Primero regularlo, nunca aprender de ello

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La gente es en general consciente del poder positivo del interés compuesto cuando difiere el consumo en favor de los inversiones productivas. Pero más importante con respecto a la política pública es el poder destructivo de la ignorancia compuesta.

Según John Rector, “La ignorancia compuesta es el tipo de ignorancia en la que no somos conscientes de que no somos conscientes”. Aparece cuando “no nos damos cuenta de que no sabemos”. Sin embargo en el gobierno, esos “desconocimientos desconocidos” llevan a menudo a una confianza ilimitada entre políticos, a pesar de la certidumbre del error. La ignorancia compuesta queda a la vista cada vez que un “progresista” quiere someter aún más decisiones individuales a procesos políticos y burocracias públicas. Alegremente inconsciente de los inmensos puntos ciegos de lo que no saben para la cooperación social productiva, creen que están tomando decisiones de los desinformados y dándoselas a expertos. Pero es al revés. Esas expansiones de los dictados del gobierno en realidad pasan las decisiones de los expertos relevantes, con incentivos apropiados para actuar sobre esa experiencia, a otros menos informados y que tienen incentivos mucho peores.

Los costes sociales de la ignorancia compuesta crecen con el alcance del gobierno. Y sus muchas expansiones recientes, junto con los muchos fracasos (por ejemplo, healthcare.gov) y crisis (de la VA a hacienda) que las han acompañado, ilustran que ha llegado a un nuevo nivel.

Esos escándalos reflejan la ignorancia compuesta que separa las promesas políticas de lo que hace falta para cumplirlas realmente.

La versión actual de ese juego de trileros empieza normalmente con un compromiso presidencial, presentado con solemnidad para que signifique “hablo en serio”. Pero toda responsabilidad de respaldar las palabras (desde “podréis mantener vuestro doctor” a promeses de ahorro de costes a afirmaciones de que será la administración más abierta de la historia) pasa inmediatamente de su teleprompter al regazo de algún secretario de gabinete o administrador. Luego, cuando las promesas resultan ser vacías o inviables, este experto delegado empieza a calentarse. Hay un periodo en el que expresa confianza en su competencia (lo que equivale a confianza en que al elegir el administrador correcto, los círculos pueden cuadrarse), combinada con esfuerzos por centrar la atención en otro lugar.  Pero entonces se recoge el calor político. Cuando se vuelve preocupante, la administración expresa enfado ante el fracaso (lo que implica sorpresa) y determinación de arreglarlo. Esto se demuestra entonces trayendo un nuevo reparador para reemplazar a su predecesor, transformado en cabeza de turco. Así se evita que el presidente tenga que explicar cómo hacer lo que promete, se le aísla de la culpa política, incluso cuando múltiples escándalos supuestamente descubiertos al ver las noticias demuestran una ignorancia compuesta que garantiza el fracaso en saber lo bastante como para cumplir.

La promulgación del Obamacare ofreció un buen ejemplo de confianza injustificada a la vista de los masivos desconocimientos desconocidos. Aunque la declaración de Nancy Pelosi de que “tenemos que aprobar la propuesta para que podáis ver lo que contiene” recibió muchas burlas (incluyendo un póster con ella con la leyenda: “Ignorancia: ya no es solo alegría. Es política”), el hecho de que el Congreso se viera obligado a votar lo que ni siquiera estaba disponible para leer crea un orden incluso superior de ignorancia: no podían siquiera conocer sobre qué estaban “deliberando” y mucho menos el grado en que se vería incapacitado por la ignorancia compuesta.

Esa ignorancia compuesta compuesta ofrece una advertencia para todo estadounidenses para considerar más cuidadosamente lo frecuentemente que la “experiencia” del gobierno puede en realidad beneficiarle tomando sus recursos y sustituyendo sus decisiones por las suyas. Esto es algo crucial, ya que todo otro acto del gobierno requiere dañar a algunos, lo que es una forma extraña de mejorar algo que pudiera llamarse impasiblemente el bienestar general. Por desgracia, en toda área en la que nuestros deseos y disposiciones a negociar difieren sustancialmente, el caso más común con mucho, esos cambios desplazan por sí mismos las decisiones de los únicos que conocen los detalles acerca de sus objetivos, deseos, habilidades, alternativas y otras circunstancias que les hacen los expertos relevantes.

Los acuerdos voluntarios del mercado incluyen el conocimiento muy variado, aunque se superponga, de todos los participantes, teniendo cada experto su serie de circunstancias de tiempo y lugar, incluso cuando la enorme mayoría no sabe prácticamente nada en absoluto acerca de ellos. Esa especialización en conocimiento y tareas que la mayoría ignora, coordinado por los mercados es, de hecho, el origen principal de los avances de la civilización. Permite una cooperación social efectiva, incluso frente a la ignorancia compuesta y el cambio constante.

Por el contrario, cuando la orden del gobierno elimina ese proceso, la estupidez compuesta reemplaza al conocimiento coordinado. Expertos de por sí insuficientes que no saben lo bastante como para decir “No sé lo bastante” demuestras luego que han ascendido a un nivel más allá de su incompetencia. El gobierno siempre hace más de lo que no puede hacer bien, sino que puede hacerlo muy mal. Y como, como señalaba Hayek, “Cuanto más civilizados nos hacemos, más relativamente ignorante debe ser cada individuo sobre los hechos de los que depende el funcionamiento de la civilización”, el precio que paga la sociedad está más allá de lo comprensible.


Publicado el 26 de septiembre de 2014. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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