Aislacionismo económico en The Walking Dead

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En una escena infame de la tercera temporada de la serie del apocalipsis zombi, The Walking Dead, los protagonistas, que han abandonado su base fortificada en busca de suministros, aparecen conduciendo por una carretera densamente rodeada por árboles. Pronto aparece un autoestopista solitario en el tramo desolado. Tras ver al coche que se aproxima, gesticula salvajemente y grita: “¡Pare! Se lo ruego”. Pero ellos pasan imperturbables y el autoestopista cae desesperado sobre sus rodillas. En su camino de vuelta solo unas pocas horas después, solo queda una mancha roja sobre el asfalto.

En The Walking Dead, los supervivientes se han dividido en comunidades tribales exclusivas. Dentro de estos grupos, los individuos para para los demás, pero en sus encuentros con gente de fuera, son despiadadamente distantes, como muestra la escena del autoestopista. Las ideas de Rothbard sobre la violencia, así como l ley de la preferencia temporal en el contexto de un mundo cruel e infestado de zombis, explican (lo que llamaremos) el aislacionismo económico en The Walking Dead.

Violencia y preferencia temporal

Murray Rothbard, en El hombre, la economía y el estado, explica sistemáticamente los frenos que pueden servir para disuadir a una persona de la violencia en una sociedad sin estado.[1] Estos frenos incluyen los remordimientos morales, la consideración del riesgo de derrota y, lo más importante para nuestros fines, las pérdidas a largo plazo en las que se incurre por la acción violenta. Estas pérdidas a largo plazo se refieren a bienes y servicios futuros que habría producido un compañerismo con la víctima si no se le hubiera matado o se hubiera hecho desagradable para las posibilidad de comerciar. Notablemente, al consistir las pérdidas a largo plazo producidas por la violencia en bienes y servicios futuros, están sujetos a una disminución en valor por aumentos en la preferencia temporal individual.

En un mundo infestado de zombis asesinos, la existencia se define por una incertidumbre increíble. Así, la idea de un futuro distante se considera con comprensible escepticismo, en detrimento del valor de los bienes prometidos en él; es decir, las preferencias temporales son altas. Como consecuencia, la consideración por las ganancias del comercio se ve afectada, pues son una corriente larga pero inconstante. Esta disminución en el valor de bienes futuros eleva al mismo tiempo el valor relativo del saqueo obtenido por la guerra: hay propiedad expropiada disponible en una cantidad abultada para consumo inmediato. Y así, en un entorno de alta preferencia temporal, se crea una inclinación que debilita las perspectivas de una cooperación pacífica cuyos beneficios, aunque normalmente mayores en total, sufren en su tendencia a prologarse temporalmente.

Podemos decir que, ceteris paribus, mientras aumentan las preferencias temporales en una sociedad, la incidencia de la acción violenta aumentará. Esto no equivale a sugerir que podría corromperse la gente moral y recta o que podrían envalentonarse los débiles y cautelosos solo por impaciencia en el consumo. Más bien, las altas preferencias temporales tienen su efecto en esos actores marginales, que se mantenían antes no violentos con los frenos más mínimos. Imaginemos la violencia como una bestia que se retuerce, aprisionada por la presa colectiva de numerosos grilletes. Estos “grilletes” representan los múltiples frenos (previamente indicados), sobre los que nuestro análisis se ha centrado en solo uno, que son las pérdidas a largo plazo en las que se incurre por la acción violenta. Imaginemos además que, a veces, algunos de estos grilletes se debilitan o desaparecen momentáneamente: circunstancias desesperadas pueden subordinar temporalmente recelos morales o la victoria puede parecer tan segura como para erradicar cualquier preocupación sobre la derrota. En estos casos marginales, el efecto de un aumento en la preferencia temporal es deshacer la última restricción, aplastando el valor dado a lo entregado, el futuro comercio, y desatando a la bestia en el proceso. Una vez explicado el enlace causal entre violencia y preferencia temporal, es una tarea bastante simple explicar el aislacionismo en The Walking Dead.

Nosotros y ellos

Cuando las preferencias temporales son altas, el colateral que un individuo mantiene sobre sus compañeros se reduce: ya no puede confiar en la amenaza de una no cooperación futura como freno contra supuestos agresores. En ese entorno, el valor de su compañerismo deriva en buena parte de su utilidad presente. Esto le deja un riesgo considerable de maltrato si sucumbe a lesiones o enfermedades temporales o si se encuentra en cualquier otro escenario imaginable en el que sus compañeros puedan considerar que su explotación sería inmediatamente rentable. En ese entorno, una persona, por experiencia, anticiparía una mayor probabilidad de violencia por sus socios.

Los procesos de tomas de decisiones se ven directamente impactados por este riesgo percibido de violencia. Al evaluar los beneficios netos proporcionados por un compañero adicional en el círculo, se aplica ahora un descuento del riesgo, restando de las ganancias del comercio. Este descuenta era la causa del abandono del autoestopista: los beneficios que su trabajo podría haber proporcionado se juzgan insuficientes como para compensar los riesgos que este, como actor con intereses propios en un entorno de alta preferencia temporal, plantea a la vida y la propiedad. Así que es condenado a morir en el arcén.

En este punto puede plantearse una objeción: ¿por qué, si el descuento del riesgo es tan potente, no ha producido un estado de “aislacionismo perfecto”, es decir, una sociedad de individuos totalmente separados? ¿Por qué los personajes aúnan en absoluto sus esfuerzos de supervivencia, formando grupos? La razón es sencilla: los beneficios marginales de esas asociaciones iniciales son enormes y pueden por tanto resistir el peso del descuento del riesgo: un individuo completamente aislado en cualquier lugar, independientemente de su proximidad a los zombis, se vería en la completa pobreza.

Sin embargo, al expandirse el grupo y permitirse más especialización del trabajo, los recién llegados tienen la tarea de atender deseos crecientemente marginales, cuyo logro, aunque deseable, en algún punto ya no compensará la necesidad en conflicto de minimizar el riesgo. Así, la entrada de refugiados en el grupo se detendrá en aquel punto en el que el beneficio marginal para la siguiente contribución neta de un individuo ya no sea lo suficientemente grande como para justificar el riesgo asociado. Como se ha dicho antes, la exclusión del autoestopista se produce por su aparición a los personajes después de su “punto de saturación”: los beneficios que ofrecía eran demasiado marginales como para justificar los riesgos. Para apreciar esto, imaginémosle apareciendo por el contrario en un momento anterior al establecimiento de su grupo, cuando eran aún vagabundos. En este estado de privación, los personajes habrían considerado su compañía como algo muy bueno y por tanto habría sido muy improbable que se le dejara como forraje para los zombis.

Los beneficios de la asociación disminuyen marginalmente, mientras que los riesgos, que son al menos en parte el producto de un entorno de alta preferencia temporal, no. Por tanto, se llega inevitablemente a un punto en el que una integración adicional con personas externas se considera no rentable. El aislacionismo mostrado por el grupo de protagonistas es indicativo de que se ha llegado a dicho punto. Unidos como benefactores comunes en un sistema exclusivo de especialización y comercio, forman una alianza de “nosotros” (dentro), distinta de “ellos” (fuera).


[1] Página 80 de Man, Economy, and State: http://mises.org/rothbard/mes.asp.


Publicado el 30 de septiembre de 2014. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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