¿Necesitamos un prestamista de último recurso?

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La votación por la independencia de Escocia resultó negativa. No habrá, por el momento, más discusiones sobre lo que debería hacer Escocia con sus instituciones monetarias. Aun así, hay un asunto adicional que me gustaría discutir, porque trasciende el caso concreto de Escocia, si la independencia hubiera sido el resultado de la votación.

Hay una creencia extendida en que un sistema bancario sólido requiere un banco central para que actúe como prestamista de último recurso. En dos palabras, el argumento es el siguiente: hay potenciales inestabilidades propias del sistema bancario, para evitar una crisis grave e interrumpir los medios de pago, un banco central que sea “externo” a las fuerzas del mercado debería comportarse como prestamista de último recurso.

Hay dos problemas con esta línea de razonamiento. Primero da por sentado que el sistema bancario es inestable de por sí. Esto no es tan obvio como se cree a veces. Segundo, se supone que tener un prestamista de “último recurso” significa tener un banco central.

Supongamos que Escocia hubiera votado a favor de la independencia y decidido unilateralmente seguir usando la libra británica (advirtamos que una decisión unilateral da al país más flexibilidad que un acuerdo bilateral para cambiar la divisa si la libra británica resulta ser una mala alternativa). En el caso de esa decisión unilateral, el principio, los bancos escoceses no podrían acudir al Banco de Inglaterra como prestamista de último recurso. Pero esto no significa que a los bancos les faltaran prestamistas a los que acudir. De hecho, tienen los mercados financieros de todo el mundo para encontrar prestamistas dispuestos a extenderles crédito.

Así que no es que los bancos no tengan acceso a prestamistas en ausencia de un banco central. Se trata de si el “prestamista de último recurso”  debería extender crédito a los bancos bajo cualquier circunstancia o solo a bancos que sean ilíquidos pero solventes. Si el banco central, como prestamista de último recurso, se limita a imitar al mercado, ¿para qué tener uno? Y si el banco central no va a comportarse como el mercado, es decir, extiende crédito fácil a bancos insolventes, no solo añade problemas de riesgo moral al mercado bancario, sino que tampoco añade eficiencia al mercado. Un mercado financiero con bancos insolventes que sean capaces de subsistir gracias al prestamista de último recurso es menos eficiente y estable que un mercado en el que los bancos insolventes tienen que convertirse en solventes y dejar el negocio (como en cualquier otro mercado).

Las crisis bancarias recompensan a los bancos eficientes

La crisis de 1890 en la banca libre en Australia es reveladora. Mientras bancos insolventes tenían problemas y perdían reservas, los bancos más eficientes estaban aumentando sus reservas en lugar de perdiéndolas, contrario a lo que se esperaría del argumento de “inestabilidad inherente”. La porción del mercado se trasladaba de los bancos ineficientes a los eficientes. El sistema bancario no era inestable. De hecho, fue la interferencia del gobierno introducida para “controlar” la crisis lo que empeoró las cosas. Unas vacaciones bancarias obligatorias difuminaron la diferencia entre bancos solventes e insolventes: el mercado no tuvo una señal clara de en qué bancos debería confiar o no. Asimismo, la intervención pública permitió a bancos quebrados reabrir el negocio sin tener que pagar sus antiguas deudas. Esos bancos que gestionaron eficientemente sus reservas y depósitos estaban ahora en una situación peor que los bancos que consiguieron un pase gratis para ignorar sus obligaciones financieras. Los bancos eficientes empezaron a perder reservas a favor de bancos anteriormente ineficientes ahora libres de deudas.

Otro caso histórico es el Ayr Bank durante el periodo de banca libre escocesa. El Ayr Bank hizo lo que se suponía que no tenía que hacer: emitió un exceso de billetes convertibles. No es sorprendente que el banco quebrara. Este caso se menciona a veces como un ejemplo de cómo una quiebra bancaria puede arrastrar a otros bancos, ya que la quiebra del Ayr Bank afectó negativamente a muchos bancos pequeños. Sin embargo esto fue limitado en su grado, porque los bancos que quebraron eran aquellos que invertían y se exponían al Ayr Bank. Es decir, los bancos que quebraron fueron el propio Ayr Bank, que no manejó eficientemente sus reservas, y aquellos bancos que invirtieron imprudentemente en Ayr Bank.

Libertad y flexibilidad son la respuesta

Otros bancos libres más sensatos no se vieron afectados por la crisis y la crisis proporciona solo un ejemplo histórico más del mercado funcionando en el mercado del dinero y la banca, en el que los actores del mercado son capaces de diferenciar entre bancos eficientes e ineficientes. Además, como es común en el sector bancario, las cuentas de un banco en quiebra pueden adquirirlas bancos en buena situación, lo que significa que una quiebra bancaria no implica necesariamente que sus clientes pierdan sus depósitos. Igual que la quiebra de una empresa no es un fallo del mercado, sino una corrección del mercado, debería aplicarse la misma interpretación cuando quiebran bancos ineficientes, aumentando la porción de mercado de los bancos eficientes (como en cualquier otro mercado).

Escocia, si hubiera votado a favor de la independencia, es muy improbable que hubiera optado por la banca libre. Una alternativa para Escocia (o cualquier otro país nuevo independiente) podría ser usar el euro (o cualquier otra divisa) en lugar de la libra británica. Sin embargo, correspondería a la población local decidir qué divisa sería la mejor y se descubre mejor qué divisa es más ventajosa a través de los procesos del mercado.

La necesidad de un prestamista de último recurso no es un argumento fuerte para tener un banco central. En realidad, podría ser un argumento en contra de tener un banco central.


Publicado el 20 de octubre de 2014. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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