Sin lugar para el pesimismo

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Este post pretende ser una encendida defensa de la sociedad libre. Déjenme por favor que les recuerde mi nota del otro día, en donde distinguía entre utopía e idea regulativa. Lo importante es entender que la única actitud genuinamente humana en el ámbito político es la de dirigir todos nuestros esfuerzos por aproximarnos a la sociedad libre lo más que podamos, y que dicha sociedad es profundamente incompatible con el Estado moderno, ya que éste es esencialmente coercitivo. Por ello, la única alternativa viable frente a la supresión de libertades que genera la imposición estatista la ofrece la idea regulativa del anarcocapitalismo, de la sociedad organizada de modo espontáneo y sin órgano director centralizado.

Claro que no lograremos erradicar por completo las situaciones injustas para todos los individuos en la mejor sociedad libre que seamos capaces de establecer, porque una idea regulativa es irrealizable en la historia, pero siempre será una sociedad más justa y próspera que la organizada “desde arriba”.

No hay que ser pesimistas y creer que esta empresa de acercamiento a la libertad está condenada al fracaso desde el principio. La idea de que el Estado es demasiado poderoso como para que sucumba ante el tesón de unos pocos entusiastas, locos, exaltados ancaps que pareciera estuviéramos pregonando en el desierto no puede enturbiar el objeto de actuar movidos por la irrefrenable atracción hacia la libertad. La resignación o el inmovilismo en este sentido nos apartan de nuestra esencia humana. Contentarse con menos libertad pudiendo aspirar a más es una opción profundamente irracional, nada praxeológica (es decir, contraria a la racionalidad medios-fines).

Es por ello que afirmaciones como “estamos en una etapa en que es inevitable alguna forma de Estado” no me satisfacen en absoluto, muestran esa resignación, denotan falta de imaginación, y son prueba de un falso realismo dictado por el pragmatismo sin compromiso con la libertad. Tener que pactar una rendición temporal no es lo suficientemente radical. No es de extrañar, por tanto, que el auténtico ancap se deje de propuestas de transición gradual y proponga el desmantelamiento del Estado sin paliativos. Lo cual, una vez más he de recordar, no equivale a una utopía. Las utopías, como bien supo ver el propio Murray N. Rothbard, son producto de la mente estatista.

Simplemente, me niego a creer en el dogma laico de que el Estado es un mal menor (en el peor de los casos). Es insuficiente, y claramente limitador de la condición humana. Esclaviza, no libera. En realidad, y la racionalidad praxeológica nos lo demuestra taxativamente, dicha institución, lejos de posibilitar la sociedad, la corrompe. El Estado no puede proteger los derechos de propiedad, sino que los viola. Por eso, si estamos en lo cierto, que lo estamos, ¿cómo se puede acusar al anarcocapitalista de soñar despierto cuando actúa en contra del Estado? ¿No será peligrosamente menos realista quien se conforma con seguir la corriente estatista como algo inevitable?

En este sentido, el artículo de Jeff Deist ayer en el mises.org plantea una analogía que permite entender la importancia trascendental del pensamiento ancap en la aproximación a la idea regulativa de la sociedad libre. Deist pone el siguiente ejemplo:

Notice that the charge of being unrealistic, impractical, or overly idealistic is never applied to medicine or crime prevention. Nobody says to the cancer researcher, “you should be more realistic, cancer and infectious disease will always exist. Why not just work on making the common cold a bit less severe?” Nobody says to the criminal investigator, “gee, organized crime and violence are just part of human nature, it’s useless to try to prevent them. Maybe you should just focus on reducing bike thefts.”

So why should we be apologetic or timid or less than fully optimistic in our fight against the state? We should not. Like the cancer researcher, like the crime fighter, we should be bold, we should be optimistic, and we should be vigorous in our opposition to government. We should be every bit as certain as Murray Rothbard was in the eventual success of our mission.

Resulta evidente, a mi juicio, que existe un claro componente ideológico en la acusación de irrealista o soñador hacia el ancap. No me lo puedo explicar de otra manera. Un prejuicio del resignado, que en el fondo es alguien al que le falta auto-reflexión y comprension de sus categorías praxeológicas como ser humano. Una vez que tenemos claro que estamos hechos para actuar en pos de la libertad, no podemos ser sino optimistas. Siguiendo la racionalidad medios-fines, una vez que tenemos claro que actuamos para ser cada vez más libres, se debería tener claro que un primer paso para obtener dicho objetivo es la eliminación de lo que nos impide ser más libres, es decir, el Estado.

Y hay razones para el optimismo. Quizás no de forma egoísta, es decir, es muy probable que nuestras generaciones (las que habitamos el mundo en la actualidad) no vean el final del estatismo, pero a la larga sabemos que el Estado es insostenible. Los ejemplos históricos abundan. El más notorio y próximo en el tiempo, como también hemos analizado ya, ha sido el caso del Telón de Acero y su pasmosa disolución en cuestión de meses. Lo mismo sucederá con el actual Estado del bienestar, fiscalmente insostenible, y que ya empieza a dar claras señas de agotamiento en el mundo occidental. Y, como sabiamente nos recuerda Huerta de Soto, la sociedad no puede coordinarse por medio de la regla de la democracia (la regla de las mayorías), igualmente insostenible a la larga. Son indicadores para el optimismo, para entender que estamos felizmente condenados a aproximarnos a la sociedad libre. Existe una lógica praxeológica, la Humanidad puede empeñarse en distanciarse de ella dejándose esclavizar por el estatismo, pero cada vez que colapse ese esquema será una nueva oportunidad para aprender que el único camino viable es el de la sociedad libre.

Este post también se puede leer en josemacarballido.com

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