Izquierda y derecha, de acuerdo: La guerra es popular

0

La sabiduría popular afirmaría que los que están en la llamada “derecha” son y ahn sido siempre “halcones” y belicistas, mientras que los que están en la proverbial “izquierda” siempre han sido tipos abrazadores de árboles, pacifistas y antibelicistas. Por desgracia, para muchos conservadores esto es más o menos correcto. Sin embargo, los progresistas de nuevo han disfrazado su propio pasado, con algo que es tan antibélico como, bueno, la guerra.

Mucha de esta percepción es relativamente reciente y se reduce principalmente a la Guerra de Iraq. El belicismo neoconservador estaba en su apogeo y, por su parte, Barack Obama daba un discurso bastante agradable sobre su oposición a la guerra antes de que empezara. En su libro, Obama desarrollaba:

Sin embargo, lo que creía era que la amenaza que suponía Saddam no era inminente, las justificaciones de la Administración para la guerra eran endebles y condicionadas ideológicamente y la guerra en Afganistán estaba lejos de completarse.[1]

No está terriblemente mal para un político.

Luego Obama procedió a intensificar la guerra en Afganistán, fue a la guerra con Libia sin aprobación del Congreso, autorizó ataques aéreos en Iraq, así como ataques con drones en Yemen, Somalia y Pakistán mientras presume de poder militar en Siria, Irán y Ucrania. Incluso la retirada estadounidense de Iraq que supervisó (que ahora está siendo destacada por neoconservadores despistados) apensas fue distinta del plan que George W. Bush ya había acordado.

De hecho, en lo que respecta a los políticos demócratas y ostensiblemente progresistas, Obama fue en realidad anormal en su tibia oposición a la Guerra de Iraq. Los demócratas del Senado votaron a favor de dejar que George Bush fuera a la guerra 25 a 20. Hillary Clinton, Joe Biden, Dianne Feinstein y John Kerry, todos votaron sí.

Además, no hace mucho los republicanos supuestamente conservadores eran los que estaban contra la guerra y los demócratas supuestamente liberales a favor de ella. La gran diferencia parecía ser nada más que el político del partido que estaba en el cargo. Por ejemplo, respecto de la acción militar en Kosovo en 1999, los republicanos del Senado se opusieron a la resolución que daba autorización a Clinton para la acción militar 13 a 32, mientras que los demócratas la apoyaron 38 a 3. El programa del Partido Republicano de 2000 incluso criticaba a los demócratas por ser demasiado militaristas en el extranjero. Solo después, después de un apoyo casi unánime por ambos lados del pasillo por la guerra de Afganistán, los partidos cambiaron de bando en Iraq. Bueno, hicieron algo parecido a un cambio.

La oposición progresista a la Guerra de Iraq se ha exagerado muchísimo. Ambos periódicos liberales de izquierda, New York Times y Washington Post respaldaron la guerra. Thomas Friedman, Christopher Hitchens, Jacob Weisberg, George Packer y Jonathan Chait, todos apoyaron la invasión. El actual senador y favorito de los progresistas, Al Franken, señaló que “creía a Colin Powell. Creía la presunción de que el presidente estaba diciendo la verdad. Así que pensé: ‘supongo que tenemos que ir a la guerra’”. El popular blogger progresista Matt Yglesias explicaba que su apoyo a la guerra se había producido porque “seguía la escuela de pensamiento (popular en ese momento) que sostenía que una problema grave en el mundo era que el gobierno de EEUU estaba excesivamente limitado en el uso de la fuerza en el extranjero por políticas nacionales”. En otras palabras, los progresistas no tenían tanta guerra en la década de 1990 de la que les habría gustado.

Es verdad que la mayoría de ellos repudiaron su apoyo previo (con la notable excepción de Christopher Hitchens). Pero casi todos, fuera de unos pocos persistentes halcones neoconservadores han hecho lo mismo. Cuando se preguntó en 2010 al congresista republicano Dana Rohrabacher cuántos de sus colegas republicanos pesaban que la guerra fue un error, respondió: “Yo diría que la decisión de entrar, mirando atrás, casi todos creemos que fue un terrible error”. Estar contra la Guerra de Iraq es ahora como estar actualmente contra la esclavitud. Sin duda es la postura moral correcta, pero no es una postura especialmente valiente o impresionante a tomar.

Y aunque hubo más en la izquierda que se opusieron a la Guerra de Iraq desde el principio, debe señalarse que el movimiento anti-guerra entre los progresistas se disipó rápidamente tan pronto como fue elegido Barack Obama. Y aunque algunos en la izquierda se han opuesto a las muchas intervenciones de Obama (aunque silenciosamente), encontraréis más apoyo que oposición entre los progresistas por las “acciones militares cinéticas” de Obama. Por ejemplo, Nancy Pelosi estuvo reclamando una guerra contra Siria, mientras que la favorita de los progresistas, Elizabeth Warren, quiere bombardear Iraq. El presidente de la DNC, Michael Czin, incluso canalizó su interior neoconservador declarando que Rand Paul “culpa a Estados Unidos por todos los problemas del mundo”, debido a la crítica de Paul (desgraciadamente de corta duración) a intervenir de nuevo en Iraq.

Antes de que los ataques aéreos empezaran en Libia, Slate publicaba artículos titulados “No dejéis que gane Gadafi” y “Por qué Obama no necesita preguntar al Congreso antes de atacar Libia”. Y no era diferente para Siria, ya que el escritor de Slate, Fred Kaplan, opinaba:

La justificación [de Obama] para los ataques militares (con los que estoy de acuerdo) le encasilla. Las organizaciones encargadas de aplicar el derecho internacional no se están uniendo al ataque. El Consejo de Seguridad de la ONU está “paralizado”. (…) Para conseguir cierto grado de legitimidad, Obama necesita al menos apoyo interior. Y por tanto, además de anunciar que había decidido lanzar un ataque sobre objetivos sirios, también anunciaba que habría debate y votación en el Congreso sobre una resolución que autorizara la fuerza militar.

Así que Slate, la popular revista progresista en línea, apoya que el presidente pida al Congreso autorización para ir a la guerra, pero solo cuando no es práctico o posible que el presidente vaya a la guerra por su cuenta. ¡Menuda posición amante de la paz, si es que alguna vez la tuvo!

Los votantes demócratas no han sido mucho mejores. Según un estudio de Pew, los demócratas es ligeramente más probable (47% frente a 45%) que apoyen “realizar ataques aéreos en Libia” que los republicanos. Además, también según Pew, solo el 19% de los demócratas se oponían a realizar acciones militares contra Iraq en enero de 2002. Cuando empezó la guerra, eran solo el 37% y esa cifra no llegó a la mitad hasta 2004.

Es importante advertir que demócrata no es sinónimo de progresista y el partido de los viejos no puede compararse directamente con el partido de hoy. Aun así, hablando en general, los demócratas han apoyado un mayor control económico y redistribución por el gobierno federal, al menos desde el New Deal. En otras palabras, los demócratas han sido, hablando en general, el partido de los progresistas. Por tanto no es baladí señalar que Estados Unidos participó en las cuatros grandes guerra estadounidenses del siglo XX con presidentes demócratas en el cargo. (Woodrow Wilson en la Primera Guerra Mundial, Franklin Roosevelt en la Segunda Guerra Mundial, Harry Truman en la Guerra de Corea y Lyndon Johnson en la Guerra de Vietnam). De hecho, en un interesante artículo de investigación, Gallup descubrió que la diferencia partidista respecto de Iraq no existió para Vietnam. En 1965, se oponían a la acción militar el Vietnam más republicanos que demócratas (28% frente a 22%). Los bandos no cambiaron hasta aproximadamente 1970 y permanecieron cercanos a lo largo de la guerra.

Por supuesto, muchos en la izquierda se han opuesto constantemente a la guerra. El socialista Eugene Debs incluso fue encarcelado durante la Primera Guerra Mundial por denunciar la participación de Estados Unidos en el conflicto. Y a veces, por desgracia, parece que esos izquierdistas no son tan anti-guerra, sino simplemente están en el otro lado. Por ejemplo, aunque la implicación estadounidense en Vietnam era una abominación, eso no significa que el régimen comunista de Ho-Chi Minh fuera algo a alabar. Es difícil defender que Jane Fonda fuera “antibelicista” cuando era fotografiada sentada sobre un lanzamisiles tierra-aire norvietnamita  o que Noam Chomsky estuviera impulsando la paz mientras era cómplice de Pol Pot y los Jemeres Rojos durante los campos de exterminio de Camboya.

Y en general, los viejos progresistas ortodoxos eran más belicistas que los conservadores. Por ejemplo, el progresista radical William Jennings Bryan fue un defensor inflexible de la Guerra Hispano-Estadounidense. En palabras del historiador William Leuchtenburg, “pocos personajes políticos superaron el entusiasmo de William Jennings Bryan por la Guerra Española”.[2] Thomas Woods observa además:

El aspecto humanitario de la guerra (a saber, liberar a Cuba del gobierno español) apelaba a los progresistas. La respuesta de la líder feminista Elizabeth Cady Stanton fue típica: “Aunque odio la guerra en sí”, escribió, “me agrada que haya llegado en este caso. Me gustaría ver a España (…) eliminada de la faz dela tierra”.[3]

La Primera Guerra Mundial fue aún peor. Theodore Roosevelt, que creó el explícitamente progresista Bull Moose Party, fue más inflexible que nadie sobre hacer que Estados Unidos participara en la Primera Guerra Mundial. De hecho, la mayoría de los progresistas estaban a favor de la Primera Guerra Mundial, incluyendo a Walter Lippmann, Herbert Croly y John Dewey. Murray Rothbard describía el activismo de Dewey sobre el tema como sigue:

Dewey se preparó para liderar el desfile para la guerra mientras Estados Unidos se acercaba a la intervención armada en la contienda europea. Primero, el enero de 1916 en la New Republic, Dewey atacaba a la abierta condena de la guerra “de los profesionales pacifistas” como una “fantasía sentimental”, una confusión de medios y fines. La fuerza, declaraba, era sencillamente “un medio de conseguir resultados” y por tanto no puede ser alabada o condenada por sí misma.[4]

El apoyo de los progresistas a la guerra continuó durante la Segunda Guerra Mundial hasta la Guerra de Corea. La oposición a la guerra en Corea fue escasa, pero la poca que se encontró fue principalmente en el Vieja Derecha, liderada por Robert Taft. No es hasta que la Guerra de Vietnam llevara un buen trecho que pueda encontrarse el verdadero movimiento antibelicista en la izquierda. Y, como demuestra la política actual, un sentimiento constante anti-guerra es una opinión minoritaria en la izquierda.

La historia es clara en que los progresistas no se han opuesto universal ni siquiera mayoritariamente a la guerra. Los conservadores en general no son mejores, y recientemente han sido incluso algo peores. Por tanto es bastante improbable que un remedio para la podredumbre conocida como estado de guerra venga de la derecha. Pero, dado su historial, ese remedio probablemente no venga tampoco de la izquierda.


[1] Barack Obama, The Audacity of Hope (Vintage Books, 2006) Pg. 347 [Publicado en España como La audacia de la esperanza (Barcelona: Península, 2008)].

[2] William E. Leuchtenburg, “Progressives and Imperialism” (Mississippi Valley Historical Review 39, 1952), Pg. 485.

[3] Thomas E. Woods, 33 Questions About American History You Are Not Supposed to Ask (Nueva York: Random House, 2007), Pg. 53.

[4] Murray Rothbard, “La primera guerra mundial como consumación” (The Journal of Libertarian Studies Volumen IX, Nº 1, 1989), pp. 96-97.


Publicado el 9 de octubre de 2014. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

Print Friendly, PDF & Email