Crimen organizado – Capítulo 20 y 21

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Este artículo fue extraído del libro Crimen Organizado, escrito por Thomas DiLorenzo y traducido por Juan José Gamón Robres. Descarga el libro aquí.

CAPÍTULO 20 – Falsa virtud: La política de mentir sobre la Historia

En 1961 la revista Life invitó al ganador del premio Pulitzer, el poeta y novelista Robert Penn Warren [autor de “Todos los hombres del Rey” (“All the King’s Men“) y de otras diecinueve novelas], para que escribiera acerca de los pensamientos que le evocaba la guerra civil con ocasión del centenario de ese evento. Warren contestó con un largo ensayo sobre “El valor simbólico de la guerra” que se publicó eventualmente como un pequeño libro en rústica titulado “El Legado de la Guerra Civil” (“The Legacy of the Civil War“).

Siendo Warren un autor muy anterior a la época en que la plaga de la corrección política dominara la sociedad americana, escribió que, además de la cuestión de la extensión de la esclavitud a los nuevos territorios, en 1861 había un “tejido de causas” para la guerra, incluida la disputa sobre la constitucionalidad de la secesión, “la creciente deuda del Sur con los Estados del Norte, la rivalidad económica, los temores del Sur a verse rodeado, las ambiciones del Norte, los choques culturales, …”

Robert Penn creía que, aparte de la cuestión de la esclavitud, la guerra tuvo una miriada de causas económicas. “Las tarifas Morrill de 1861 fueron realmente previas a los disparos de Fort Sumter, el símbolo de la victoria republicana y un presagio de lo que tenía que venir; y en los siguientes cuatro años no hubo sesión del Congreso en la que no saliera a relucir ese asunto arancelario”.

Lo que Warren estaba diciendo es que tan pronto como la población del Norte creció lo bastante como para asegurarse el dominio sobre el Sur en el Congreso de la Nación, utilizó esa hegemonía (gracias a la amplia mayoría que tenía) para saquear económicamente al Sur con unos aranceles proteccionistas que beneficiaron principalmente a los fabricantes del Norte. Y esto tuvo lugar antes de Fort Sumter; los diez sucesivos incrementos de las tarifas que tuvieron lugar durante la Administración Lincoln y que aumentaron la tarifa media de un 15 % a casi un 50 %, fueron la base sobre la que se asentó la política del Partido Republicano, no las medidas para la financiación de la guerra. Tales tipos impositivos aún se mantuvieron durante otro medio siglo de supremacía política del partido republicano, hasta que se adoptó el Impuesto sobre la Renta en 1913.

“Aún más importante”, escribe Warren, “fue el establecimiento de un sistema bancario nacional … y la emisión a escala nacional de los billetes verdes (los greenbacks) … y los subsidios del gobierno (a las empresas conectadas políticamente)”. El sueño de Hamilton de una gran deuda nacional también se vio realizado, y esa deuda significó una nueva relación fiscal de los ciudadanos con el gobierno federal, incluido el nuevo Impuesto sobre la Renta”. Todo ello centralizó mucho el poder en torno a Washington, D.C. y fue con certeza el resultado, si no el principal objetivo, de la guerra.

“De esa guerra nació el concepto de la guerra total“, escribió, con referencia a la muerte intencionada y en masa de decenas de miles de civiles sureños y la completa destrucción de sus pueblos y ciudades unida al saqueo de propiedades privadas por valor de millones de dólares (y no se estaba refiriendo a las “propiedades de los esclavos”). Warren se burló del patético intento que hizo Lincoln por “justificar” el asesinato en masa de civiles citando un discurso de 1862 en el que Lincoln dijo que: “Los dogmas del tranquilo pasado son inadecuados al tormentoso presente …  Como nuestro caso es nuevo, hemos de pensar y actuar con originalidad”. Esto es, “tenemos” que abandonar el código moral de las sociedades civilizadas, y del Derecho Internacional, que en los conflictos armados prohíben el asesinato de civiles (en su mayoría mujeres y niños). Considerando el hecho de que Lincoln suspendiera ilegalmente la garantía judicial del habeas corpus, arrestara en masa y encarcelara a decenas de miles de disidentes políticos en el Norte sin previo proceso judicial, cerrara cientos de periódicos de la oposición, deportase a un congresista de la oposición (Clement Valandigham de Ohio), amañara las elecciones en el Norte, orquestrara la secesión ilegal del oeste de Virginia y esencialmente se constituyera en dictador, la afirmación de Lincoln de “pensar con originalidad” también implicaba que la Constitución debía ignorarse.

Uno de los temas recurrentes de su obra, “The Legacy of the Civil War” (“El Legado de la Guerra Civil“) , es que la guerra supuestamente confirió al Norte (que monopolizó el gobierno federal durante más de medio siglo después) un “tesoro de virtud“. Ésta, dijo Warren, es “la herencia psicológica” que la guerra dejó al Norte. Escribió que “El hombre del Norte, se siente redimido por la Historia merced a ese Tesoro de Virtud”. Tiene en el bolsillo no una indulgencia papal conferida por algún itinerante confesor de la Edad Media, sino una indulgencia, una indulgencia plenaria, por todos sus pecados pasados, presentes y futuros”.

Así pues, ese supuesto “Tesoro de Virtud” colmaría al gobierno de los Estados Unidos con un extraordinario orgullo que se convertiría en la justificación de su guerra de genocidio contra los indios de las praderas que se extendió durante 25 años y empezó tan solo tres meses después de Appotamox; del saqueo de los sureños por más de una década después de la guerra bajo la risible rúbrica de “reconstrucción”; del asesinato de unos 200.000 filipinos por su oposición a convertirse en peones del imperio americano tras haberse librado del imperio español; para entrar en una guerra europea que no era asunto nuestro para supuestamente “hacer el mundo seguro y apto para la democracia” y etcétera … Todo esto se hizo supuestamente en nombre de la virtud, de la libertad y de la democracia.

La farsa de la teoría del “excepcionalismo americano” fue definida con mayor exactitud por Robert Penn Warren como “narcisismo moral” que es “una pobre base de la política nacional”. Aún así, fue la “justificación” para nuestras cruzadas de 1917-1918 y 1941-1945 y de nuestra diplomacia de la rectitud, con el eslogan de la rendición incondicional y la rehabilitación espiritual universal de los demás (énfasis añadido)”.

Para poder presentarse como los Seres Humanos De Más Elevada Moralidad de la Tierra los norteamericanos tuvieron que olvidarse de muchos datos de su propia Historia -o más bien, que el sistema educativo, que el Estado controla y domina, eliminase ciertos contenidos o los distorsionase hasta hacerlos irreconocibles-. Según palabras del propio Warren:

Se olvida que la plataforma Republicana de 1860 prometió proteger la institución de la esclavitud donde existiera, y que los Republicanos estaban dispuestos, en 1861, a garantizar la esclavitud en el Sur, como cebo a cambio de que retornase a la Unión. Se olvida que en julio de 1861, el Congreso, por votación casi unánime en ambas cámaras, afirmó que la guerra se conducía no para interferir con las instituciones de ninguno de los Estados sino solo para mantener la Unión. Se olvida que la Proclamación de Emancipación … era provisional y limitada: la esclavitud se iba a abolir solamente en los Estados que se habían separado y tan solo si no regresaran a la Unión antes del siguiente mes de enero.

Es más, también debe olvidarse, escribió Warren, que la mayor parte de los Estados del Norte “se negaron a conceder el derecho de sufragio a los negros” y que Lincoln era tan partidario de la supremacía de la raza blanca como cualquier hombre de su tiempo. “Se olvida que Lincoln, en Charlestown, Illinois, en 1858, afirmó formalmente que: “No soy, ni nunca he sido de ninguna manera partidario de la igualdad social y política de las razas blanca y negra”.

Solo extirpando la verdadera historia de Lincoln y de su guerra, de los libros de Historia, puede verse la guerra como “acorde a esa doctrina del Tesoro de Virtud, como una cruzada acometida conscientemente con tanta rectitud que queda aún suficiente virtud remanente acumulada allá en el cielo, como los hechos de los apóstoles, para perdonar todos las pequeñas faltas y descuidos de los descendientes de aquellos cruzados, desde luego hasta la presente generación”.

Warren citaba más adelante el comentario del historiador Samuel Eliot Morison según el cual un efecto de ese supuesto Tesoro de Virtud en Nueva Inglaterra (de donde Morison era originario) sería que “En la generación posterior a la guerra civil esa región ya no seguiría aportando profesores y hombres de letras a la Nación, sino que la dotaría de una camada de políticos de una nueva raza” obsesionados con aprovecharse merced a sus contactos políticos.

Con tal excedente de virtud, los Americanos solo tenían que anunciar sus intenciones políticas, sin siquiera considerar jamás una evaluación de si las políticas cumplían o no los objetivos que prometían cumplir.(como por ejemplo, hacer que el mundo sea un lugar seguro para la Democracia). “Ya que el hombre recto tiende a estar tan seguro de sus propias motivaciones que no tiene que examinar las consecuencias”. Más aún, “el efecto que resulta de nuestra convicción respecto de nuestra virtud es hacer que automáticamente, y, por extraño que parezca, mintamos … y luego al intentar justificar la mentira, nos engañamos a nosotros mismos y transmutamos la mentira en una especie de verdad superior”.

Robert Penn Warren creía que la mayoría de americanos estaban contentos creyendo todas esas mentiras respecto de su propia Historia que era el producto de la manipulación de especialistas en propaganda, y de su, a veces, a-histórica Historia”. Los americanos en su mayor parte, “están dispuestos a ver la guerra civil como la fuente de nuestro poder y prestigio entre las naciones”.

Desde que Robert Penn Warren escribió esas palabras en 1961, año tras año, las mentiras se han ido acumulando como copos de nieve en una tormenta de Colorado. Prestigio basado en una avalancha de mentiras es una descripción mucho más exacta de la política exterior norteamericana en la era posterior a la Guerra Civil de lo que lo pueda ser el “Excepcionalismo Americano”, el canto de apareamiento de todos los neo-conservadores que tomaron el control del orden establecido en la Política exterior americana en los años 1980. Nadie debe sorprenderse de que cada uno de esos “pollitos de halcón”, como se les llama a menudo (por defender guerras sin fin, sin que la mayoría de ellos haya estado jamás en el ejército), sea, entre otras cosas, un ‘miembro de carnet’ del culto a Lincoln.

CAPÍTULO 21 – Cómo (y porqué) se inventó el mito de Lincoln

En su libro de 2009, “The Unpopular Mr. Lincoln” (“El impopular Sr. Lincoln“). el historiador Larry Tagg utilizó miles de fuentes literarias originales para defender su tesis de que Lincoln fue, con diferencia, el presidente más odiado e insultado durante su vida. Tras su muerte Lincoln fue convertido en la figura del abuelito santurrón y amable con la que se le ha retratado siempre desde entonces. Este “maquillaje”, como explica el profesor Tagg, fue resultado del trabajo de la máquina de propaganda del Partido Republicano con la importante ayuda del clero de Nueva Inglaterra.

Con respecto a como fue visto Lincoln por la gente del Norte -así como del resto del mundo- en vida, escribe Tagg:

Es llamativa la violencia de las críticas dirigidas a Lincoln por los grandes hombres de su tiempo en ambos lados de la línea Mason-Dixon. La extensión y profundidad de los enormes prejuicios que se tuvieron contra él son con frecuencia chocantes por su crueldad, por su intensidad y por su implacable fuerza. La pura verdad es que el Sr. Lincoln fue profundamente injuriado por muchos de los que lo conocieron personalmente y por cientos de miles que tan solo oyeron hablar de él.

Larry Tagg no es ningún neo-confederado. Es nativo de Lincoln, Illinois, y en el preámbulo de su libro, reconoce estar agradecido a Harold Holzer, prominente estudioso de Lincoln. Llega incluso a decir que Lincoln durante su presidencia fue objeto de muchas denuncias en los Estados del Norte por ser un “tirano sanguinario” y un “dictador” por sus “detenciones arbitrarias, la suspensión del habeas corpus y el cierre de periódicos”, entre otras cosas. Recoge una cita del abolicionista Wendell Phillips según la cual Lincoln fue “un hombre de primera clase entre los hombres de segunda”. El historiador George Bankroft llamó a Lincoln “terco ignorante rodeado de algunos hombres casi tan ignorantes como él”.

El periódico demócrata de Wisconsin The Lacrosse abogó por su asesinato cuando en un editorial de noviembre de 1864 publicó un editorial que rezaba: “Si Abraham Lincoln debe ser reelegido para otro mandato de cuatro años de una Administración tan desgraciada, confiamos en que, en aras al bien público, haya una mano atrevida que clave la daga en el corazón del tirano”. El “New York Times” fue igual de duro cuando en su editorial de mayo de 1864 publicó: “Nunca hombre alguno fue en vida acusado de crímenes políticos de tal multiplicidad y enormidad como Abraham Lincoln. Ha sido denunciado un sin número de veces de perjurio, de usurpación, de tiranía, de subvertir la Constitución, de destruir las libertades de este país, de ser un desesperado peligroso, un hombre frívolo y sin corazón que se deleita presenciando las últimas agonías de una nación que expira”. No hay lugar en el infierno, seguía diciendo The Times que esté “lo bastante colmado de tormentos para hacerle expiar sus iniquidades”.

El capítulo más interesante del libro “The Unpopular Mr. Lincoln” es el epílogo final que lleva por título: “El repentino santo”. En él, el profesor Tagg explica como el Partido Republicano, con la ayuda del clero de Nueva Inglaterra, se sacó de la manga el mito de un “santo” y “bien amado” Abraham Lincoln. En lo que a ese partido concierne, el asesinato fue una suerte ya que le dio la oportunidad de deificar sus ambiciones políticas por un Gran Gobierno, o sea por la expansión del aparato del Estado, al unirlas a la figura de Lincoln que pronto iba a ascender a los altares. Como explica Tagg, el Partido Republicano “vio que su muerte era una bendición desde la perspectiva propagandista ya que podrían presentar a Lincoln como el defensor del Norte y de la libertad …”. Recoge una cita del senador de Iowa James Grimes según la cual la campaña de propaganda del partido para deificar a Lincoln tuvo tanto éxito que “ha hecho imposible que en adelante se diga la verdad acerca de Abraham Lincoln”.

El profesor Tagg explica como fue el Secretario de Guerra Edwin Stanton quien decidió utilizar el funeral de Lincoln como una herramienta de propaganda de masas ya que “convirtió al cadáver del mártir en una muestra itinerante de la maldad sudista”. La procesión del funeral siguió una ruta de 1.600 millas y Stanton prohibió que se ocultase el daño causado por el proyectil del asesino para que el cuerpo tuviese el aspecto más espantoso posible.

Muchos predicadores de Nueva Inglaterra, que solo unos meses antes habían maldecido a Lincoln, se embarcaron en la empresa de deificarlo. Henry Ward Beecher puede decirse que fue el mayor hipócrita de entre todos ellos. Había atacado despiadadamente a Lincoln desde su púlpito durante años, pero tras su muerte, escribe Tagg, “no hizo más que alabar a Lincoln”.

El Partido Republicano siguió empleando las canallescas tácticas que había utilizado para atemorizar al público del Norte durante la guerra. “Los diarios Demócratas se dieron rápidamente cuenta de que si no se arrepentían de su oposición a Lincoln”, escribe Tagg, “arriesgaban verse arruinados por bandas de maleantes como las que destrozaron sus oficinas en el primer verano de la guerra”.

El Partido Republicano también dispuso de un ejército de simpatizantes organizado en bandas de matones que hicieron cuanto pudieron para censurar la libertad de expresión en el Norte, como también había hecho durante la guerra. Un observador del funeral de Lincoln “ovacionó a Jefferson Davis” y “fue atacado por los asistentes al funeral y casi despedazado”. Se escuchó decir a un hombre en la recepción de un hotel de Chicago “le está bien empleado” e inmediatamente lo mataron a tiros frente a docenas de testigos. Pero “no hubo arresto alguno, nadie habría arrestado al hombre que hizo los disparos”, dice Tagg.

Como documenta Tagg, muchos americanos del Norte fueron encarcelados por hacer observaciones parecidas. “En todas las ciudades los cerrojos de las puertas de las  prisiones locales se cerraron sobre los hombres que celebraban con júbilo la muerte de Lincoln”. El editor de un periódico de Maryland que se mostró crítico con Lincoln fue linchado por una muchedumbre. Como ya hicieran durante la guerra en el Norte, bandas de matones del Partido Republicano visitaron las sedes de los periódicos de la oposición y “vaciaron su contenido en la calle en medio de los aplausos de una inmensa multitud”.

La oposición al Partido Republicano en los medios de comunicación quedó prostrada por varias generaciones. Durante la “reconstrucción” el ejército de ocupación ordenó a los Ministros religiosos en los Estados del Sur que dieran sermones en los que santificaran a Lincoln y lo mismo ordenó a muchos diarios sureños. Desafiar esas órdenes significaba el “terror de la confiscación y del encarcelamiento”, escribe el profesor Tagg. No es de extrañar que aparecieran “repentinas proclamaciones de la nobleza de Lincoln” por todo el Sur.

Así es como se inventó el mito de Lincoln y eso explica porqué el americano medio no sabe casi nada del más prominente Presidente de la nación.


Traducido del inglés por Juan José Gamón Robres – mailto: juanjogamon@yahoo.es.