El timo de la NCAA

0

Los estadounidenses sin duda aman el deporte universitario, especialmente el fútbol americano y el baloncesto. Después de todo, ¿qué es mejor que animar a deportistas universitarios que compiten por amor al deporte? Por desgracia, tras esta fachada, la National Collegiate Athletic Association y los programas deportivos de la universidades están llevando a cabo simultáneamente dos timos aparentemente completamente opuestos; uno aprovechándose de los jugadores y el otro dándoles ostensiblemente beneficios injustos.

La NCAA es una asociación sin ánimo de lucro, exenta de impuestos, que supervisa los deportes de algo menos de 1.300 universidades. Aunque la NCAA no es técnicamente una organización pública, bien podría serlo. Es una burocracia molesta que regula los deportes de las universidades públicas, que están financiadas sustancialmente y reguladas estrictamente por el gobierno. Y como cualquier gobierno, la NCAA regula tratando de restringir la competencia. Como señalaba Lawrence Kahn: “La mayoría de los economistas de que han estudiado la NCAA la ven como un cártel que intenta producir rentas restringiendo la producción y limitando los pagos por entradas como la remuneración al jugador”.[1]

Y no dejéis que os engañe la expresión “sin ánimo de lucro”. Algunas empresas sin ánimo de lucro pueden ser bastante rentables. De hecho, la NCAA acordó recientemente un contrato de catorce años por 10.800 millones de dólares con la CBS y Turner Broadcasting para televisar partidos. El presidente de la NCAA, Mark Emmert se vio premiado por sus esfuerzos con unos magníficos 1,7 millones de dólares el pasado año.

Y eso es solo rascar en la superficie del enorme negocio subvencionado por el gobierno conocido como deporte universitario. No solo la NCAA actúa como un bandido. Como señala Marc Edelman:

El sector del deporte universitario genera 11.000 millones de dólares en ingresos anuales. Cincuenta universidades reportan ingresos anuales que superan los 50 millones. Al tiempo, cinco universidades reportan ingresos anuales que exceden los 100 millones de dólares anuales. (…) Los entrenadores jefe de fútbol americano en las 44ª Series de Campeona del Trofeo de la NCAA recibieron de media 2,1 millones de dólares en salarios. El empleado público mejor pagado en 40 de los 50 estados de EEUU es el entrenador jefe de fútbol americano o baloncesto de la universidad estatal.

Aun así, por alguna razón, eso no basta y estas universidades necesitan exprimir a los alumnos universitarios que pagan su educación y también a los contribuyentes. El deporte universitario no está plagado con tanto corporativismo como el profesional donde se han gastado 32.200 millones de dólares de los contribuyentes en estadios. Aun así, la mayoría de las universidades tienen que sacar dinero a estudiantes y contribuyentes para subvencionar sus programas deportivos. Gregg Easterbrook señala que a pesar de los enormes ingresos, solo una media docena de equipos de fútbol americano se sostiene por sí misma. Por ejemplo, señala: “La Universidad de Maryland [apoyada por el estado] cobra a cada (…) alumno 400$ al año para subvencionar el equipo de fútbol americano”. Cal-Berkley terminó recientemente un estadio de 474 millones de dólares, viniendo la mayoría del dinero de estudiantes y contribuyentes. Varios estados también dan exenciones fiscales y subvenciones a la NCAA para diversos eventos. Por ejemplo, Texas dio millones de dólares de un fondo de un fondo de ahorro soportado por los contribuyentes para ayudar a acoger la Final Four de la NCAA en 2013.

Uno pensaría que con 10.000 millones de dólares en ingresos y un apoyo masivo de diversos donantes, estos programas podrían en realidad generar un beneficio en lugar de sangrar al contribuyente. Y este déficit es aún más ridículo cuando se considera los enormes salarios de entrenadores y administradores (Nick Saban, por ejemplo, tiene un salario base de 5.545.852$) esto supone un contraste bastante fuerte con los jugadores que hacen posible este negocio.

Durante el pasado torneo de la NCAA, la estrella de UConn, Shabazz Napier, se quejaba de que “hay noches que me voy a la cama pasando hambre”. En otras palabras, gobiernos estatales, universidades y donantes pueden gastar incontables millones construyendo instalaciones extravagantes que harían ruborizarse a María Antonieta, pero no pueden pagar la comida de un jugador. Y luego, añadiendo el insulto a la injuria, la NCAA suspenderá a jugadores por recibir tatuajes gratis o 200$ de un amigo de la infancia u obtener un préstamo de 4.500$ o regalar demasiados autógrafos.

Es tan ridículo que no hace mucho, ofrecer a un jugador un bocadillo de queso violaba las regulaciones de la NCAA. Ofrecer el pan estaba bien, igual que ofrecer el queso. Pero ofrecer ambos suponía cruzar la línea. Enterradas entre la multitud de reglas absurdas de la NCAA estaba una estipulación de que podían darse snacks a los jugadores, pero no comidas. Pan = Snack. Pan y queso = comida. ¿Lo habéis entendido?

La norma por suerte se cambió, pero ilustra el grado de locura requerido para impedir pagar a estos jugadores lo que proporcionaría el mercado libre. De hecho, la NCAA tiene un gigantesco manual de más de 500 páginas de normas ilógicas y a menudo inaplicables.

No es sorprendente que dichas normas no hayan impedido que las universidades engañen para hacer que los deportistas que reclutan sean considerados como deportistas “universitarios” y de ahí el segundo timo. En lo que es casi seguramente emblemático de una epidemia entre las universidades de la nación, se descubrió que la Universidad de Carolina del Norte daba notas generosas a sus deportistas universitarios. El siguiente trabajo final, que cito en su totalidad, recibió un sobresaliente bajo:

En la tarde de diciembre, Rosa Parks decidió que iba a sentarse en la sección de gente blanca en el autobús de Montgomery, Alabama. Durante ese tiempo, los negros tenían que ceder sus asientos a blancos cuando subían más blancos al autobús. Rosa Parks rechazó dejar su asiento. Ella y el conductor del autobús empezaron a hablar y la conversación fue algo así. “Déjame estos asientos de delante”, dijo el conductor. Ella no se echó atrás y dijo al conductor que estaba cansada de dejar su asiento a los blancos. “Voy a hacer que te arresten”, dijo en conductor. “Puedes hacerlo”, respondió Rosa Parks. Vinieros dos policías blancos y Rosa Parks les preguntó “¿por qué nos zarandeáis?” El policía replicó y dijo: “No lo sé, pero la ley es la ley y estás arrestada.

Otros deportistas en Carolina del Norte ni siquiera escribieron ensayos de 134 palabras y simplemente fueron a clases falsas para conseguir sus diplomas. En 2001 el entrenador de Georgia, Jim Harrick, fue descubierto dando sobresalientes a jugadores en clases a las que no fueron nunca. En 2007, aproximadamente veinte jugadores de fútbol americano de la Universidad de Florida State se vieron implicados en un escándalo de engaños y ahora Notre Dame es investigando a cuatro de sus deportistas por fraude académico.

Yo fui a la Universidad de Oregón, donde poco después de graduarme, Phil Knight concedió a mi alma mater una monstruosidad moderna y acristalada de 3.440 metros cuadrados y con un coste de 41,7 millones de dólares llamada el John E. Jaqua Center. Existe casi con el único fin de tutelar deportistas universitarios. Por supuesto, Phil Knight puede gastar su dinero como quiera. Pero uno puede preguntarse por qué lo gastaría en un edificio que solo pueden unas unos 470 de los más de 20.000 alumnos de UO. Y se hace mucho más cuestionable cuando sabes que la UO gastó 8,5 millones de dólares del presupuesto general de 2002 a 2010 para apoyo académico a deportistas universitarios.

Esos edificios es lo más cerca que pueden llegar a pagar a los jugadores filántropos como Phil Knight, y probablemente por eso se construyen esas instalaciones obscenas. Aun así, ese gasto desmesurado para un “centro académico” para deportistas universitarios resulta revelador. Prácticamente toda universidad ofrece extensos programas de tutoría para sus deportistas universitarios. La palabra “tutor” se usa muy vagamente y casi eufemísticamente, por supuesto. Mike Abu escribió un artículo ilustrativo para Vice Magazine sobre su estancia en la Universidad de Utah que recuerda a un escándalo similar en la Universidad de Minnesota, así como a muchos de los rumores que he oído acerca de lo que realmente hacen estos tutores. Como escribe:

Durante años, hice voluntariamente los deberes de deportistas universitarios. (…)Los alumnos pagarían 10$ por una “falta” en el centro de tutoría. Me darían esa falta al final de cada temporada y yo la devolvería al centro de tutoría y esperaría mi miserable cheque. (…) Después de un tiempo, empecé a tener cada vez más solicitudes de los jugadores de fútbol americano. (…) Entonces, un día, un jugador de la delantera fue directo al grano. Sus faltas a las tutorías las pagaría su beca deportiva, así que no tenían ningún valor monetario para él. Debido a esto, estaba más que dispuesto a darme el equivalente a tres horas de faltas de tutorías si hacía sus deberes. Después de todo, me llevaría 15 minutos hacerlos yo, frente a las dos horas que me tomaría explicarle (…) Ni siquiera dudé antes de decir que sí (…) Hice los deberes para los chicos todo el semestre (….) y los entrenadores no supieron del engaño. ¿Cómo es posible que no?

Aun así, es difícil culpar a entrenadores y administradores por tratar de eludir esos requisitos académicos. ¿Qué otra opción tienen si quieren tener equipos competitivos? De hecho es un completo absurdo que la NCAA espere que todos los deportistas que puedan ser universitarios sean también capaces de ser buenos estudiantes universitarios. En 2012, el 30% de los estadounidenses con más de 25 años tenían un título universitario. ¿Está el atleticismo tan directamente relacionado con las habilidades académicas que todo deportista de nivel universitario deba entrar en ese 30%? ¿O no deberíamos esperar que en torno a un 30% de los deportistas suficientemente buenos como para jugar en la universidad deberían estar también acudiendo a las universidad? (Y eso supone que demasiada gente no está yendo ya a la universidad, cosa que está pasando).

Aunque parecería que estos escándalos van en direcciones opuestas, son realmente uno en lo mismo y lo último hace que lo primero sea mucho más escandaloso. Porque muchos de estos chicos no consiguen prácticamente nada de su escolaridad y muy pocos pasan al siguiente nivel. El deporte universitario es el momento álgido en la carrera de la mayoría de estas personas y el cartel monopolista y subvencionado públicamente que es la NCAA lo ha hecho de tal forma que ganan un total de cero dólares. Si existiera realmente un mercado libre para el deporte universitario, la era idea de no pagar a los jugadores es  demasiado ridícula como para siquiera merecer una refutación. Y en cierto modo pan y queso no parecen equivaler a un premio de consolación suficiente.


[1] Lawrence M. Kahn, The Economics of College Sports, IZA DP Nº 2186, p. 4.


Publicado el 16 de septiembre de 2014. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

Print Friendly, PDF & Email