Estadios deportivos: Templos del capitalismo de compinches

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La NFL está jugando en público uno de sus propios partidos y, como una de las organizaciones sin ánimo de lucro más subvencionadas de la historia de Estados Unidos, sobresale en placar al contribuyente estadounidense. No debería ser ninguna sorpresa que con su seguimiento casi religioso, la NFL reciba el mismo estatus de libre de impuestos que una iglesia, exenta bajo el código de hacienda 501 (c) 6 de pagar impuestos federales. La legislación coloco a la NFL como asociación comercial sin ánimo de lucro, donde ha estado desde 1942.

Pero a lo largo de los últimos veinte años se han inaugurado 101 nuevas instalaciones deportivas en Estados Unidos (una tasa de reemplazo del 90%) e últimamente ha habido una tendencia creciente a que los costes de renovación se disparen a los cientos de millones, de los que, según la catedrática de planificación urbanística de la Universidad de Harvard, Judith Grant Long, el contribuye paga de medio el 70% de la deuda, sin que a menudo un solo penique provenga de los bolsillos del equipo o de sus dueños. El resto de la financiación viene de bonos municipales libres de impuestos apoyados por el programa G4 de préstamos para estadios, que proporciona préstamos a cambio de ingresos generados por la venta de entradas y asientos de lujo.

Como en el caso de las instituciones financieras “demasiado grandes para caer”, la NFL recibe un estatus favorable políticamente y está protegida por una trinchera de exenciones antitrust. Pero al contrario que los CEO con sueldos excesivos (léase subvencionados por el contribuyente) de Goldman Sachs y Chase Bank, el comisionado de la NFL, Roger Goodell, gana el doble que estos, gracias al flujo de dinero de los contribuyentes en la NFL. Goodell ganó más de 44 millones de dólares en 2013 y en los últimos cinco años ha conseguido más de 105 millones.

Pero el regalo más precioso del estado a la liga es quizá la Ley Pública 89-800, que concede a la NFL un monopolio legal sobre los derechos de emisión. Según Gregg Easterbrook, la ley de 1966 era “en la práctica una licencia para los propietarios de la NFL para imprimir dinero”. El acuerdo se ofreció a la NFL a cambio de una promesa: no programar particos en las noches de viernes o sábado durante el otoño, el momento en que la mayoría de los estudios y universidades juegan sus partidos.

Hay muchas consecuencias no pretendidas en funcionamiento, según Bloomberg, muchas ciudades, condados y estados también pagan los costes de mantenimiento de los estadios, proporcionando servicios de alcantarillado, electricidad, mejoras en el estado y otras infraestructuras. Todo esto ocurre mientras la NFL envuelve su retórica con jerga de mercado libre como “creación de empleos” y “generación de ingresos” cuyo coste real están viendo ahora los economistas.

Según Long, cuando se añaden los costes de mantenimiento, su investigación descubre que trece equipos han obtenido un buen beneficio en subvenciones a los estadios, recibiendo así más dinero del público del que necesitaban para construir sus instalaciones. Unos pocos ejemplos de la prodigalidad de la NFL pueden verse en Chicago, donde los costes de renovación del Soldier Field ya han sobrepasado los 650 millones de dólares. Estos superan el coste combinado de las reformas de los estadios de los Jacksonville Jaguars, Miami Dolphins, Denver Broncos, Washington Redskins y Buffalo Bills. Paradójicamente, esto está ocurriendo en los estados más dañados fiscalmente en el país: Illinois es el 42º en creación de empleo y está en vías de igualar la calificación de riesgo de impago del Iraq asolado por la guerra. Y a pesar de su enorme coste, Soldier Field ha perdido en realidad 5.000 asientos en la renovación.

En Chester, Pennysylvania, cerca del 45% de sus residentes viven por debajo de la línea de pobreza y ha estado en la lista de una de las comunidades más problemáticas de Estados Unidos desde 1995. Según el Pacific Standard, la renta por cabeza de Chester estaría entre Turquía y Dominica. De media, sus residentes son más pobres que los de Uruguay, Líbano y Antigua y Barbuda.

A pesar de esto, Chester gastó 117 millones de dólares en un estadio de fútbol. Con el 97% de los fondos de origen público, es son 3.334,90$ por cada hombre, mujer y niño en Chester. Echemos un vistazo a Forest City, cerca de Cleveland, Ohio, donde una de cada tres personas viven en la pobreza, haciendo de ella la segunda e n la lista de las grandes ciudades más pobres. Es el hogar de tres grandes instalaciones deportivas, incluyendo la de los Cleveland Browns, y los gastos totales de los estadios fueron de 1.100 millones de dólares, subvencionando los contribuyentes el 75% del coste, aproximadamente 825 millones.

Pero en lo que se refiere a los políticos, las “contribuciones económicas” de los equipos de fútbol americano son mucho más importantes que las de meros contribuyentes normales. La gente cuyos empleos no implican deportes televisados debe simplemente pagar impuestos sin quejarse para llenar los bolsillos de los que tienen amigos en el ayuntamiento.’


Publicado el 3 de octubre de 2014. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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