Más política significa más conflicto

0

NPR informó recientemente acerca de un artículo científico de julio de 2014 en el que dos politólogos, Shanto Iyengar y Sean Westwood concluyen que la afiliación política de cada uno es ahora la fuente primaria de polarización de grupo en Estados Unidos, superando incluso a la raza como mayor fuente de conflictos.

Las conclusiones del informe

Iyengar y Westwood escriben, según NPR:

La investigación demuestra: Cada vez más barrios residenciales son políticamente homogéneos. La política partidista se ha convertido en un indicador clave en las relaciones interpersonales. Hay una mayor tendencia actualmente en los padres a plantear objeciones a que un hijo o hija se case con alguien que apoye al partido político opuesto. “El matrimonio cruzando líneas partidistas es realmente raro”, apunta el informe. “En una encuesta de 2009 a parejas casadas, solo el 9% eran parejas demócrata-republicano”.

En el propio informe, también encontramos las razones para esa fuerte segregación entre los dos grupos no se basan en “favoritismo” del grupo propio, sino en “animosidad” contra el otro grupo. En otras palabras, mientras que el favoritismo étnico puede explicarse habitualmente por la familiaridad con la cultura de la gente de la misma etnia, la división política está dirigida principalmente por una hostilidad que se ve desde el exterior. Uno podría concluir razonablemente que, por tanto, en esos casos, el miedo es una consideración importante con respecto a los miembros de “otro” grupo político.

El pasado ideológico divide

Aunque las divisiones partidarias nunca han sido triviales en la sociedad estadounidense, hace cincuenta años se consideraban como débiles en general. Además, durante el siglo XIX, las divisiones partidistas eran importantes, pero menos que otros asuntos como la división Norte-Sur o urbano-rural, el origen étnico y la religión.

Esas variables no partidistas hace mucho tiempo que se han reconocido correctamente como determinantes para la afiliación política. Pero ahora la afiliación política puede estar funcionando a la inversa, determinando en qué estados vive la gente, qué barrios elige y con quién se relaciona en general. En otras palabras, las opiniones políticas antes estaban determinadas por realidades no políticas, pero ahora las opiniones políticas determinan también la vida no política, determinando posibles cónyuges, amigos, vecinos e incluso socios comerciales.

La política rivaliza ahora, e incluso ha reemplazado al grupo familiar, la etnia o la comunidad de origen como determinante del comportamiento y las preferencias cotidianas.

Cuanto más poderoso es el estado, más importante es lo que está en juego

Iyengar y Westwood atribuyen este crecimiento en animosidad partidista al aumento en las campañas negativas y a “nuevas fuentes con una clara preferencia partidista”. El auge de grandes cadenas de noticias abiertamente partidistas puede ser relativamente novedoso, aunque cualquiera familiarizado con la campaña de Nixon de 1950 contra Helen Gahagan Douglas podría ser escéptico con la proposición de que las campañas negativas sean algo nuevo.

Parece más probable que el paso de la política a una posición prominente en las vidas diarias de un creciente número de gente se deba al hecho de que lo que está políticamente en juego es, de hecho, muy importante.

En una sociedad en la que un gobierno es débil, descentralizado e incapaz de aplicar los deseos más radicales de cualquier grupo mayoritario, es menos probable que un bando perdedor considere al ganador una verdadera amenaza para su vida cotidiana. Ganar o perder elecciones sigue siendo importante, pero no se considera determinante para la capacidad del bando perdedor de mantener relativamente seguras propiedad, sustento y modo de vida frente a los vencedores. Por el contrario, si un estado es muy poderoso y el bando ganador puede regular, gravar y coaccionar de una forma cada vez más dura, lo que está en juego  en cada elección es realmente muy importante.

En La democracia en América, Alexis de Tocqueville señalaba que aunque los estadounidenses debatían vigorosamente las leyes propuestas y los nuevos candidatos, el bando perdedor aceptaba invariable e inmediatamente el resultado de las elecciones. Esto se interpretaba a menudo como algún tipo de devoción hacia las maravillas de la democracia, pero es más probable que reflejara el hecho de que los perdedores (suponiendo que eran blancos que disfrutaban de una ciudadanía completa) sabían que era improbable que afrontaran ninguna represalia real por parte del bando ganador. Al contrario que muchos regímenes del momento en Europa y Latinoamérica (como la Francia revolucionaria), perder una contienda política no conllevaba exilios, ejecuciones o pérdida de propiedad. El estado estadounidense (en ese tiempo y lugar) era simplemente demasiado débil como para hacer esas cosas.

Por consiguiente, se podía ignorar la política (en su mayor parte) y la vida diaria estaba más gobernada por la economía, la religión y los intereses familiares.

Sin embargo, en los Estados Unidos modernos, esto no es así en absoluto. Con un gobierno omnipresente espiando, estatismo policial, una burocracia que puede cerrarte tu negocio en cualquier momento que desee y un sistema de atención sanitaria que obliga a un grupo de gente a pagar por las actividades sexuales de otro, lo que está en juego políticamente es realmente muchísimo.

No sorprende que el grupo partidista considere ahora al otro bando con temor y asco. ¿Quién puede decir qué desgracias nos esperan en caso de que gane el otro bando?

Bueno, muchos observadores perspicaces de la política advertirán que en realidad hay una pequeña diferencia preciosa, en el conjunto general, entre los partidos políticos. Cualquiera que preste atención puede ver que las élites de los partidos se caen bien entre sí, mientras que la mayoría del rencor puede encontrarse entre las ingenuas filas de los militantes de base. Hay una razón para esto. Independientemente de quién gane, prácticamente no se contemplará nada que pueda llevar a reducciones importantes en regulaciones, impuestos o excesos punitivos del sistema de justicia penal. La mayor tendencia al crecimiento del estado supera con mucho cualquier ajuste diminuto que Washington esté dispuesto a realizar en el actual clima político.

Sin embargo, el enorme tamaño, poder y ámbito del estado moderno estadounidense y el conocimiento que extiende a todos los aspectos de la vida, lo ha hecho posible incluso para el partidista más ignorante que pueda traer las próximas elecciones, con costes enormemente grandes e incluso destrucción de la forma de vida de uno.

Disminuir el conflicto debilitando el estado

Iyengar y Westwood suponen que la división partidista es problemática, igual que la mayoría de los comentarios de los medios de comunicación de masas. Aun así, las soluciones propuestas solo van de lo conformista a lo insensato, normalmente incluyendo educación o “mayor contacto personal” entre grupos, como si el problema de la coacción del estado no fuera sino algo imaginario. La solución real está en debilitar, desmembrar y descentralizar enormemente el estado (mediante secesión, anulación y el fin de la norma de la mayoría) hasta un punto en que los ganadores políticos no puedan ejercer un poder inmenso sobre los perdedores.


Publicado el 28 de octubre de 2014. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

Print Friendly, PDF & Email