El gasto en déficit es el arma perfecta del gobierno

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[Este artículo es una selección del análisis del New Deal de Garet Garrett hoy conocido como The Revolution Was en la colección Ex-América]

El estado de bienestar perfecto debe al final racionar la renta nacional y, cuando lo hace, el dinero pasa a ser como cupones en una cartilla de racionamiento. Sin embargo, al principio el gobierno debe tomar prestado en gran cantidad. Para transferir riqueza de los pocos a los muchos (riqueza en las formas modernas, tan imponderable e intransportable en buena medida) debe ser capaz de tomar prestado y gastar y, salvo que la gente que tenga ahorros crea y confíe en el crédito público, el gobierno no puede tomar prestado. Si no puede tomar prestado para gastar, la revolución estará quebrada en su mismo prólogo. Por eso en el segundo y tercer mes, con el Tesoro vacío, el New Deal se vio obligado a vender bonos públicos bajo la falsa promesa de pagar el interés y redimirlo en dólares-oro, una promesa que estaba preparado para repudiar.

Bueno, el resto es sencillo porque el método era sencillo.

Durante un tiempo, y hasta los límites de la credulidad, el New Deal siguió diciendo que iba a equilibrar el presupuesto federal, así de sincero era, y quien dijera lo contrario pertenecía a la oscuridad. En julio del primer año [el presidente Roosevelt] dijo: “Puede parecer incoherente que un gobierno recorte en gasto regular y al mismo tiempo tome prestado y gaste miles de millones en una emergencia. Pero no es incoherente, porque una gran parte del dinero de emergencia se ha pagado en forma de préstamos sólidos que se abonarán al Tesoro a lo largo de un periodo de años y para cubrir el resto del dinero de emergencia hemos fijado impuestos para pagar el interés y las cuotas de esa parte de la deuda”.

Si hubiera sido verdad, habría significado un gobierno solvente con un presupuesto equilibrado, pero no era verdad.

Al principio del segundo año, yendo al Congreso con un presupuesto que chocaba con todas las ideas pasadas de moda de las finanzas públicas, el presidente retrasaba melifluamente un presupuesto equilibrado durante dos años y decía después a la gente: “Sin embargo, el presupuesto se ha hecho tan claro que podemos mirar adelante, a dentro de dos años, cuando podemos esperar que el gobierno se encuentre definitivamente sobre una base financiera equilibrada y pueda mirar también adelante para comenzar una reducción de la deuda nacional”. Y ese fue el fin de esa línea.

La segunda línea fue un recurso al dispositivo europeo de la doble contabilidad. Había dos presupuestos. Uno representaba los gastos ordinarios del gobierno como equilibrados. El otro, que representaba los gastos extraordinarios, para la recuperación y todo eso, ese habría que considerarlo por separado en su momento. Estaría equilibrado cuando se hubiera logrado realmente la recuperación y cuando la renta nacional pudiera soportarlo. Esa fue la línea durante varios años.

La tercera línea fue la idea de estado inversor. El continuo gasto en déficit del gobierno, con enormes adiciones a la deuda pública, no era lo que parecía. En realidad, se pudiera o no cuantificar físicamente, la deuda estaba equilibrada con los activos. El gobierno estaba invirtiendo sus fondos recibidos no solo en las cosas que se podían ver por todas partes, cosas bellas y socialmente útiles que no estaban ahí antes: estaba invirtiendo también en la salud y el bienestar y la futura felicidad de todo el pueblo. Si había alguna inversión mejor que esa o que pagara mejores dividendos con el tiempo, ¿cuál era? Esa línea se agotó en poco tiempo y, aunque nunca se abandonó, se sustituyó.

La cuarta línea fue una doctrina inventada y promulgada por los economistas del New Deal: la doctrina de la deuda pública perpetua ilimitada. ¿Qué diferencia suponía lo grande que fuera la deuda? No era en absoluto y una deuda que se debiera a acreedores extranjeros. Era algo que nos debíamos solo a nosotros mismos. Pagarla o no pagarla significaba solo trasladar o no dinero de un bolsillo a otro. Y en todo caso, si realmente debíamos querer pagarla, el problema se resolvería con un aumento en la renta nacional.

Mucha gente enfurecida desperdició su tiempo oponiéndose a esta doctrina por ser una mentira económica. Pero el que fuera mentira o no, sería totalmente una cuestión del punto de vista. Desde el punto de vista de lo que el New Deal ha llamado el fetiche de la solvencia, era una falacia. Pero desde el punto de vista la técnica revolucionaria científica, tenía perfecta justificación, incluso era ortodoxa. Desde ese punto de vista no se considera a la deuda pública como un problema de finanzas públicas. Se piensa en ella en relación con los fines. Una deuda perpetua e ilimitada representa gasto en déficit como principio social. Significa una progresiva redistribución de riqueza por voluntad del gobierno hasta que no haya más grasa a dividir; después de eso viene un racionamiento nivelado de la renta nacional. Esto significa al final el abaratamiento del dinero y por tanto inflación, con la que se asesina económicamente a al clase media mientras duerme. En el arenal de la revolución, la herramienta perfecta es la inflación.

(Y todo esto pasó antes de la guerra, incluso antes del inicio del programa de defensa).


Publicado el 5 de noviembre de 2014. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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