Punto muerto, crisis y triunfo del estado moderno

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[Reimpreso deThe World at War and the World That Was]

 

Una sorprendente variedad de noticias y opiniones han recordado una serie de aniversarios relacionados con la Gran Guerra durante los últimos meses: el asesinato del archiduque, la crisis de julio, el inicio de la guerra, etc. Periódicos, revistas, el mundo del blog, los sitios de listas de los diez primeros y los canales de YouTube, todos han publicado observaciones en este aniversario.

Hemos llegado a otro lúgubre centenario, pero uno que puede no ser tan obvio como los asesinatos terroristas en Sarajevo. En este momento hace cien años, tomó forma uno de los “acontecimientos” menos claros pero sin embargo de los más esencialmente importantes de la Primera Guerra Mundial: la llegada a un punto muerto en el Frente Occidental.

Los primeros meses de la guerra en el oeste, que empezaron con la invasión alemana de Bélgica y Luxemburgo, se caracterizaron por enormes ejércitos, comunicaciones de alta tecnología y armas devastadoras, pero se libraron en buena parte a la vieja usanza. El primer ataque real de la guerra, el de los alemanes al anillo de fortaleza en torno a Lieja, mostró a los soldados alemanes formados en columnas, marchando hacia las erizadas armas belgas, como algo propio de las guerras napoleónicas. De hecho, los ejércitos francés, británico, belga y alemán, todas experimentaron pérdidas increíblemente altas (muertos, heridos, prisioneros, desaparecidos) en los primeros meses de la guerra. Los franceses fueron los que más perdieron: casi un millón de hombres durante los últimos cinco meses de 1914, de los cuales un tercio murieron en acción. Los alemanes perdieron cerca de 700.000 en 1914 solo en el Frente Occidental.

A la fase de inicio de la guerra, desde los primeros días de septiembre, la llamamos la Batalla de las Fronteras. Los alemanes atacaron, los franceses y belgas contratacaron, la Fuerza Expedicionaria Británica (FEB) llegó para ralentizar en avance alemán. Esperando y esperando, el cansino comandante francés Joffre utilizó la combada línea francesa como una trampa, haciéndola cerrarse el 5 de septiembre. En siete días de furia luchando junto al río Marne, Joffre sofocó el plan alemán de Schlieffen, la idea de una guerra corta en el oeste y una guerra extendida contra Rusia. A mediados de septiembre, la “Primera Batalle del Marne” acabó con los alemanes retirándose a posición fuertes preparadas: los inicios de la red de trincheras. En las siguientes emanas, mientras los Aliados trataban de desestabilizar o rodear a los alemanes atrincherados y estos trataban de mantener el avance al menos en algún lugar del frente, se completó el frente estabilizado. La “carrera hacia el mar” estaba en marcha.

A finales de octubre de 1914, el largo Frente Occidental estaba casi formado. La guerra de movimientos se le limitaba a una pequeña parte de Bélgica occidental (recordemos que la guerra se había iniciado en Bélgica Oriental). Allí el harapiento y dolorido ejército belga y la FEB, habiendo casi agotado todas sus fuerzas en los meses anteriores, luchaban por colocarse enfrente de los todavía móviles alemanes. Para los alemanes, la confusión representaba la última oportunidad para algo que se pareciera a un resultado rápido en el oeste. Por eso en esta parte del Flandes belga los alemanes iniciaron una serie de ataques centrados en el pueblo de Ypres (hoy conocido más correctamente por su nombre flamenco, Ieper) y extendiéndose hasta las llanuras húmedas de la costa, entre Ostende y Nieuport, a pocas millas de donde los británicos se verían atrapados por los alemanes en 1940, en Dunquerque.

A partir del 19 de octubre, los alemanes se lanzaron contra Ypres. El bello centro renacentista se encuentra al oeste de un grupo semicircular de colinas (abarcando la mitad de este), que los alemanes usaron ventajosamente para bombardear a los soldados y la ciudad. El FEB, habiendo luchado una serie de batallas defensivas sucesivas durante dos meses, llevó aquí a sus últimas reservas.

Hacia el norte, hasta el mar, los alemanes atacaron las posiciones británicas y belgas en Dixmuide, Langemarck y otros lugares. Ambos bandos estaban al borde del agotamiento, pero los alemanes fueron capaces de hacer nuevos reclutamientos, una parte de los cuales eran alumnos de academias militares e institutos que se habían presentado voluntarios en agosto. Estas nuevas unidades sin experiencia atacaron a los atrincherados británicos y belgas en cargas frontales en columnas y oleadas. En cierto mito nacionalista alemán, eran todos estudiantes y la “Matanza de los Inocentes” (Kindermord, Matanza de los niños, en alemán) se convertiría posteriormente en un tropo de sacrificio nacional para los ultranacionalistas, incluyendo los nazis. En realidad los estudiantes estaban en minoría en las tropas alemanas de asalto y la preponderancia de estos “inocentes” fue menos pronunciada que en posteriores representaciones patrióticas. Pero los ataques alemanes contra los belgas y británicos enterrados y experimentados (aunque agotado) fue en términos indudables una matanza.

Los alemanes estaban cada vez más cerca de Ypres, explorando, atacando, cavando. Desde la costa y a lo largo de toda la frontera francesa, ya se habían excavado la mayoría de las secciones de la línea en ambos frentes, pero en los huecos los comandantes alemanes seguían atacando para mantener el impulso. El 11 de noviembre, una serie de ataques alemanes (e incluso en esta etapa seguían usando formaciones apelotonadas y erguidas) hicieron ciertos progresos y en un par de días estaban a una milla y media de la ciudad amurallada de Ypres. En numerosos puntos del frente la lucha se reducía a unos pocos cientos de metros de franjas no explotadas donde los defensores estaban dispersos o ausentes. Algunas de las luchas más cruciales se redujeron a carreras entre atacantes y defensores en la periferia de Ypres.

Como unidad la FEB, los “viejos despreciables” casi había desaparecido. Los belgas habían estado luchando y marchando constantemente desde el 4 de agosto. Pero al acabar octubre y empezar noviembre, los dos remanentes realizaron una hazaña ofensiva más: los alemanes golpeaban los frentes, avanzando cada vez más, pero no podían tomar Ypres. El 16 de noviembre se cerraron todos los huecos, agotados momentáneamente los alemanes. Y ese fue el fin de la “guerra de movimientos en el Frente Occidental”.

El punto muerto que se había establecido consistían en dos redes de trincheras que se enfrentaban entre sí con una tierra de nadie, desde el Canal de la Mancha a la frontera de Suiza, 600 kilómetros de toma y daca a lo largo de parte de Bélgica y luego el nordeste de Francia. Estas zonas eran mucho más profundas de lo que podría imaginarse, ya que las trincheras eran enormes redes que incluían trincheras de primera línea de frente, trincheras de apoyo más atrás y trincheras de comunicaciones (caminos cavados en la tierra) en torno a la red con la menos cierta seguridad.

La frontera tenía kilómetros de anchura, contando con los servicios logísticos y de apoyo en la retaguardia, podríamos decir que tenía 15 kilómetros de media. Algunas partes de este enorme matadero no cambiarían de ubicación en los próximos cuatro años. Algunas se moverían cientos de metros, incluso kilómetros. Y algunas volverían a donde empezaron.

Esto era un punto muerto extremo y, en reconocimiento de su inicio hace exactamente cien años, deberíamos verlo como uno de los acontecimientos fundamentales del siglo XX.

Era este punto muerto y el deseo de “abrirse paso hasta los verdes campos más allá” lo que llevó inmediatamente a emergencias y crisis del tipo de la que analizaba Robert Higgs en su clásico Crisis and Leviathan. Así, por ejemplo, la “crisis de los obuses” entre todos los participantes en 1915 ofrecía a los estados beligerantes la justificación “¡Crisis!” para todo tipo de medidas autoritarias políticas, sociales y económicas en tiempo de guerra. En todos los bandos los observadores predecían antes de la guerra que esta sería corta, en parte por la propia buena razón de que ningún gobierno en la tierra podría pagar los costes masivos del nuevo tipo de guerra: ejércitos enormes, armas caras, enormes costes logísticos y de transporte y todo lo demás.

El preludio de la guerra había sido un periodo de imperialismo a menudo brutal, con sistemas fiscales enormemente fortalecidos, practicados por todos los estados occidentales manipulando la divisa tanto nacional como internacionalmente (especialmente en escenarios “imperiales”). Todas estas tendencias ya estaban en marcha en Europa y Occidente, en parte generadas por la práctica imperial. Pero la combinación de estas técnicas políticas y financieras con el insoportable efecto de la crisis en el Frente Occidental hizo más absurdas, más trágicas las feroces tasas de mortandad de octubre y principios de noviembre de 1914. Este fue realmente el gran momento de Higgs.

Una vez ambos bandos se sentaron y se miraron unos a otros, la única salida a la situación era abrirse paso, o en el Frente Occidental o en algún otro lugar. Y cualquier avance era caro, y fuera mediante el uso de gas venenoso o el bombardeo durante días o construyendo tanques o enviando expediciones a luchas lejos en el otro lado. Todo costaba dinero en cantidades nunca imaginadas antes. Y esta necesidad financiera de “atender” el punto muerto produjo un cambio fundamental en la cantidad de riqueza que el estado moderno transfiere de manos privadas a públicas. Solo en términos de impuestos, los tipos de la mayoría de los gobiernos se pusieron a una distancia similar. Por ejemplo, en Estados Unidos, en 1900, aproximadamente el 7% de la riqueza del país se transfirió al gobierno a todos los niveles mediante impuestos (en realidad, la mitad de ello fue a gobiernos locales); después de la guerra, el porcentaje de transferencia de riqueza mediante impuestos había llegado al 15%. En los años treinta, el gobierno de EEUU se estaba llevando casi un 20%.

Pero muy lejos de los impuestos, un método aún más grande de transferir riqueza de las arcas nacionales se convirtió en habitual. Empezando con las disposiciones inflacionistas de los bancos centrales en toda Europa, la creación de la Reserva Federal, el apoyo legislativo a cambios en las leyes monetarias, la creciente conversión del patrón oro a un “patrón intercambio oro” y mucho más, el proceso de transferencia de la inflación se hizo fácil y estuvo constantemente disponible para todos los beligerantes y al final para todos los gobiernos. La “era de la inflación” se inicia antes de la Primera Guerra Mundial, pero el verdadero crisol del saqueo inflacionista fue la propia guerra. ¿Cuánta riqueza se transferiría a los gobiernos centrales mediante la inflación? Por citar la inscripción en muchas tumbas de la Gran Guerra: la respuesta “solo la sabe Dios”. Pero podemos indudablemente imaginar esta transferencia de riqueza a gobiernos como mucho mayor incluso de la que produjeron los mayores impuestos.

La “crisis” del punto muerto también justificaba la represión relacionada de todo tipo: el internamiento de “extranjeros enemigos”, nuevos y grandes derechos de confiscación de propiedad, cárcel de todo tipo a los negacionistas, dirección de la economía, estado de seguridad nacional (ampliación y creación de policía de la seguridad del estado, leyes patrióticas como la Ley de Defensa del Reino en Gran Bretaña), el ataque del estado a la privacidad y mucho más.

Así que cuando recordemos la Gran Guerra, podríamos pensar (con pena y remordimiento) en la gran tragedia de los numerosos “inocentes” masacrados en ambos bandos y en todas las batallas. Y la inocencia de esos primeros soldados de 1914 parece de alguna forma especialmente marcada por la paradoja de las expectativas nobles y la muerte en masa.

Pero también deberíamos pensar en concreto en este momento que generó el terrible punto muerto que apareció hace cien años para dar forma a nuestro mundo.


Publicado originalmente el 24 de noviembre de 2014. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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