Crimen organizado – Capítulo 18 y 19

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Este artículo fue extraído del libro Crimen Organizado, escrito por Thomas DiLorenzo y traducido por Juan José Gamón Robres. Descarga el libro aquí.

CAPÍTULO 18 – Lo que realmente se celebra el 4 de julio

La mayoría de norteamericanos parece que no es consciente del hecho de que una de sus fiestas favoritas, el cuatro de julio, si se examina con rigor, celebra un acto de violenta secesión. El día de la independencia se celebra la secesión de los colonos respecto del Imperio Británico, la primera guerra de secesión americana.

La más prominente figura de los secesionistas, Thomas Jefferson, fue muy claro en lo que quería decir cuando redactó la declaración de secesión, más conocida como Declaración de Independencia: El gobierno deriva sus justos poderes del consentimiento de los gobernados, escribió, y siempre que ese consentimiento le es retirado, el pueblo tiene el derecho y el deber de “cambiar o abolir” ese gobierno y de “instituir un nuevo gobierno”.

En su primer discurso inaugural el Presidente Jefferson defendió el derecho de secesión al declarar que: “si hubiese entre nosotros quienes quisieran disolver esta Unión o cambiar su forma republicana ¡Dejadles hacerlo! Cual monumento para rendir homenaje a la garantía de que el error de opinión puede ser tolerado allí donde solo la razón queda para combatirlo”. Para Jefferson debatir la cuestión de la secesión era admisible pero no utilizar la fuerza del gobierno para detenerla (Compárese con las amenazas de Abraham Lincoln de “invadir” y “dar un baño de sangre” a cualquier Estado que intentase separarse de su primer discurso inaugural).

Con el tiempo Jefferson nunca cambió de opinión respecto de la importancia que tenía el derecho de secesión como instrumento de libertad. Consideró a todos los norteamericanos, con independencia de su lugar de residencia, como parte de la misma “familia” y nunca habría contemplado la oposición violenta a cualquier Estado o región que hubiese querido separarse de la unión. En una carta fechada el 29 de enero de 1804 y dirigida al Dr. Joseph Priestly escribió:

Ya permanezcamos a una única Confederación o ya formemos las Confederaciones del Atlántico y del Mississippi, creo que no sería algo importante para la felicidad de cualquiera de las partes. Los de la Confederación occidental en el futuro estarían tan identificados con aquel país como lo estarían con este último; y aún cuando yo previera que fuese a producirse una separación en un tiempo futuro, aún así, debería sentir como míos el deber y el deseo de promover los intereses del Oeste con tanto afán como los del Este, obrando tan bien como pudiera por ambas porciones de nuestra futura familia …

En una carta que envió a John Breckenridge de 12 de agosto de 1803, Jefferson trató de esa misma cuestión en el contexto del intento de secesión de los Federalistas de Nueva Inglaterra para crear su propia confederación, como reacción a la compra de Louisiana a la que se oponían vehementemente. Si tuviese que producirse una “separación”, escribió Jefferson, entonces que “Dios los bendiga a ambos y, si fuera por su bien, que sigan unidos; pero que se separen, si fuese mejor”.

Originalmente, la unión de los padres fundadores era una unión voluntaria basada en el consentimiento del pueblo de Estados libres, soberanos e independientes. No era una unión que se mantuviera mediante la violencia, la intimidación, la censura y la invasión militar. Eso es lo que fue la Unión Soviética y en lo que se convirtió la Unión Americana en la era posterior a 1865.

CAPÍTULO 19 – La elección de los senadores de los Estados Unidos fue una mala idea

La elección popular de los senadores de los Estados Unidos permite a un pequeño contubernio de ricos plutócratas ejercer una desproporcionada influencia sobre la política del gobierno. Esto se debe a que para ser elegido senador del Senado de los Estados Unidos se necesita contar con millones de dólares para financiar los anuncios televisados, los asesores de campaña, los publicistas y los demás elementos que son precisos para participar en las modernas campañas electorales. Por ello, quienes más contribuyen a financiar las campañas -y algunos de ellos ni siquiera son ciudadanos americanos- hace tiempo que tienen a los Senadores de los Estados Unidos “en el bolsillo”. Y los intereses de esos donantes no siempre coinciden con lo que más interesa a los electores del Estado que ha de elegir a sus senadores.

No siempre sucedió así. El sistema original pergeñado por la Constitución atribuía la elección de los senadores de los Estados Unidos a los legislativos de los Estados. Los senadores no fueron elegidos mediante el voto popular hasta 1913 que fue el año en el que se ratificó la 17ª Enmienda.

El Profesor Ralph Rossum del Claremont McKenna College explicó la lógica que animaba al sistema de designación senatorial en su libro “Federalism, The Supreme Court and The Seventeenth Amendment” (“Federalismo, la Corte Suprema y la Decimoséptima Enmienda“). Los padres fundadores intentaron que las legislaturas de los Estados nombrasen a los senadores y luego dieron unas instrucciones acerca de cómo debería votarse en el Congreso. Lo diseñaron así para evitar que intereses especiales corrompiesen a los senadores. El profesor Rossum escribió que “Durante la Convención Constitucional y las convenciones de ratificación se mencionó reiteradamente que las legislaturas tenían la facultad de dictar instrucciones a los senadores y siempre se asumió que existía esa posibilidad”.

En la convención de ratificación de New York, John Jay, uno de los autores de los “Federalist Papers” dijo que “El Senado ha de estar formado por hombres nombrados por las legislaturas de los Estados … Supongo que también les darán instrucciones, que habrá una correspondencia permanente entre los senadores y los miembros del ejecutivo de los Estados”. En la convención de ratificación de Massachussets Fisher Ames se refirió a los senadores de los Estados Unidos llamándolos “embajadores de los Estados”. James Madison escribió en el número 45 de los “Federalist Papers” que gracias a este sistema de nombramiento de senadores, el Senado de los Estados Unidos “no se vería inclinado a invadir los derechos de los Estados individualmente considerados o las prerrogativas de sus gobiernos”. En el número 62 del “Federalist“, Madison escribió también que el sistema de designación “dio a los gobiernos de los Estados una representación en la formación del gobierno federal que debería asegurar la autoridad de este último”. En otras palabras estaba dirigido a favorecer la posibilidad de que los ciudadanos de los Estados fueran los amos en vez de los siervos de su propio gobierno central.

Cuando Kentucky y Virginia anularon las Leyes de Extranjería y de Sedición, las resoluciones de Kentucky y Virginia, emanadas de los legislativos de los Estados, instruyeron a los senadores del Senado de los Estados Unidos elegidos por esos Estados para que rechazaran esas leyes. El sistema de nombramiento de senadores por los Estados condujo muchas veces a la posterior dimisión de senadores al renegar éstos de sus promesas de permanecer fieles a los deseos de la legislatura de su Estado. John Quincy Adams renunció a su puesto en el Senado de los Estados Unidos para apoyar el embargo comercial acordado e impuesto por la Administración del Presidente Madison al que la legislatura de su Estado se oponía. El senador David Stone de Carolina del Norte dimitió en 1814 después de que la legislatura de su Estado no aprobase su colaboración con los Federalistas de Nueva Inglaterra en varias cuestiones legislativas. El Senador Peleg Sprague de Maine, renunció en 1835 tras negarse a seguir las instrucciones del legislativo de su Estado en el sentido de oponerse a la constitución del “Second Bank Of The United States“.

Cuando el Senado de los Estados Unidos censuró al Presidente Andrew Jackson por haber vetado la constitución del Banco, siete senadores dimitieron antes que cumplir con las instrucciones que habían recibido de las legislaturas de sus respectivos Estados en el sentido de votar contra la censura al Presidente Jackson. Uno de ellos fue el Senador John Tyler de Virginia, quien se convertiría en Presidente de los Estados Unidos en 1841.

El sistema original de nombramiento de los senadores del Senado de los Estados Unidos por los legislativos de los Estados cumplió exactamente aquello que estaba llamado a lograr: limitar las proclividades tiránicas del gobierno central. Como escribió el profesor Todd Sywicki de la George Mason University en un ejemplar de 1997 de la revista “Cleveland State Law Review“, “el Senado jugó un papel activo a la hora de preservar la esfera de soberanía e independencia de acción de los gobiernos de los Estados” durante la era anterior a la Decimoséptima Enmienda de 1913. “En vez de delegar la autoridad para hacer leyes en Washington D.C., los legisladores de los Estados insistieron en mantener dicha autoridad cerca de su respectivo Estado … Como resultado, a largo plazo el tamaño del gobierno federal permaneció siendo bastante estable y relativamente pequeño durante el período previo a la 17ª Enmienda“. Ésta, por supuesto, es también la razón por la que hubo una cruzada durante varias décadas para terminar con el sistema de nombramiento legislativo de senadores y sustituirlo por las elecciones directas. El “Dios” de la democracia ofreció un inteligente subterfugio a quienes abogaban por un poder ilimitado en manos de un gobierno central.


Traducido del inglés por Juan José Gamón Robres – mailto: juanjogamon@yahoo.es.

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