La naturaleza del estado

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[Resist Not Evil (1903)]

En todas partes parece darse por sentado que la fuerza y la violencia son necesarias para el bienestar del hombre en la tierra. Se han escrito infinitos volúmenes y se han sacrificado incontables vidas en un esfuerzo por demostrar que una forma de gobierno es mejor que otra, pero pocos parecen haber considerado seriamente la proposición de que el gobierno se basa en la violencia y la fuerza, se sostiene con soldados, policías y tribunales y es contrario al ideal de paz y orden que conduce a la felicidad y el progreso de la raza humana.

De vez en cuando incluso se admite que en épocas muy lejanas en el porvenir, los hombres pueden evolucionar hacia lo angélico por lo que los gobiernos políticos no tendrán razón de ser. Esta admisión, como el concepto común, supone que los gobiernos son buenos, que sus tareas asumidas y realizadas consisten en reprimir el mal y a los forajidos y proteger y atender a los desvalidos y los débiles.

Si la historia del estado demostrara que los cuerpos gubernativos se formaron alguna vez para este fin o para cumplir esta función, podría haber alguna base para suponer que el gobierno es necesario para mantener el orden y defender al débil. Pero el origen y la evolución del estado político demuestran algo muy distinto: demuestran que el estado nación de la agresión que en todas las diversas etapas por las que ha pasado ha conservado sus características esenciales.

Los inicios del estado pueden remontarse a la primera historia de la raza humana, cuando el salvaje más fuerte consiguió el garrote más grande y con esta arma impuso su gobierno sobre los demás miembros de la tribu. Por medio de la fuerza y la astucia se convirtió en jefe y ejerció su poder, no para proteger a los débiles, sino para llevarse lo bueno de la tierra para él y los suyos.

Un hombre no podía mantener sometida a la tribu a su voluntad con solo su fortaleza, así que el jefe elegía lugartenientes y ayudantes y estos también eran elegidos por su fuerza y bravura y se les daba una buena porción de los frutos del poder por la lealtad y ayuda que prestaban a su jefe. Los planes para el bien general nunca formaron parte del plan de gobierno desarrollado por estos jefes bárbaros. La gran mayoría eran esclavos y sus vidas y libertad estaban a disposición absoluta de los fuertes.

Eras de evolución solo han modificado los rigores los primeros estados rudos. El derecho divino a gobernar, al carácter absoluto del poder oficial es prácticamente el mismo hoy en la mayoría de las naciones del mundo que con los primeros jefes que ejecutaban sus mandatos con un garrote. El antiguo caballero que, con un hacha de batalla y una cota de armas, aplicaba su gobierno sobre los débiles fue solo en antecesor del recaudador y devorador de impuestos de hoy.

Incluso en países democráticos, donde la gente se supone que elige a sus gobernantes, la naturaleza del gobierno es la misma. A partir de las viejas ideas del poder absoluto, estas democracias ha asumido que algún tipo de gobierno es imprescindible para las masas y tan pronto como se libran de alguna forma de servidumbre, otro yugo aparece sobre sus hombros, solo para demostrar con el tiempo que esta nueva carga no es menos irritante que la antigua.

Tampoco el pueblo gobierna en las democracias más que en cualquier otro lugar. Ni siquiera elige a sus gobernantes. Los gobernantes se eligen a sí mismos y por fuerza y astucia e intriga llegan a los mismos resultados que lograban sus antecesores primitivos con la ayuda de un garrote.

¿Y quiénes son estos gobernantes sin cuya ayuda el mal y la corrupción destruirían y subvertirían a los indefensos y los débiles?  Desde el principio de los tiempos, estos gobernantes autonombrados han destacado por todos los males que tan persistentemente atribuyen a la gente común, cuya rapacidad, crueldad y rebeldía tan bravamente mantienen a raya. La historia tanto del pasado como del presente prueba más allá de la duda que hay o ha habido nunca alguna clase importante de la que la sociedad tiene que verse protegida, es la de esos mismos gobernantes que han sido puestos al cargo absoluto de las vidas y destinos de sus conciudadanos.

Desde los primeros reyes que, con las manos rojas de sangre, prohibieron a sus súbditos matar a sus conciudadanos, al legislador moderno que, con el dinero de los sobornos en su bolsillo, sigue haciendo del soborno un delito, estos gobernantes siempre han dictado leyes, no para gobernarse a sí mismos, sino para reclamar obediencia a sus siervos.

El propósito de este poder autocrático siempre ha sido el mismo. En las primeras tribus, el jefe tomaba el terreno y los frutos de la tierra y lo dividía entre sus criados que ayudaban a conservar su poder. Todo gobierno desde entonces ha usado su poder para dividir la tierra entre los pocos favorecidos y por fuerza y violencia mantener a los esforzados, pacientes y sufridores millones sin ninguna participación de los frutos generosos comunes del mundo.

En muchas de las naciones de la tierra, el poder gobernante real ha estado detrás del trono, ha soportado que sus criaturas y sus marionetas sean los gobernantes nominales de naciones y estados, pero en todo caso los gobernantes reales son los fuertes y estos usan el estado para perpetuar su poder y servir su avaricia.


Publicado el 12 de agosto de 2011. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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