Anarcofederalismo neopuritano

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El problema de los bienes públicos en el anarquismo Una de las tareas más importantes para todo aspirante a anarquista es explicar cómo algunas funciones vitales que actualmente (aunque imperfectamente) realiza el estado, continuarían realizándose en su ausencia. Una respuesta frecuente entre los anarcocapitalistas es que el mercado proveerá; que los que antes eran considerados bienes “públicos”, tales como ley, defensa, carreteras, etc. podrán ser y serán ofrecidos como servicios por organizaciones de lucro en un orden sin estado. Los anarquistas de mercado han ideado modelos ingeniosos de cómo los llamados bienes públicos serían proveídos por el mercado libre. La idea básica es que la protección, la ley y el orden, etc., son bienes como cualquier otro, y si el mercado es el medio más eficiente para proporcionar alimento, ropa, coches, casas y energía, ¿por qué no también lo otro? Sin negar estas ideas basadas en el mercado, quiero explorar otra posible solución, que considero compatible con las características esenciales de un mundo sin estado. No diré que este modelo es superior en todo a un sistema basado en el mercado, pero sí ofreceré razones por las que algunas personas pudieran encontrar atractivo este modelo alternativo. Un modelo alternativo: las comunidades pactuales[1] Cuando los puritanos llegaron al Nuevo Mundo en el siglo 17, estaban entrando, para todo efecto práctico, en un mundo sin estado. O, para ser más exactos, estaban comprometiéndose en un acto de secesión de largo alcance. Aunque técnicamente seguían bajo la soberanía del rey inglés, estaban de hecho fuera del alcance de cualquier gobierno del otro lado del Atlántico. ¿Significa esto que así, repentinamente, los puritanos se vieron atrapados en el clásico “dilema del prisionero”, incapaces de cosechar las ventajas de la cooperación social? Lo que hicieron fue un pacto (covenant). Este pacto es conocido como el Pacto del Mayflower, un juramento solemne por el cual los puritanos se obligaban cada uno con todos los demás, y se comprometían a crear una nueva comunidad de ayuda mutua y cooperación en las orillas de Norteamérica. La idea de pacto nos lleva a los tiempos bíblicos. Los antiguos israelitas se consideraban a sí mismos como participantes en un pacto con YHWH. De hecho, fue este pacto lo que los forjó como un pueblo distinto con una identidad propia. Después de la Reforma Protestante, esta idea de pacto experimentó un renacimiento, tanto en teología como en filosofía política, principalmente dentro de la corriente calvinista de la Reforma. Y ejerció una influencia directa sobre los puritanos ingleses que fundaron las primeras colonias europeas en Norteamérica. El teórico político Daniel Elazar define el pacto como sigue:

Un pacto es un contrato o acuerdo moral fundado sobre el consentimiento voluntario, creado mediante juramentos o promesas mutuas, implicando -al menos como testigo- alguna autoridad trascendente o más elevada; un contrato entre personas o partidos independientes, pero iguales para los propósitos del contrato, con el fin de realizar determinados fines (limitados o extensos) mediante la acción u obligación conjuntas, y bajo condiciones de respeto mutuo que protejan la integridad individual de todos los participantes. http://www.jcpa.org/dje/books/ct-vo11-ch1.htm

Un pacto difiere de un contrato en varios aspectos importantes. Primero, el pacto establece una relación. Si realizo un contrato con alguien, no necesito entrar en algo más que una relación perfunctoria o superficial con él; en cambio, el pacto establece una relación multidimensional entre las partes. Éstas se relacionan no como comprador y vendedor, jefe y empleado, sino como seres humanos más allá de roles estrictamente definidos. En segundo lugar, un pacto implica obligaciones de duración indefinida o ilimitada entre las partes. Por el contrario, lo característico de un contrato bien hecho es que especifica, por adelantado y con gran detalle, las obligaciones de los contratantes bajo condiciones bien definidas. Por otra parte, el pacto es, de acuerdo al psiquiatra Roger Sider, “una promesa de amor, de lealtad y de fidelidad”. Al hacer un pacto, tú aceptas que el otro te podrá pedir o exigir que vayas más allá de la letra de la ley al cumplir tus obligaciones. Cuáles sean estas obligaciones, eso es algo que no se puede especificar plenamente por adelantado. El otro apela a tu lealtad, no a un conjunto bien especificado de obligaciones legales. El ejemplo más familiar de una relación pactual es el matrimonio. Cuando dos personas se casan, no elaboran un contrato que especifica por adelantado los deberes específicos de cada uno, o las penalidades por incumplimiento, etc. En lugar de eso, al casarse el hombre y la mujer se ligan sabiendo que su promesa de amor, honor y protección exige de ambos fidelidad, pase lo que pase. No hay ni puede haber ningún límite preestablecido para esa fidelidad. En una comunidad fundada en un pacto las personas se comprometen a cumplir ciertos deberes mutuos, a vivir bajo ciertas normas de justicia, y a perseguir un bien común entendido de una manera particular (a menudo basada en alguna visión o tradición religiosa). Aceptan ciertas obligaciones recíprocas que van más allá de la estricta no interferencia en la vida de los otros. Esto puede incluir el unirse para la protección mutua, el dar ayuda al necesitado, el compartir los recursos, o el participar en proyectos comunes para el bien de todos. Cada uno cumple sus deberes, pero no porque hayan sido especificados con detalle en un contrato, sino porque cada uno se ha comprometido con una comunidad particular, y ha aceptado compartir su vida con ella. El pacto se funda en un compromiso moral. Otra característica central de las comunidades pactuales es que están fundadas en una visión moral, compartida por los miembros, sobre lo que es vivir una vida buena. Las comunidades de los puritanos fueron al comienzo poco más que extensiones de las congregaciones de la iglesia, y creían tener la misión de crear la “luminosa Ciudad de la colina” que encarnara la virtud cristiana. Como consecuencia, los miembros esperaban cada uno del otro determinado comportamiento, y para forzar su cumplimiento utilizaban el estigma social y otras formas de disciplina, incluyendo, en algunos casos, la expulsión de la comunidad. Es este marco moral compartido por todos lo que explica la naturaleza obligatoria del pacto y la buena voluntad de los miembros para someterse a la disciplina de la comunidad. Comunidades pactuales como proveedores de bienes públicos Me parece que las comunidades pactuales podrían proporcionar una solución alternativa al problema de los bienes públicos en una sociedad sin estado. Grupos de personas con mentalidad semejante podrían muy bien formar nuevas comunidades basadas en pactos explícitos e ideas morales similares. Se comprometerían entre sí a darse protección y ayuda en épocas de la necesidad, y en general a vivir sus vidas en común. Más aún, su visión moral no tiene que ser explícitamente religiosa. Podría ser socialista, pacifista, hippie, eco-feminista, etc. Estas comunidades podrían tener varias formas de autogobierno (democrático, aristocrático, teocrático, etc.), y sus miembros podrían someterse a ciertas limitaciones a sus derechos fundamentales (vgr., el disponer de su propiedad a su antojo). En tanto el ingreso a esas comunidades fuese voluntario, y en tanto no existiera una agresiva expansión territorial por parte de ellas, ninguna objeción puede oponerse a esto desde el punto de vista libertario. Más aún, nada impediría a estas comunidades pactuales el hacer nuevos pactos, más limitados, con otras comunidades. Por ejemplo, un cierto número de comunidades dentro de un área dada podrían pactar el unirse para la defensa mutua en caso de ataque. Así podríamos ver confederaciones de comunidades similares a la Liga Hanseática de la Alemania Medieval, que fue una asociación de ciudades libres congregadas para darse ayuda y defensa mutuas, ante la falta de una autoridad superior. O quizá se asemejaría al federalismo de Proudhon o Kropotkin . De hecho, nuestra palabra “federal” se deriva del foedus latino, que significa simplemente “pacto“. La diferencia es que las obligaciones con esas otras comunidades que estarían fuera del pacto primario serían más limitadas. Podríamos visualizar esta idea como una serie de círculos de obligación concéntricos, comenzando con la propia familia, la parroquia, el club o la comunidad local, y extendiéndose hasta otras comunidades con las cuales se hicieran nuevos tratados o pactos. Objeciones y conclusiones Una pregunta que surgiría es: ¿por qué alguien preferiría una comunidad pactual, como la que he descrito, en lugar de una relación contractual más estricta con una agencia de protección privada o una compañía de seguros? Bien, ¿por qué entramos en relaciones románticas en lugar de contratar los servicios de compañía, conversación y sexo? Porque algunos bienes humanos se logran mejor en el contexto de relaciones duraderas y confiables. Para muchas clases de bienes, la existencia de una relación es intrínseca al bien buscado, y no es sólo un medio para alcanzarlo. Hacer un juramento de ayuda mutua, por ejemplo, no sólo garantiza algunos beneficios para ambas partes, sino que les ayuda a desarrollar las virtudes de justa generosidad que son necesarias para una vida buena. Esto no pretende negar la inmensa contribución que la economía de mercado ha hecho al bienestar humano, ni pretende meterse en absurdas polémicas denunciando el comercio o el afán de lucro como viles o deshonrosos. Sin embargo, parece natural que los seres humanos quieran vínculos más duraderos y que trasciendan las obligaciones de un contrato. Aun siendo muy efectivas en materia de transacciones y negocios, las relaciones contractuales siempre parecerán demasiado formales e impersonales para algunas áreas de la vida. Otra objeción obvia es que pretendo introducir al estado por la puerta trasera. Después de todo, ¿no estoy reconstituyendo aquello de lo cual los anarquistas quisieran deshacerse en primer lugar? ¿No son mis comunidades pactuales, simplemente, mini-estados? En absoluto. Ante todo, recuérdese que un pacto, si bien es un compromiso abierto y multidimensional, sigue siendo algo voluntario. Lo que convierte al pacto en una atadura es el hecho de que aquellos que se incorporan a él comparten una visión moral que los ata u obliga entre sí. No hay coerción alguna. De hecho, en ausencia de coerción estatal y observancia forzosa, parece probable que las ataduras del honor, de la lealtad y de los juramentos vendrían a ser más importantes como mecanismos de cohesión y cooperación social. Otra objeción podría ser que el término “neopuritano” evoca visiones como las de Hester Prynn siendo marcado como adúltero por pueblerinos mojigatos. ¿Acaso estas comunidades pactuales no tienden hacia lo totalitario, tratando de controlar cada aspecto de la vida de sus miembros? Aun siendo voluntarias, ¿quién escaparía de ello? Una respuesta rápida es que algunas de estas comunidades probablemente parecerán sofocantes y opresivas al extraño. Pero no tiene que ser así necesariamente. Recuérdese que una comunidad pactual es simplemente una asociación de individuos (o familias) basada en una visión moral común. No hay razón para que no exista una amplia zona de la vida privada dejada enteramente a la discreción individual. Es, simplemente, algo que permite a la gente incorporar sus valores compartidos en una vida en común, de una manera que es imposible en los modernos estados nacionales o en las empresas y negocios. De hecho, una crítica frecuente al estado moderno es que, puesto que gobierna a personas con visiones morales dispares, inevitablemente llega a ser opresivo cuando intenta encarnar alguna concepción del bien común. Los conceptos de pacto y federalismo describen básicamente la forma como los iguales morales entran en asociaciones no coercitivas para alcanzar un bien común. Difieren de los contratos en que están fundados en compromisos morales que exigen lealtad y fidelidad en una relación que va en marcha. Ser capaz de tales compromisos no es la negación de la libertad, sino su realización. Mi propuesta se basa en la convicción de que, aunque el mercado es indispensable para el florecimiento humano, y el estado es el mayor de los obstáculos para ello, éstos no agotan las posibles relaciones que los seres humanos son capaces de sostener entre sí. Parece muy probable que estas clases de comunidades podrían prosperar junto a otros tipos de relaciones más contractuales, y podrían coexistir en paz con ellas en un orden sin estado. Fuese o no plausible mi idea de comunidades pactuales confederadas, el concepto de pacto es útil para describir una relación humana que no está fundada en la coerción, y que trasciende las limitaciones del contrato, expresando la capacidad humana, y sólo humana, de comprometerse con un ideal moral.

 


[1] Nota del trad: El original en inglés es covenant communities. Me ha parecido correcto el neologismo comunidades pactuales, en vista de que el autor, Lee McCracken, considera al pacto como algo más sagrado y solemne que los contratos o los convenios, más asociados con lo mercantil y lo oficinesco. Otras posibles traducciones habrían sido confraternidades o alianzas, pero éstas dan la idea de algo religioso o secreto, y ésa no es la intención del autor.


Traducido del inglés por William Gilmore.

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