a inocentes solo para existir. Tan pronto como sometemos al gobierno a las mismas reglas y patrones morales a los que sometemos a todos los demás individuos o grupos, vemos de inmediato que el gobierno es el principal delincuente y malvado que actúa en la sociedad. Como argumentaba Murray Rothbard en su clásico manifiesto libertario Por una nueva libertad, como “no hacemos excepciones” a la moralidad general para el estado, debemos “pensar simplemente en el estado como una banda criminal”, una organización para el saqueo de los tributos a la sociedad pacífica y productiva. El estado no nos presenta ninguna razón buena ni convincente por la que tendría que disfrutar de la prerrogativa de matar, robar y distribuir privilegios especiales a sus cortesanos a costa de actores del mercado libre legítimo. Enfrentados a una nación arruinada por las secuelas de fechorías estatales pasadas, nuestros señores nos aseguran sin embargo que la única vía para avanzar es confiar en la élite política aún con más poder.

La clamorosa lógica contradictoria de ese curso de acción fue advertida por el historiador británico Thomas Babington Macaulay cuando escribía: “Las calamidades que derivan de la acumulación de riqueza en manos de unos pocos capitalistas ha de arreglarse acumulándola en las manos de un gran capitalista, que no tiene ningún motivo concebible para usarlo mejor que otros capitalistas, el estado devorador de todo”. Macaulay, anticipando la teoría de la elección pública de la política, entendía que el estado es una institución humana, que los individuos que lo crean y blanden su enorme poder están motivados por los mismos impulsos e incentivos que nos mueven al resto. Si, por una buena razón, generalmente desconfiamos del poder concentrado ejercido por monopolios coactivos, tendríamos que evitar a toda costa dar más poder al estado, la encarnación definitiva del monopolio (de hecho, la fuente de todo poder de monopolio). Cuando estatistas de todo tipo (progresistas, socialistas, “liberales”, etc.) proponen dar más poder al estado, reclamando más leyes y regulaciones, agravan el problema que se proponen arreglar, cortocircuitando cada vez más las presiones competitivas que son en realidad la única defensa efectiva contra el abuso y la concentración de poder. Por el contrario, los anarquistas proponen un sistema económico de intercambio voluntario puro, un mercado libre real, dentro del cual la única forma de amasar cualquier poder económico es servir a los clientes constante y atentamente. Comparemos este sistema como el fascismo que gobierno hoy Estados Unidos. En su nuevo libro, Against the State, Lew Rockwell escribe: “El fascismo es el sistema de gobierno que carteliza el sector privado, planifica centralizadamente la economía para subvencionar los productores, exalta el estado policial como fuente de orden, niega derechos y libertades fundamentales a personas y hace del poder ejecutivo el amo ilimitado de la sociedad”. No cabe negar que la definición previa del fascismo proporciona una descripción ajustada de las condiciones que prevalecen ahora en Estados Unidos.

El anarquista, habiendo establecido que el estado es una guerra y el principal obstáculo para una sociedad libre y pacífica, sugiere que la idea “utópica” de simplemente no permitir a una mafia glorificada ensañarse con el inocente. Por tanto, el anarquismo no es una pica provocativa en la idea del cielo ni el hombre de paja que presentan sus opositores estatistas. Tampoco defiende el caos y la ilegalidad, que describen mejor un sistema en el que la justicia se imparte arbitraria y desigualmente, en el que los ciudadanos estadounidenses pueden ser ejecutados sin el proceso debido y las protecciones constitucionales se muestran como las garantías impotentes de pergamino que son. Como socava el statu quo fascista instituido por Washington , el anarquismo de libre mercado que defendemos estará librando una batalla desigual hasta donde puede verse. Como escribía Rothbard: “Los intereses especiales y las élites dirigentes no rendirán sus ganancias injustas tan fácilmente. Lucharán hasta el límite para mantenerlas. El libertarismo no es un mensaje de sensiblería y Camelot: es un mensaje de lucha”. A falta de dinero, poder o relaciones con la élite gobernante del poder, los anarquistas debemos contentarnos con aproximarnos a esa lucha con la fuerza de nuestras ideas, de esa manera, cuando llegue el momento, tendremos la baza ganadora.


Publicado el 28 de agosto de 2014. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

Print Friendly, PDF & Email