La economía detrás de la caída del Muro de Berlín

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El domingo se conmemora el veinticinco aniversario de la caída del Muro de Berlín. Como la mayoría de los acontecimientos históricos que se conmemoran como si hubieran tenido lugar en un solo día, la caída del Muro de Berlín el 9 de noviembre de 1989 fue solo uno de los muchos acontecimientos interrelacionados que llevaron al fin del sistema de los estados satélites soviéticos en Europa Oriental y el fin de la propia Unión Soviética, en diciembre de 1991.

Con la caída del muro, los alemanes orientales, que habían vivido bajo severas restricciones en viajes y emigración, fueron capaces de viajar libremente a Berlín Occidental, lo que continuaba una cadena de acontecimientos que ya habían empezado ese mismo año cuando muchos disidentes antisoviéticos en toda Europa Oriental se envalentonaron y reunieron con un éxito sin precedentes. Entretanto, los alemanes orientales inundaron los países vecinos por millares, buscando refugio en Austria y Alemania Occidental ante la opresión patrocinada por los soviéticos.

Por qué fue diferente en 1989

A lo largo de mediados del siglo XX, Europa Oriental fue testigo de numerosas revueltas y actos de desobediencia civil antisoviéticos. En Hungría en 1956, Praga en 1968 y especialmente en Polonia a lo largo de las décadas de 1970 y 1980, hubo arrebatos de resistencia, pero fue constantemente aplastada con leyes marciales e intervenciones militares apoyadas por los soviéticos.

Pero en el verano de 1989 los polacos tuvieron unas elecciones que esencialmente derrocaban el régimen soviético en Polonia. Sin embargo esta vez, en lugar de mandar tanques a aplastar a los manifestantes polacos, la URSS no hizo nada.

En noviembre de ese año, los disidentes habían advertido  una tendencia soviética a la inacción. Hungría y Checoslovaquia abrieron anárquicamente sus fronteras, permitiendo a los alemanes orientales entrar en Austria y Alemania Occidental. Los berlineses del este empezaron a reclamar paso libre al oeste. Pronto se produjo la apertura del muro.

Hoy a los estadounidenses y especialmente a los estadounidenses conservadores les gusta afirmar que el fin del bloque soviético y la Unión Soviética fueron obra de Estados Unidos, que los oligarcas soviéticos temían el poder militar estadounidense y simplemente decidieron renunciar y votaron dejar de existir, como hicieron dos años más tarde. Este cuento constituye una buena propaganda interna en Estados Unidos, pero el hecho de que los regímenes prácticamente nunca “renuncian” son disparar un tiro cuando afrontan una potencia extranjera amenazante lo hace bastante improbable.

Es mucho más probable que encontremos una respuesta si nos preguntamos no por qué era tan fuerte Estados Unidos en la década de 1980 sino por qué era tan débil la Unión Soviética. Si los soviéticos fueron más que capaces de mantener el “orden” en Europa Oriental durante las décadas de 1950, 1960 y 1970, ¿por qué fue incapaz de hacer lo mismo en la de 1980?

Una investigación en esta línea nos lleva rápidamente a descubrir que, en la década de 1980, la economía soviética y la mayoría de las economías de Europa Oriental eran economías discapacitadas. La vivienda estaba deteriorada. Los vehículos y electrodomésticos eran increíblemente viejos y poco fiables. El nivel de vida era una fracción del occidental. Productos básicos como jabón o medias de mujer eran a menudo productos de lujo.

Las economías centralmente planificadas del bloque soviético producían poca riqueza real y como los regímenes absorbían cada vez más esa poca riqueza que se producía, la gente, así como los regímenes, se hacían cada vez más pobres.

Esta debilidad económica no significaba solo que la legitimidad del régimen estuviera en peligro, sino que los soviéticos no disfrutaran ya de un “superávit” militar, con el que podían simplemente entrar en cualquier vecindario rebelde y restablecer el orden.

En otras palabras, la URSS era demasiado pobre como para pagar las facturas políticas.

Mises y el problema del cálculo

Nada de esto habría sorprendido a Ludwig von Mises. Décadas antes, Mises había demostrado que una economía socialista (con lo que quería decir una economía planificada centralizadamente) no podía saber qué producir, cuándo producirlo o para quién producirlo. Al explicar esto, Mises demostraba que la Unión Soviética, independientemente de cualquier victoria que pueda tener en remodelar la naturaleza humana, era económicamente imposible. Murray Rothbard explica:

Antes de que Ludwig von Mises planteara el problema del cálculo en su celebrado  artículo de 1920, todos, socialistas y no socialistas, hacía tiempo que se habían dado cuenta de que el socialismo sufría un problema de incentivos. Si, por ejemplo, todos bajo el socialismo iban a recibir una renta igual o, en otra variante, se suponía que todos iban a producir “de acuerdo con su capacidad”, pero recibir “ de acuerdo con sus necesidades”, entonces, por resumirlo en la famosa pregunta: ¿Quién recogería la basura en el socialismo? Es decir, ¿cuál sería el incentivo para los trabajos sucios y, además, para hacerlo bien? (…)

Pero la singularidad y la importancia crucial de la objeción de Mises al socialismo es que no tenía ninguna relación con el conocido problema del incentivo. Mises decía en realidad: Bueno, supongamos que los socialistas han sido capaces de crear un ejército poderoso de ciudadanos todos ansiosos por acatar los mandatos de sus amos, los planificadores socialistas. ¿Qué dirían estos planificadores que hiciera este ejército? ¿Cómo sabrían qué productos ordenar producir a sus dispuestos esclavos, en qué etapa de producción, cuánto de cada producto en cada etapa, qué técnicas o materias primas usar en esa producción y cuánto de cada una y dónde ubicar concretamente toda esta producción? ¿Cómo conocerían sus costes o qué proceso de producción es o no eficiente?

Mises demostró que, en cualquier economía más compleja que la de Robinsón o un nivel familiar primitivo, el consejo socialista de planificación simplemente no sabría qué hacer o cómo responder a cualquiera de estas preguntas vitales. Al desarrollar el concepto crucial del cálculo, Mises apuntaba que el consejo planificador no podría responder a estas preguntas porque al socialismo le faltaría la herramienta indispensable que usan los empresarios privados para evaluar y calcular: la existencia de un mercado en los medios de producción, un mercado que genera precios en dinero basados en genuino intercambios con ánimo de lucro por propietarios privados de estos medios de producción. Como la misma esencia del socialismo es la propiedad colectiva de los medios de producción, el consejo planificador no sería capaz de planificar o de tomar ningún tipo de decisiones económicas racionales. Sus decisiones serían completamente arbitrarias y caóticas necesariamente y por tanto la existencia de una economía socialista planificada es literalmente “imposible” (por usar una término ridiculizado mucho tiempo por los críticos de Mises).

Los planificadores centrales soviéticos nunca tuvieron una respuesta a esta crítica. De hecho, su “respuesta” solo llegó en 1991 cuando la URSS finalmente se vino abajo. E incluso hasta el final, los keynesianos estadounidenses nunca se lo imaginaron tampoco, con Paul Samuelson todavía afirmando en 1989 que “una economía dirigida socialista puede funcionar e incluso prosperar”.

¿Por qué duró tanto?

En respuesta a la afirmación de Mises de la imposibilidad de planificación centralizada, alguno preguntará: “Bueno, si la planificación centralizada era imposible, ¿por qué duró tanto?”

La respuesta puede encontrarse en el hecho de que incluso en un estado planificado centralizadamente el capital sencillamente no desaparece de la noche a la mañana. Los planificadores soviéticos no empezaron sin nada. Tenían el capital acumulado durante siglos de ahorros e inversiones de rusos, ucranianos, alemanes, polacos y otros bajo su control.

Es verdad que no les era posible planificar correctamente o determinar no arbitrariamente qué bienes debían producirse. Pero sin embargo tenían grandes cantidades de capital a su disposición e incluso si el estado planificado centralizadamente produjera cero riquezas (cosa que no era verdad, ya que incluso el estado soviético producía algunas cosas que quería la gente), tendría aún suficiente para redistribuir hasta que se agotara toda.

Esto es aún más verdad en regímenes que están solo parcialmente planificados centralizadamente, como es el caso de Venezuela, sobre la que Nicolás Cachanosky observaba recientemente:

Si una de las economías los países más ricos y desarrollados del mundo adoptara las instituciones cubanas o norcoreanas de la noche a la mañana (…) la riqueza y el capital no se desvanecen en 24 horas. El país pasaría de acumular capital a consumir capital y podría llevar años o incluso décadas agotar las arcas de la riqueza previamente acumulada. Entretanto, el gobierno tiene los recursos para (…) disfrutar de la riqueza, carreteras, infraestructura eléctrica y redes de comunicación que fueron el resultado de las realidades más de libre mercado del pasado.

Sin embargo, el “fondo de reserva”, como lo llamaba Mises, se acaba agotando:

Un punto esencial en la filosofía social del intervencionismo es la existencia de un fondo inagotable que puede exprimirse eternamente. Todo el sistema del intervencionismo se viene abajo cuando se seca esta fuente: el principio de Santa Claus se liquida a sí mismo.

Además de esto, los soviéticos hicieron dinero para el régimen vendiendo petróleo (y otros bienes) en mercados internacionales y los altos precios del petróleo en la década de 1970 también favorecieron al régimen, de forma que si no hubiera sido por la ventas de crudo es bastante posible que el régimen hubiera desaparecido una década antes.

Conclusión

Al tratar las terminales mediáticas de noticias el aniversario de la caída del Muro de Berlín este año, sin duda dedicarán mucho tiempo a explicar el papel de diversos políticos estadounidenses y programas militares y relaciones internacionales. Es bastante posible que todas estas cosas tuvieran un efecto en los regímenes de Europa Oriental que no fuera trivial. Sin embargo, dichos análisis ignoran el enorme elefante en la habitación que es el fracaso inevitable de regímenes que se construyen sobre la planificación centralizada y la redistribución de riqueza. Sin mercado ni precios, no puede haber planificación, y sin planificación no puede haber creación de riqueza ni, en definitiva, perdurabilidad política. Los rebeldes y manifestantes de Europa Oriental merecen un inmenso reconocimiento por hacer frente valerosamente al estado. Pero, en el fondo, quienes tuvieron éxito se vieron ayudados inmensamente por un momento bueno y una economía mala.


Publicado el 7 de noviembre de 2014. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.