Las muchas formas en que el estado grava al pobre

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La mayoría de los defensores del estado supone que los servicios públicos ayudan al pobre. Y a veces alguna gente pobre sí se beneficia financieramente de los programas públicos. Pero hay un coste oculto: impuestos y programas obligatorios (como la Seguridad Social) que dañan a los necesitados restringiendo sus alternativas. El gobierno grava rentas que las familias de bajos ingresos podrían invertir en mejorar sus vidas. Al mismo tiempo, las prestaciones patrocinadas por el estado crean incentivos que mantienen a los pobres atrapados en la pobreza.

Muchos suponen que el gobierno apenas grava al pobre, pero la realidad es distinta. El quintil más pobre de los estadounidenses paga el 16% de sus rentas en impuestos (incluyendo federales, estatales y locales). Uno de cada seis dólares va directamente al gobierno. Para una familia viviendo en el límite, esos impuestos pueden ser la diferencia entre comida en la mesa y niños hambrientos.

Es verdad que un buen bocado de los gastos públicos va a programas pensados para ayudar a los pobres. Pero cuando este dinero ayuda de verdad (y raramente lo hace) es importante advertir los efectos perniciosos de los impuestos. Consideremos: cada dólar de impuestos es un dólar que un trabajador debe dar primero al gobierno, independientemente de si ese dólar podría ayudarle a alimentar su familia o mejorar su vida. Si un hombre pobre debe afrontar la alternativa de pagar impuestos o empezar un negocio, es mejor que elija lo primero, porque, si no, irá a la cárcel.

Esto también es verdad para los ricos. Pero la gente pobre vive más cerca del límite. Más de su dinero se dedica a facturas fijas, como renta y alimentos. Esto les deja menos renta discrecional para, por ejemplo, invertir en un negocio. Como sus existencias de renta discrecional son menores, el corte de los impuestos es más profundo sobre ellas.

Los programas obligatorios del gobierno, como la Seguridad Social y Medicare, contribuyen a los efectos de restricción de las alternativas por los impuestos. Por ejemplo, la Seguridad Social obliga a la gente a ahorrar para la jubilación independientemente de si ese dinero pudiera gastarse mejor de otra manera.

Ahorrar para la jubilación es por lo general una buena idea: la mayoría de la gente prevé necesitar un colchón monetario para mantenerse en sus años de jubilada. Pero no es lo mejor para todos. Una mujer joven con un cáncer terminal, por ejemplo, no podrá disfrutar los frutos de la Seguridad Social. En el mejor de los casos puede maximizar su felicidad gastando ahora ese dinero, ya sea en experiencias divertidas o en ocuparse de sus hijos o en un mejor tratamiento médico. Igualmente, para el hombre indigente que solo pueda permitirse o ahorrar para la jubilación o alimentar a sus hijos, hace falta ser realmente un burócrata despiadado para obligarle a hacer lo primero. Pero eso es precisamente lo que hace la Seguridad Social.

Mucha gente pobre acaba queriendo iniciar un negocio o aprender nuevas habilidades. Ambas cosas requieren capital para empezar. Imaginemos que John, un vendedor al que le cuesta llegar a final de mes, quiere aprender a programar para encontrar un trabajo mejor. La mayoría de los programas de aprendizaje de programación, como la Code School, no son gratuitos. Invertir en ese programa podría aumentar significativamente el valor y salario de John, permitiéndole mejorar sus finanzas, tanto ahora como luego. Pero entre pagar un 7% de su nómina a la Seguridad Social o invertir ese 7% en aprender nuevas habilidades para hacer carrera, John tiene que elegir lo primero para no ir a la cárcel.

Cada persona tiene sus circunstancias únicas. Por ejemplo, ahorrar para la jubilación ahora mismo podría ser inteligente. Para otros, ese dinero podría gastarse mejor en otra cosa. Al obligar al ahorro para la jubilación, el gobierno roba a las personas la libertad de tomar sus propias decisiones.

Me he centrado en la Seguridad Social, pero otros programas públicos tienen el mismo efecto. Obamacare obliga a la gente a contratar un seguro o pagar una multa, aunque el seguro no le interese. Medicare obliga a los pobres a dejar aparte parte de su dinero hoy para pagar sus costes de atención sanitaria cuando sean mayores, independientemente de si esa decisión es la mejor o no para el hombre o mujer en cuestión.

¿Pero qué pasa con los programas que dan dinero al pobre, como al Programa de Ayuda de Suplemento a la Nutrición y las prestaciones de desempleo? Incluso estos programas crean incentivos perversos, atrapando en la pobreza a los hombres y mujeres que los usan.

Como la ayuda del gobierno incluye puntos de corte, crea de hecho altas tasas marginales para los pobres. Si Jane gana 10.000$ al año en McDonald’s, podía depender de programas como Medicare y ayudas sociales para llegar a fin de mes. Pero imaginemos que tiene la opción de cambiar de sector y conseguir un empleo para empezar una nueva carrera (por ejemplo, mercadotecnia), que paga 25.000$ al año. Si toma el nuevo trabajo, podría acabar consiguiendo 2.450$ menos netos. Podría conseguir 15.000$ más de su empresario, pero perdería 17.540$ mediante una combinación de impuestos más altos y menores prestaciones públicas.

Para Jane la decisión económicamente racional es seguir dando vuelta a las hamburguesas y no cambiar de empleo. Los incentivos del gobierno le compensan mantenerse en un empleo sin futuro. Al obedecer a esos incentivos, pierde todas las posibilidades propias de una carrera real. La gente en mercadotecnia tiende a estar demandada en casi cualquier empresa y tiene más alternativas para trabajar donde quiera. Puede conseguir promociones y subir en la escala de la empresa. Estas opciones no están disponibles para un trabajador de comida rápida. Los programas públicos dan a Jane un incentivo financiero para mantenerse en su puesto actual, restringiendo sus opciones a largo plazo.

Los programas públicos, bienintencionados o no, sirven para atrapar a los ya oprimidos. Por el contrario, el mercado crea libertad y opciones y promueve la movilidad hacia arriba.


Publicado el 27 de octubre de 2014. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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