¿Se ha reventado la “burbuja” del comercio internacional?

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The Economist publicó un artículo hoy donde deploraba el lento crecimiento del comercio internacional en los últimos dos años. De acuerdo a los datos de la OMC, desde los años ochenta y hasta la crisis financiera, el comercio global crecía en un promedio del 7% cada año—llegando a ser a menudo el doble del crecimiento en el PIB mundial—pero solamente creció entre 2 y 3% en 2012 y 2013. Las explicaciones más comunes señalan como responsables al crecimiento en las cadenas de suministro globales, dentro de las cuales los productos cruzan las fronteras nacionales para ser ensamblados y vendidos en diferentes localidades, y a la reducción de barreras arancelarias liderada por el buen trabajo de la OMC. En un post anterior y en un artículo publicado recientemente, argumento en contra de la visión ampliamente difundida de que la OMC haya de hecho contribuido a un comercio mundial más libre. De hecho, desde la creación de la OMC a principios de los años noventa, el grueso de la liberalización del comercio—por así decirlo—se ha debido a las reducciones unilaterales de aranceles o a tratados bilaterales, no al marco de negociaciones multilaterales por los que la organización internacional aboga. Por otro lado, esta liberalización ha sido, como era de esperar, una espada de dos filos: lo que se redujo en aranceles pronto fue reemplazado por barreras no arancelarias (burocracia y normas medioambientales y sanitarias). Estas últimas son mucho más difíciles de rastrear y, por lo tanto, castigan de forma más dura a las empresas. Pero a pesar este constante—o creciente—proteccionismo, las transacciones comerciales a escala mundial crecieron rápidamente. Ahora bien, ¿se trataba de un crecimiento saludable? Hay muchas señales de que el comercio internacional ha sufrido de su propio auge y depresión. Primero, hubo un incremento desproporcionado en el comercio de bienes de capital—guiado por la “fragmentación” transfronteriza de las etapas de producción y comercio entre las subsidiarias de las compañías—y de servicios financieros. Luego, en 2009, el comercio mundial colapsó en, se estima, un 12%, la caída más pronunciada que se ha registrado en la historia y la caída más profunda desde la Gran Depresión. Los factores tecnológicos o políticos se quedan cortos para explicar el cambio en la composición de los flujos comerciales o la volatilidad de los volúmenes y precios antes y después del auge. Es más probable que el comercio internacional—así como la producción doméstica—haya crecido (y se haya encogido) como resultado de la política monetaria. Los emprendedores del sector del comercio internacional son más sensibles a los cambios monetarios, ya que no tienen que perder de vista la evolución de los mercados cambiarios. Sus decisiones de negocio dependen más aun de la disponibilidad de préstamos para capital de trabajo, créditos para el comercio o de la evolución de riesgos comerciales y soberanos. Durante los auges, los bancos prestan alegremente el nuevo dinero a los comerciantes, con pocas condiciones, a cambio de colaterales de baja calidad y a tipos de interés artificialmente bajos, de modo que más compañías encuentran los proyectos internacionales más rentables, o sus transacciones internacionales menos riesgosas o costosas. Conforme más inversión vaya a dar a las etapas de producción más altas, el comercio en bienes de un orden superior también crece dentro de las cadenas de suministro globales. Esto explicaría también por qué el rebote tan rápido en el comercio en las primeras fases de la expansión cuantitativa, y por qué—con Europa pasando por una recesión triple—empezó a ralentizarse de nuevo en los últimos dos años. Una cosa es segura: el comercio internacional no es inmune a la inflación fiduciaria. Al contrario, una moneda sólida es tan importante como, si acaso no más que, la innovación y la política para permitir que el comercio goce de un crecimiento saludable, en lugar de esas fluctuaciones cada pocos años.


Publicado originalmente el 13 de diciembre de 2014. Traducido del inglés por Edgar Carlos Duarte Aguilar. El artículo original se encuentra aquí.

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